Han leído bien, no he dicho género, sino sexo puro y duro. A las edades que uno va teniendo, es indudable
que la atracción por el sexo contrario y la pulsión continua por practicar una mínima
actividad sexual cotidiana, se van mitigando y cada uno sobrelleva esta novedad
como buenamente puede. Si alguien piensa que me voy a poner a dar detalles de
mi situación particular al respecto, va de culo; esto no es un consultorio ni
una página de consejos o de mejora de la autoestima. Los seguidores de este
blog saben que, aunque aparentemente aquí se cuenta todo, en realidad soy
bastante hermético a la hora de revelar mis intimidades. En realidad, lo
primero que quiero desmentir es eso de que los hombres no hablamos de estas
cosas (bulo muy generalizado entre las féminas que, según creo, son mayoría
entre los seguidores de este blog, como son mayoría en cualquier asunto con un
mínimo interés). Pues no señor: los tíos no sólo hablamos de fútbol y de coches.
También comentamos otras cosas.
Por ejemplo, un seguidor de este
blog me hace la siguiente confesión: –Este año que termina he echado menos
polvos que votos en la urna. Es cierto que hemos tenido más elecciones que las
que nos hubieran gustado, que estábamos hasta la coroneta de tanta votar, pero
hagan la cuenta y saquen ustedes sus propias conclusiones. Sin embargo, esto se
refiere más al terreno de las oportunidades para practicar una actividad tan
placentera. Cuando uno es joven, las ocasiones le salen al camino. Basta no ser
demasiado feo, lavarse lo necesario, tener una sonrisa resplandeciente y
seguirle el rollo a las prójimas (o prójimos) que se te pongan a tiro. La
hormona hace el resto. Los jóvenes, para mí, son todos guapísimos. Da gloria
verlos. Sin embargo, los vejestorios ya no tenemos tanto tirón, qué le vamos a
hacer. Antes bastaba con ponerse en el río, en la ruta de los peces, para que
picara alguno. Como decía Fraga Iribarne: pra
pescar lo rodaballo, hay que mollarse o carallo. Ahora los peixes pasan de largo. Las canas, la
calva, la figura levemente cargada, pues echan para atrás a todas las
jovencitas.
Porque ya he dicho más arriba que
a mí lo que me gusta son las (y los) jóvenes. Cierto es que, hasta hace muy
poco, me ponían bastante las mujeres de mi edad, pero eso se va perdiendo. Y no
tengo queja al respecto; las jóvenes con las que comparto algún rato me siguen
bastante el rollo, me ríen los chistes y entran conmigo en divertidas esgrimas
mentales. Pero hay un momento en que la chica te dice alguna frase definitiva.
Por ejemplo: eres un tío cojonudo, hay que ver qué bien me caes, yo creo que es
porque me recuerdas a mi padre. Gran chasco. O esta otra: desde luego, hay que
ver que majo eres, tiene un mérito muy grande que estés tan al día y mantengas
la mente tan joven a tus años, osá, es que te lo juro, conozco a tíos mucho más
jóvenes que, a tu lado, son auténticos ancianos mentales. En ese momento uno
siente lo mismo que cuando entra al Metro y se levantan a la vez un par de
chavales a cederle el asiento. Que la cosa no va por donde a uno le parecía, oh
iluso. Pero eso no quita para que me sigan gustando las jovencitas. Tal vez recuerdan aquel estribillo del gordo Chiquetete, que decía:
Hasta aquí estamos hablando de factores exógenos, es decir, de los demás (y las demás), de las ocasiones y los obstáculos que uno se encuentra en su camino hacia un pequeño revolcón (que tampoco está uno ya para marcas atléticas). Pero ¿qué hay de nuestros anhelos, de nuestras ganas, de nuestra aptitud para responder al reto? Que yo recuerde, desde los 14 años, o antes, a mí cada vez que se me ponía al alcance una mujer un poco atractiva, la imaginación me volaba al instante hacia unas imágenes muy explícitas y la mente empezaba a buscar caminos o excusas para intentar llegar a lo de siempre. Tema delicado, porque las mujeres tienen una tendencia innata a tirar por dónde tú no quieres, de forma que, si eres demasiado directo, se cortan; si te quedas corto, se aburren y hay que buscar ese margen mínimo que les atrae sin llegar a espantarlas. Moverse en ese filo es difícil, pero apasionante.
Cuarenta y veinte
Cuarenta y veinte
Es el amor lo que importa
Y
no
Lo que diga la gente
Hasta aquí estamos hablando de factores exógenos, es decir, de los demás (y las demás), de las ocasiones y los obstáculos que uno se encuentra en su camino hacia un pequeño revolcón (que tampoco está uno ya para marcas atléticas). Pero ¿qué hay de nuestros anhelos, de nuestras ganas, de nuestra aptitud para responder al reto? Que yo recuerde, desde los 14 años, o antes, a mí cada vez que se me ponía al alcance una mujer un poco atractiva, la imaginación me volaba al instante hacia unas imágenes muy explícitas y la mente empezaba a buscar caminos o excusas para intentar llegar a lo de siempre. Tema delicado, porque las mujeres tienen una tendencia innata a tirar por dónde tú no quieres, de forma que, si eres demasiado directo, se cortan; si te quedas corto, se aburren y hay que buscar ese margen mínimo que les atrae sin llegar a espantarlas. Moverse en ese filo es difícil, pero apasionante.
