Si se creían que me había olvidado de Samantha es que no me conocen. Llevo desde mediados de mayo fascinado por esta mujer y creo que les debo explicar por qué. Como quizá recuerden, se trata de una de las mejores guitarras del momento, dentro del mundo del blues, está considerada la mejor intérprete mundial de cigar box guitar, canta muy bien explotando al máximo sus cualidades vocales y se está revelando como una buena compositora, aun con mucho recorrido. Además de todo eso, a mí lo que me maravilla es su presencia, su personalidad en el escenario, su determinación, su forma de salir cada vez a comerse el mundo. Ya saben que pertenece a una generación de músicos cuyo fuerte es el directo, más que los discos, una línea cuyo auge liga Paul Krugman con la decadencia del mercado del CD. Pero hay más cosas que me hacen identificarme con esta mujer a pesar de las diferencias de edad, de cultura, de formación, de idioma, de contexto geográfico: ella y yo compartimos algunos rasgos de carácter, que hacen que en ciertos aspectos la sienta como un alma gemela. Quédense con una idea: Samantha Fish en directo es puro espectáculo. Vean una imagen de la forma en que acaba a veces sus actuaciones, lo que yo llamo el salto de la cabra, rememorando a El Cordobés.
Este sábado, día 30 de enero, mi adorada Sam cumple 32 añitos. Porque a esas edades, uno no cumple años, sino añitos. Por la imagen de la izquierda pueden ver que sigo haciéndome poco a poco con el merchandising de esta mujer, que tiene un lado comerciante muy curioso que le ha permitido hacerse un hueco en el mundo de la música: es una auténtica fenicia. En eso sí que no coincido con ella, yo soy un desastre como negociante, nunca he sabido regatear y todo el mundo me engaña. Pero hay un rasgo más que es clave para mí: esta mujer lo cuenta todo, igual que hago yo en el blog. Le encanta que le hagan entrevistas, es un personaje que resulta muy llamativo en un mundo tan masculino como el del blues, de modo que en todos los lugares por donde actúa le piden entrevistas y le preguntan sobre sí misma. Y ella lo canta todo, es transparente, está encantada de ser como es y tiene un relato de sí misma muy elaborado, lo que constituye un tesoro para mí y mi blog.
Porque al fin y al cabo, este blog es un lugar donde yo intento hacer una forma de literatura y eso incluye el dibujo de personajes. En ese sentido, tanto valor pueden tener mis retratos de personajes como Sam Cooke, Chet Baker, o el eurodiputado húngaro que huyó en calzoncillos por las calles de Bruselas, todos ellos muy valorados por mis lectores, como la semblanza de mi padre que tengo entre mis proyectos, o este retrato por entregas de mi musa de los últimos tiempos. En mi tarea de bloguero, a menudo completo esos dibujos inventándome algún pasaje imaginario construido a base de fabular. Con Samantha no va a ser necesario: ella habla de sí misma en cuanto alguien le pregunta. Y es posible reconstruir su historia a partir de esas confesiones.
Samantha es una mujer muy chochi, y siento utilizar un término que sé que irrita a las mujeres, sobre todo a las feministas, pero es que no conozco ninguna otra manera de decirlo y, además, en mi caso tiene un valor admirativo. Quiero decir que es una mujer muy femenina en sentido clásico: coqueta, presumida, alegre, expresiva, le gustan los hombres, le gusta arreglarse bien y ser deseada. Y mantiene ese rasgo a pesar de ser muy lista, dominante, mandona y acostumbrada a defenderse sola en un mundo de hombres. Es todo esto, pero sin dejar de ser chochi. Por eso le encanta hablar de sí misma todo el tiempo. Y este es un rasgo con el que me identifico totalmente, ya han visto que yo estoy siempre hablando de mí mismo, enseñando mis fotos, presumiendo de mis éxitos y mis actividades más llamativas. A lo mejor es que tengo también un lado chochi. La alegría que tiene Samantha en el cuerpo es un antídoto para la melancolía de estos tiempos negros que nos toca vivir. Les pido que vean algunas imágenes antes de empezar a contar su historia. Una mujer que se ríe así no es alguien del montón.
