domingo, 31 de enero de 2021

1.019. Quién es Samantha Fish II

He estado dudando, valorando pros y contras entre dos alternativas: publicar seguidos mis textos sobre Samanta Fish, o irlos alternando con otros dedicados a temas diferentes, más de actualidad. En realidad, yo podría haber contado la historia de Samantha en un solo post, estilo telegrama, pero lo que a mí me gusta es mezclar muchos temas al mismo tiempo, saltando de uno a otro con mi mente browniana, y especialmente hablar de mí mismo. Eso estira más el asunto. Pero así es el estilo de este blog. Mis seguidores más fieles lo saben y me leen aunque no les interese especialmente el personaje Samantha, porque saben que por en medio se enteran de cómo llegué yo al Colegio Mayor, por poner un ejemplo reciente. Luego están los seguidores de segundo orden, que ven el titular y deciden que no siguen leyendo. Pues ellos se lo pierden. Finalmente me he decidido por la primera alternativa. Samantha es una mujer que no para quieta, genera continuamente noticias y no quiero quedarme atrás con ella. Y la actualidad patria, la verdad es que es bastante penosa. La pandemia sigue desbocada, las vacunas no llegan y tenemos que seguir encerrados, si bien yo sigo haciendo mis escapadas. 

Ayer, por ejemplo, me enteré de que mi admirado Héctor Abad Faciolince firmaba ejemplares de su novela más valorada El olvido que seremos (2006) en la librería Tipos Infames, con motivo del estreno de la película que ha hecho sobre ella Fernando Trueba. Así que me acerqué caminando con mi ejemplar de esa magnífica novela, que hace muchos años leí y que supongo que ya conocen; en caso contrario se la recomiendo encarecidamente. Llevé también otro libro del mismo autor, Angosta (2003), una novela también interesante, con implicaciones urbanísticas, en la que la protagonista es una ciudad de ese nombre, que en realidad reproduce su Medellín natal. Estuvo muy cariñoso conmigo, hablamos de algunos amigos comunes y me puso unos mensaje muy sentidos. Eran las horas del mediodía y encontré la ciudad preciosa, llena de gente y con los bares y restaurantes a reventar. Llevaba sin salir un tiempo, por algo que les contaré en el siguiente post y que no tiene que ver con la pandemia, y me encantó ver que seguimos sobreviviendo colectivamente. ¿Ven? de esto no se van a enterar los que han declinado leer este post al ver el título. Allá se jodan, que decimos los de Bilbao.

Pero habíamos dejado a Samantha Fish en su gira con las Girls with Guitars. A la vuelta, los ejecutivos de la Ruf Records comprueban que el disco individual de Sam llamado Runaway, que ella ha firmado ya sólo con su nombre, evitando el pomposo The Samantha Fish Blues Band, se está vendiendo bastante mejor que el de las chicas guitarreras. No obstante, aún publican un Girls with Guitars Live, con diversas grabaciones en directo, registradas a lo largo de la gira, un disco que se comercializa en formato CD y DVD. Así que Samantha arranca el año 2012 con cuatro discos en el mercado, los dos de las chicas guitarreras, el primero y el Runaway

Eso le da un impulso importante a la hora de seguir buscándose bolos por los bares de Kansas. Empieza a ser conocida a nivel local y extiende sus dominios por las zonas del entorno, llegando incluso a cantar en garitos de Chicago y Nueva Orleans. Ha sustituido ya al cura de la batería por el negrito Go-Go Ray, un músico que el año anterior ha sido reconocido como el mejor batería novel en los premios anuales del blues. De enero de 2012 es esta deliciosa grabación, que ya he puesto en el blog, pero que no tengo inconveniente en repetir. Corresponde a una jam session en un bar de Kansas y vemos ya a una Samantha espléndida, con su bajo veterano y con Go-Go Ray dándole un respaldo súper sólido. Véanlo, porfa.


