Nada, que con esto de las fiestas
y el fin de año, uno llega a autosugestionarse y pensar que, en el momento del
cambio de año, está traspasando una especie de frontera entre un tiempo y otro,
tránsito que subrayamos atragantándonos con las uvas, chocando nuestras copas
de champán y pensando que “to er mundo e’
güeno”. No quiero ser aguafiestas, pero no deben olvidar que el tiempo es un
fluido que transcurre de manera continua, indefinida e implacable. La manía de
fragmentarlo para medirlo, ha llevado al humano a establecer divisiones, que
luego conforman un calendario, algo que no es sino una convención que todos
aceptamos, similar al trazado de fronteras sobre un territorio que, antes de
eso, era también continuo.
La prueba de que es una
convención es que nuestro calendario no es el único, como saben. Nuestro
calendario, usado en todo el mundo occidental, es el llamado gregoriano, vigente
desde 1582, año en que lo aprobó el Papa Gregorio XIII, corrigiendo ligeramente
el calendario juliano, establecido por Julio César unos años antes de Cristo.
Los chinos, por ejemplo se basan en el año lunar, de modo que el día de Año
Nuevo cae cada año en una fecha (gregoriana) diferente. El Año Nuevo chino lo
marca la luna nueva más próxima al día equidistante entre el solsticio de
invierno y el equinoccio de primavera. En 2012, fue el 23 de enero. En 2013
será el 10 de febrero. Esa es la forma en que se fija también la Semana Santa,
una fiesta cristiana anterior al actual calendario. Por otra parte, los chinos
están ahora en el año 4710, a punto de
entrar en 4711. Cuentan desde el momento en que se estableció ese
calendario, más de 2500 años antes de Cristo. Su artífice fue Huang Di, a
quien llamaban el Emperador Amarillo.
Los años chinos se agrupan en docenas
y se dedican a doce animales diferentes, que se van repitiendo. El 23 de enero
pasado tuve ocasión de asistir a la celebración de la llegada del Año del
Dragón, invitado por la Delegación de Hong Kong en Europa, con cuyos
representantes en Madrid tengo relación hace años. Me contaron que, en ese
momento, había aumentado mucho el número de embarazos en todos los países que
se rigen por el calendario chino (Corea, Japón, Vietnam y otros, además de
China). Todo el mundo quería tener un hijo nacido en el Año del Dragón, algo
que garantiza toda clase de buenaventuras. Y lo que más molaba era que nacieran
al principio, porque entonces les toca la cabeza del dragón que es lo mejor de
lo mejor. El próximo 10 de febrero entraremos en el Año de la Serpiente.
Por su parte, los judíos están ya
en el año 5773. Su calendario, que también es lunar, se inicia con el Génesis,
el día de la creación del primer hombre, según está escrito en la Torá. El día
de Año Nuevo varía también con la luna, pero en este caso cae en el mes de
septiembre. Los ultraortodoxos, esos que llevan tirabuzones colgando junto a
las orejas, creen que en el día del Año Nuevo hebreo se predestinan los hechos
que habrán de suceder a lo largo de todo el año. Por eso deben portarse bien y,
entre otras cosas, no trabajar ese día. Es curiosa la costumbre judía de
celebrar las fiestas a base de no trabajar nada. Así lo hacen cada sábado. Los
viernes desarrollan una actividad febril, para comprar todo lo necesario para
la fiesta del Sabbath.
Y luego está el calendario
musulmán, que parte de Mahoma, por lo que está ahora en 1434. Éste tiene unos
años más cortos y otros más largos intercalados, se basa en el sistema sumerio
de medir el tiempo y también se ajusta a los ciclos lunares. Se compone de
series de 30 años, tras los cuales vuelve a coincidir con el nuestro. El mes
sagrado del Ramadán se va retrasando y por eso cada año se celebra en una fecha
diferente del calendario occidental. Los años que pilla en agosto, los
cumplidores estrictos del ayuno las pasan canutas, sobre todo si están en
occidente y han de realizar algún trabajo físico, como los futbolistas.
