Título impactante, para que
entren a leerme, que casi un año después de inaugurar este Blog, uno ya ha
desarrollado ciertas mañas y sabe cómo debe titularse un post para
generarle cierta curiosidad al personal. En fin, que con toda la avalancha de
noticias tristes, catástrofes, viajes y afanes diversos, se nos ha pasado
comentar el disparate (en mi opinión) de la admisión de Croacia en la Unión
Europea, que justifica el susodicho título. Les remito al post #124 “Qué
está pasando”. Allí, entre otros asuntos, se contaba la historia de las
sucesivas ampliaciones de la UE, enriquecida con los comentarios de un ex
funcionario europeo amigo mío.
Por si no se lo quieren repasar,
en el post citado exponía yo la teoría de que la comunidad de los países
europeos había funcionado más o menos correctamente hasta 2004, con quince
estados miembros y un proceso ordenado de convergencia económica, fiscal,
educativa, judicial, social y política. Cierto que Grecia era una bomba de
relojería, como después se ha evidenciado, y que había sido admitida
prematuramente por intereses económicos espurios, principalmente de los Bancos
alemanes. Pero Grecia era un país pequeño, su peso específico en la Unión era
mínimo y se confiaba en irla reciclando poco a poco.
Entonces, en 2004, los de la
Comisión Europea tienen la brillante idea de admitir nada menos que a otros
diez países de golpe. Se pasa de 15 a 25. Y la cosa se vuelve ingobernable. Y,
en cuanto se dan cuenta de que la han cagado, empiezan a ralentizar los avances
proyectados, a circular a menos velocidad porque, con semejante batiburrillo es
imposible acelerar los procesos de convergencia. Y para ese ritmo cansino, nada
mejor que poner al frente a un portugués. También les contaba que, tres años
más tarde, se admite por inercia a Rumania y Bulgaria, dos países que se
limitan a decir: “Hola ya semos europeos”, para seguir exactamente como
estaban, con sus estructuras estatales heredadas de los tiempos soviéticos y
controladas por lobbies pseudomafiosos, que siguen manteniendo a sus
pueblos en el atraso y la miseria.
En esa situación llega la crisis
económica mundial y nos pilla con las bragas en la mano, por decir una bastez
contrastada, es decir, con unos tremendos desajustes estructurales supranacionales, que imposibilitan una salida más ágil de la recesión, como la que
están intentando USA y Japón. Los fundamentos de la Unión Europea se
tambalearon peligrosamente hace un año. Ahora dicen que ya estamos algo más
firmes, aunque los de a pie no lo acabamos de sentir en nuestras economías (por
cierto, esa mejora se generó a partir de la declaración del señor Draghi que
está en el origen de la creación de este Blog porque, como ya he contado, el post
#2 es el primero que escribí, y luego me tuve que inventar el #1, porque me
pareció muy brusco salir directamente con los pedos y todo los demás).
Y, en la actual situación de
fragilidad, admitimos a Croacia. ¡¡¡Ele!!!
¡¡¡To`r mundo e’ güeno!!! Que bien nos lo vamos a pasar ahora que somos
28. Es que 27 era un número muy soso. Seamos serios, por favor. No haría falta
que lo dijera, pero lo voy a decir, por si acaso: no tengo nada contra los
croatas. Me caen fenomenal, como cualquier otro pueblo. Les he visitado y me
encantan sus ciudades: Zagreb, Split y Dubrovnik, cada una maravillosa a su
manera. ¿Por qué pienso entonces que su entrada en Europa no es, en este
momento, buena?
Bien, para empezar, el señor
Artur Menos ha saludado alborozado la entrada de Croacia, que demuestra que
(sic) “los países pequeñitos también tenemos sitio en Europa”. De entrada, una
cosa que le guste al señor Menos, ya me pone a mí la mosca detrás de la oreja.
Digo yo: ¿Y en España no tienen sitio? No sigamos por aquí, ya le daremos su
caña al señor Menos cuando toque. Veamos algunas características del estado
croata. Población: 4,3 millones de habitantes. ¡Joder! Y tan pequeñito. Más que
la Comunidad de Madrid. Van a tener en la UE un peso similar al de Chipre (que
ya han visto cómo la tratan) o Eslovenia, de la que siempre se habla como del
próximo Estado a rescatar.
