Como quizá hayan visto, me
escribe alguien de Argentina que me habla del truco del trilero, al que por
aquellas tierras llaman al parecer la
mosqueta. Según veo en las wikipedias, es un juego que se practica por
todas partes y cuyo origen se remonta al siglo III A.C. En otros lugares se le
designa con nombres diferentes: Dónde
está la bolita (México) o Pepito paga
doble (Chile). Lo cierto es que me he dedicado a observarles en la ancha
acera de la plaza de Atocha, más o menos frente al Brillante y otros bares de
la zona. Observarles tiene un cierto peligro, no se lo recomiendo, a menos que
sean como yo, personas inmunes a la pulsión ludópata. A mí me gusta jugar al
parchís, al dominó y a algunos juegos de cartas, pero el hecho de que se juegue
dinero no les añade para mí ningún atractivo. Y eso que se trata de juegos en
los que se pone en la balanza una cierta habilidad, como en el poker.
Ya si nos vamos a juegos
exclusivamente de azar, como la ruleta o el bingo, pues me parece algo de lo
más estúpido, aunque comprendo que, para el que le encuentre el punto, debe de
ser algo apasionante. A mí no me gusta jugarme el dinero al simple azar. Por
eso sólo juego (poco) a la Lotería en navidades y exclusivamente para que los
compañeros no me consideren un bicho aun más raro de como me ven. Les confesaré
algo: nunca he entrado en un bingo. Bueno, miento: entré una vez, cuando era
joven. Iba en un grupo amplio de gente que celebraba algo y habíamos bebido ya
bastante cuando alguien propuso ir a un bingo, que era algo muy divertido. Los
demás estuvieron de acuerdo y no me quedó más remedio que acompañarlos. En la
puerta, nos dijeron que no se podía entrar sin corbata; no obstante nos
ofrecían darnos unas chaquetas y unas corbatas que tenían en el perchero para
casos como ese. Ahí me adelanté yo proclamando muy enfadado que aquello era
algo humillante para unos rockers como nosotros. Varios me apoyaron y nos
fuimos, con gran alivio por mi parte.
Así que, si no están seguros de no caer en la tentación, no se acerquen a una mesa de trileros, como yo hice
varias veces en Atocha, hasta comprender la dinámica del asunto. El tema es
conocido. Un pequeño taburete plegable, un cartón encima, tres cubiletes
invertidos y una bolita que se esconde en uno de ellos, un jefe de maniobras
que los remueve e intercambia vertiginosamente con gestos de alta
prestidigitación. De vez en cuando se para y hay que adivinar dónde está la
bolita, para lo que se admiten apuestas. Alrededor, un grupo nutrido de mirones
aparentemente muy interesados, haciendo comentarios de vez en cuando y animando
las apuestas. Caen los billetes, alguien apuesta por el cubilete de la
izquierda, otros por el de la derecha o el centro. Cuando se descubren los
cubiletes, el que acierta se lleva la banca y se pone muy contento. Los
perdedores se echan las manos a la cabeza desolados.
Todo es una representación
teatral perfectamente orquestada. En realidad es un trabajo que da empleo a
toda la familia, incluidos cuñados y amigos para hacer bulto, señoras que hacen comentarios (qué ocasión más buena de ganarse un dinero, oiga) y hasta los niños
apostados en las esquinas de la plaza para dar el agua, avisando que llega la
policía, momento en que todo se desmonta a la carrera, el grupo se disgrega y todos silban disimulando, uno con el taburete plegado, otro con el cartón y otros los
cubiletes. Hay familias de calorros que son expertos en el asunto, aunque
también lo practican los payos. En realidad, andan por allí haciendo
movimientos intrascendentes, hasta que captan a algún curioso con pinta de
posible pagano. Es un truco en el que entra en juego la psicología, porque
enseguida saben quién puede caer en el engaño y quién no.