Seguro que todas estas variantes
les parecen una antigualla y una cosa arcaica y absurda, pero les puedo jurar
que nuestro calendario no es mucho menos absurdo. El calendario gregoriano es tan
acientífico como los otros. Me explico. Los días tienen un fundamento (una
rotación de la Tierra). Los años también (una traslación de la Tierra). La
semana tiene una correlación con el movimiento de la luna (el ciclo lunar dura
28 días justos). Pero ¿los meses? Los meses no responden a ninguna lógica
matemática. Son una división arbitraria del año. Tienen 28, 30 o 31 días, al aliguí. Si usted quiere averiguar qué
día de la semana es una fecha concreta, debe consultar su calendario, un ábaco
al fin y al cabo, porque no podrá deducirlo por ninguna regla matemática. ¿Sabe
usted qué día caerá el 12 de marzo? No. Para saberlo debe consultar el ábaco de
2013, que ya habrá comprado, como hizo los años anteriores.
Algunos científicos han propuesto
variantes más lógicas, pero ninguna ha triunfado. Es algo similar al esfuerzo
del esperanto, una idea maravillosa, que no tuvo ningún seguimiento. El
esperanto no lo habla ni Dios y no ha conseguido ser lengua co-oficial en
ningún país. Con el ánimo de promover una iniciativa igualmente absurda,
maravillosa y condenada irremediablemente al fracaso (lo que la hace todavía
más interesante), les voy a proponer un nuevo calendario, basado en premisas
matemáticas. Estoy convencido de que sería mucho más práctico que el vigente,
al menos para la gente “de ciencias”. Es un calendario muy sencillo, con
vocación de convertirse en universal, como el sistema métrico decimal.
La idea es basarse en la semana, un
intervalo que va al compás de la luna y está impreso en la mente humana desde la
creación divina, con su séptimo día de descanso. La semana sirve para medir los embarazos, las mareas y la
programación del trabajo de las empresas. La semana es cojonuda. Sin embargo,
descartaremos el concepto de mes, ese invento posterior sin ningún fundamento
científico. ¡Fuera los meses! El año tiene 365 días, o sea, 52 semanas.
52x7=364. Es decir, tendríamos un año de 52 semanas y nos sobraría un día. Ese
día podría considerarse el Día Cero, lo sacaríamos del calendario y sería el
día perfecto para hacer la gran fiesta de Fin de Año. Nos quedaría, entonces,
un año de 52 semanas justas. Pero 52 es divisible por 4 y eso nos lleva a un
año con cuatro trimestres idénticos, de 13 semanas cada uno.
Para hacerlo aún más lógico, propongo
hacer coincidir el Día Cero con el solsticio de invierno, entroncando con las
tradiciones de las que les hablé en la entrada nº 52. Eso hará que los cuatro
trimestres coincidan con las estaciones: trimestre de invierno, de primavera,
de verano y de otoño. Las semanas se numerarán por trimestres: segunda semana
de invierno, séptima de otoño ¿No me digan que no es perfecto? Una verdadera
máquina.
El problema de los años bisiestos
se soluciona haciendo ese año un Doble Día Cero, una fiesta de 48 horas. Al eliminar
los meses, podríamos prescindir de los calendarios, los días se llamarían con
un número del 1 al 364 y, para establecer una cita, bastaría con saberse la
tabla del 7. Por ejemplo, un amigo te dice: quedamos a cenar el día 129. Un
rápido cálculo mental: 129:7=18 y me sobran 3. Te están hablando del tercer día
de la semana 19 del año, es decir, el miércoles de la sexta semana de primavera.
Como les anuncié, es un empeño
sin posibilidad de hacerse realidad, pero ¿no me digan que no es sugerente? A
lo mejor, a partir de cambiar de calendario, iniciábamos una verdadera
revolución mental y acabábamos con los políticos y demás especies que nos hacen
la vida imposible. Piénsenlo.
Mientras se implanta el nuevo
calendario, les deseo un muy FELIZ AÑO NUEVO.