¿Seguimos a mi edad con ese
pensamiento de monocultivo, que hace que nuestras prójimas digan (con razón)
que los hombres pensamos con esa pequeña cabecita que tenemos alojada en el
extremo de nuestro órgano más exclusivo y característico? ¿Seguimos soñando a
todas horas con darnos una alegría, aunque sea cortita? That is the question. Ya saben que yo soy un observador de la
condición humana, observación de la que se nutre en buena medida este blog. Así
que he preguntado a unos y a otros, he recolectado respuestas aquí y allá y me
he encontrado con un espectro de contestaciones que, más o menos, se contienen
entre dos extremos, que voy a personificar en dos amigos, a los que llamaré A y
B (ya saben que este blog es muy pudoroso a la hora de revelar identidades).
El amigo A me confiesa lo
siguiente: –Yo, la verdad es que ya nunca tengo ganas. Que coñazo el trabajo de
ligar, de buscar un lugar, de arriesgar tu estabilidad personal y mental por un
placer de unos minutos. Quita, quita. Yo ya no necesito eso y para mí es un verdadero
alivio, porque antes andaba todo el día pensando en lo mismo y ahora tengo
mucho más margen mental para pensar en otras cosas, para disfrutar de placeres
más complejos y más sutiles. Ahora, eso sí: yo, si hay que cumplir, cumplo. En
el otro extremo está mi amigo B, que niega la mayor. Mi problema es el
contrario –dice–, mi problema es precisamente que ya no cumplo. Ahora, ganas,
lo que se dice ganas, yo tengo continuamente, todo el rato, todos los
días.
Entre ambas situaciones extremas
nos vamos moviendo los sexagenarios, y no tengan duda de que influye mucho la
forma de ser, el carácter más o menos positivo, optimista, proactivo, abierto. Para
mantener cualquier actividad tenemos que poner algo de nuestra parte, ya sea
para correr, para nadar, para andar en bicicleta, para esquiar, para leer, para
escribir un blog o para seguir viéndote con los amigos y aguantándolos con sus
glorias y sus miserias. En primer lugar, seas joven o viejo, lo primero que
tienes que hacer es estar contento. Si estás contento, las mujeres te buscan.
Si te pones en plan cenizo, a quejarte y a dar pena, huyen de ti como de la
mierda. Y luego, hay que saber dejarlas llegar, seguirles el rollo, no ser ansioso,
ni ser antipático como un ajo. La seducción es una técnica sobre la que se han
escrito tratados.
Mi forma de ser que, esa sí,
queda clara y meridiana para cualquiera que siga el blog, les puede dar una
idea aproximada de en qué lugar me encuentro, dentro del espectro que delimitan
esas posiciones extremas. Además, habría que analizar en profundidad el
concepto cumplir. Qué es cumplir. Yo
creo que se trata de una expresión un poco arcaica, que bebe directamente del
papel tradicional del hombre, como sembrador de la simiente necesaria para la
perpetuación de la especie. Uno hace la siembra y ya está. Y luego piensa: ya
he cumplido. No cabe duda de que, a ciertas edades, ese papel, personificado en
la imagen de abajo, va perdiendo eficacia.
Pero tal vez haya que pensar en
un concepto diferente de cumplir. Uno
cumple, si se ajusta a sus propias expectativas, si pasa un rato agradable, si
hace que su pareja disfrute (para lo que tal vez sepan que la práctica del
coito tradicional no es la única que sirve). Si el sexo se libera de la
necesidad de procrear, uno se lo puede pasar muy bien. En mi caso personal, yo
no he tenido que cambiar mi contexto mental. Para mí el sexo ha sido siempre
una actividad placentera, en la que la posibilidad de un posterior embarazo era
algo que no añadía sino un terror atávico, una especie de vértigo (aunque nunca
tuve dudas de que sería un padrazo). Así que seguimos en la brecha. Mi problema
es que, a medida que voy siendo más viejo, las de mi edad me van motivando
menos (en su mayoría) y las más jóvenes me cortan cuando me dicen que les
recuerdo a su padre. En fin, que me viene a la memoria el viejo verso de
Campoamor:
Las hijas de las madres que amé tanto
Me besan ya como se besa a un
santo
A las puertas ya del 2017, no me
queda más que desearles un feliz año nuevo, lleno de buenas noticias (no como
este que se va). Y que ustedes y yo consigamos follar más que votar.