Hace unos cuantos posts, a cuenta de mi accidente en el Metro, les hablaba
yo de esta sociedad estresada y enloquecida en la que vivimos, al menos los de
las ciudades grandes. Una vida que nos lleva a correr para pillar el Metro, o
el bus, o para llegar al otro lado de la calle cuando el semáforo se ha puesto
naranja o ha empezado a parpadear. Me contaron que el 75% de los
accidentes laborales in itínere se deben a esas carreras absurdas que, a cambio del riesgo de sufrir una caída y rompernos algún hueso, nos
permiten unos logros efímeros y absurdos: el semáforo se vuelve a
poner verde en un minuto, el Metro siguiente viene en tres minutos y el bus en
unos cinco. Sin embargo, todo el mundo lo hace, por lo que vengo observando
desde entonces, incumpliendo el segundo de los principios para una buena
vida que recomendaba Adolfo Bioy Casares y que les detallé en dicho texto.
Los repito de nuevo, por si alguien no los leyó, o los ha olvidado: 1,
buena salud; 2, ritmo lento, nada de prisas; 3, coito frecuente; 4, un cine
cerca; y 5, la familia lejos. Ayer, hablé largo rato con mi amigo Philippe, de
París, le mostré la radiografía de mi brazo roto y comentamos todo lo divino y
lo humano, atentados de Bruselas, traición a los refugiados sirios, locura de
la vida en las grandes ciudades, etc. Cuando le revelé los consejos de Bioy, se
rió mucho y me dijo que él practicaba tres de los cinco (es un hombre muy
familiar, no un lobo solitario como Bioy y, a sus 75 años, ya imaginan cual es
el otro que le falla, el mismo que a mí, que tengo 10 años menos). Eso me
hizo buscar algún otro decálogo o código de conducta más austero y menos propio
de gente tan epicúrea y disfrutona como el genial argentino, amigo de Borges y Cortázar. Lo que me
llevó a descubrir al doctor Letamendi. Veamos primero quién era este señor.
El venerable caballero que tienen a la izquierda, fue un eminente médico
y humanista del siglo XIX español. Nacido en Barcelona en 1828, estudió allí
medicina y poco después era catedrático de su Universidad. Pero un hombre
tan inquieto como él, no podía conformarse con eso, así que, siendo ya
el titular de la Cátedra de Anatomía de Barcelona, preparó las oposiciones a la de Patología General de la Universidad de Madrid, que ganó a la primera. Se trasladó entonces a la capital, donde vivió
hasta su muerte en 1897, con la suerte de no llegar a vivir el desastre del 98.
Madrid era una ciudad mucho más adecuada a las inquietudes culturales y vitales de este señor que, además de médico era nada menos que antropólogo, filósofo,
pedagogo innovador, escritor, pintor y músico aficionado. En esta última
faceta, Letamendi fue un virtuoso del violín, compositor de varias piezas
orquestales e introductor en España de la música de Wagner, autor al que
admiraba mucho, hasta el punto de que fue el primer extranjero que publicó artículos
en la revista Bayreuther Blattër que dirigía ese genio de la música.
Este auténtico humanista del siglo XIX publicó más de mil artículos en
periódicos de toda España, sobre temas de literatura, música, filosofía,
economía y, por supuesto, medicina. Y aquí viene la pregunta del millón: ¿cómo
es que este verdadero genio es prácticamente un desconocido en el mundo actual? ¿Cómo es que
alguien tan brillante pudo caer en un olvido tan tremendo? Bien, ya saben que
este es un país de gente envidiosa y cainita. Letamendi era además un catalán
que se fue de su tierra y, tal vez, en Madrid fue siempre considerado un
forastero. Esto son conjeturas. Lo que sí que parece que influyó es que fue
profesor de Pío Baroja a quien suspendió
en su asignatura al menos tres veces. El cáustico y genial escritor vasco, que
finalmente consiguió acabar la carrera a pesar de Letamendi, se vengó de la
afrenta incluyendo en El Árbol de la Ciencia una serie de alusiones, con nombre
y apellido, en las que ponía verde a aquel profesor que tan mal le había tratado: Por
dentro, aquel buen señor de las melenas, con su mirada de águila y su
diletantismo artístico, científico y literario; pintor en sus ratos de ocio,
violinista y compositor y genio por los cuatro costados, era un mistificador
audaz con ese fondo aparatoso y botarate de los mediterráneos –dice, entre otras descripciones crueles.
Sea por lo que fuera, Letamendi es hoy un completo desconocido, aunque
hay constancia de que era alguien bien conceptuado por ilustres intelectuales del momento, como Menéndez Pelayo, Marañón, Galdós y Laín Entralgo. Pero para la historia han quedado sus Consejos Para Una Vida Sana, que es por lo que lo hemos traído a
este blog, y que este hombre escribió en forma de poema, en concreto una décima,
que dice lo siguiente:
Vida honesta y ordenada
Usar de pocos remedios
Y poner todos los
medios
De no apurarse por
nada
La comida, moderada
Ejercicio y diversión
No tener nunca
aprehensión
Salir al campo algún
rato;
Poco encierro, mucho
trato
Y
continua ocupación
Creo que estos consejos son más apropiados para gente mayor como
nosotros. Yo los sigo bastante a rajatabla. Sobre todo lo de la continua
ocupación. Desde el lunes pasado acudo cada día a rehab y no digo nooo, nooo, no. Me someten a hora y cuarto de
estiramientos y ejercicios, de los que salgo baldado, aunque luego me voy
relajando según va avanzando el día. El gimnasio al que voy, está a media hora
de mi casa, caminando a buen paso. El lunes descansé, después de mi primera
rehab, pero el martes tuve mi club de lectura, en el que debatimos durante dos
horas sobre Técnicas de Iluminación, el último libro de relatos de Eloy Tizón, un
escritor del que no había leído nada y que maneja una prosa abrumadoramente
buena, que te absorbe y te hipnotiza, hasta dejarte más agotado que muchos de
los ejercicios que me ponen por las mañanas.
