Viene este texto a cuento de lo
que me sucedió la otra noche. Resulta que había acudido a la Gran Vía a ver la
representación del espectáculo “Bits”
del grupo catalán Tricicle. Sigo desde hace años a este grupo, porque me río
las tripas con sus sketchs, y no me canso nunca de verlos. Así que no les puedo
aportar aquí una crítica desapasionada, porque sé que no soy imparcial. Los había
visto por última vez en una supuesta gira de despedida y los volví a encontrar en plena forma, con el pelo blanco los dos que lo conservan, pero con la misma
flexibilidad corporal y gestual de toda la vida y con algunos gags
sencillamente geniales.
Al terminar su espectáculo,
hicieron los acostumbrados mutis, entradas y reverencias para recibir el
aplauso del público y, cuando entendieron que ya les habían aplaudido
suficiente, como hacen siempre, corrieron por el pasillo central hasta el
vestíbulo del teatro, para que quién quisiera les saludase personalmente antes
de salir a la calle. Así que, tras ponerme la bufanda y el abrigo, inicié la
salida por el pasillo lateral más próximo a mi localidad, porque el central
parecía un poco más atestado de gente. Entonces observé que en medio de ese
pasillo central se formaba un tumulto considerable, gravitando en torno a
alguien a quien yo no veía, que parecía estar en el centro del mogollón.
La gente de mi pasillo iba
avanzando, así que en un momento dado llegué a la altura del gran alboroto y
pude ver el motivo que lo producía: en medio del motín estaban Iker Casillas y
Sara Carbonero, completamente rodeados por una turba que no les dejaba salir,
que los rodeaban amenazantes, peleándose a codazos entre ellos para situarse a
su lado y agarrarles por el cuello con la mano derecha, mientras estiraban la
izquierda hacia delante para hacerse fotos a su lado con los móviles. Los dos
pobres aguantaban el coñazo como podían. Como eran más altos que los
energúmenos que los cercaban, sus rostros con una sonrisa incómoda sobresalían
por encima, lo que los hacía más visibles y era causa de que más y más gente se
abalanzara sobre el grupo, en algunos casos saltando en diagonal sobre las
butacas vacías.
Bueno, lo del rostro incómodo, lo
digo por Casillas. Su pareja mostraba la misma mueca que ostenta en todas las
situaciones, en línea con los cánones actuales de belleza, que a mí me resultan
totalmente insípidos e inexpresivos. Ya sé que todos ustedes están ahora mismo
pensando que me reconcome la envidia y todo eso. Vale, admito que la chica es
muy mona y que algo debe de tener, cuando un tipo tan natural como Iker está con ella. Desde luego que no tengo nada contra Sara Carbonero, pero sí
contra esos nuevos cánones de belleza que han tenido su expresión más depurada en la
reciente ceremonia de entrega de los Oscar.
Así que lo voy a decir bien
claro: NO ME GUSTAN ESAS MUJERES HIPERDELGADAS, TIPO ESPARRAGO TRIGUERO, SIN
CULO NI FORMA ALGUNA Y ENFUNDADAS EN UNOS VESTIDOS ABSURDOS Y RIDÍCULOS. Ya
está dicho. Sobre la ceremonia citada, en cualquier diario digital pueden
ustedes encontrar la colección de fotos de las mujeres mejor vestidas de la
gala y también la de las peor vestidas. Bueno, pues yo las veo a todas
horrorosas y ya está.
Disculpen el inciso, no era de
esto de lo que les quería hablar en este post,
sino del acoso que sufre la gente del famoseo. El hecho que les he contado
sucede en el interior de un teatro y lo protagonizan gentes que han pagado 35
euros por la entrada. Cierto que el público que acude a espectáculos de humor
no es tan culto como el que frecuenta la ópera, los conciertos de música
clásica y otros tipos de teatro más serios. No creo que, si Casillas fuera visto
en uno de esos lugares, se armara semejante tremolina. Entiendo también que la
gente se acerque de forma respetuosa a los famosos a pedirles un autógrafo.