Se notan las tablas que esta mujer ha cimentado en su gira por Europa con las chicas. Es ya una celebridad local, todavía no puede vivir del invento, pero su caché va subiendo, a sus conciertos acude bastante gente y empieza a viajar para actuar en otros estados, en ocasiones es su propio padre quien la lleva en el coche familiar. Porque ella sigue siendo una niña buena de Kansas City, que ha cogido la ola adecuada y empieza a surfear por todo lo alto. A la izquierda ven una foto de esos tiempos, ya ven qué cosa más tierna. Y es entonces cuando le llega el gran espaldarazo. En la edición de 2012 de los premios nacionales del blues, que se celebran a finales de cada año, resulta reconocida con el premio al mejor artista emergente, el Best New Artist Debut Award. El acto de entrega de premios se celebra en un teatro de Memphis y Samantha acude arropada por toda su familia y claramente superada por la situación, con un traje que quiere ser elegante pero resulta bastante pueblerino. Vean qué conmovida aparece, a sus 23 añitos, posando con su premio en la mano.

Y de aquí al cielo. En 2013 graba su siguiente disco Black Wind Howlin', en el que consolida todo lo apuntado en los anteriores. Es un buen disco, que supera al Runaway y aumenta el número de composiciones propias. Hará una gira para presentarlo por las principales ciudades USA: San Francisco, Los Ángeles, o Nueva York, donde toca por primera vez. En todas partes suscita mucha curiosidad y le hacen entrevistas. He aquí algunas de las preguntas, y sus respuestas sorprendentemente maduras, seguras y rotundas. ¿Usted, siendo una mujer joven, no ha sentido que tratan de manipularla y hacerla de menos en un mundo tan masculino como el de la industria discográfica? Desde luego que sí, y es bastante enojoso y cansino, pero yo ya entro sabiendo lo que me espera y me defiendo con mis armas; sin embargo, he de decir que a la vez soy consciente de que mucha gente acude a mis conciertos precisamente porque soy mujer, si no fuera así no tendrían tanta curiosidad, así que lo uno por lo otro.

Más preguntas. ¿Por qué se viste de forma tan llamativa y sexi? ¡Oh! Es un homenaje a la forma en que mis compañeras de secundaria se maqueaban cada vez que había una fiesta; esto no va sólo de cantar y tocar bien, ni siquiera de componer, también es importante la forma en que te presentas ante el público. ¿Qué le aconsejaría usted a una chica que empezara y quisiera seguir su camino? Dos cosas; en primer lugar que no se deje convencer por los que le presionarán para hacer el tipo de música que ella no quiera hacer, que luche por seguir siendo siempre ella misma; y luego, que se entere bien de cómo funcionan las tripas del negocio del disco y el showbiznes, para que nadie la engañe. ¿Si no se hubiera dedicado a la música, hacia dónde habría enfocado su vida profesional? Sin dudarlo, a algún tipo de trabajo social; en este país hay mucha gente hecha polvo, que están muy mal, personal y anímicamente y yo tengo un espíritu muy positivo, soy muy empática y estoy segura de que les podría ayudar mucho, un tipo de tarea que también me gusta. 

En fin, Sam ha dejado de ser una niña y se ha convertido en una profesional de la música entregada a su carrera. Ahora tiene ya un grupo fijo, con el formato power trio, formado por Go-Go a la batería y el bajo Chris Alexander. Ha hablado con los fabricantes de guitarras de la marca Delaney, para que le construyan un prototipo propio de guitarra personalizada, con el símbolo del pescadito de cuya boca suben unas burbujas, que ya aparecía en la contraportada de su primer disco al lado del nombre de los músicos. Con esas señas se lanza a un maratón de conciertos por todo el país. Es incansable y empieza a vivir prácticamente en la carretera. Veamos una actuación de esos tiempos. Aquí, le ha dado unos moscosos a Chris Alexander, porque no todo el mundo aguanta su ritmo, y lo ha sustituido por un tipo con aires de friki, un rango de personas por las que empieza a mostrar una total afinidad (ya saben que a mí me pasa lo mismo y que en mis excursiones senderistas los compañeros ya sabían que, friki que aparecía por allí, friki que se me pegaba). La canción es una de sus composiciones del último disco, que se llama Go to Hell, o sea Vete a la Mierda. Este vídeo es de enero de 2014 y pueden observar que, en apenas dos años, Sam ha cambiado todo: su imagen, su aplomo, el sonido de su guitarra, su voz más segura. Estamos ya ante la auténtica Samantha Fish en todo su esplendor, segura, poderosa, dominante, entregada a su música con toda su alma. Compruébenlo.