Vamos con su historia. Samantha nació hace 32 años en Kansas City, una ciudad del Medio Oeste americano, situada en el punto en que el río Kansas vierte sus aguas al Missouri, uno de los mayores cursos fluviales USA, que la separa del estado de Kansas (porque Kansas City está en el estado de Missouri). Es una ciudad agradable, que no llega al medio millón de habitantes, clima casi subtropical, con numerosas delegaciones de agencias estatales para todo el Medio Oeste, una buena universidad e importantes industrias del sector farmacéutico, automóvil y otras. Es el gran centro de servicios de una región predominantemente agrícola, a cuyos comercios y oficinas acuden en sus furgonetas todos los garrulos del entorno para abastecerse y resolver sus problemas administrativos. Ciudad de funcionarios y oficinistas, tiene una larga tradición musical (jazz, blues) y también gastronómica: es una de las capitales de la carne, famosa por sus barbacoas.
Samantha es la segunda hija de Bill Fish, una persona que trabaja en el sector servicios, pero desconozco exactamente en qué (Samantha, como yo, aparenta contarlo todo, pero se calla lo que se quiere callar). Bill era y es un apasionado del rock y de las guitarras eléctricas, de modo que su principal entretenimiento en los fines de semana era reunirse con sus hermanos y sus amigos a beber cerveza y montar jam sessions con sus instrumentos, en las que cada uno improvisaba historias sobre los sucesos de actualidad y sus carcajadas se oían por todo el barrio. La madre de Samantha es ama de casa, pero canta muy bien, hasta el punto que es la directora del coro de la iglesia a la que pertenece la familia y que tampoco he logrado identificar. Samantha tiene una hermana dos años mayor, Amanda, y ambas han mamado el rock and roll desde pequeñas, participando en las sesiones de su padre y sus tíos y escuchando la radio. Es una familia en la que la música es el centro de sus hobbys, pero que nunca se habían dedicado a ello de forma profesional.
A poco de sobrepasar el cambio de milenio, encontramos a Samantha como una adolescente larguirucha con los problemas propios de su edad y además lastrada por una timidez invencible, que le hace sufrir y ponerse muy colorada cada vez que la sacan a la tarima en la escuela secundaria, en donde va pasando los cursos con facilidad, sobrada, no como su hermana que es menos brillante. Aún no ha alcanzado todo su desarrollo (de adulta mide 1,70, que es una buena estatura), pero ya es para todos Long Tall Sam. Además, imagino que por entonces su pelo era negro, ni por un momento habrán dudado ustedes de que se trata de una rubia teñida, puro botellazo de lejía. Su hermana ha empezado ya a tocar la guitarra, estudia solfeo y empieza a participar en las jams de la familia. Con 15 años, Long Tall Sam decide aprender a tocar la batería, por hacer algo diferente y poderse sumar también al combo familiar. Pero enseguida ve que la batería no es lo suyo. Como cualquier instrumento, se necesita ensayar mucho, la batería es algo muy ruidoso y a Samantha la destierran al sótano de su casa para no molestar al vecindario, o sea que la batería no sólo no la ayuda a integrarse, sino que la aísla más.
Tras año y medio, se pasa a la guitarra. Ella es siempre positiva en sus valoraciones y dice ahora que el aprendizaje de la batería le vino muy bien para establecer sus fundamentos básicos en términos de ritmo y compás. La cuestión es que, en cuanto empieza con la guitarra, todo el mundo ve que se le da fenomenal y que, de forma autodidacta, supera pronto las prestaciones de su hermana. Por entonces sus preferencias son el rock clásico, los Stones, The Band y Tom Petty and the Heartbreakers (estaba por entonces perdidamente enamorada del guitarrista de los Heartbreakers). Pero es entonces cuando empieza a moverse por los clubs de la ciudad donde se interpreta música en directo y allí descubre el blues. Suele ir a estos clubes con su padre o su hermana, para que la dejen entrar a pesar de su edad.
Entre estos clubes hay uno mítico que destaca por encima de todos: el Knuckleheads Saloon, el club de los cabezas huecas. Es un amplio hangar en las afueras de la ciudad, ya en las proximidades del río, en el que hay música en directo todas las noches y constituye uno de los centros de referencia del blues de toda la región. Allí no se sirve nada de comer, pero se permite que los clientes encarguen comida de los negocios del entorno. Entre ellos hay una pizzería muy valorada y Samantha consigue allí un empleo que le permite entrar a servir pizzas a los asistentes a los conciertos y quedarse por allí remoloneando y poniendo la oreja a ver qué se toca. Cualquier otra persona que hubiera pasado por algo así, probablemente odiaría la pizza; no es el caso de Sam, que sigue adorando las pizzas.
