La otra noche, en mi club
de lectura, analizamos el libro de Reinaldo Arenas Antes que anochezca, un texto
interesante, más como testimonio que como literatura (al menos en mi opinión).
El libro tiene cinco partes diferenciadas que cuentan la vida del protagonista
(el propio Arenas, que habla en primera persona), sobre el fondo de otras
tantas etapas de la historia de Cuba. La primera parte cuenta su infancia en
una zona rural muy pobre y atrasada, en tiempos de la dictadura de Batista. La
segunda, es la adolescencia de Reinaldo, tras el triunfo de Castro. El joven se
suma a la Revolución ,
es empleado como contable y consigue llegar a La Habana , en donde empieza a
escribir en medio de la euforia e ilusión de la fase fundacional del castrismo,
gana algún premio literario y accede a los ambientes culturales. La tercera
parte corresponde a los tiempos del estalinismo y la represión brutal de los
escritores e intelectuales. Reinaldo se convierte en un perseguido, por su doble condición de
disidente y homosexual, acaba en el penal de El Morro y el libro cuenta con
todo detalle las penalidades que sufre durante sus largos años de cárcel.
En la cuarta parte, tras ser
liberado, malvive en los ambientes marginales de La Habana , donde la gente, perdida ya toda ilusión, se dedica a la tarea sobrehumana de la supervivencia
bajo un régimen de terror y escasez económica. Por último, la quinta parte relata el exilio. Fidel
responde a la presión internacional para que abra sus fronteras, enviando a
Miami a los delincuentes comunes y colgados del país. Reinaldo Arenas, que está
vetado para viajar al extranjero, consigue alterar sus documentos de identidad, añadiendo un
punto sobre la delgada e de su apellido escrito a mano, de forma que los encargados de
supervisar la partida de los frikis que Fidel se quita de encima, leen Arinas
y le dejan salir. Los diez años de exilio hasta su suicidio en Nueva York,
enfermo de SIDA, coinciden con el desprestigio general de la Revolución , excepto
para cuatro fieles como García Márquez. Willy Toledo tenía por entonces 10 años
y aún no había empezado a decir chorradas.
He de decir que, frente al
entusiasmo unánime de los demás miembros del club de lectura, mi visión es,
como siempre, disidente. A mí me parecen buenísimas las partes 1, 2 y 3. Me
resulta bastante irritante la 4 y muy ligera e insuficiente la 5. Y creo que la
cosa tiene una explicación ligada a las circunstancias en las que escribe este
señor (no hay que descartar la posibilidad de que el libro, publicado años
después de su muerte, sea el resultado de una labor de corta y pega de sus
albaceas y, desde luego, el autor no pudo darle una última corrección). De
atrás a delante, la parte 5 es floja porque el tipo está ya enfermo y,
literalmente, no tiene tiempo de contar sus años de exilio con el detalle con
que ha contado lo anterior. Después de sus penalidades en Cuba, yo creo que su
vida de profesor de literatura en distintas universidades, su estancia en Saint
Nazaire con una beca para que escribiera lo que quisiera, sus éxitos
editoriales y sus agasajos continuos, tuvieron que ser una especie de paraíso,
del que no disfruta por haber ya contraído una enfermedad en esos momentos
mortal.
Las partes 3 y 4 están escritas
casi en el momento en el que se producen los hechos que se cuentan. Arenas
escribe primero oculto en el parque Lenin de La Habana (donde ha de hacerlo
antes que anochezca), mientras lo busca toda la policía del país. Y
luego en la cárcel. El relato de sus penalidades en la parte 3 es prolijo pero
interesante por terrorífico, aunque sobre este tema he leído análisis más profundos, como el que hace Solzhenitsyn en su Archipiélago Gulag. En
cambio, el relato de la mugre de las chabolas de La Habana y la vida caótica,
mísera y envilecida de los homosexuales, en una permanente orgía de sexo
promiscuo indiferenciado, al menos a mí, me parece un coñazo. El tipo hace de notario de una serie de hechos insignificantes y repetitivos, que cuenta como si fueran interesantes (y parece que lo eran para los demás contertulios de mi club). Es un relato costumbrista,
con un punto esperpéntico, que a mí, como conocedor de Valle Inclán, no me
impresiona demasiado.
Así que al final, lo que más me
gustó del libro fueron las partes 1 y 2. ¿Por qué? Pues, entre otras razones,
porque se trata de textos escritos a posteriori, muchos años después de
que suceda lo relatado. Es decir, filtrados y seleccionados por la
reelaboración de la memoria. La memoria es una herramienta básica del escritor que, en cuanto tiene una mínima perspectiva, elimina los pasajes intrascendentes, justamente
relegados al olvido. Aunque también es cierto que la memoria es mentirosa: el
ser humano tiene una tendencia irrefrenable a manipular el relato de sus
aventuras, mejorando siempre su participación en ellas. Es algo normal, siempre
que se controle. Yo soy muy cuidadoso con estas cosas y les puedo asegurar que,
cuando mis posts incluyen alguna manipulación de ese tipo, les añado la
etiqueta “Relatos”, que pueden, si quieren, repasar, para ver a qué me refiero.
