miércoles, 19 de diciembre de 2012

62. Incidente de tráfico

Calle Velázquez, hora punta de la mañana. Noche cerrada. Atasco considerable. Neblina húmeda. Como de costumbre, voy por el carril de la izquierda, de los cinco que hay, con mi CD de Antología de Creedence Clearwater Revival a todo trapo, atento a la fila de coches aparcados a mi izquierda, no se vaya a abrir alguna puerta o algo parecido. Normalmente es el carril más rápido a esas horas pero, si alguien aparca en doble fila, se ralentiza hasta pararse. Entonces hay que intentar salirse al siguiente carril, en cuanto haya un hueco, y seguir por él hasta superar el obstáculo.

Algo debe de haber hoy por delante, porque la fila se está parando. A mi derecha, ligeramente atrás, un Audi grande rueda tranquilo, dejando ante sí un amplio espacio libre. El conductor es un hombretón de edad mediana, aire bovino, pelo crespo, bigote negro, boca entreabierta, caída de ojos de perdonavidas y gesto general displicente. Lleva su ventanilla abierta y el brazo colgando fuera, con un pitillo encendido. Pongo el intermitente derecho e inició la maniobra de cambio de carril. El tipo se sobresalta visiblemente y acelera para no dejar que me meta, pero no le da tiempo, porque ya le he ganado la posición, y entonces tiene que frenar bruscamente para no darme un golpe, algo que no sucede por milímetros. 

Un paréntesis. En la situación inversa yo jamás hago eso. Entiendo que si alguien quiere cambiarse de carril no es por un capricho y procuro frenar de primeras para facilitarle la maniobra, sobre todo si me indica previamente lo que va a hacer usando el intermitente, que está para eso. Pero mucha gente desnuda su verdadera naturaleza cuando tiene un volante entre las manos. Este tipo ha intentado evitar que yo me meta delante de él, y se ha definido como persona haciendo una maniobra que, encima, le ha salido fatal: ha quedado mal para nada y ha estado a punto de provocar un accidente con su acelerón de última hora.

Miro por el retrovisor central y descubro un gran despliegue teatral: ráfagas de luces largas, brazo izquierdo fuera moviéndose arriba y abajo y gritos que no oigo, todo ello amenizado con un concierto de bocinazos destemplados. Levanto una mano abierta dentro del coche en son de paz, en un gesto casi de disculpa, como pidiendo perdón. Pero el tipo no cede en su indignación: en el siguiente arreón del atasco, se sale bruscamente a su derecha en una maniobra mucho más arriesgada que la mía de antes, y suscita un coro de bocinazos de protesta de los demás conductores. Todo para ponerse a la par conmigo. Se cierra el semáforo y nos quedamos un rato parados, costado con costado. El tipo sigue gesticulando hacia mí, diciéndome que abra la ventanilla derecha. Muy bien, la abro desde mi lado y entonces empieza el diálogo.

–Pero ¿tú de qué vas, tío? (acento marcado de chulo del Foro) ¿Tú crees que puedes echarte encima de los otros coches de esa manera? ¿No te das cuenta de que nos podíamos haber dado una hostia de cojones? ¿En dónde has aprendido tú a conducir?

(Regla de oro: no ponerse nervioso, tranquilidad absoluta, hablar con educación tratando de razonar y no entrar al trapo de los insultos. Así, eres tú el que establece las reglas de la contienda. Y, por supuesto, tratarle de usted, aunque él te trate de tú)

–Perdone usted, no lo he hecho por molestarle, he visto un hueco suficiente, he puesto el intermitente y me he metido. Yo no sabía que iba a acelerar justo en ese momento.

–Pero ¿qué intermitente ni que leches? Te has echado encima y no nos la hemos pegado de puto milagro. Porque he frenado, que si no, nos la damos. En esta ciudad, el que quiere cambiarse de carril, se espera a tener sitio y lo hace sin joder a los demás. A lo mejor en Barcelona se hace de otra manera (mi coche tiene matrícula de Barcelona).

–Tal como yo lo he visto, tenía sitio de sobra. Si usted no llega a acelerar, todo habría ido bien. Y, además, le he avisado con el intermitente (mantengo el tono glacial, pero no consigo sino cabrearle todavía más).

–¡Y dale con el intermitente! ¿Qué pasa, que tú pones el intermitente y, como ya lo has puesto, puedes echarte encima de quien te salga de los huevos, o qué?

–Por si usted no lo sabe, el intermitente se pone también para pedir permiso a los otros conductores, para que te dejen pasar.

–Sí, claro, tú me pides permiso pero, si a mí no me sale de los cojones, no pasas.

 –Bueno, yo he intentado hacer la maniobra educadamente. Usted es el que ha impuesto que la cosa se resolviera por cojones, y… ha pasado lo que ha pasado.

–¿Qué hostias me quieres decir? (una luz de mosqueo asoma a sus ojos).

–Nada, que, como era una cuestión de cojones, yo he pasado y usted no.

–¡¡A que me bajo y te arreo una somanta’palos por gilipollas!! (el tipo está ya fuera de sí, tiene el rostro completamente rojo y sus ojos lanzan destellos de ira).

–Seguro que lo haría, pero no por ello iba a tener más razón (el semáforo está a punto de ponerse verde).

–¡¡Tú lo que eres es un gilipollas de mierda, un tonto y un subnormal!!

–Tiene razón, ya quisiera yo ser tan listo como usted. 

Le doy al botón de subir la ventanilla, porque el coche de delante se ha empezado a mover muy despacio. El tipo tira del freno de mano, se baja del coche, rodea el mío por delante y empieza a dar manotazos en la ventanilla de mi lado. Por supuesto, no se me ocurre abrirla. Tengo espacio delante y acelero para largarme. La imagen del energúmeno se rezaga, pero alcanzo a escuchar su último grito a voz en cuello:

–¡¡¡¡BAJA AQUÍ, PRINGAO, QUE TE ARRANCO EL BIGOTE PELO A PELO!!!!

Atrás queda el coro de claxons achuchando a mi contrincante de los últimos minutos, para que se suba de una vez al coche y deje de estorbar. Regreso al carril izquierdo, que ahora va como un tiro. Subo el volumen de la música y me sumo al estribillo de la CCR: Before you accuse me, take a look at yourself/Before you accuse me, take a look at yourself/You say I’ve spending my money on other women/You’ve been taking money from someone else.

El cielo ha empezado a clarear por el fondo, cuando llego al cruce de María de Molina.

8 comentarios:

  1. muy bueno tío, me he partido de risa...

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    1. Gracias, lector anónimo. No des por hecho que lo que he contado es real. Ni falso (soy gallego)

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  2. Suele ocurrir: los que más gritan son los que menos tienen que decir. ¡Me he divertido mucho con este artículo! No hay nada más fácil que cabrear a un tonto presuntuoso.

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    1. Es fácil, pero tiene sus riesgos, puedes salir con un dos dientes de menos, como al que le tocó el Gordo.

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    2. Bueno, el tío solo habló de depilarte el bigote, no dijo nada de hacerse "un rosario con tus dientes de marfil"... así que no veo aquí mucho riesgo para tus piños.

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    3. Por si acaso no lo practiques, que nunca se sabe.

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  3. Solo a tí se te ocurre ponerte delante de un enegúmeno...jajajajaj...y encima darle caña...jajajajaja. (Y encima con matrícula de Barna).

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