Calor asfixiante. Vientos en
calma. Perspectiva idéntica para esta semana, la que viene y las demás. Las
empresas hacen horario de verano y eso genera atascos a unas horas
determinadas, creando la ilusión de que hay mucho tráfico. En realidad, hay
menos; se nota que los colegios están cerrados, pero los horarios de entrada y
salida de las oficinas se unifican y el oficinista es un elemento que prefiere
viajar en coche, fresquito con su aire acondicionado y su música. Lo digo por
experiencia propia. Por la mañana, todavía puede resultar agradable viajar en
Metro, con un E-book o un periódico.
Pero al mediodía el coche no tiene rival, a la hora de volver a casa y
encerrarse a esperar el atardecer.
Son estos los días más calurosos
del año, justo un mes después de los días más largos. La jornada ha empezado ya
a acortarse, pero las horas de la tarde se hacen interminables. En invierno
también los días más fríos suelen ser a finales de enero, un mes después de los
más cortos. Son efectos de la inclinación del eje de la Tierra sobre el plano
que describe el movimiento de traslación, el famoso ángulo de la eclíptica,
dicen los astrónomos (yo me lo creo pero, lo que se dice entenderlo, no lo
entiendo del todo: ¿si el eje de rotación fuera perpendicular, qué sucedería?
Si alguien lo sabe, que lo diga. Prometo averiguarlo).
He pasado unos días en Muros, La
Coruña, en un ambiente mucho más fresquito. Me he bañado en el agua helada del
Atlántico, no me ha picado ninguna faneca brava, he dejado el salitre secarse
sobre mi piel, me he lubrificado las membranas, resecas del aire madrileño, me
he refrescado con la brisa del océano, he comido percebes, nécoras, cigalas,
pulpo y calamares recién pescados, he bebido cerveza La Estrella de Galicia y
albariño helado, he probado las empanadas de calamares en su tinta y de
zamburiñas y el lacón guisado con patatas a la manera de la zona. Y, encima, he
dormido con la profundidad incomparable que te da la proximidad del mar, sólo
turbada por las escandaleras intermitentes de las gaviotas, que gustan de
dirimir a grito pelado sus diferencias, a la hora en que se susciten.
No me disgusta el Madrid
veraniego, pero es necesario salir de vez en cuando a refrescarse. Los cambios
de ambiente son buenos para el cuerpo. Supongo que conocen la costumbre de los
asturianos de bajar en verano a tierras leonesas “a secarse”. Yo prefiero
el norte para mis escapadas veraniegas. Uno se refresca el cuerpo y la mente.
Las membranas cerebrales también hay que lubrificarlas, a base de desconectar de
Internet y estar unos días lejos de Bárcenas y los demás. Caminando por un
monte gallego, esas historias resultan lejanas. Mi coche ha estado también
bastante a gusto, creo. Era una experiencia nueva para él eso de dormir al raso
y aparecer por las mañanas cubierto con el rocío salino de las madrugadas
costeras.
A fuerza de salir de vez en cuando,
el trago de la canícula se va pasando, en espera del maravilloso otoño. A falta
de semana y media para mi viaje escocés, los bolos de cicerone de Madrid Río se
me acumulan. Hace unos días me tocó acompañar al Alcalde de Berlín, el amigo
Klaus Wowereit, a quien no había dejado en demasiado buen lugar en mi post #57
“La deuda de Berlín I. Los datos”. Aunque, quien se haya molestado en leer la
segunda parte, “La deuda de Berlín II. Las reflexiones”, post #60, se habrá
encontrado con razonamientos que en parte justifican una manera de gastarse el
dinero público, digamos keynesiana, últimamente no muy bien vista debido a los
excesos a que ha llevado.
Para quién siga pensando que me
invento los datos y todo eso, el propio Wowereit en persona me confirmó que la
cifra de la deuda de Berlín hoy (ahora, mientras usted, querido lector,
consulta el ordenador para buscar mi última parida) es de 63.000 millones de
euros. Convendrán conmigo en que, si el Deportivo de La Coruña está en riesgo
de desaparición por una deuda de 156 millones, lo de Berlín es algo
sencillamente imposible de pagar. El otro día se supo que Detroit, la ciudad
natal del bueno de Rodríguez, se ha declarado en suspensión de pagos, tras
llegar a la conclusión de que no va a poder devolver nunca los 15.000 millones
de euros que debe. Por si no lo recuerdan, la deuda de Madrid asciende a 7.000.
En Madrid, cuando viene de visita
alguien tan importante, normalmente lo recibe el Alcalde, acompañado por toda
la cúpula de políticos y logreros que suelen pulular alrededor del poder. Pero,
en contadas ocasiones, el Alcalde, por el motivo que sea, no puede atender a su
homónimo. Inmediatamente, todos los demás de la pirámide de poder se borran del
asunto y el embolao le acaba por caer al último pringao. Es decir, el que suscribe.
Me ha sucedido ya unas cuantas veces a lo largo de mis treinta años de
funcionario. En el caso del Alcalde de Berlín, la Alcaldesa tenía algún
compromiso ineludible, y tengo que decir que, en esta ocasión, fui arropado por
algún concejal y varios miembros del protocolo municipal.
