lunes, 8 de julio de 2013

147. Hannah Arendt

Les recomiendo vivamente que vean la película de ese nombre, actualmente en cartel. No es una película extraordinaria, desde el punto de vista estrictamente cinematográfico, pero sí lo es el personaje. La película reconstruye un período muy especial de la vida de Hannah (el de su relación con el procesamiento en Israel del nazi Adolph Eichmann), y lo hace con cariño y con delicadeza. Si me permiten ampliar la recomendación, véanla en versión original. Los personajes hablan en parte en inglés y en parte en alemán, y debe verse en original para comprenderla del todo. Además, no es difícil seguir los subtítulos, como sucede en otras, de diálogos complejos e interminables.

Vayamos por partes. Aquí tienen una imagen de la señora, con su sempiterno cigarrillo encendido. Hannah Arendt nació cerca de Hannover, de una familia judía de raza, pero laica de mente. Desde su adolescencia se interesó por la filosofía, estudió a Jaspers y a Kierkegaard y entró muy joven en la Universidad de Marburgo, en donde se convirtió en la discípula favorita y amante del profesor Martin Heidegger, que estaba casado y nunca manifestó la menor intención de dejar a su familia por ella. A la joven Hannah no le importaba eso demasiado, era su ídolo intelectual y lo adoraba. Por eso fue mayor su decepción cuando, años después, su mentor se aproximó al régimen nazi.

Acabada la carrera, empezó a trabajar como profesora, a escribir en los periódicos alemanes más liberales y a publicar sus investigaciones filosóficas reconocidas mundialmente. Pero en los treinta las cosas empezaban a pintar mal para los judíos en Alemania. Entonces se exilia a Francia en donde continúa su labor docente e investigadora. En enero de 1940, se casa con otro profesor alemán exiliado. A los pocos días, el Gobierno francés, en guerra con Alemania, decide internar a todos los residentes de esa nacionalidad en campos, con intención de deportarlos después. Hannah y su marido son retenidos unos días en el Parque de los Príncipes de París y luego les envían al campo de Gurs, en el Pirineo.

De entonces es su famosa frase en una carta a una compañera: “malos tiempos estos en que nuestros enemigos nos meten en campos de concentración, y nuestros amigos en campos de internamiento”. El caso es que, aprovechando la confusión generada por la invasión nazi de Francia, Hannah y su marido logran escapar del campo y embarcan para Estados Unidos. En Nueva York consiguen ser contratados como profesores de universidad y allí seguirán el resto de sus vidas. En la película, un periodista que la está entrevistando le pregunta qué sintió al llegar a América. Su respuesta, con ojos de arrobo: “el paraíso”. 

En su recobrado paraíso, Hannah reanuda su carrera, cada vez más respetada y reconocida. Y en esa tesitura entra en juego el caso Eichmann, que es lo que se cuenta en la película. Adolf Eichmann era un tipo gris, que llegó a ser coronel de las SS, y está probado que era el encargado de organizar los transportes masivos de judíos a los campos de exterminio. Incluso, en un exceso de celo, parece que lo siguió haciendo, cuando ya su jefe Himmler había dado instrucciones de que se parase esa barbaridad. Tras la caída de Alemania, Eichmann logró escabullirse, evitó los juicios de Nuremberg y consiguió llegar a Argentina, en donde vivió tranquilamente quince años, con una identidad falsa y trabajando en diversos empleos.

Pero en 1960, el Mossad lo descubre. Y es literalmente secuestrado y llevado por la fuerza a Israel, en donde se le somete a un juicio muy mediatizado, que incluye declaraciones de diversos supervivientes de los campos, narrando sus testimonios desgarradores, proceso que acabará con el tipo en la horca. Hannah, que en esos momentos es ya famosa por sus estudios sobre los totalitarismos, siente curiosidad sobre este caso y se ofrece a la revista New Yorker para cubrir el juicio como corresponsal. Su intención inicial es ver de cerca a un nazi de verdad, para documentarse para sus investigaciones. Pero allí descubre que Eichmann no es un demonio sanguinario, sino un simple burócrata. Un contable.

Su reportaje en el New Yorker será la base de su tesis “La banalidad del mal”, que acrecienta aun más su fama. Pero el que una judía hable de un nazi sin decir que tiene cuernos y rabo, irrita a la comunidad judía internacional hasta extremos insospechados. Además, en el juicio, Eichmann saca a colación y documenta algo que nadie quería saber: que los líderes judíos de Alemania habían dado su conformidad por escrito a los primeros traslados que él organizó, un tema que se había ocultado minuciosamente y que la propia Hannah confirma, cabreando aun más al personal. Ahora parece probado que la comunidad judía era pudiente y estaba bien estructurada, y que, ante los primeros traslados, los líderes de los Consejos Judíos miraron a otra parte, razonablemente asustados. Y, como dice ella en la película, entre el silencio y la resistencia hay una amplia gradación de formas de luchar contra una injusticia.

