No sé por qué, pero me pilla este fin de semana con una sensación muy marcada de fin de etapa, de lapsus entre un período acelerado y convulso que se termina y un futuro incierto que empieza. Ayer mi hijo Lucas consiguió por fin viajar de vuelta a Lille, donde vive, y no fue algo sencillo en las condiciones actuales del mundo. Lucas entregó su tesis a finales de diciembre, espera las observaciones previas del tribunal que habrá de juzgarle y tendrá que hacer su lectura el 29 de este mes, por vía telemática, como no podría ser de otra manera con la que está cayendo. Lucas tenía un vuelo a París el día 13, que se canceló treinta minutos antes de la hora de despegue prevista, cuando los pasajeros habían pasado ya el control de seguridad y aguardaban en la puerta de embarque. Las condiciones de la pista tras la nevada del siglo y las heladas posteriores a 10 grados bajo cero desaconsejaban el despegue de ningún vuelo en ese momento.
Ayer por la tarde, su vuelo consiguió salir por fin, pero con el retraso suficiente como para que perdiera el último tren directo desde el aeropuerto Charles de Gaulle a Lille. Tuvo que coger el RER a París y allí, en la Gare du Nord, subirse a un tren directo Paris-Lille de última hora, porque, si miran ustedes un mapa, comprobarán que el aeropuerto, París y Lille forman un triángulo bastante regular. Si no llega a haber un tren desde la Gare du Nord, siempre podía haberse quedado en casa de su hermano. Pero este tipo de andanzas e incertidumbres, sobrevenidas de noche en una ciudad extranjera con toque de queda desde las 6 de la tarde, se pueden convertir en un calvario. Estamos en una situación difícil, con el Covid-19 esparciéndose libremente por el mundo en una tercera ola tremenda, que pilla a la ciudadanía ya un poco harta del tema. La incidencia de este virus, llegado hace casi un año ya, con su carga de aislamiento, encierros, amigos y conocidos afectados, gente próxima que se muere o se queda jodida de por vida, terrores y neuras diversas, nos ha obligado a rediseñar el sistema de certezas sobre las que se asentaban nuestras vidas.
No queda otra que apechugar. Las cosas siempre pueden empeorar y habrá que afrontarlas. Esto nos pasa por quejarnos del nefasto año 2020, el maldito bisiesto que ha jodido todas nuestras rutinas anteriores. ¿No decíamos que qué bien que ya estábamos en 2021, que ahora cambiaría nuestra suerte? Pues ¡toma año nuevo! En apenas quince días, hemos visto cómo cerca de medio millón de personas asaltaba el Capitolio y como nos caía en Madrid una nevada que no se producía desde 1904. Cierto que en otras partes de España esto es algo frecuente y nadie le da importancia (hace algunos posts les hablé de que toda la provincia de Lugo estaba bajo un manto de nieve seguramente bastante más tupido, sin que la prensa dijera nada).
Pero es que, para los urbanitas de la capital, para los gatos que ya estábamos encerrados en nuestras casas por el virus, esto ha sido la hostia. La nieve tiene al principio algo de maravilloso, de celestial, deja unos paisajes extraordinarios y se presta a la elevación del alma. Todo el mundo siente el impulso de salir a la calle bien abrigados a disfrutar del portento meteorológico, a correr sobre la nieve con su calzado de montaña, a hacer fotos y muñecos de nieve y guerras de bolazos, a levantar la cara al cielo para recibir los copos y disfrutar de un paisaje urbano irrepetible. Es como una especie de epifanía colectiva. Alguien se dedicó a recopilar estas imágenes y las convirtió en vídeo con la música del histórico Aleluya que compuso Leonard Cohen y que ha sido objeto de tantas versiones. La elegida aquí es la que publicó el grupo texano Pentatonix en 2016. Este grupo, que canta a capella, se hizo popular al ganar un concurso tipo La Voz en la televisión yanqui. Véanlo.