Sucede entonces algo trascendental. En su colegio de secundaria hay una especie de fiesta de fin de trimestre o de curso y están preparando una serie de actuaciones musicales de los alumnos. Algunos amigos que han oído tocar a Sam le dicen que se traiga su guitarra y ella se presenta a regañadientes y sin estar segura de participar finalmente, porque le aterroriza la idea de exponerse al público. Pero en uno de los intervalos, uno de sus amigos le da un empujón y la manda al medio del escenario. Colorada como un tomate, decide tirar para adelante y empieza a tocar, primero tímidamente, y enseguida con mayor aplomo. Interpreta un par de blues enlazados, bien tocados y bien cantados. Y recibe una ovación unánime, trufada de bravos, vivas y hurras. Pero lo más importante: descubre que aquello le gusta más que a un tonto una chocolatina. Es una sensación impagable e inesperada: en ese momento sabe que aquello es lo suyo, que nada le resulta tan emocionante como salir a un escenario a mostrar su arte. Ha vencido a la timidez mediante un ejemplo clásico de terapia de choque conductista.
Aquí he de contarles una anécdota mía personal. Cuando yo llegué a Madrid, septiembre de 1968, ingresé en un Colegio Mayor del que no voy a decir el nombre. No creo que les sorprenda saber que, de adolescente, yo era un tímido incurable, me aterrorizaban las chicas y ni se me ocurriría ponerme a hablar en frente de una audiencia desconocida. Nada más llegar al Colegio Mayor, me enteré de que los novatos estábamos sometidos a una batería de novatadas bastante crueles (una de ellas era comprar un melón, acercarse con él a una tienda de ropa interior y comprar un sujetador para una supuesta novia, real o inventada, mostrando el melón como referencia para la talla). Había una forma de evitar ese proceso tan vejatorio: dar una conferencia.
Yo elegí esta modalidad y anuncié que daría una conferencia sobre la guerra de Vietnam, entonces de actualidad. Se aceptó y el día del evento se presentaron allí el director del Colegio y los principales veteranos, algo que yo ni por asomo esperaba. No me quedó más remedio que tirar para adelante, hice una exposición estupenda en términos geoestratégicos (los chinos son tropecientos millones y necesitan expandirse, etc.), y no coseché bravos, porque no se estilaba en este tipo de saraos, pero todo el mundo me escuchó con suma atención durante una hora y luego me felicitaron. Y sufrí una especie de epifanía, similar a la de Samantha cuando sus amigos la empujaron al centro del escenario: me pareció maravilloso, descubrí una facultad mía que desconocía y encontré una vía de escape a mis obsesiones, mis miedos y mis complejos. Un año después era ya el presentador de la fiesta de fin de curso del Colegio Mayor.
Pero volvamos a Sam. A partir del descubrimiento de que actuar en público con su guitarra es una de las cosas que más le pone, se centra en el empeño de montarse un grupito de blues. Logra liar a un bajo veterano amigo de su padre y a un cura que toca la batería, también mayor. Se bautizan pomposamente como The Samantha Fish Blues Band y empiezan a ofrecerse para tocar en los bares de Kansas. Samantha se hace con una agenda en la que pone cruces cada vez que ata un concierto y empieza a hacer llamadas de teléfono a ofrecer sus servicios incluso gratis a cambio de la bebida. Cuando atienden sus llamadas dice: buenos días, soy la agente de la Samantha Fish Blues Band, ¿de verdad no han oído hablar de nosotros? Y poco a poco, la agenda semanal va aumentando el número de cruces, porque en estas cosas funciona el boca a boca y unos bares avisan a otros de que esta chica y su banda son muy buenos.
Y llega otro hito en su historia. Samantha termina la secundaria. Dos años antes, su hermana Amanda ha decidido dedicarse en exclusiva a la música y está en esos momentos estudiando solfeo, piano y tocando ya varios instrumentos. A sus padres les ha parecido bien, porque saben que eso es lo que ella quiere y no la ven tampoco muy dotada para otro tipo de salidas vitales. Pero, cuando Samantha les plantea hacer lo mismo, su primera reacción es entristecerse y torcer el gesto. En Kansas hay una buena universidad y Samantha es una chica muy lista, que se ha sacado la secundaria sin el menor esfuerzo y compatibilizándola con sus actividades musicales. Le sugieren entonces que estudie una carrera sin dejar la música, simplemente para tener un plan B, porque el mundo de la música es muy duro y no es fácil abrirse camino y ganarse la vida con él. Su respuesta es contundente: Daddy, yo no tengo un plan B, porque tampoco tengo un plan A, simplemente hay una actividad que me apasiona y me llena completamente y creo que estoy en mi derecho de averiguar si puedo vivir de ello.