La película cuenta el escándalo que se monta, cómo la atacan y marginan los lobbies judíos, después de intentar en vano que no publique sus artículos sobre el caso, y cómo se defiende ella. Alguien le pregunta: “Entonces, ¿sugiere usted que Eichmann no sabía que el destino de las personas cuyos traslados organizaba era la cámara de gas?”. Y su respuesta: “Ni lo sabía, ni lo dejaba de saber. Le daba igual. Él era un burócrata al que sólo le preocupaba hacer bien la parte del trabajo que le ordenaban. Lo que hicieran antes o después los demás, no era de su responsabilidad”. Tremenda temática la que plantea este asunto.

Estoy totalmente de acuerdo con esta teoría de la banalidad del mal. Es más, en mis treinta años de funcionario, he conocido a personas como esa. Hablo de personas concretas, cuyos rostros están en mi memoria. Creo que serían capaces de tramitar sentencias de muerte, si les tocara. El poder siempre encuentra elementos de este perfil bajo, para que firmen o respalden las decisiones más dañinas y más indefendibles (qué decir de los verdugos). A Hannah Arendt la atacaron por acercarse al caso sin una opinión previa y por contar lo que vio y sus opiniones al respecto. Como Kapuscinsky o Chaves Nogales. Y, desde ese momento hasta su muerte, dedicó sus mayores esfuerzos de investigación a profundizar en este espinoso asunto.

Quiero citar también otra frase de la película. En algún momento, uno de sus detractores le grita: “usted es una cabrona, usted no ama al pueblo judío”. Respuesta de Hannah: “Es verdad. Yo no amo al pueblo judío. Yo no amo a ningún pueblo. Yo amo a mi familia, a mis amigos, a mis alumnos, a mis compañeros filósofos, a los que me escriben cartas. Yo siempre amo a personas. Nunca a pueblos”. Les puedo jurar que me entraron ganas de ponerme de pié en el cine y gritar BRAVO. Ahí está, en una sola frase, mi opinión sobre las patrias y las banderas. Y los nacionalismos, en suma. Qué clarividencia la de esta mujer, capaz de decir eso en los años sesenta. Cuántas guerras y cuántos muertos se podrían haber evitado con esta forma de pensar. En fin, se lo repito: vayan a ver la película. Está llena de temas de rabiosa actualidad. 

2 comentarios:

  1. Como imagino que hoy estarás todavía en Edimburgo (por cierto el tranvía que por allí circula es de fabricación española) o por algún otro y verde lugar de Escocia con tu falda escocesa, te comunico que hoy dia 10 de Agosto se publica en El País un interesante artículo sobre el personaje de Hannah Arendt en el que se destacan las discrepancias y controvertidas interpretaciones acerca de su libro-crónica "Eichmann en Jerusalen-Sobre la banalidad del mal", firmado por Monika Zgustova que imagino te gustará conocer. Es incomprensible que a estas alturas de la historia todavía se discuta y no se haya entendido lo que Hannah ha tratado de analizar acerca de la personalidad de Eichmann y que, como en el citado artículo se dice, lo que provoque críticas sea la insumisión reprochándole que en vez de defender la causa judia se ponga a reflexionar, investigar y debatir.
    No sé si llegarás a ver este comentario tras un mes y pico de la publicación de tu post. Quizás algún, para mí, desconocido mecanismo de control cibernético te aviso de su existencia.
    Que disfrutes de tu periplo escocés, esperamos impacientes próximas entradas y feliz regreso. Un abrazo.

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    1. Te agradezco la aportación, estaba en Glasgow, pero leí el artículo gracias a tu aviso. Un par de precisiones. Respecto al artículo, es magnífico, la autora conoce los trabajos y estudios de Arendt y resalta la importancia de su figura. No era mi caso, que no sabía nada de esta señora hasta que vi la película. Con ese escaso bagaje, Hanna Arendt me parece una figura fascinante y la disección que hace sobre la banalidad del mal, del máximo interés. ¿Imaginas la cara del burocrata que habrá dado la orden de cargar sobre los acampados en las plazas egipcias, causando seiscientos y pico de muertos en un rato? Seguro que es un tipo gris que tal vez no tenga ni remordimientos.
      En otro orden de cosas, tus conocimientos de informática son efectivamente escasos. Yo tengo un correo Gmail, un archivo de fotos Picasa, una aplicación Google Talk para chatear y una página de gestión del Blog. Todo ello está relacionado y constituye mi trocito privado de la "nube" Google. Lo de privado debería ponerlo también entre comillas, porque estoy convencido de que Obama y otros entran ahí como Pedro por su casa. El caso es que, cada vez que alguien hace un comentario en cualquiera de mis posts, aunque sea en el número 1, a mí me llega un aviso instantáneo al correo gmail, de forma que puedo leerlo casi en tiempo real y contestarlo, si quiero.
      Un abrazo y gracias otra vez.

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