Les hablo del documental Red Army (Ejército Rojo), actualmente
exhibido en cines de estreno, aunque no creo que dure demasiado. Muy bueno
tiene que ser un documental para que consiga estrenarse en los cines; supongo
que recuerdan Searching for Sugar Man,
del que se habló en este blog. He visto Red
Army y se la recomiendo sin dudarlo. La película dura una hora y cuarto y cuenta
la historia del equipo nacional de hockey sobre hielo de la Unión Soviética , el mejor de la
historia, al que se conocía precisamente con ese nombre: Red Army. Se basa en escenas
retrospectivas muy interesantes, alternadas con entrevistas actuales a las personas
que hicieron posible ese equipo.
A través de la peripecia vital de
los jugadores y promotores del equipo de hockey, se muestra una visión panorámica
sobre lo que fue la Rusia
soviética, su posterior desmantelamiento y los esfuerzos actuales por
reconstruir un tejido social devastado. El hilo conductor de la historia es la figura del
capitán del equipo, el defensa Slava Fetisov, un sujeto ciertamente singular, con un carácter en el que sobresale una cualidad: la integridad. Cuando Fetisov está seguro de que su posición es justa, no negocia ni cede
un ápice en su reivindicación. Esa forma de ser le costó más de un disgusto en
el universo autoritario soviético. Hablamos de unos personajes (él y sus compañeros) que jamás se quejaron
de los entrenamientos extenuantes y el régimen cartujo que se les impuso. Pero
la dignidad es la dignidad.
Las imágenes del film son
impagables y no creo fastidiarles nada si les cuento algunas de las historias
que narra. El primer entrenador del equipo es realmente el creador de la
filosofía que lo hace único. El hombre, toma estrategias y rutinas del ajedrez
y del ballet, se estudia las rutinas del Bolshoi y la forma de entrenamiento
mental de los grandes maestros ajedrecistas rusos. El resultado es un juego
colectivo en el que todos se mueven continuamente por el hielo componiendo una
especie de coreografía indescifrable para el adversario, que nunca sabía por dónde
le venían los jugadores. Cada vez que van a interceptar a un atacante, cuando
lo enciman ya se ha desecho del disco
y hay otro que lo lleva por el lugar más imprevisible.
Este primer entrenador cae en
desgracia por un incidente bastante revelador del ambiente de los tiempos duros
del comunismo. Durante un partido, mosqueado por una decisión arbitral injusta,
ordena retirarse al equipo y se tardan 40 minutos en reanudar el partido, hasta
que le convencen de volver. El problema es que en la tribuna estaba Brezhnev,
que pierde 40 minutos de su valioso tiempo, monta en cólera y pregunta quién es
el responsable del desaguisado. El entrenador es destituido fulminantemente y
reemplazado por otro que es un auténtico cabrón. La relación con los jugadores
se enturbia y se despersonaliza; el primero los trataba como a hijos, el
segundo como a esclavos. Las imágenes actuales de ese primer entrenador, ya
anciano, viviendo en condiciones próximas a la miseria, son tremendas. En cuanto al cabrón, declinó intervenir en el film.
En el hockey sobre hielo las dos
potencias tradicionales eran Canadá y USA, cuyos clubes competían en la misma
liga, la poderosa NHL Nacional Hockey League.
La Unión Soviética
logró quebrar el monopolio de esas dos selecciones, hasta el punto de que, entre 1960 y 1990, fue la selección que ganó más campeonatos mundiales, a mucha distancia de la siguiente, además de seis medallas de oro en juegos Olímpicos de Invierno, en una serie sólo interrumpida por la final perdida en 1980 contra USA, en un partido cuyo resultado fue calificado de milagroso por la propia prensa americana. Nadie ha igualado un logro como este. Es algo insólito en el mundo del deporte. Una hazaña que les supuso a los integrantes del equipo un estatus de héroes
nacionales. Además, conseguían esto con un tipo de juego nada violento, muy diferente
del canadiense y norteamericano, en cuyos partidos se reparte leña abundante.
En los inicios de la apertura de
Gorbachov, se empieza a pensar en permitir la salida de los mejores jugadores rusos, a
los que quieren fichar diferentes equipos de la
NHL (en los tiempos más duros tenían prohibido salir del país, excepto
a olimpiadas y campeonatos, a los que acudían vigilados de cerca por agentes del
KGB). Pero se les pone como condición que entreguen sus sueldos supersónicos a la embajada rusa, que les
pagará un 10%. Fetisov se planta por primera vez: él no se va si no se queda con
el sueldo íntegro que gane. Le prometen que un año después aceptarán sus
condiciones. Pero, llegado el momento, le dicen que verdes las han segao, ante lo cual decide abandonar el equipo
nacional. En unas horas pasa de héroe a villano. Le ponen verde en la prensa,
le excluyen de cualquier acto público, le prohíben entrenar y hasta le dan una
paliza.
Más adelante, cuando el régimen
se descompone del todo, por fin pueden todos salir y fichar por equipos canadienses y
americanos. Allí su vida tampoco será fácil. El juego en la NHL es muy diferente, con una
violencia a la que no están acostumbrados. Se enfrentan también a comportamientos
racistas y problemas con algunos compañeros, que piensan que han venido de fuera a quitarles a los de casa su medio de ganarse la vida. Actualmente, algunos de ellos siguen en Occidente,
trabajando como agentes de jugadores. No es el caso de Fetisov, que quiso
volver a su patria y ayudar allí a la reconstrucción de un país devastado por
el desmantelamiento apresurado de las estructuras soviéticas. Sabedor de su regreso,
Putin le ofreció el cargo de Ministro de Deportes, responsabilidad que aceptó. Desde ese puesto, que continúa ostentando, desarrolla una actividad incansable creando infraestructura
deportiva y fomentando el deporte en la educación.