Precioso ¿verdad? El problema con la nieve es que, superado ese primer momento de comunión con la meteorología, se convierte en un coñazo, sobre todo si, como en este caso, le siguen unos días con temperaturas nocturnas de 10 grados bajo cero. Una semana después del celestial momento del aleluya, las calles siguen impracticables, en algunas zonas de la ciudad empiezan a pasar excavadoras y barredoras que apartan la masa de nieve a ambos lados de la calle, dejando unos pegotones negruzcos bastante incómodos y antiestéticos, mientras que en otros barrios ni siquiera se ha recuperado el servicio de recogida de basuras. Yo he mantenido mis bolsas de basura en la terraza hasta este miércoles en que se reanudó la recogida en el Barrio de las Letras. Como en mi comunidad tenemos un portero negacionista y algunos vecinos bastante insolidarios, frente al portal se acumularon montañas de bolsas durante días, aunque hay que entender que no todo el mundo tiene una terraza como la mía. En el extrarradio hay familias que apenas caben en su casa, como para que encima tengan que guardar la basura dentro, aunque sea por unos días. En resumen, que Filomena-a-su-pesar ha dejado la ciudad hecha una ruina.
Frente a este caos, la prensa se hace cruces, como siempre en este país. Según el color del equipo de gobierno municipal que toque, los del color contrario lo atacarán con saña: qué imprevisión, que desastre, claro, qué otra cosa vamos a esperar de la derecha (o de la izquierda, en su caso). Pero, díganme: ¿el Ayuntamiento de Madrid ha de mantener una flotilla de emergencia, con máquinas y personal preparado, para una incidencia que sucede una vez cada cien años? ¿No? Pues entonces, de qué carajo protestan. Muchos de los protestones habituales, se quejan siempre de todo para desahogarse de sus propios problemas personales, mentales, laborales, familiares o de pareja. Me dicen algunos lectores que no conocen el vídeo de la señora que dice estar convencida de que la nieve caída era de plástico. Se lo voy a poner aquí, es muy cortito, para que vean hasta dónde llega el trastorno conspiranoico. Fíjense en la afirmación final, a modo de conclusión: ¡esto es una mierda!
Señora mía, esto no es una mierda, lo que es una mierda es lo que tiene usted en la cabeza en lugar de cerebro. Alguien debe decírselo, ya que usted no parece consciente del ridículo que está haciendo. Si así no fuera, hubiera eliminado hace tiempo este vídeo del Youtube. En fin, otros muchos se creen que Trump ganó las elecciones. Biden tiene por delante una dura tarea: recuperar para la normalidad las mentes de tantos millones de personas que siguen creyendo que les robaron las elecciones (stop the steal era su lema), cuando todas las evidencias vienen a decir lo contrario. Ya saben el dicho: no dejes que la verdad te estropee una buena historia, o un buen montaje mental. La señora de la nieve y el mechero no parece en absoluto dispuesta a que algo así le suceda. Los seguidores de Trump tampoco.
En estos días he terminado de ver la excelente serie El Ala Oeste de la Casa Blanca. La temporada 7 y última está prácticamente dedicada a la campaña electoral que habrá de elegir al sucesor del presidente imaginario Bartlet, magistralmente interpretado por el gallego Martin Sheen. Compiten por sucederle dos políticos de raza, súper brillantes, íntegros y llenos de ideas. El republicano, un senador mayor, con nietos, al que interpreta Alan Alda. El demócrata, un congresista más joven, latino, al que da vida Jimmy Smits. Ambos se fajan en una contienda muy reñida y dura, en la que ninguno de los dos cae en el juego sucio, porque lo acuerdan así y se respetan mutuamente. Al final, cerca del día de las elecciones, sus equipos de campaña les hacen ver a ambos que la cosa se va a resolver por un puñado de votos y les aconsejan que, en caso de ser declarados perdedores, recurran la decisión y pidan repetir los recuentos en los estados de resultado más apretado.
Y los dos dan respuestas parecidas. El senador republicano dice que no quiere ganar mediante recursos en los tribunales. Que seguramente se retirará si pierde y quiere al menos hacerlo de forma elegante. El demócrata dice que si pierde, su intención es presentarse a la siguiente. Y pregunta: dentro de cuatro años, si me dedico ahora a impugnar el resultado, ¿qué imagen tendrán de mí los electores? La del tipo que protesta al árbitro. A esos personajes nadie los quiere. ¿Ven por dónde voy? En 2006, no existía Trump. Con algunas excepciones, como Nixon, los políticos yanquis no practicaban comportamientos antideportivos. En la serie hay un ganador (no les voy a hacer un spoiler revelándolo). Al perdedor le insisten entonces en que reclame. Su respuesta es decirle a la telefonista del equipo que llame a su contrincante, que quiere felicitarlo por su victoria. Este es un tipo de fair play que no se había quebrantado en América hasta la llegada del innombrable. A quien le debo un post cagándome en su padre en cuanto pase la fecha del 20 de enero.