Pregunta del periodista: ¿entonces usted no fue nunca a la Universidad? Respuesta: Bueno, por contentar a mi padre me matriculé en una asignatura: canto. Allí enseñaban los fundamentos de la ópera y el canto clásico, pero apenas fui a un par de clases, porque enseguida averigüé que yo estaba ya mucho más adelante de lo que allí se enseñaba; pero no me vino mal para aprender algunos ejercicios vocales. El proyecto musical de Sam avanza, pero no a la velocidad que ella quiere. Samantha es una mujer inquieta y curiosa. Y esa curiosidad la lleva a observar que otros grupillos de la ciudad tienen mayor recorrido porque, a la salida de sus conciertos, tienen montado un pequeño stand en el que venden un disco que se han autoeditado ellos mismos y que los oyentes compran por poco dinero. Entonces decide que tiene que grabar un disco, para venderlo a la salida de sus actuaciones. Ese disco se llamará Live bait, se grabará en directo en el Hannibal’s Waldo Bar and Grill de Kansas City, en una noche de 2009 con medios artesanales y es la primera grabación oficial de Samantha, toda ella hecha de versiones de canciones de otros músicos. Abajo tienen las carátulas de este disco mítico.
El disco está ahora descatalogado, yo no lo he oído, se pueden conseguir vinilos en E-bay a precios astronómicos y Samantha nunca lo ha querido reeditar, porque dice que es muy malo (igual que yo con mis libros de diarios de Sri Lanka). Pero algo debía de tener esta grabación artesanal, porque los cazatalentos del sello alemán de blues Ruf Records se fijan en él y llaman a Samantha. Le ofrecen incorporarse a una caravana de mujeres del blues que están preparando para hacer una gira por todo el mundo, que se llamará Girls with Guitars. Ya saben lo horteras que son los alemanes para estas cosas, quieren una gira con guitarristas jóvenes para que todos los salidos de su país acudan a ver si les pueden ver el culo a las chicas y aflojen la mosca para ese innoble fin. Pero aquí surge el lado fenicio de Sam. Ella lo que quiere es grabar sus propios discos en solitario. Y los de Ruf quieren que haga la gira de Girls with guitars. Quid pro quo: Samantha acepta la gira a cambio de que le prometan grabar sus propios discos. Los de la compañía quieren garantizarse un mínimo de discos, no vaya a ser que esta chica triunfe, y ella acepta y firma el compromiso de grabar cinco discos en exclusiva para ellos.
Lo que no saben los de Ruf Records es que, antes de que consigan montar una grabación para el disco de lanzamiento de Girls with Guitars, Samantha se va a presentar en el estudio de grabación con su primer disco perfectamente diseñado y estudiado. Este disco se llamará Runaway, está casi compuesto por versiones, aunque Sam se ha animado a componer alguna canción ya, y es muy bueno. Saldrá a la venta al tiempo del disco de las chicas con guitarras, antes del comienzo de la gira por Europa. Una gira a la que Samantha se apunta cagada de miedo. Nunca ha salido de su país y este será el test definitivo para saber si puede vivir de la música a partir de ese punto. Vean la imagen de promoción de la gira.
Samantha recorrerá Europa en una experiencia que la hará crecer como intérprete y como mujer. Y aquí quiero desmentir una leyenda que circula sobre Samantha Fish: la de que nunca ha estado en España. En realidad estuvo una vez: en el festival de blues de Hondarribia 2011. El concierto de las Girls with Guitars fue grabado por La 2 y retransmitido en diferido en el espacio Los Conciertos de la 2. Y quiero que vean cómo arrancó su actuación. Samantha gusta de aprenderse algunas frases del idioma local en cada país de los que visita y abre el concierto diciendo buenos días, pero enseguida se da cuenta de que es de noche y añade ¡Oh I’m sorry, Buenos noches!, con lo que lo termina de arreglar. Y sigue: ya sabía yo que la había pifiado del todo; qué bien estar aquí, es mi primera vez en España, que lugar tan hermoso. Aquí pueden ver que el arte de Samantha está ya presente en todas sus facetas, su forma de cantar, su guitarra impagable, la determinación y la presencia en el escenario. Destaca aún más si cabe, porque sus dos compañeras son un par de sosas, una especie de ajos plantados en el campo a los lados de Samantha (una de ellas ha cambiado respecto a la imagen de antes: la original al final se echó para atrás de la gira). En realidad, el único que le sigue el rollo a Samantha es el batería, que es el prototipo del motivao.
