Calle Velázquez, hora punta de la
mañana. Noche cerrada. Atasco considerable. Neblina húmeda. Como de costumbre,
voy por el carril de la izquierda, de los cinco que hay, con mi CD de Antología
de Creedence Clearwater Revival a todo trapo, atento a la fila de coches
aparcados a mi izquierda, no se vaya a abrir alguna puerta o algo parecido.
Normalmente es el carril más rápido a esas horas pero, si alguien aparca en
doble fila, se ralentiza hasta pararse. Entonces hay que intentar salirse al
siguiente carril, en cuanto haya un hueco, y seguir por él hasta superar el
obstáculo.
Algo debe de haber hoy por
delante, porque la fila se está parando. A mi derecha, ligeramente atrás, un
Audi grande rueda tranquilo, dejando ante sí un amplio espacio libre. El
conductor es un hombretón de edad mediana, aire bovino, pelo crespo, bigote
negro, boca entreabierta, caída de ojos de perdonavidas y gesto general
displicente. Lleva su ventanilla abierta y el brazo colgando fuera, con un
pitillo encendido. Pongo el intermitente derecho e inició la maniobra de cambio
de carril. El tipo se sobresalta visiblemente y acelera para no dejar que me
meta, pero no le da tiempo, porque ya le he ganado la posición, y entonces
tiene que frenar bruscamente para no darme un golpe, algo que no sucede por
milímetros.
Un paréntesis. En la situación
inversa yo jamás hago eso. Entiendo que si alguien quiere cambiarse de carril
no es por un capricho y procuro frenar de primeras para facilitarle la
maniobra, sobre todo si me indica previamente lo que va a hacer usando el
intermitente, que está para eso. Pero mucha gente desnuda su verdadera
naturaleza cuando tiene un volante entre las manos. Este tipo ha intentado
evitar que yo me meta delante de él, y se ha definido como persona haciendo una
maniobra que, encima, le ha salido fatal: ha quedado mal para nada y ha estado
a punto de provocar un accidente con su acelerón de última hora.
Miro por el retrovisor central y
descubro un gran despliegue teatral: ráfagas de luces largas, brazo izquierdo fuera
moviéndose arriba y abajo y gritos que no oigo, todo ello amenizado con un
concierto de bocinazos destemplados. Levanto una mano abierta dentro del coche
en son de paz, en un gesto casi de disculpa, como pidiendo perdón. Pero el tipo
no cede en su indignación: en el siguiente arreón del atasco, se sale
bruscamente a su derecha en una maniobra mucho más arriesgada que la mía de
antes, y suscita un coro de bocinazos de protesta de los demás conductores.
Todo para ponerse a la par conmigo. Se cierra el semáforo y nos quedamos un
rato parados, costado con costado. El tipo sigue gesticulando hacia mí,
diciéndome que abra la ventanilla derecha. Muy bien, la abro desde mi lado y
entonces empieza el diálogo.
–Pero ¿tú de
qué vas, tío? (acento marcado de chulo del Foro) ¿Tú crees que puedes
echarte encima de los otros coches de esa manera? ¿No te das cuenta de que nos
podíamos haber dado una hostia de cojones? ¿En dónde has aprendido tú a
conducir?
(Regla de
oro: no ponerse nervioso, tranquilidad absoluta, hablar con educación tratando
de razonar y no entrar al trapo de los insultos. Así, eres tú el que establece
las reglas de la contienda. Y, por supuesto, tratarle de usted, aunque él te
trate de tú)
–Perdone
usted, no lo he hecho por molestarle, he visto un hueco suficiente, he puesto
el intermitente y me he metido. Yo no sabía que iba a acelerar justo en ese
momento.
–Pero ¿qué
intermitente ni que leches? Te has echado encima y no nos la hemos pegado de
puto milagro. Porque he frenado, que si no, nos la damos. En esta ciudad, el
que quiere cambiarse de carril, se espera a tener sitio y lo hace sin joder a
los demás. A lo mejor en Barcelona se hace de otra manera (mi coche tiene
matrícula de Barcelona).
–Tal como yo
lo he visto, tenía sitio de sobra. Si usted no llega a acelerar, todo habría
ido bien. Y, además, le he avisado con el intermitente (mantengo el tono
glacial, pero no consigo sino cabrearle todavía más).
–¡Y dale con
el intermitente! ¿Qué pasa, que tú pones el intermitente y, como ya lo has
puesto, puedes echarte encima de quien te salga de los huevos, o qué?
–Por si usted
no lo sabe, el intermitente se pone también para pedir permiso a los otros
conductores, para que te dejen pasar.
–Sí, claro, tú
me pides permiso pero, si a mí no me sale de los cojones, no pasas.
–Bueno, yo he intentado hacer la maniobra
educadamente. Usted es el que ha impuesto que la cosa se resolviera por
cojones, y… ha pasado lo que ha pasado.
–¿Qué hostias
me quieres decir? (una luz de mosqueo asoma a sus ojos).
–Nada, que,
como era una cuestión de cojones, yo he pasado y usted no.
–¡¡A que me
bajo y te arreo una somanta’palos por gilipollas!! (el tipo está ya fuera de
sí, tiene el rostro completamente rojo y sus ojos lanzan destellos de ira).
–Seguro que lo
haría, pero no por ello iba a tener más razón (el semáforo está a punto de
ponerse verde).
–¡¡Tú lo que
eres es un gilipollas de mierda, un tonto y un subnormal!!
–Tiene razón, ya
quisiera yo ser tan listo como usted.
Le doy al botón de subir la
ventanilla, porque el coche de delante se ha empezado a mover muy despacio. El
tipo tira del freno de mano, se baja del coche, rodea el mío por delante y
empieza a dar manotazos en la ventanilla de mi lado. Por supuesto, no se me
ocurre abrirla. Tengo espacio delante y acelero para largarme. La imagen del
energúmeno se rezaga, pero alcanzo a escuchar su último grito a voz en cuello:
–¡¡¡¡BAJA
AQUÍ, PRINGAO, QUE TE ARRANCO EL BIGOTE PELO A PELO!!!!
Atrás queda el coro de claxons
achuchando a mi contrincante de los últimos minutos, para que se suba de una
vez al coche y deje de estorbar. Regreso al carril izquierdo, que ahora va como
un tiro. Subo el volumen de la
música y me sumo al estribillo de la CCR: Before you accuse me, take a look
at yourself/Before you accuse me, take a look at yourself/You say I’ve spending
my money on other women/You’ve been taking money from someone else.
El cielo ha empezado a clarear
por el fondo, cuando llego al cruce de María de Molina.
muy bueno tío, me he partido de risa...
ResponderEliminarGracias, lector anónimo. No des por hecho que lo que he contado es real. Ni falso (soy gallego)
EliminarSuele ocurrir: los que más gritan son los que menos tienen que decir. ¡Me he divertido mucho con este artículo! No hay nada más fácil que cabrear a un tonto presuntuoso.
ResponderEliminarEs fácil, pero tiene sus riesgos, puedes salir con un dos dientes de menos, como al que le tocó el Gordo.
EliminarBueno, el tío solo habló de depilarte el bigote, no dijo nada de hacerse "un rosario con tus dientes de marfil"... así que no veo aquí mucho riesgo para tus piños.
EliminarPor si acaso no lo practiques, que nunca se sabe.
EliminarSolo a tí se te ocurre ponerte delante de un enegúmeno...jajajajaj...y encima darle caña...jajajajaja. (Y encima con matrícula de Barna).
ResponderEliminarÉl se lo buscó
Eliminar