  

Al final, le dedica esta canción-insulto, a un tal P.I. No sé si los presentes lo entienden, yo no sé a quién se refiere, pero parece claro que la canción está dedicada a alguien que la ha defraudado, dedicatoria que subraya con un movimiento final de culo que no deja lugar a dudas. Les diré que, como amante del blues, esta es la fase musical de Samantha que me tiene completamente enamorado, la época en que interpretaba un blues muy básico, en formato trío y sacando todo el partido de su guitarra tuneada del pescadito. Pero esta mujer busca siempre evolucionar y ampliar sus límites. Y su carrera siguió luego por otros derroteros, como veremos. Así que yo estoy enamorado de una Samantha que ya no existe, pero ya saben que los amores imposibles son siempre los más auténticos. Su complicidad con sus dos colegas de grupo es total, como van a ver en las fotos de abajo. Go-Go es pequeñito y Chris Alexander no debe ser tampoco muy alto. Samantha, con su 1,70 y sus tacones estratosféricos, parece Blanca Nieves con dos de sus enanitos.




Lo que asoma de su boca en esta última foto es una cookie, no su lengua. Por si lo han dudado. En esta fase de su carrera, el número de bolos del grupo de Samantha se dispara y llega a alcanzar el increíble número de 250 al año, contando conciertos de una hora y actuaciones en estudios de grabación o en sets de TV para cantar tres canciones. Hoy toca en Michigan, mañana en Colorado y pasado mañana en Arkansas. Es una verdadera locura, pero Sam es una profesional, si tiene un contrato lo cumple, entra a todos los trapos, le gusta lo que hace y nunca se cansa: es una chica dura de Kansas City. Pero resulta inevitable que los periodistas que la entrevistan en cada ciudad como a un fenómeno de feria le pregunten cómo hace para resistir esa presión y ese ritmo. Y Samantha, fiel a su esencia, lo canta todo. 

Sabemos así que, durante los largos desplazamientos en la furgoneta del grupo, intenta abstraerse, se pone unos cascos, escucha música suave, clásica o jazz, y trata de dejar la mente en blanco. En las ciudades a las que llegan, procuran elegir hoteles que tengan un buen gimnasio, si es posible, con piscina. A Samantha le gusta nadar y hacer pilates o lo que pueda, porque es consciente de que luego, sobre el escenario, va a estar subida en unos tacones imposibles, dando saltos de todo tipo y viviendo la música como ella la vive, y ha de mantenerse muy en forma para ello. Cuida mucho la alimentación, aunque a ella le gusta todo y, por poner un ejemplo, es capaz de comerse uno de los proverbiales sándwiches de carne de Iowa, si llega a Des Moines y le ofrecen uno delante de las cámaras de la televisión local. Pero normalmente procura cenar ensaladas, como yo hago. Dice que le encantan las ensaladas con salmón ahumado, que le sientan estupendamente. Además, bebe mucha agua y procura dormir bien, al menos siete u ocho horas seguidas.