Ayer miércoles, me vestí con mi terno gris de invierno y bajé al
gimnasio, donde, como es natural, me puse una camiseta para los ejercicios. Al
acabar, me vestí de nuevo, crucé el Paseo de la Chopera y me constituí en la
Casa del Reloj, sede de la Junta de Arganzuela. Tenía allí una cita a las 12 en punto con una delegación de la
Comisión de Planificación y Obras Públicas del Área Metropolitana de Estambul,
encabezada por su director Hadi Diler, todo un personaje, como pueden comprobar
buscando su nombre en Google. Estuve con ellos dos horas, una de conferencia
(en español, con intérprete, sólo Mr. Diler hablaba inglés), y otra de paseo
por el parque del río y el Centro Cultural Matadero. Me despedí de ellos, pasé
por el gimnasio a recoger mi mochila y subí andando hasta Atocha, si bien hice
una parada en las Bodegas Rosell para tomarme un merecido vermú. De camino a casa pasé
por una hamburguesería que conozco, en donde me calcé una Tijuana Burguer de
tamaño natural, bien cargada de jalapeños. Tras una mínima cabezadita, me tuve que poner a hacer los deberes
pendientes de mi taller de inglés, al que me incorporé, también andando, a las
20.30, hasta las once de la noche, porque seguimos bebiendo en la barra tras
terminar el taller.
Hoy había pedido permiso para ir antes a la rehab, lo que me ha obligado
a levantarme a las 7.30, para estar allí a las 9.30. Hora y cuarto después, he
cogido un bus, un tren y un Metro hasta el Campo de las Naciones. Allí había
quedado a desayunar con África y mis colegas del curre, adonde no voy desde
hace mes y medio. Luego, no he tenido más remedio que entrar en el edificio de mi oficina,
porque tenía que entregar un parte de baja y me apetecía saludar a la gente. He ido
pasando por las seis plantas del edificio dando abrazos y besos, hasta las
14.30. Entonces me he ido al único bar interesante que hay en ese no-barrio, en
donde me he obsequiado con un cocido completo, rodeado de mis amigos los camareros
del lugar, que me habían echado de menos, porque antes solía comer allí al
menos un día a la semana. Luego, de nuevo Metro y tren hasta Atocha, una siesta
merecida, un té, un repaso a mis dos direcciones de correo electrónico para
contestar mensajes, y a escribir en el blog.
Ahora díganme: ¿creen que estoy siguiendo los consejos del Doctor Letamendi,
o no? Les prometo que todo lo he hecho a ritmo lento. Llevo tres días sin
parar, pero tranquilamente, sin apurarme por nada. Hoy, una cena frugal, por
aquello de la comida, moderada. Y, desde luego: poco encierro, mucho trato y
continua ocupación. En fin. Resulta que ya estamos en primavera y yo no me había
enterado, porque, como no ha habido invierno... Por eso me ha sorprendido el cambio de
horario. Cojonudo. A mí me gusta más este horario que el de invierno. Esas tardes largas. Mañana, después de la rehab, ya empezaré a vaguear, que llega el fin de semana y hay que descansar de tanto ajetreo. Y, a todo esto, mi proceso escultórico de construcción del callo de fractura lleva ya casi mes y medio, la mitad del tiempo previsto. Esto está chupao. Así que, como dicen en Tijuana: cuates, puro p'adelante, que p'atrás ni para agarrar vuelo.
No es por fastidiar pero, si está de baja, yo creo que debería descansar más. Es mi modesta opinión.
ResponderEliminarAgradezco su interés por mi salud, pero cuando estoy haciendo cosas me olvido de mis molestias. Además protejo el brazo de cualquier peligro y acabo por las noches más cansado, con lo que duermo mejor.
EliminarPues a mí me parece que hacer cosas que te gustan es algo que ayuda a sobrellevar cualquier inconveniente físico que te sobrevenga. El ánimo es fundamental para cualquier proceso de recuperación. Yo le recomiendo lo contrario que el señor de más arriba: haga usted lo que le apetezca (con cuidado, pero hágalo)
EliminarMe inclino más por esta segunda opinión, pero agradezco ambas. El ánimo no me falta, tal vez tenga que cuidar que no se me acabe la paciencia, que también es algo importante.
EliminarMira que eres fantasma. Lo digo por eso de coger un autobús, un tren y un Metro para ir a desayunar con tus colegas. Podías haber atravesado el Retiro y así añadías un barco de los del estanque.
ResponderEliminar¿Qué quieres? ¿buscarme las cosquillas? Mi gimnasio está en Legazpi. Para llegar desde allí hasta el destierro del Campo de las Naciones no hay mejor combinación: autobús 45 hasta Atocha, tren hasta Nuevos Ministerios y línea 8 de Metro al destierro. De todas formas, te agradezco la coña. Aquí son bien recibidos todos los comentarios, siempre que sean con educación. Un abrazo.
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