En mi etiqueta Relatos
encontrarán diversos incidentes automovilísticos, o mis textos sobre los
espectros en el Campo de las Naciones y los fantasmas de la antigua Gerencia
de Urbanismo. Entre mis posts más recientes, pueden comprobar que, por ejemplo, la
narración de mi caída en el Retiro mientras corría, no contiene la etiqueta Relatos.
Es que la cosa sucedió tal como la cuento (se lo juro). Me caí al pie de una
señora que marchaba rumbosa con un chándal de tactel y que se paró a echarme
una bronca. Otra cosa es que ciertas partes de la historia resulten inverosímiles. Pero una cosa es
la verosimilitud y otra la veracidad. En cambio, mi anécdota en el aeropuerto
de La Habana ,
sí tiene la etiqueta Relatos, porque contiene una pequeña manipulación que
les voy a desvelar.
No, no. No es la descripción del tal
Danilo, les juro que el tipo existió, que iba vestido de verde oliva y llevaba dos cartucheras
cruzadas (fue también este sujeto el que, vestido de la misma guisa, nos eximió de la cola en la heladería Coppelia, proclamando que éramos amigos de la Revolución). Así que no es eso lo manipulado. La realidad es que en el pase de revista yo no estaba al lado de
Pepe Ortega, sino en el otro extremo. Yo vi que Danilo se paraba con él más que
con los otros y luego me explicaron lo que había pasado. Pero creo que, si lo
hubiera contado como sucedió, hubiera perdido vis cómica y calidad literaria. Es decir, que cambio los hechos, pero soy consciente de hacerlo (y por eso le pongo la etiqueta Relatos)
y además no lo hago tanto por mejorar mi papel en el asunto (que también, un
poquito), como por convertirlo en un relato más literario y ameno.
Mi padre, gran narrador oral de toda clase de historietas, a veces tomaba un chiste que le habían contado por la calle y lo reelaboraba para darle más
gracia. Eso le llevaba a largos preámbulos en los que situaba un contexto
imaginado por él. Por ejemplo, decía: el boticario de mi pueblo (en La Mancha ), cada día abría la
persiana de su negocio y se tiraba un rato fumando en la puerta. Un día pasó un
señor y le dijo, etc. etc. Y entonces, cuando ya te tenía pillado, te soltaba
la historia principal. A menudo, yo me revolvía con fastidio: Papá, ese es un
chiste que me contaron a mí hace un año y no era en La Mancha , sino en Galicia,
con un tendero de ultramarinos.
La literatura y la memoria están
hechas de mentiras, pero (algo muy importante) siempre amasadas con verdades
para hacerlas verosímiles. El problema es cuando esta manía de manipular los
recuerdos se convierte en compulsiva y escapa de control. Un caso reciente de esto que les digo, es
el del locutor de televisión norteamericano más popular, que estuvo doce años
sosteniendo que iba a bordo de un helicóptero que fue derribado en Irak, cuando
en realidad él viajaba en otro que llegó al lugar una hora después. El tipo se
lo había llegado a creer como cierto. AQUÍ
tienen la noticia contada con todo detalle.
Pero el caso más increíble de todos es el
del señor Enric Marco, presidente de la asociación de víctimas españolas de los
campos de concentración nazis, que llegó a hablar en el Congreso de los
Diputados emocionando a todos los presentes, cuando en realidad no había visto
uno de esos campos ni de lejos. Sobre este apasionante caso se centra la novela
El Impostor, que he empezado a leer después del libro de Reinaldo Arenas
y que me parece maravillosa. Su autor, Javier Cercas, indaga en la vida de
Marco y descubre que el tipo lleva mintiendo sobre su vida, desde antes de la
guerra española. Que es un manipulador que se ha construido una identidad paralela. En
un par de días he leído un tercio de este libro extraordinario, en el que
Cercas cuenta todo el proceso de entrevistar a este señor, de cerca de 90 años,
para irle sonsacando datos, que luego intenta comprobar en archivos y hemerotecas.
Le acompaña en su trabajo su hijo
de 18 años, futuro cineasta, que filma las entrevistas, para que el padre no
tenga que tomar notas y pueda concentrarse en controlar a su escurridizo
interlocutor. A veces, comentan por la noche los hechos del día y, en una de
esas cenas, el padre hace una reflexión: en el fondo, Marco es en parte como Don Quijote, que, harto
de su vida mediocre, se construye otra imaginaria, épica, brillante y
apasionante. Respuesta del hijo: no, papá, éste es mucho mejor. ¿Y por qué?
Pues porque a Don Quijote la gente lo tomaba por loco y nadie se creía esa
segunda personalidad. En cambio, este tío logró engañar a todo el mundo durante
años. Y concluye el hijo con mucho énfasis: –éste es el puto amo.