Pero es que ahora lo que mola es eso de agarrar a la estrella por el cuello y
estirar el brazo con el maldito móvil. La gente que la otra noche rodeó a Iker y su compañera, demostraron
un nivel cultural y cívico muy inferior al de las pobres abuelas de la cola del
besapié con las que me metía el otro día.
Alguien me ha contado que no hace
mucho le tocó cenar en un restaurante cerca de la mesa del ínclito Paquirrín y
que al pobre casi no le dejaron comer, todo el rato con los putos móviles. Me
viene a la memoria el cuento Las Ménades,
del maestro Julio Cortázar (1956). El narrador asiste a un concierto en el que
parece ser el único a quien no entusiasma la batuta que lo dirige, a cargo de
un joven director al que llaman precisamente El Maestro. Al final, las
ovaciones desembocan en un tumulto similar al de Casillas del otro día, del que
sale la gente relamiéndose y con rastros de sangre en las comisuras: se lo
acaban de comer al Maestro.
Sin llegar a esos extremos,
¿debemos esperar que los personajes populares soporten ese acoso con buena
cara? ¿Respeta la prensa del corazón a los que demuestran que no quieren entrar
en esa dinámica? Tengo mis dudas al respecto. En 1964, Françoise Gilot, ex
novia del pintor Pablo Picasso, publicó un libro sobre su vida en común con el
genio, en el que contaba numerosas intimidades de la pareja. El pintor intentó
evitar judicialmente esa publicación, pero los tribunales franceses dictaminaron
que la figura de Picasso era tan extraordinaria que cualquier detalle sobre
ella constituía un asunto de interés público. Una sentencia histórica, que sentó un precedente que tal
vez esté en el origen de estos excesos de ahora. Mi opinión es que, por muy
famosos que sean estos tipos, tienen derecho a cenar o ver al Tricicle sin que
les den el coñazo.
En las revistas del corazón se ha
criticado el hecho de que Felipe y Leticia, cuando van al cine, esperan a que
esté la luz apagada y entran entonces protegidos por los escoltas hasta su
asiento. Me parece una forma muy práctica de evitar a los del móvil. El único
problema que le veo es que, como te toque delante el Príncipe, ya no ves ni
castaña. El truco propicia además encuentros inesperados, como sabe muy bien la Duquesa de Alba, gran
forofa del cine, que también utiliza esa estratagema. ¡Ah! ¿Qué no saben de
qué les estoy hablando? Pues aquí les cuento la historia, para que luego no
digan.
Resulta que la Duquesa de Alba, Doña
Cayetana Fitz-James y Stuart es una gran aficionada al cine que no se pierde un
estreno y usa el sistema descrito para pasar desapercibida en tales ocasiones.
Resulta también que cierto día, en los cines antiguamente llamados Alphaville,
ahora Golem, se apagaron las luces, momento que aprovechó la susodicha para entrar,
guiada por sus escoltas en la oscuridad hasta la butaca que tenía reservada. A
su lado, estaba sentado un anónimo hombre maduro, llamado Alfonso Díez, que da
la casualidad que, desde muchos años antes, era un asiduo admirador de la Duquesa , fascinado por su
figura, coleccionista de todas las informaciones sobre ella y que nunca había
soñado tenerla tan cerca.
El hombre se identificó como fiel seguidor y admirador rendido de la señora y, antes de que la película empezase, le hizo
saber el honor que suponía para él asistir a una sesión de cine al lado de la
persona por la que sentía tan gran devoción. Al acabar la proyección, la Duquesa le deslizó una
tarjetita personal y le dijo: “Caballero, puede usted llamarme por teléfono si
lo desea”. Este es el origen de una historia de amor a contracorriente, que ha
superado todos los obstáculos derivados de la desconfianza del entorno de la
señora, incluyendo a sus hijos y nietos.
El público del corazón, ese mismo
que acosa con el móvil a Casillas y señora, ha hecho toda clase de bromas chuscas
respecto a la Duquesa
y su nuevo consorte y las ha colgado en la red, aprovechándose del anonimato
cobarde que el Twitter y otros foros
similares proporcionan. Descerebrados con encefalograma plano que forman el
público de programas como Sálvame diario.
