Se acaba otra semana de esta
situación de privilegio en la que llevo desde el 19 de febrero, día de mi
accidentado cumpleaños, situación consistente en que vivo como un jubilado,
cobro como un activo, hago lo que me sale de las pelotas, me divierto y, encima, ayudo a mis jefes de vez en cuando de manera clandestina. Con lo que están
sufriendo los sirios o, sin ir tan lejos, los homeless de mi propia ciudad, comprendo que es una indecencia que
me queje, y ahí lo dejo. No obstante, dicho lo anterior, he de confesar que empiezo a estar un
poco harto del tema. A ver si consigo explicarlo sin molestar a nadie. Lo
cierto es que yo me caí en invierno, está a punto de llegar el verano y se me
ha pasado la primavera entera sin levantar cabeza.
Tengo mis dolores y molestias,
pero no me quejo por eso. Lo que me pudre es la incertidumbre. Comprendo que
los médicos no pueden definirse más, pero les recuerdo que yo asistí a la
consulta con mi cirujano el 10 de abril, seriamente esperanzado de que me
dieran el alta; lo mismo me sucedió el 10 de mayo y, dentro de una semana, el
10 de junio, me volverán a examinar, radiografía incluida, y esta vez voy a
acudir a mi nueva consulta con las orejas gachas, convencido de que nuestro
querido doctor Gárate me volverá a decir que Santa Marta, Santa Marta tiene
tren, Santa Marta tiene tren, pero no tiene tranvía. Yo estoy a gusto, pero no
pierdo de vista que se trata de una situación provisional, que soy una especie
de jubilado en funciones, igual que el señor Rajoy es presidente en funciones. Y que las situaciones provisionales, ya que han de acabarse, lo mejor es que lo hagan cuanto antes.
Bueno, al señor Rajoy le encanta
eso de estar en funciones, porque así puede leer el Marca sin agobios, pero a
mí se me va acabando la paciencia. Yo soy un funcionario (palabra que viene de
función, precisamente) y me da rabia esto de estar en funciones. Lo único que
quiero es que mi hueso se pegue de una puta vez; que consigamos una señora Ashton
en condiciones. Después ya sé lo que tengo que hacer para recuperar la
funcionalidad de mi brazo e ir eliminando las molestias musculares y
articulares. Mientras tanto, la primavera se me está escurriendo entre los
dedos y no he podido hacer ningún viaje (tengo prohibido abandonar la Comunidad
de Madrid), ni estrenar mi nuevo Toyota Auris híbrido. Ni nadar, ni correr. Al
final, tiene razón mi amigo X, que dice que lo que no tengo es paciencia; que esta es la cualidad que define al paciente, y que yo tengo que asumir que,
mientras no me den el alta, soy eso: un paciente. Un paciente sin paciencia.
Por lo demás, sigo atendiendo
delegaciones extranjeras y haciendo contactos. Como mucha gente no acaba de
diferenciar hasta dónde digo la verdad y cuánto me invento, les voy a poner una
imagen de las tarjetas de visita que me entregaron los cinco arquitectos de una
consultora japonesa a los que paseé por el río la otra tarde. Son una
preciosidad. Ya les dije que acabamos hablando de Murakami y de las cualidades
del ramen. Quedé en llamarles cuando vaya a Tokio, donde también vive mi amiga
Rumi Satoh, de la que ya subí en su día alguna foto al blog.
Ayer jueves, después de que me quitaran los puntos colchoneros, acudí otra vez a la
oficina pero, tras las advertencias de mi colega de rehab inspector de trabajo,
lo hice de incógnito. Vean la imagen. Para disimular aun más, estuve a punto de
coger una pinza de la ropa y ponérmela en el bolsillo de la americana, con unos
cuantos números del cupón de ciegos. Cada vez que se me acercara alguien
sospechoso, podía ponerme a gritar dos iguales para hoy, premio seguro, dos
iguales para hoy. Hice un ensayo en mi casa, usando la entrada del concierto de
Bruce Springsteen y este es el resultado.
Al final, fui sólo con las gafas
y pasé bastante desapercibido. Por cierto, una amiga me dijo que, entre los
compañeros, ya nadie echa a correr para pillar el Metro, el bus o terminar de
pasar un semáforo en naranja, para que no les pase lo que a mí. Me alegro. Yo ya lo vuelvo a hacer a todas horas,
pero no dije nada, porque ellos es mejor que no intenten emularme. Entre unas cosas y otras, no paro
en todo el día. El miércoles era el primer día de mes en el taller de
conversación inglesa y me tocó escribir una presentación que fue muy valorada.
