Caramulo es un pueblo muy
singular. Está situado en la parte alta de la sierra de su mismo nombre y dista
de Viseu unos 35 kms. que han de cubrirse por una carreterita que sube por la
falda de la montaña haciendo eses una y otra vez sobre sí misma como una
serpiente de asfalto. Arriba sorprende en primer lugar la profusión de grandes
edificios abandonados que corresponden a antiguos sanatorios antituberculosos.
También se intuye una especie de orden urbanístico especial, como si todo
estuviera en su sitio, como echando en falta el caos orgánico de los núcleos de
población que han crecido de forma espontánea. Pero todavía sorprende más la
existencia de un Museo del Automóvil ciertamente extraordinario.
Las historias del pueblo, los
sanatorios y el museo están íntimamente relacionadas, según he podido averiguar
rastreando en Internet diversos documentos en portugués. Al parecer, el pueblo
fue fundado en 1921, por el doctor Jerónimo de Lacerda, ilustre miembro de una
larga dinastía de médicos que trabajaban en la región desde varias
generaciones. Hasta ese momento, en el lugar no había más que algunas casas de
lugareños dispersas por la montaña.
El doctor Lacerda nació en 1889
en Coimbra, en cuya Universidad estudió Medicina y Filosofía. Su primer empleo
fue precisamente como profesor universitario en la Facultad de Medicina
pero, al estallar la
Primera Guerra Mundial, logró alistarse como oficial médico
en Angola intercambiando los papeles con un amigo que no quería ir a la guerra.
Una trampa que me recuerda a las que hizo mi admirado Dashiell Hammett para
participar en las dos guerras mundiales, en las que le estaba vetado el acceso,
en un caso por demasiado joven, y en el otro por demasiado viejo. Otro día
hablaré de este hombre también singular.
Al regreso de África, Lacerda se
estableció como médico en el pueblo de Tondela, cerca de Viseu. Allí empezó a
tratar enfermos de tuberculosis, la pandemia de esos años, y concibió la idea
de crear un complejo hospitalario en una localización de montaña en la que los
enfermos se beneficiaran de la altura y el aire puro, como parte esencial de su
tratamiento. A ese objetivo consagró el resto de su vida con una dedicación
inquebrantable. Para empezar, logró constituir una Sociedad Benéfica con personas
influyentes y adineradas, algunas con parientes afectados por la enfermedad,
que aportaron fondos para su magno plan. La Sociedad compró a precios bajos todos
los terrenos disponibles en la montaña y empezó a trabajar.
Había que partir de cero, porque
la sierra de Caramulo era una zona deprimida, sin carreteras ni agua corriente,
y poblada por gentes semianalfabetas. Tenía además muy poco arbolado, porque
sus habitantes habían deforestado los campos para ampliar pastos y alimentar las estufas de leña con que se calentaban. El doctor Lacerda ejecutó un verdadero plan
urbanístico para arropar su primer establecimiento: el Grande Hotel Sanatorio
de Caramulo, que a día de hoy sigue funcionando como hotel. El plan
incluía abastecimiento de agua, mediante pozos y minas de agua, así como
electricidad, saneamiento y tratamiento de basuras.
El Grande Hotel fue inaugurado en
1922 y, a su alrededor, surgió un complejo de instalaciones y servicios
complementarios, además de las viviendas necesarias para el mantenimiento del
conjunto. Es decir, que lo primero fue el hospital y luego el pueblo creció a
su alrededor. El doctor instaló allí su vivienda y empezaron a atender a gente
pudiente, local y extranjera, venida al calor de la creciente fama del lugar,
lo que permitió rentabilizar en parte la inversión.
En 1928, el doctor firmó un
acuerdo con el nuevo presidente de Portugal, el profesor António Oliveira Salazar.
Este catedrático de la
Universidad de Coimbra había sido requerido poco antes a
dirigir el país de forma autoritaria y presidencialista, por imitación de los
regímenes nazi y fascista, en boga por
entonces. Salazar duró casi hasta la revolución de los claveles, convirtiéndose
en el dictador más longevo de Europa. Lacerda y él eran amigos de su época
universitaria y acordaron ampliar el complejo de forma que se atendiera también
de forma gratuita a pacientes de menos posibles. Salazar incluyó también un
importante cupo para atención de funcionarios públicos aquejados de la
enfermedad.
Se construyeron nuevos
sanatorios, laboratorios de análisis, farmacias, un centro radiológico, y
servicios médicos de todas las ramas, incluyendo una clínica dental. El
complejo contaba con lavandería centralizada, una emisora de radio dirigida por
los enfermos (Radio Polo Norte), cines y comercios, una granja de cerdos, que
se engordaban con las sobras de comida de todos los sanatorios (los cerdos son
inmunes al bacilo de Koch), una vaquería propia, una central lechera donde se
pasteurizaba la leche, una central frigorífica para conservar los alimentos y
la primera red de telefonía de Portugal. Se llevó a cabo también un amplio plan
de reforestación del entorno.
A finales de los treinta, el complejo
contaba con más de veinte sanatorios, con 1100 camas. Durante la Segunda Guerra
Mundial, la falta de carbón llevó a construir un sistema de calefacción con una
central de vapor alimentada con leña. El complejo se convirtió en un centro de
referencia europea, en donde se organizaban congresos médicos a los que acudían
los mejores especialistas mundiales en tuberculosis. Algunos médicos famosos se
trasladaron allí para desarrollar su trabajo, como el doctor Tapia, exiliado de
la guerra española.
En pleno esplendor de su creación,
el doctor Lacerda se murió de un infarto en Lisboa, en 1945. Tenía sólo 55
años. Tuvo la suerte de no presenciar la decadencia del lugar, derivada de la
erradicación de la tuberculosis a partir del descubrimiento de la vacuna y la
generalización de los tratamientos antibióticos. El doctor tenía dos hijos:
Abel, médico que seguía la tradición familiar, y Joao, economista. El primero
era un apasionado coleccionista de arte y el segundo de automóviles. Aquí está
el origen del museo del que ya les he hablado, y al que dedicaré la segunda
parte de esta miniserie.
Muy culto este blog, tú...
ResponderEliminarNunca he ido de inculto. Excepto en economía.
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