Ese día será la toma de posesión de Biden, en la puerta del ala este del Capitolio. Los del protocolo llevan meses organizando el evento. En la serie de la que les hablo, esa toma de posesión es la última escena de la temporada 7. El presidente electo acude a la Casa Blanca con su señora, el presidente Bartlet lo recibe y después se van juntos en una caravana automovilista hasta el Capitolio. Algo que en la realidad no sucederá esta vez, porque Trump no estará presente, se irá por la puerta de atrás de la Casa Blanca el día anterior, solo y enfurruñado, con destino a su mansión de Florida. Y será la primera vez que sucede algo así en muchos años, en concreto, desde que en 1869 el presidente saliente Andrew Johnson se negó a asistir a la toma de posesión de su sucesor Ulysses S. Grant. Ya saben cuál de los dos pasó a la historia y tiene estatuas por todas las ciudades yanquis.
Por cierto, en la toma de posesión suele haber una actuación musical, con la que el mundo de la cultura felicita al presidente electo. En la serie, esa actuación corría a cargo de un músico de blues del que les he hablado en el blog: el gran Keb’ Mo’. Hace doce años, en la primera toma de posesión de Obama, actuó la legendaria dama del soul Aretha Franklin. Hace ocho estuvieron Beyoncé y Alicia Keyes. Y hace cuatro, ningún músico de nombre quiso acompañar a Trump, que tuvo que escuchar a una soprano adolescente de 14 años, salida de un concurso de La Voz Junior, que no se enteró de lo que suponía estar allí, a pesar de recibir miles de mensajes poniéndola verde. Esta vez serán Lady Gaga y Jennifer López las encargadas de dar la bienvenida al nuevo presidente. Si es que no se monta otra vez el pollo o sucede alguna desgracia. Tocaremos madera. Para evitarlo, la Guardia Nacional está ya distribuida por los pasillos del Capitolio desde hace días. Incluso duermen y todo por los espacios comunes. Pueden verlo en estas imágenes.
Acojonante. En la tercera de las fotos ven a los congresistas entrando a votar el impeachment de Trump. Hablando de la TV, ayer vi una película que me gustó. Se trata de Una noche en Miami. La dirige una mujer que está ahora mismo en todas las quinielas como estrella de futuro: la actriz Regina King, nacida en Los Ángeles, que ayer mismo cumplió 50 años y cuya imagen tienen a la izquierda. Regina tiene tras sí una larga carrera como actriz, que incluye muchos premios, entre ellos el Óscar a la mejor actriz de reparto de 2018. Y esta es la primera película que dirige y toda la crítica la ha alabado unánimemente. El film reconstruye un hecho histórico: la reunión entre cuatro negros que pasarán a la historia: el activista Malcolm X, el boxeador Cassius Clay, el mejor pitcher del futbol americano que luego se convertirá en actor de Hollywood Jim Brown y el padre del soul Sam Cooke.
Es la noche en que Cassius noquea a Sonny Liston y se proclama campeón del mundo de los pesos pesados. Él está seguro de que ganará y por eso invita a los otros tres, que eran amigos suyos, a pasar la velada después del combate charlando juntos en la habitación de hotel de Malcolm y decidiendo sobre la marcha cómo lo celebran. Se trata de cuatro personas que se defienden de la segregación racial con estrategias y puntos de vista diferentes. Malcolm es el activista que se ha radicalizado hasta el fanatismo y está pensando en abandonar su grupo La Nación del Islam, para fundar una línea disidente. Cassius es un temperamento arrollador, es el número uno y valora ya la posibilidad de convertirse al islam. Cooke ha montado una productora discográfica y se está forrando, a base de imitar la música de los blancos, y ha logrado ya ser famoso entrando en las listas de la música de blancos. Jim Brown es el más reflexivo, piensa que las cosas no van a cambiar y pretende solucionarse su vida.