Y, ya que hemos hablado de Putin,
hay que empezar por admitir que su desempeño no es del todo democrático, pero tampoco lo es el
del Rey de Marruecos y otros jefes de estado a los que se toleran comportamientos
similares, por no hablar del régimen chino. Emmanuel Carriere, en su libro Limonov, del que ya les he hablado, no
habla mal de Putin, e incluso comienza el libro con la cita de una frase suya: “El que quiera hoy restaurar el comunismo no tiene cabeza; el que no lo eche de menos no tiene corazón”. Ahora mismo, la imagen
que da la prensa occidental de este señor, es la de un tirano con cuernos y
rabo y una peste a azufre importante, pero detrás subsiste un problema
geoestratégico sin resolver. Como saben, la Unión Soviética se vino abajo
ella sola, por su incapacidad de competir comercialmente con el mundo
occidental y la imposibilidad de contener el ansia de libertad de sus
ciudadanos, hartos de malvivir en pos de un objetivo inalcanzable.
En ese momento, se independizan
Polonia, Hungría y los demás países del Pacto de Varsovia. ¿Y qué es lo que hace entonces Occidente? Pues apresurarse a meterlos a todos en la OTAN. También en la Unión Europea , para disimular,
y sin importarle que la funcionalidad de la Unión se vea gravemente comprometida. Es decir,
USA consigue colgarle de las barbas a
Rusia todo un rosario de países de la OTAN.
Lo mismo que intentó la URSS con la sovietización de Cuba. Desconozco si
en los antiguos países satélites de la
URSS hay ahora misiles apuntando a Moscú, pero no me extrañaría
lo más mínimo. O sea, lo mismo que escandalizó a Kennedy y estuvo a punto de
provocar la tercera guerra mundial. Putin no se puede permitir una Ucrania integrada en la
OTAN y tiene motivos para no fiarse de Occidente.
Todo esto de la Guerra Fría larvada tiene un
punto rancio que me desagrada profundamente. Creo que Occidente debería olvidarse
de esa mierda, sellar lazos con Rusia y entenderse con Putin para defendernos
juntos del enemigo yihadista, que es el verdadero peligro para la civilización.
Mientras nosotros discutimos sobre galgos y podencos (con más de 5.000
muertos ya en Ucrania), ellos avanzan metro a metro en su camino regresivo
hacia una nueva Edad Media. Y no olvidemos que el nacimiento del yihadismo también es una consecuencia de la Guerra Fría: la cosa se inicia a partir de la financiación por la CIA de un movimiento
guerrillero contra la invasión soviética de Afganistán. Les dejo el link de un
interesante análisis del conflicto ucraniano, por si no lo han leído. AQUÍ lo tienen. Que pasen un buen fin de semana.
Es usted ciertamente sorprendente e imprevisible. Después de descalificar al régimen cubano, ahora se descuelga con una loa al señor Putin teñida de añoranza al sistema soviético, que es el sistema que generó dicho régimen.
ResponderEliminarParece mentira que aun no me haya pillado usted el punto. Aquí se habla de sentimientos, de afinidades y fobias a los personajes públicos, que nada tienen que ver con su orientación ideológica concreta. Ya he dicho cien veces que no soy un analista político y también que entro a los temas sin prejuicios, sin ideas preconfiguradas por una ideología de las que guían a los militantes de los diferentes grupos. Y digo las cosas como las siento, sin esperar a que El País o el ABC me digan lo que debo opinar y sin preocuparme de que me tilden de antiguo o moderno, izquierdista o facha, hipster o demodé. A estas alturas, lo que menos soy es sorprendente.
EliminarA mí me parece que el señor Putin, don Vladimir, no tiene pase. Ni por historia, ni por talante, ni por su política interior ni por la exterior. Es un tipo formado en el KGB, que tiene sueños de grandeza: sueña con reconstruir el viejo imperio soviético. Para este hombre, el fin justifica los medios, aunque sean los más violentos. Sin olvidar que, con la Constitución rusa en la mano, no podía estar más de dos mandatos. ¿Solución? Muy fácil. Pone a un machaca suyo para que encabece un mandato intermedio (en el que sigue mandando el propio Putin) y luego vuelve a la presidencia para otros dos más. Total: cinco mandatos seguidos (por ahora). Parafraseándolo a usted, yo no le dejaría al cuidado de mis hijos. ¿Acaso usted sí?
ResponderEliminarYo tampoco se los dejaría, pero tampoco a muchos otros dirigentes de países amparados y patrocinados por USA. Pero eso no tiene nada que ver con lo que yo estoy diciendo. A mí me parece que los americanos querrían un presidente de Rusia sumiso y pasivo, listo para recibir pescozones por todos lados. Y, como les ha salido respondón, pues ahora exageran todas sus características antidemocráticas para presentárnoslo como un tirano.
EliminarFrente a eso, yo creo que Occidente podría desarrollar una política menos agresiva y tender puentes con Rusia, que ya no es la misma amenaza de los tiempos soviéticos, y menos con el desplome de los precios del petróleo. Se les podría dejar en paz y requerir su colaboración contra los fanáticos islámicos. Esos sí son una amenaza.