Mi tarea se limitó a decidir el
recorrido y las paradas, dar una pequeña explicación al Alcalde en cada una de dichas
paradas (en inglés) y contestar a sus preguntas. Y he de decir que no empaticé
mucho con él. Las primeras preguntas que hizo, tenían que ver con cuánto había
costado la operación y no pude evitar mencionar el tema de las deudas actuales de Madrid
y Berlín. Eso estableció una especie de barrera de prudencia mutua. Yo sabía
cuánto deben y él sabía que yo sabía. No me resultó un tipo cordial. Hice mi
trabajo y nos despedimos.
No siempre son así las cosas.
Hace unos años, por ejemplo, me tocó pasear al Alcalde de Lyon, que había aparecido
por Madrid medio de incógnito para ver un partido de Champions Olimpique-Real
Madrid. Lo habían recibido personajes de segunda fila, porque Gallardón estaba
fuera. Antes de comer, le habían soltado un rollo patatero en español, con ayuda
de un intérprete, sobre la política municipal madrileña, y el tipo estaba harto
de protocolo. Por la tarde quería hacer una visita a las obras del río y que se las contara un
técnico, a ser posible en francés. Me llamaron precipitadamente y tuve que
cancelar una comida que tenía con unos compañeros.
Me indicaron que lo esperara en
la calle, a la puerta del restaurante donde estaba con la gente de su Embajada.
Al salir, nos presentaron. Le saludé en francés, enfatizando lo honrado que me
sentía de atender a tan importante visitante, etcétera. Y, antes de soltarle la
mano, añadí: “Pero sepa usted, que el Madrid les va a eliminar”. Me miró como
si me viera por primera vez. Sostuvimos un combate visual de unos segundos. Al
final, habló, para decir: “Eso ya lo veremos”. Soltamos la carcajada a la vez y
a partir de ahí todo fue cordialidad. Era un tipo bastante simpático, que ponía
mucha atención en los detalles técnicos que yo le explicaba y estaba muy
interesado en el proyecto. Y, por cierto, perdí el envite. El Madrid cayó en
octavos, igual que todos esos años, hasta la llegada de Mourinho.
Antes de irme a Escocia, tengo un
último bolo. He de enseñar el río al Gobernador de la provincia china de
Guangdong, señor Xu Rui
Sheng, acompañado por otros cinco funcionarios de la República Popular. Les
tendré al tanto.
No me lo puedo creer, que el Alcalde de Lyon le hiciera espera en la rue, mientras apuraba su café, copa y puro. Para los que piensan que los europeos son mas educados. Debe de ser la "grandeur" de los franchutes.
ResponderEliminarTenga cuidado con los chinos. No son de fiar.
No es algo tan raro. Cuando me llamaron, el tipo ya estaba entrando en el restaurante. Peor fue lo del otro día: tuve que esperar al Wowereit a la puerta del Ritz, mientras desayunaba con la cúpula local en pleno. Podrían haberme invitado a ese desayuno, pero no lo hicieron y tuve que esperar fuera con los conductores. A los que "no somos nadie", políticamente hablando, es lo que nos toca.
ResponderEliminarEn cuanto a los chinos, mi experiencia con los de este nivel es que son bastante majos, no tan educados como los japoneses, pero corteses y amables.
Eso no se le hace a un amigo habitual de su blog como yo. El tercer párrafo sobre su estancia en Muros es un derroche de "motus envidia" que merece al menos una disculpa por su parte.
ResponderEliminarNo obstante me alegro lo haya pasado usted bien.
Mis disculpas, querido Groucho, se me olvidó poner una etiqueta de "Precaución. Este texto contiene párrafos que pueden herir la sensibilidad del lector coruñés alejado de su tierra". La ocasión fue una celebración familiar muy especial, nos reunimos todos los hermanos, y los sobrinos hicieron acopio de diferentes productos gastronómicos. En concreto, no había probado unos percebes como esos desde que era niño. Auténticos "Percebes Benz".
EliminarUn abrazo.
Me ha gustado la tercera acepción de embolado del DRAE: Cometido engorroso, problema o situación difícil que expone al deslucimiento.
ResponderEliminarNo creo que sea tu caso, Emilio, a ti esos "embolaos", en general, te chiflan y a lo que te exponen es a más bolos, invitaciones, homenajes... eventos que para mucha gente son una pepla y para ti, animal radicalmente social, son una oportunidad de ampliar tu mundo.
Muy buena tu actuación con Herr Klaus, a ver si se atreve a "ir por lana" con un polemista tan documentado como tú.
El que me caigan esos "embolaos" es el resultado de dos circunstancias: que a mí me gustan y que a los demás compañeros les horrorizan. Total que, cada vez que preguntan: ¿quién quiere recibir al Embajador de la Conchinchina?, los demás se encogen sobre sí mismos intentando ocultarse en su propia sombra, mientras que yo me desdoblo levantando el dedito. Últimamente, ya se da por hecho que voy a ser yo el que se encargue del tema, y ya no le preguntan a nadie. Pero luego todos se mueren de envidia cuando les llamo desde la fiesta flamenca y enfoco el móvil al charlestón enloquecido de Juan Muro.
EliminarCuando fui a tomar posesión de mi último puesto de trabajo, les dije que no me gustaba el nombre del cargo, que yo prefería el de Secretario del Foreing Office, pero me dijeron que en el Ayuntamiento de Madrid no había semejante cargo, y me tuve que aguantar.