Antes de cada concierto hace media hora de ejercicios de calentamiento de voz, como le enseñaron en la universidad, porque nada peor le puede pasar que quedarse ronca como Sabina, o perder la voz por un resfriado o por no calentar adecuadamente. Y luego está la guitarra. Los que conocemos este instrumento, sabemos que las yemas de los dedos de la mano izquierda sufren mucho, que se te forman finalmente unos callos tremendos, pero que hasta que eso sucede, tienes muchas molestias y se te pueden producir heridas y grietas en la punta de los dedos, algo muy doloroso. Si tienes un concierto contratado y te pasa eso, puedes hacer dos cosas: cancelar el concierto, o bien recurrir a un remedio bárbaro: darte superglue. Y Samantha, que es de Kansas, ha recurrido a ello más de una vez y, como es una persona transparente, lo ha cantado en sus redes sociales. Abajo les pongo una imagen que ella misma colgó hace mucho en su perfil de Facebook, con este texto asociado: here’s me supergluing the cracks of my fingers: sometimes love hurts. Hala, tradúzcanselo ustedes.   

La mayoría de los vídeos que les llevo poniendo en el blog desde mayo, corresponden a esta época dorada, que culmina con la publicación en 2015 del sexto disco de Samantha, titulado Wild Heart, Corazón Salvaje, para mí el mejor de todos sus álbumes. Todas las canciones son composiciones suyas y la serie de títulos es impresionante: aquí están Bitch on the Run, Road Runner, Place to Fall, Blame it on the Moon, o la que da título al álbum. Letras sombrías o que hacen referencia a sus vivencias en su gira permanente, compuestas en sus ratos de descanso entre conciertos. El mundo del blues se rinde ante este gran disco y, en los Independent Blues Awards de 2016, se lleva cinco premios: artista del año, mejor artista femenina de blues, mejor CD de blues, mejor canción de modern roots y premio Road Warrior, guerrera de la carretera.

Cualquier otro artista habría considerado que había encontrado ya su estilo y se habría acomodado para seguir recogiendo beneficios: era la reina del blues y podía vivir holgadamente del invento. Pero para Samantha esto es coronar una cima. Algo que sólo la estimula a seguir buscando nuevas montañas que escalar. Samantha se ha convertido en un fijo en determinados festivales, como el Cigar Box Guitar Festival, el Crawfish, ambos de Nueva Orleans, o el Blues and Brews de Telluride (Colorado). Allí se la espera como la estrella del festival, compartiendo cartel con Tab Benoit y otros ídolos. Pero ella ya está maquinando otros planes. Cualquiera que la viera actuar con Go-Go Ray y Chris Alexander, captaría un grado de complicidad que podría hacer pensar que iban a seguir juntos para siempre. Vean por ejemplo el siguiente vídeo que les propongo.

Samantha domina la escena completamente. Canta un tema que no es suyo, llamado When you hold me tight, cuando me abrazas fuerte. Es una canción apasionada que explica todo lo que siente su cuerpo cuando su amante la acaricia (por cierto, está compuesta por un hombre enamorado). La cámara la sigue a ella cantando y tocando fenomenal. Cuando el punteo, la cámara se abre y vemos que Chris Alexander sigue de moscosos y el sustituto es esta vez el pequeñito de rasgos chicanos que hemos visto en algún vídeo anterior, completamente acojonado ante Sam. Esta vez parece más suelto, pero verán que no se atreve a mirarla a los ojos. Es que es mucha Samantha. Tras el punteo y las frases finales, parece que va a terminar, pero sigue improvisando. El batería Go-Go la mira inquisitivamente, como diciendo: qué, jefa, ¿rematamos? Pero Samantha le tiene reservada una broma, porque se pone a mirarle con sus ojos más dulces, haciendo ver que la frase final Please don’t ever let go, por favor nunca dejes que esto se estropee, está específicamente dedicada a él. Una broma, que el aludido encaja con cara de circunstancias, mientras el público estalla en aplausos muerto de risa. Véanlo.


En septiembre de 2016, la banda, ya con Chris Alexander, actúa en el Telluride y cosecha un éxito apoteósico. Están en plena forma, ninguno de los tres parece cansado. Pero entonces, sorprendentemente, desaparecen por un tiempo. Por primera vez en varios años, Samantha no acude al Cigar Box Guitar Festival, que se celebra siempre en enero y que en 2017 resulta un fiasco. No se sabrá nada de ella hasta marzo. ¿Qué está pasando? Aquí voy a tirar de mi acreditada capacidad de fabulación para imaginarme una interpretación de este vacío en la historia de una mujer cuya vida vertiginosa se ha expuesto al público hasta entonces con todo lujo de detalles y que regresará cambiada después de seis meses de fundido en negro. Han visto cómo ha ido cambiando el aspecto de Samantha, que ya no es más aquella jovencita tímida y larguirucha. Ahora es toda una dama de la escena.

