Por si me andan buscando las vueltas
los de la Web Vroni-Plag, precisaré
que este post se inspira en el texto
de Heriberto Quesada incluido en el libro El
Agua de Madrid, publicado por Lunwerg en 1985, con motivo de la puesta en
marcha del Plan de Saneamiento Integral
Mucha gente piensa que Felipe II
decidió trasladar la capital a Madrid, sólo porque estaba en el centro geográfico
de España. Así lo sugiere el propio rey cuando justifica por escrito el
traslado, que tuvo lugar en 1561: Es
razón que tan gran monarquía tuviese ciudad que pudiese hacer el oficio de
corazón, que tiene su principio y asiento en el centro del cuerpo. ¿Cómo
justificar si no, que la capital de un imperio en el que no se ponía el sol se
implantase en una aldea sin mar, sin un lago y con la única vecindad de un río
enano y medio seco, que corría a más de un tiro de piedra de la zona habitada?
Había sin embargo otra razón: sus
fuentes y manantiales, motivo también por el que antes se habían asentado en el
lugar los cristianos tras la Reconquista, y antes los moros y, mucho antes sus
primeros habitantes visigodos, que dieron nombre a la ciudad, a partir de la
localización de la Fuente Matriz, la más grande de todas ellas, que surgía en
el entorno de la actual Plaza de Puerta Cerrada. Esta fuente originaba un
arroyo que caía hacia el Manzanares por la vaguada de la calle Segovia, separando
las colinas donde se produjeron los primeros asentamientos humanos: Las
Vistillas y La Almudena. Los visigodos siempre se implantaban en lugares que
contaran con agua corriente y a veces los denominaban haciendo mención de sus
fuentes más caudalosas, origen de otros toponímicos, como Madridejos, en
Toledo.
En el Siglo IX, al caer la zona en
manos de los moros, Madrid fue elegido como asentamiento preferente por la abundancia
de agua. Los árabes eran expertos en construir redes de distribución de agua y
la existencia de un manantial en una cota tan alta como Puerta Cerrada, era un
regalo para sus hábiles albañiles. Ese es el origen de la red de viajes de agua, hoy día sepultada en su
mayor parte bajo el asfalto de las calles, pero de la que quedan restos conservados
y vestigios de su trazado. Estos viajes consistían en conducciones subterráneas
con una mínima inclinación que garantizase la circulación del agua, construidas
con tuberías cerámicas, sobre un lecho de gravilla y dentro de unos túneles de
ladrillo excavados en la tierra, por los que podían circular de pié los
maestros fontaneros que se encargaban de su mantenimiento y gestión.
Tras la Reconquista, los albañiles
mozárabes conservaron la técnica y crearon una red de grandes viajes que venían
de nuevos pozos localizados al norte, y circulaban por la traza de los arroyos
de El Abroñigal y La Castellana. Al llegar al caserío, se ramificaban mediante
un sistema de arquetas que llevaban el agua a las diferentes calles. Todas las
tuberías estaban construidas en barro cocido sin vidriar lo que preservaba la
pureza y el sabor del agua, evitando contaminantes. No es pues de extrañar que
Felipe II situase aquí la capital, por tratarse de una aldea que tenía
garantizado el suministro de agua.
Pero al convertirse la ciudad en
capital de España, la población empezó a crecer y el agua se convirtió en un
problema. A comienzos del XVII, la población de la ciudad era de 80.000 habitantes y el
sistema de viajes de agua se empezaba a quedar corto. La nobleza, los
conventos, los hospitales y las cárceles gastaban mucha agua y para el pueblo
llano quedaban los manantiales menos puros, lo que afectaba a diversos gremios
como los tintoreros, los cerveceros y los confiteros, que requerían agua de calidad
en grandes cantidades.
Madrid se empezó a convertir en
una ciudad incómoda, hasta el punto de que Felipe III llegó a trasladar la
capitalidad a Valladolid, un hecho poco conocido. Pero, tras unos meses, una
delegación de la nobleza, encabezada por el Duque de Lerma, le convenció de
restituirla a Madrid. Esta rectificación se consiguió a base de ofrecer al rey
renuente la suma de 250.000 ducados, que los nobles estimaron por bien
empleados, puesto que la capitalidad aumentaba el valor de sus terrenos y
posesiones.
Pero la ciudad seguía siendo un
tanto caótica, sin un plan urbanístico y con el agua como uno de sus problemas
más graves. Para colmo también carecía de saneamiento, por lo que las aguas
sucias se arrojaban a la calle al grito de ¡Agua
va! Teodoro Ardemans, Tracista Mayor de Obras Reales y Maestro de Obras de
Madrid, a quien se atribuyen las primeras Ordenanzas de la ciudad, redactó un
Plan de Saneamiento en tiempos de Felipe V, pero no fue hasta la llegada de
Carlos III cuando el asunto mejoró. El considerado mejor Alcalde de Madrid,
construyó cerca de 2000 metros lineales de alcantarillado, origen del futuro
sistema de colectores.