Croacia pidió su adhesión en
2004. Eran otros tiempos. Años de abundancia. Años en los que algunos como yo
pronosticábamos horrorizados que aquello no era sostenible, que era un burbujón
peligroso que acabaría por estallar. Y nos decían: “cállate, tira p’alante y
pilla lo que puedas, no seas cenizo, que los tristes no van a ninguna parte”. A
partir de 2008, todo eso se fue al carajo. En 2004, yo proponía que se grabara
un vídeo de 5 minutos para difusión de los proyectos municipales y me decían
“Estupendo, busca una buena productora, el dinero no es problema”. Ahora, mis
tarjetas de visita, las que repartí ayer entre el séquito del Gobernador de
Guangdong, me las imprimen en la casa de fotocopias de un amigo, que me hace
rebaja.
Los tiempos han cambiado, pero la
Unión Europea no se ha enterado y, como un viejo animal antediluviano, sigue a
su tran tran y, casi 10 años después de la petición de ingreso, da la
bienvenida a los croatas. Un país que lleva desde 2009 en recesión, es decir,
cinco años reduciendo minuciosamente el PIB, trimestre a trimestre. ¿No habrá
que rescatarlos en dos días como a Chipre? Los defensores del ingreso dicen que
Europa ha aprendido la lección de Rumania y Bulgaria y ha sometido al país
aspirante a rígidos controles y ajustes y por eso se ha tardado tanto en
admitirlo.
Por lo que yo sé, esos ajustes se
han centrado en aspectos políticos, propios de la situación post-bélica de un
país creado en una secesión sangrienta (15.000 muertos): seguridad, plena
cooperación con el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia,
respeto a la minoría serbia, garantía de retorno de los desplazados,
reconciliación y cooperación regional con Serbia y Bosnia. Pero nada se les ha
dicho en relación con la depauperada economía del país, que de momento seguirá
fuera del euro (la moneda local es la kuna; 1 euro: 7,3 kunas).
También se ha mirado a otra parte
en relación con su alto grado de corrupción. El informe de 2013 de la ONG
Transparencia Internacional sitúa a Croacia en este aspecto por detrás de
Bulgaria y Rumania, los países hasta ahora menos fiables de la Unión. De hecho,
el propio primer ministro que pidió el ingreso en 2004, Ivo Sanader, está ahora
mismo en la cárcel, por haberse embolsado 10,5 millones de euros en sobornos.
El año que viene nosotros vamos a bajar bastante en esta clasificación, gracias
al señor Bárcenas.
Croacia se autoproclamó Estado
independiente mediante unas elecciones plebiscitarias, como las que sueña en
convocar el señor Menos. Eso sucedió en 1990 y dio comienzo a cinco años de
guerra con Serbia. Pero, en cuanto se declararon independientes, Alemania se
apresuró a reconocer al nuevo Estado. Aquí está la clave. Alemania también
estuvo en el centro de la decisión de admitir precipitadamente a Grecia en su
día, a pesar de que ni siquiera tenía continuidad geográfica con los nueve
miembros que entonces formaban la Unión. Ahora también ve con buenos ojos la
admisión de Croacia. Aunque, para guardar las formas, ha aceptado que se
hiciera al tran tran portugués, de forma que se eliminara en el aspirante todo
resto de agresividad post-bélica.
Ojalá no nos tengamos que
arrepentir de haber admitido en nuestra maltrecha e ingobernable Europa a este
socio poco solvente. Si no, habrá que revisar la lista de viejos dichos: eres
más tonto que el que asó la manteca; eres más tonto que el que vendió el coche
para comprar gasolina. Y añadir este otro: eres más tonto que el que autorizó
la entrada de Croacia en la UE.
Puede ser que el que me equivoque
sea yo, pero creo que estos portentos de la Comisión Europea harían bien en
revisar a Bob Dylan y “admit that the waters/Around you have grown/And
accept that soon/You’ll be drenched to the bone. Y, una vez admitido que el
agua les llega al cuello y pronto van a estar empapados hasta los huesos,
escuchar al maestro: Then you better start swimmin’/Or you’ll sink like a
stone/‘Cause the times they are
a-changin.
Empiecen ya a nadar, coño, que
nos estamos hundiendo como una piedra. Queda dicho.