Sin embargo sigue viviendo en su casa de Kansas City, su padre se ocupa de sus redes sociales y la familia es una piña. Y luego está su hermana Amanda. ¿Qué ha sido de su hermana mayor, estudiante de conservatorio y multi-instrumentista acreditada? Pues han de saber que, en estos años, Amanda ha formado su propia banda de blues, que hace una música muy ortodoxa y desarrolla un trabajo bien valorado en los medios musicales, aunque limitado al área de Kansas y sin la proyección que ha logrado su hermana pequeña autodidacta. Les voy a poner un vídeo de Amanda, pero no se sientan obligados a verlo entero; pueden sólo ver el principio. Únicamente quiero que comprueben el aspecto actual de la hermana mayor de Sam y su forma de cantar.

En fin. Qué quieren que les diga. Mi amiga y lectora Elena me acusa a veces de gordofobia, cuando me preocupo de si Sam está ganando kilos. Pero yo creo que la cara y el cuerpo son el espejo del alma. Y la figura de Amanda Fish traduce muchas cosas, exterioriza un síndrome completo. Yo comprendo que debe de ser muy duro tener una hermana pequeña tan brillante como Sam, que se podía haber limitado a la puta batería, pero no, tiene que meterse en tu terreno, para superarte en todo. Amanda se esfuerza, ha estudiado como un verdadero animal, toca el bajo, el piano, la guitarra y no sé cuantos instrumentos más. Está muy valorada en los circuitos locales del blues. Pero no alcanza ni de lejos el desempeño de su hermana, que no ha pisado un conservatorio ni para entrar a pedir folletos de los cursos. En esta década prodigiosa, Samantha ha editado ya nueve discos, cuyas carátulas pueden ver aquí.

¿Saben cuántos discos ha publicado Amanda, que es dos años mayor, a lo largo de su carrera? La respuesta es dos. Es decir, Samantha es como yo en mi blog, trabaja continuamente, actúa, graba, publica y procura hacerlo bien, pero sin agobiarse. A Amanda me la imagino como la típica mujer perfeccionista, como esos bloggers que sólo sacan un post cada dos meses, porque no acaban de verlo terminado hasta que está perfecto, niquelao. Bien. Con todo esto, me he inventado un cuadro familiar que, de ser cierto explicaría muchas cosas. Porque Samantha ha tocado el cielo con el Wild Heart. Y necesita irse de su casa familiar. Necesita incluso irse de Kansas City, igual que yo necesitaba irme de La Coruña a los 17. Huir de la familia, de sus padres protectores, de su hermana frustrada, del entorno de amigos que la conocen desde pequeña, desde que era una adolescente esmirriada y larguirucha. Es hora de volar del nido. Y eso es lo que va a hacer Samantha. Pero habrán de esperar a la entrada siguiente para conocer el desenlace. Buen domingo.

jueves, 28 de enero de 2021

1.018. Quién es Samantha Fish I

Si se creían que me había olvidado de Samantha es que no me conocen. Llevo desde mediados de mayo fascinado por esta mujer y creo que les debo explicar por qué. Como quizá recuerden, se trata de una de las mejores guitarras del momento, dentro del mundo del blues, está considerada la mejor intérprete mundial de cigar box guitar, canta muy bien explotando al máximo sus cualidades vocales y se está revelando como una buena compositora, aun con mucho recorrido. Además de todo eso, a mí lo que me maravilla es su presencia, su personalidad en el escenario, su determinación, su forma de salir cada vez a comerse el mundo. Ya saben que pertenece a una generación de músicos cuyo fuerte es el directo, más que los discos, una línea cuyo auge liga Paul Krugman con la decadencia del mercado del CD. Pero hay más cosas que me hacen identificarme con esta mujer a pesar de las diferencias de edad, de cultura, de formación, de idioma, de contexto geográfico: ella y yo compartimos algunos rasgos de carácter, que hacen que en ciertos aspectos la sienta como un alma gemela. Quédense con una idea: Samantha Fish en directo es puro espectáculo. Vean una imagen de la forma en que acaba a veces sus actuaciones, lo que yo llamo el salto de la cabra, rememorando a El Cordobés.