Así arrancaba un concierto Samantha con 22 años. Eran los tiempos en los que abría la boca cuando tocaba sus punteos, como si estuviera en el dentista (luego dejó de hacerlo) y no controlaba muy bien su voz en los sobreagudos. Pero ahora les voy a pedir que vean un vídeo cortito de otra canción de ese mismo concierto. Aquí, Samantha y el motivao escenifican definitivamente su complicidad, entre la sosez de sus compañeras. Samantha empieza presentando a su compañero. Luego pregunta al público ¿cómo se sienten esta noche? Ante la respuesta tibia de los euskaldunes se rinde y dice Vale. La canción es una composición suya, en la que sintetiza lo que pasa por la cabeza de una mujer flaca y larguirucha de 21 años. Se llama Wait a minut, baby, es decir, espera un poco, cariño. Y su letra dice: mira lo que te digo, cielo, estamos yendo demasiado deprisa, tú quieres hacer el amor enseguida, y piensas que me conoces, pero no me conoces para nada, así que espera un poco, cariño, por qué no te vas p'allá pa la puerta. Y continúa: como no me dejes en paz, cielo, te juro que ya no querré verte nunca más (anymore). Vean qué delicia de ritmo, más cerca del cha-cha-chá que del blues, con qué groove canta eso de güeri-güeri-güeri minut, baby y qué coña se trae cuando dice lo de anymore. El motivao y ella se lo montan de maravilla, conducen la canción al final que tienen pactado y acaban muertos de risa. Véanlo.
Esta chica ya apuntaba maneras entonces. Nadie en España lo supo ver y no ha vuelto más. Por ahora, porque el grupo de Facebook Samantha Fish España, del que tengo el gusto de ser miembro, tenemos el objetivo de traerla algún día. Samantha dice siempre que aquella gira en su conjunto fue una experiencia buenísima para ella, que empezó con miedo pero enseguida se sintió muy cómoda, que sus compañeras eran estupendas (no va a decir otra cosa) y que siempre estará agradecida a los de Ruf Records por esta aventura. En pocos días tendrán la continuación de su historia. Cuídense, que la situación está cruda. Abrazos sin mascarilla.
Bueno, el batería no sólo estaba «motivao», es un tío realmente «preparao». En los dos cortes toca muy bien, pero en el segundo borda ese ritmo de «bluschachá» con un acentuado muy curioso.
ResponderEliminarTambién es curioso el grupo en el que la segunda guitarra hace una línea de bajo. Es un power trio aumentado.
Samantha espléndida como siempre, además con un sonido de guitarra que me encanta.
Gracias.
Gracias a ti, por seguirme. Samantha me tiene totalmente encandilado, como guitarrista, como cantante y también como persona valiente y echada p'alante. Yo creo que es el futuro del rock, siempre que no se tuerza,
EliminarUn abrazo.
Los seguidores tuyos que amamos el rock estamos deseando leer la continuación de la historia de la larguirucha Sam.
ResponderEliminarGracias también a ti. Los menos rockeros imagino que van estando un poco hartos del tema, pero, por lo que a mí respecta, vamos a tener Samantha para rato.
EliminarLas dos guitarristas que acompañan a Samantha, el problema que tienen es que están muy cansadas, estas giras imagino que pueden ser agotadoras. Pero Samantha y el batería motivao parecen inasequibles a la fatiga, son fuertes y se lo pasan tan bien que no se cansan. Eso es lo que indica la gestualidad de los cuatro.
ResponderEliminarGracias, es un buen apunte. Además, he visto otros vídeos de la gira en los que ambas demuestran ser buenas guitarristas y aparecen algo más activas. Pero los elementos claves del éxito de la gira de las Girls with Guitars fueron sin duda Samantha y el batería al que yo he caracterizado como motivao, pero que es un músico muy bueno, como ha puntualizado Paco Couto.
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