Cuando entra un primo empieza la
representación. Hacen ante él una serie de jugadas con apuestas creíbles, unos
ganan, otros pierden y todos hacen grandes aspavientos de alegría y cabreo,
según los casos. Todos los presentes están conchabados y se intercambian
billetes que son del grupo, incluso los que aparenta llevarse algún ganador,
que un rato después volverá al lugar. El mirón incauto cree que es fácil seguir
el cubilete que contiene la bolita y que no lo va a perder de vista. Realmente
es algo posible y hasta sencillo, pero el maestro de ceremonias no deja de mirar directamente a los ojos del primo en busca de un segundo de distracción. Es
difícil no tenerlo: por ejemplo, para sacar el dinero, o para contar
exactamente lo que se apuesta.
En el momento preciso en que el
tipo desvía la vista, el maestro hace un movimiento mínimo, casi imperceptible,
mucho menos ampuloso que los demás pases que continúa haciendo. En un segundo ha
intercambiado la posición de dos cubiletes y ya tiene al tipo convencido de que la
bola está a la izquierda, cuando la realidad es que está al centro. Es momento de poner dinero en
la mesa y forzar la apuesta. El primo saca su billete, lo suma a la puja y espera
confiado a que se descubran los cubiletes. Pierde siempre. Si se pone farruco y
protesta todos hacen piña, empujan, se hacen los indignados y acorralan al pobre
timado, que ya no puede recuperar de ninguna forma su billete. Con un par de
incautos que caigan, ya han hecho la mañana.
He dicho que es fácil seguir la
trayectoria del cubilete bueno y no perderlo de vista. Es fácil si no tienes
que apostar. O si llevas el billete preparado y no tienes que distraer la
mirada. Pero entonces, el maestro se busca otro truco, por ejemplo, cambiar la
cantidad mínima que ha de apostarse, o algo similar. Algo que distraiga la
mirada del primo un instante. Que es posible no perder de vista el cubilete que
contiene la bola lo demuestra un gato muy inteligente, al que han enseñado a hacerlo.
El gato se llama Kido y abajo tienen el video que demuestra que nunca se
equivoca. Véanlo. Es realmente sorprendente.
Los gatos son animales muy
inteligentes. Como he escrito en alguna ocasión, no se trata de animales
domesticados, sino asociados libremente al hombre, por su propia conveniencia,
algo que sucedió, al parecer, hace unos 10.000 años. Por eso el perro está todo
el día esperando que su amo le diga lo que tiene que hacer, mientras que el gato está
aparentemente a su bola, aunque siempre pendiente de todo lo que sucede a su
alrededor. Otra noticia de estos días sobre estos simpáticos animalitos: la
profesora Suzanne Shötz de la Universidad de Lundt, cerca de Malmoe (Suecia) ha
iniciado una investigación sobre el lenguaje de los gatos, a la que dedicará
los próximos cinco años. Según esta señora, experta en fonética, los gatos
salvajes no maúllan, salvo en casos de terror o tensión extrema. En cambio, los
gatos caseros se comunican todo el rato con sus amos, con diferentes
entonaciones en sus marramiaus para expresar placer, saludo, irritación o mayor
o menor urgencia.
Ya les conté que el gato del bar La Venencia, cuando quería salir a la calle, se lo hacía saber al cliente de la barra más cercano a la puerta, con gestos y fraseos que no dejaban lugar a dudas. La tesis de esta señora es que
los gatos han desarrollado un lenguaje específico para comunicarse con los
humanos, por lo que ella piensa que tienen diferentes acentos, en función de la
región o país del que sean sus amos. Si consigue demostrarlo, será algo
cojonudo. Los maullidos de los gatos gallegos dirán arre carallo, los andaluces te
kiri-ya d'aquí pisha ques-tás to'l rato en medio como el jueves, los
catalanes escolti nen, esta butifarra
está intragabla. Como nunca se creen lo que les cuento, aquí abajo tienen el vídeo en el que esta señora presenta el trabajo que va a iniciar. Está en inglés, pero así practican un poco. Buenas tardes. No se atraganten de procesiones.
El gato que gana al trilero es magnifico.
ResponderEliminarAmigo Mariano: bienvenido al blog, tus comentarios serán siempre recibidos con cariño... Y sí, el minino es realmente un smart cat. Un abrazo.
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