Hablé de un asunto familiar, que no puedo reproducir aquí. El sábado fui al
teatro a ver una obra que les recomiendo. Se llama Los vecinos de arriba y va a estar en cartel hasta el 3 de julio,
así que tienen tiempo. El director es el catalán Cesc Gay, que este año estrenó
una película muy buena: Truman, con Ricardo Darín y Javier Cámara, además de un
perro veterano que era el que daba nombre a la película y que era tan viejo que
ya se ha muerto.
La obra trata de una pareja que
están en problemas entre ellos y se les ocurre invitar a tomar algo en su casa
a los vecinos de arriba, a los que apenas conocen de vista. Los vecinos son
todo lo contrario que ellos: una psicóloga que se acaba de ligar a un
canadiense mucho más joven que ella y, al parecer, bastante bien dotado, como los
bomberos de La Coruña. Se generan una serie de situaciones muy divertidas. Y
hay que destacar el trabajo de una extraordinaria Candela Peña, que interpreta
a la mujer cabreada e insatisfecha con su pareja, con un auténtico recital de
gestos, caras y actitudes. Es tremendo cómo se estira cada poco la blusa, cómo
recoloca las sillas o entra al quite ante las situaciones más delicadas. Al final, cuando
salen todos a saludar y se la ve sonriente y pletórica como es ella al natural,
te das cuenta del enorme esfuerzo interpretativo que acaba de hacer.
En cuanto a la fanpage, todavía
no sé si sirve de algo, tengo constancia de que me sigue mi amiga Claudia desde
Berlín y que hay más de 20 Me gusta. Lo que sí crece bastante es el mailing, al
que muchos amigos me han pedido sumarse. La semana que viene tengo un programa
apretado. El martes y miércoles recibiremos a un alto cargo peruano al que aun
no tengo identificado. El miércoles me tocará contarle Madrid Río y pasearlo
por el parque. Pero el martes le van a explicar las nuevas líneas que se están
poniendo en marcha en nuestra nueva Área de Desarrollo Urbano Sostenible, antes
conocida como Urbanismo. Y me interesa poner la oreja porque ya se me ha hecho
saber que, cuando me reincorpore, cuentan conmigo para contar otras cosas
además del río.
Y el viernes, después que me
cuenten lo de que Santa Marta tiene tren, pero no tiene tranvía, he de encontrarme
con un grupo de holandeses en el restaurante Samarkanda, a cien metros de mi
casa. Aprovechando que van a comer allí, me acercaré a los postres para
mostrarles alguna presentación. Luego, en función de lo bien que nos
caigamos mutuamente, tal vez los acompañe en su programa de tarde, que todavía
no sé en qué consiste. Visto lo visto, maldita la falta que me hace que me den
el alta, lo que pasa es que, como les digo, las situaciones provisionales que se
eternizan sólo le gustan a Rajoy. Y, a todo esto, tenemos repetición de la
jugada electoral a la vuelta de la esquina. ¿Cómo motivarse para no votar en
blanco? Para lo que hacía Rajoy antes, con Wert, Mato, Gallardón y otros
portentos, pues casi que lo mejor es que vuelvan a quedar empatados y, ya si
eso, nos jugamos otra prórroga hasta Navidad. Aunque dice Pedro Sánchez que eso
no va a pasar. A lo mejor han de recurrir al lanzamiento de penaltis. Que pasen
un buen finde.
Pues ya que lo dice, menudo problema, a quién votar. Lo siento, pero no me acabo de fiar de Pablo Iglesias. Y los demás son bastante infumables. De una de estas, agarro y voto al Partido Animalista.
ResponderEliminarNo haga usted esa animalada, hombre. Votar a algún partido que no sea de los Cuatro Magníficos es tirar el voto, lo mismo que votar en blanco o aprovechar el día para irse de picnic. Yo, que me considero una persona moderada y con tendencia al centro o, como mucho, al centro-izquierda, sólo tengo clara una cosa: que no voy a votar al PP. Entre los otros tres, pues escucharé sus ofertas, cual mozuela en sazón, a ver si alguno de ellos me seduce. Desde luego que la elección es difícil.
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