Que no cuenten conmigo para sumarme a ese coro grosero. Yo nunca me reiré de
una historia de amor.
Di que sí, Emilio, bien bonito lo dijo Luis Cernuda, corremos tras una ambición o una nube "sin saber que ambiciones o nubes, no valen lo que un amor que se entrega".
ResponderEliminarComo ya habrás podido observar, me gusta llevar la contraria. La unanimidad en la rechifla en torno a esta pareja, me resulta un tanto fácil. Al fin y al cabo esta señora ha hecho siempre lo que le ha venido en gana, como le gustaría a muchos envidiosos.
EliminarNo era un público de ménades, sino un público de catetos, aunque pagaran a 35 € la entrada. Y unos groseros, en vez de agradecer a los artistas su cercanía, les vuelven la espalda para ponerse a adorar al nuevo sol. Don Jacinto Benavente, tras un estreno que pasó sin pena ni gloria en Argentina, debido a que coincidió con la temporada hípica (estos gauchos son aficionadísimos), regresaba a España algo alicaído; un periodista de "Clarín" (ese diario tan crucificado hoy por doña Fernández) le preguntó: "Don Jacinto, ¿cuándo volverá por Argentina?" Y el Premio Nóbel respondió raudo como una centella: "Cuando sea caballo". Espero que Tricicle no se plantee pasarse al fútbol.
ResponderEliminarDeliciosa anécdota. No la conocía. En cuanto al Tricicle, uno de los mejores gags de su último espectáculo es una imitación de Mourinho dirigiendo un partido, sencillamente brutal.
EliminarEn casi todos los textos me sorprende usted con una palabra que nunca he oído. Aquí es "tremolina". Me resulta muy expresiva.
ResponderEliminarGracias por su comentario. Lo cierto es que la escribí sin pensar. Ahora que usted lo dice, he consultado el Diccionario de la RAE. He aquí la segunda acepción de la palabreja: "Bulla, confusión de voces y personas que gritan y enredan o riñen". La definición se ajusta bastante a la escena que yo presencié.
Eliminar¡Qué falta de afición al schotis! ¿Acaso no ha oído usted nunca eso de "Y vas a ver lo que es canela fina y armar la tremolina cuando vengas a Madrid"? Una palabra bien castiza.
EliminarJa, ja, ja. ¿Es posible que te guste la Duquesa de Alba más que Sara Carbonero? Yo que tú me lo haría mirar. Puede ser un síntoma de decadencia casi definitivo. Saludos de un seguidor atónito.
ResponderEliminar¡¡¡Touché!!! Tiene usted toda la razón, querido lector anónimo y atónito. Estamos de acuerdo: Sara Carbonero está como un queso de Burgos (comentario con el que para nada pretendo molestar, sino al contrario, a mi admirado Iker, extraordinario portero y persona de probada sencillez). La Duquesa de Alba es una octogenaria, que siempre ha hecho lo que le ha dado la gana, que no es nada tonta y que ha tenido la mala fortuna de caer en manos de los cirujanos plásticos, que le han desgraciado el rostro (lo mismo que le ha pasado a Nicole Kidman, Meg Ryan, Robert Redford y tantos otros). Pero no por eso deja de tener el mismo derecho a enamorarse que cualquiera.
EliminarEso nos lleva al otro tema: me dicen que las actrices que participaron en la gala de los Oscar llevaban dos meses de dieta y 48 horas sin comer, excepto líquidos, para poder embutirse en esos trajes absurdos con que debieron desfilar por la alfombra roja. Por no hablar de los tacones sobre los que debían mantenerse en equilibrio. No me diga, querido lector anónimo-atónito, que esto es algo normal. Por este camino llegaremos a someter a las mujeres a una dictadura estética simétrica de la del burkha. Con la diferencia de que, dentro de su cárcel ambulante, las musulmanas llevan las carnes sueltas. Ojo, hablo sólo de estética, no me saquen ahora a colación que las mujeres son mucho más libres en el mundo occidental, algo que yo nunca he dudado.