La distribución normal de agua no
llegó hasta 1858, fecha de la inauguración de la traída de aguas del Lozoya, por
medio del Canal de Isabel Segunda, que da nombre al sistema que actualmente
garantiza un suministro de agua de gran calidad a un área metropolitana de más
de cuatro millones de habitantes, basado en un grupo de pantanos construidos en
la época de Franco. Esa primera traída, no terminó sin embargo con la tradición
de los aguadores, que se mantuvo hasta principios del siglo XX, cuando
desapareció con la llegada del automóvil.
Los aguadores llevaban dos o
cuatro cántaros de barro cocido de unos veinte litros cada uno, a lomos de
asnos, o bien tonelillos que cargaban ellos mismos a la espalda o sobre la
cabeza. Vendían el litro de agua a una perra chica (cinco céntimos) y, teniendo
en cuenta que la materia prima era gratis, los que tenían el burro en propiedad
lograban redondear un jornal de unas diez pesetas, que les daba para vivir, eso
sí, a base de trabajar todo el día, fuera invierno o verano. Más adelante
aparecieron aguadores mayoristas, con carros que cargaban grandes depósitos.
Estos intermediarios vendían el agua a los minoristas a una perra gorda (diez
céntimos), lo que les dejaba un margen nada despreciable.
Después de la guerra, la
población de la ciudad (en torno a 1,3 millones de habitantes) tenía agua de
sobra. Vino entonces la sequía de 1944/45, origen del famoso discurso de El
Caudillo en el balcón de la Plaza de Oriente, en el que con su voz más atiplada
proclamó: Decían que no íbamos a durar, y
aquí nos tienen después de haber superado una guerra, dos postguerras y una
pertinaz sequía. Sucedió en un acto de desagravio al Generalísimo, por la
negativa de la ONU a admitir a España como miembro de pleno derecho. En esos
años, la organización era conocida entre nosotros por sus siglas inglesas
(UNO), por lo que el grito más coreado por las masas enardecidas fue: Si ellos tienen UNO, nosotros tenemos dos. Años más tarde, el presidente Eisenhower medió para que nos admitieran definitivamente.
La pertinaz sequía estuvo, pues, en
el origen de la obsesión de Franco por construir pantanos, empezando por los once
que actualmente conforman el sistema del Canal de Isabel Segunda. Ese que ahora
quieren privatizar los del PP, fracción esperancista-nachista.
¡Si doña Isabel o don Paco levantaran la
cabeza!
Señor, su información sobre el origen del nombre de Madrid, me descoloca totalmente. Yo siempre había creído que el nombre venía de Magerit, la denominación árabe también relacionada con la abundancia de agua. ¿Hasta qué punto es fiable lo que usted dice? Disculpe mi desconfianza, por lo demás el texto me parece muy interesante.
ResponderEliminarTu duda es lógica, yo puedo equivocarme en las cosas que cuento, pero en este caso estoy bien documentado. Además del libro que cito en la entradilla (que, supongo, puedes conseguir en la Cuesta de Moyano), te remito a otro que es fundamental: Historia del Nombre "Madrid", de Jaime Oliver Asín, editado por el CSIC en 1959, que seguramente encontrarás en la Casa del Libro. El libro recoge la investigación de este insigne arabista y profesor de bachillerato, que fue distinguida en 1952 con el Premio Francisco Franco de Investigación, el más importante de España en esos años.
EliminarEn ese trabajo se pone de manifiesto que Matrice fue el primer nombre de la Villa, un nombre premusulmán, que hacía alusión al arroyo (madre, madre de aguas, matriz de aguas) que corría por el vallejo que actualmente es la calle de Segovia. Ese nombre primitivo —según Oliver Asín— debió, con la invasión islámica, cambiar a Mayrit, formado por la palabra árabe mayra (madre, fuente mayor) y el sufijo iberorrománico "it" que significa "abundancia de".
¡Qué bien documentado tu artículo, Emilio! Eres un crac.
ResponderEliminarGracias
EliminarEmilio:
ResponderEliminarEstoy encantada con tu blog. ¡Cuántas publicaciones interesantes! Este artículo, en especial, me ha enganchado. ¡Enhorabuena!
Tania
Muchas gracias, Tania, fue un placer conoceros a todos en el taller de autoedición. Seguimos en contacto. Besos.
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