No sé qué pensarán ustedes, pero
¡¡hay que ver qué educados somos los españoles!! Tan educados y tan tranquilos
que hasta se nos podría calificar de pasivos. Quiero decir, colectivamente.
Desde luego que, cuando tenemos un problema individual, peleamos lo que haga falta
hasta que lo resolvemos. Pero colectivamente, nos las tragamos cuadradas. A
estas alturas de la extorsión, los griegos ya se estaban pegando por las calles
y llevaban varios muertos.
No es mi intención dar ideas ni
empujar a nadie a conductas violentas. Pero es que lo nuestro es una pasividad
que ya huele. Somos una sociedad bastante desestructurada, aquí no hay el
tejido asociativo ni la tradición participativa que tienen, por ejemplo los
norteamericanos o los nórdicos. Sin ir más lejos, yo no voy ni a las reuniones
de mi comunidad de propietarios. ¡Qué coñazo, con lo cómodo que es quedarse en
casa leyendo un libro!
Y así nos va. Una muestra de esta
pasividad es la teoría que les enuncio más abajo. Por supuesto, no pretendo que
todo el mundo esté de acuerdo con ella. Me refiero a la reverencia que se le
tiene en esta tierra al Presidente del Gobierno. De forma que, si lo hace medio
bien, le renovamos su mandato en las siguientes elecciones. Sólo cuando lo hace
rematadamente mal, cuando la caga de manera estrepitosa, le damos una patada en
el culo. Esto sucede en una tierra en la que nadie se lee los programas
electorales, qué coñazo también, pudiendo dedicar la tarde a ver un partido por
la tele con unas cervezas y unos panchitos.
En nuestras elecciones generales,
se vota a favor o en contra del presidente. Las elecciones las gana el
presidente, o las pierde el presidente. Nunca las gana el jefe de la oposición.
Esta es mi tesis. Repasemos las elecciones celebradas desde que se terminaron
los nombramientos digitales, y verán de qué les hablo.
Adolfo Suárez fue el último
presidente nombrado a dedo, en 1976, por el Rey, en sustitución de Arias
Navarro. Convocó entonces las primeras elecciones libres, en 1977, para buscar
el refrendo de la hoja de ruta que nos proponía a los españoles. Ganó de calle.
Todo el mundo estaba de acuerdo. En 1979, ya con la Constitución promulgada,
vuelve a convocar elecciones, para ver si la gente quiere que siga al frente de
la nave, y vuelve a ganar de calle: los ciudadanos entienden que lo está
haciendo bien, que está cumpliendo lo prometido y lo votan.
En 1981, los poderes en la sombra
y el lado oscuro del franquismo falsamente readaptado a la democracia, convocan
ruido de sables (como suele decirse), mueven a los fontaneros de las cloacas
políticas y descabalgan al primer presidente elegido y aún adorado por la
mayoría de la ciudadanía, que no entiende nada de lo que está pasando. Suárez
designa sucesor a Calvo-Sotelo y ya saben la historia: el 23-F, se intenta que
el Congreso apruebe su nombramiento y entra Tejero en el hemiciclo dando tiros.
Menos mal que el Rey se puso las pilas, que si no, estábamos apañados.
Desde el 23-F, la gente empieza a
pensar que el nuevo presidente tiene mala suerte, que es un auténtico gafe,
sensación que se acrecienta cuando le suceden otras calamidades, como el caso
de envenenamiento masivo por aceite de colza. El paro está desbocado, el país
recela de los militares golpistas y se nos mete a capón en la OTAN, con un
referéndum un tanto sesgado. El tipo era además completamente inexpresivo, no
se sabía qué pensaba, porque su rostro era inescrutable. Un chiste de la época:
¿en que se parecen España y Portugal? Pues en que, el presidente de Portugal se
llama Pinto Balsemao, y el nuestro tiene pinta'embalsamao.
Octubre de 1982, terceras
elecciones generales. Calvo Sotelo pierde por goleada. Cierto que Felipe tenía
un gancho extraordinario, pero ese año le votaron más de diez millones de
españolitos, y les puedo asegurar que, por entonces, no había diez millones de
socialistas en España. Lo que pasa es que la prioridad de la gente era quitarse de encima al
gafe.
De las elecciones de 1986, 1989 y
1993, poco hay que decir. Felipe lo estaba haciendo genial, la gente lo idolatraba
y seguía ganando de carrerilla. Cierto que el PP se iba acercando cada vez más
y en 1993 el PSOE empezó a sentir su aliento en el cogote. ¿Por qué? Bueno,
había una cierta hartura de que siempre ganara el mismo, qué aburrimiento. Y
luego estaba el caso del GAL, que hizo mucho daño. Pero yo creo que los
españoles lo hubieran entendido y, sólo con eso, el PP no se hubiera acercado nunca
tanto. Lo que resultó definitivo, fueron los casos Roldán, Juan Guerra y otros similares, que permitieron a los atónitos ciudadanos constatar que muchos socialistas se estaban llevando el dinero
a manos llenas.