Esta reunión tuvo lugar en febrero de 1964. Poco después, dos de los protagonistas murieron de forma violenta. Malcolm X, que había abandonado La Nación del Islam, fue asesinado a tiros mientras hablaba en una mezquita de Harlem por tres miembros de su antiguo grupo. Sucedió en febrero de 1965. A Sam Cooke lo habían matado tres meses antes, también a tiros, en la recepción de un hotel de mala reputación de las afueras de Los Ángeles, en un confuso incidente que nunca se aclaró del todo. ¿Saben quién ha escrito la mejor aproximación a este suceso? Pues yo mismo. Créanme. Hace unos ocho años, publiqué mi Post #49 sobre Sam Cooke, que les recomiendo que lean. Fue una especie de tarjeta de visita del blog, un puñetazo encima de la mesa mediática, para que mis seguidores vieran el nivel y el alcance de lo que yo quería hacer en esta tribuna.
En la peli han buscado a cuatro actores que se parecen mucho a los protagonistas reales de la historia. Con una salvedad: Sam Cooke medía 1,80 y el actor que le da vida es más bajo. Por lo demás, la película se estrena a la vez en cines, lo que pasa es que yo la pude ver en Amazon Prime. Fue mi primera noche de este lapsus de tranquilidad del que les hablaba al principio. Desde que el 13 de diciembre llegó mi hijo Kike a casa, he tenido un período de mucha actividad, con la casa llena de hijos, una serie de saraos de trabajo que me han llevado mucho tiempo y concentración, más la presión de unas navidades atípicas, el recrudecimiento de la pandemia, el asalto al Capitolio y la nevada del siglo. Hoy por primera vez estoy en casa sin mayores expectativas, en esta pausa proclive a la reflexión. Mañana empieza una nueva etapa, que para mí estará centrada en la organización de mi jubilación, dentro de un mes, un asunto que tiene su propio desarrollo y que les iré contando.
No les negaré que estoy muy bien aquí relajado, pero a la vez tengo una cierta nostalgia de este trajín navideño que ya se ha terminado. Sobre todo de los primeros días en que, con mis hijos, hicimos un puzle gigante de 2.000 piezas, que aún conservo montado y cuya imagen les dejaré como colofón. Cuando me canse de verlo, lo desmontaré y lo guardaré en su caja para otra ocasión futura. Por cierto, hoy se conmemoran dos efemérides. Hace 20 años se creó la Wikipedia. Y hace 64 años (manda carallo) se inauguró en Liverpool el pub The Cavern, donde poco después debutarían los Beatles, tras su temporada en Hamburgo. Sean felices. Cuídense, que el bicho viene bravo otra vez y no dejen de seguir este blog para darse ánimo. Buen domingo.
Y la cenacha no aparece, se ha refugiado en una cantarera y de allí no la sacan ni tirándole cagajones. Todo puede ir a peor. Abrazos.
ResponderEliminarLa cenacha ya ha salido en algún post posterior, es todo un hallazgo onomástico. Y la cantarera ni te cuento.
EliminarQué hartura de Trump, es que ya no lo soporto, de verdad, a ver si se va de una vez, hasta echo de menos a Samantha Fish, era mucho más refrescante.
ResponderEliminarYa te he respondido con mi nuevo post: ¿no querías caldo concentrado de Trump? Pues dos tazas. De acuerdo, yo tampoco lo soporto, pero es que tenía que decir lo que pienso de él aunque no resulte agradable, es como una especie de exorcismo. Y Samantha ya volverá a mi blog. Por la puerta grande
EliminarImpresionante el rompecabezas. Ni se te ocurra desmontarlo, está para enmarcarlo. ¡Santa paciencia! Lo de la Guardia Nacional durmiendo por el suelo es sorprendente. Al menos los guardias civiles que se fueron a canear el 1 de octubre tenían el "Piolín".
ResponderEliminarLo siento ma cherie, pero lo voy a desmontar. Esto es una forma más de arte efímero, que, una vez montado, se guarda y se utiliza dentro de unos años. O sea que también es arte seriado y replicable, como las serigrafías.
EliminarSí, les hubiera venido bien un Piolín, para no tener que andar por los suelos como pordioseros.
Un abrazo.