Todo esto le saltó en la cara a
Felipe en 1996. Las elecciones no las ganó Aznar, un caballerete poco conocido
entonces, aunque el hecho de sobrevivir a un atentado le había dado cierta
visibilidad añadida. Las elecciones las perdió Felipe. ¿Y qué pasó entonces?
Esta es la parte que va a suscitar más controversia entre mis lectores, que ya
sé de qué pie cojean, con escasas excepciones. Atención. En mi opinión, el
señor Aznar lo hizo muy bien entre 1996 y 2000. Reforzó la economía, saneó las
cuentas de la Seguridad Social, habló con ETA a pesar de que habían intentado
volarlo por los aires poco antes (otra cosa es que las conversaciones no fructificaran)
y algo que ya pocos recuerdan: suprimió la mili.
Desarrolló esa trayectoria con un
talante moderado, tal vez forzado por la necesidad de gobernar con CiU, un
partido que, hasta la llegada de Artur Menos, representaba a la derecha más civilizada de estas tierras. No soy yo el único
que piensa que Aznar lo hizo bien en esos años. La sociedad se pronunció a su
favor de forma mayoritaria en el año 2000. Aznar se vio premiado en estas
elecciones con una mayoría absoluta que jamás había soñado. Y en ese preciso
instante se le fue la olla. Se creyó que era un enviado de Dios (lo dice en sus
memorias recién publicadas) y empezó a desbarrar.
Lo cuento en plan telegráfico:
boda de su hija en El Escorial con Berlusconi, Blair y otros invitados,
desastre del Prestige, decretazo fallido para abaratar el despido, accidente
del Yak-42, reforma educativa rescatando la religión como asignatura
obligatoria, Plan Hidrológico Nacional desatando una guerra entre comunidades,
ridículo internacional absoluto en el conflicto de la Isla Perejil. Es difícil
acumular tantos disparates en cuatro años. Y lo peor de todo: apoyo activo a la
guerra de Irak, contra la opinión del 90% de la sociedad, incluyendo a la
mayoría de sus propios votantes.
Lo único bueno de este segundo
mandato: su decisión de no seguir. A pesar de las presiones de su partido, el
tipo se mantuvo firme en su decisión y nos libró de su presencia durante los
cuatro años siguientes que, por lógica progresión, habrían resultado
esperpénticos. Ahora parece claro que eligió a Rajoy como sucesor, para
poderlo manejar desde la sombra. Pero el designado perdió las elecciones y todo
falló. Siguiendo mi teoría, las elecciones de 2004 las perdió Aznar. La
sociedad española premió su mala deriva dándole una patada en el culo de Rajoy.
Desde el ala más
recalcitrante
del PP se sigue sosteniendo que las elecciones de 2004 se perdieron por
el atentado
del 11-M. No quieren admitir que perdieron precisamente por la mala
gestión de
la información de ese atentado. Un horror como ese, bien manejado, puede
incluso provocar una marea de votos por simpatía, que vayan a caer del
lado del partido que gobierna. Pero si
ese partido se empecina en mentir, cuando ya todo el mundo sabe la
verdad por
Internet… pues pasa lo que pasó. A los ciudadanos no nos gustan los
mentirosos.
No quiero extenderme más:
Zapatero se encontró con el poder por casualidad, lo hizo bastante bien en su
primer mandato, lo premiamos con una mayoría holgada en 2008 y entonces se vio
arrasado por una crisis arrolladora para la que le faltaba talla y preparación.
Y en las elecciones de 2011, los españoles lo premiamos con una patada en el
culo de Rubalcaba. Porque yo no conozco a nadie que hace un año estuviera
entusiasmado con la idea de que nos gobernara Rajoy. Y eso que aún no había
empezado a “hacer lo que hay que hacer” sin darnos ninguna explicación.
No me negarán que es una teoría
bien argumentada. Otra cosa es que se la crean. Por si acaso, uno que yo me sé debería empezar a poner las barbas en remojo.
Si señor; la historia de nuestra joven democracia muy bien planteada. Y respecto al último comentario, más le vale, porque si no se le va a quedar la carota en carne viva cuando reciba su justo merecido.
ResponderEliminarSupongo que quieres decir que se va a quedar sin barba en cualquier caso. Si no la va poniendo en remojo lo afeitaremos en seco. Gracias por tu aportación.
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