Este sábado, día 30 de enero, mi adorada Sam cumple 32 añitos. Porque a esas edades, uno no cumple años, sino añitos. Por la imagen de la izquierda pueden ver que sigo haciéndome poco a poco con el merchandising de esta mujer, que tiene un lado comerciante muy curioso que le ha permitido hacerse un hueco en el mundo de la música: es una auténtica fenicia. En eso sí que no coincido con ella, yo soy un desastre como negociante, nunca he sabido regatear y todo el mundo me engaña. Pero hay un rasgo más que es clave para mí: esta mujer lo cuenta todo, igual que hago yo en el blog. Le encanta que le hagan entrevistas, es un personaje que resulta muy llamativo en un mundo tan masculino como el del blues, de modo que en todos los lugares por donde actúa le piden entrevistas y le preguntan sobre sí misma. Y ella lo canta todo, es transparente, está encantada de ser como es y tiene un relato de sí misma muy elaborado, lo que constituye un tesoro para mí y mi blog. 

Porque al fin y al cabo, este blog es un lugar donde yo intento hacer una forma de literatura y eso incluye el dibujo de personajes. En ese sentido, tanto valor pueden tener mis retratos de personajes como Sam Cooke, Chet Baker, o el eurodiputado húngaro que huyó en calzoncillos por las calles de Bruselas, todos ellos muy valorados por mis lectores, como la semblanza de mi padre que tengo entre mis proyectos, o este retrato por entregas de mi musa de los últimos tiempos. En mi tarea de bloguero, a menudo completo esos dibujos inventándome algún pasaje imaginario construido a base de fabular. Con Samantha no va a ser necesario: ella habla de sí misma en cuanto alguien le pregunta. Y es posible reconstruir su historia a partir de esas confesiones.

Samantha es una mujer muy chochi, y siento utilizar un término que sé que irrita a las mujeres, sobre todo a las feministas, pero es que no conozco ninguna otra manera de decirlo y, además, en mi caso tiene un valor admirativo. Quiero decir que es una mujer muy femenina en sentido clásico: coqueta, presumida, alegre, expresiva, le gustan los hombres, le gusta arreglarse bien y ser deseada. Y mantiene ese rasgo a pesar de ser muy lista, dominante, mandona y acostumbrada a defenderse sola en un mundo de hombres. Es todo esto, pero sin dejar de ser chochi. Por eso le encanta hablar de sí misma todo el tiempo. Y este es un rasgo con el que me identifico totalmente, ya han visto que yo estoy siempre hablando de mí mismo, enseñando mis fotos, presumiendo de mis éxitos y mis actividades más llamativas. A lo mejor es que tengo también un lado chochi. La alegría que tiene Samantha en el cuerpo es un antídoto para la melancolía de estos tiempos negros que nos toca vivir. Les pido que vean algunas imágenes antes de empezar a contar su historia. Una mujer que se ríe así no es alguien del montón.    





Vamos con su historia. Samantha nació hace 32 años en Kansas City, una ciudad del Medio Oeste americano, situada en el punto en que el río Kansas vierte sus aguas al Missouri, uno de los mayores cursos fluviales USA, que la separa del estado de Kansas (porque Kansas City está en el estado de Missouri). Es una ciudad agradable, que no llega al medio millón de habitantes, clima casi subtropical, con numerosas delegaciones de agencias estatales para todo el Medio Oeste, una buena universidad e importantes industrias del sector farmacéutico, automóvil y otras. Es el gran centro de servicios de una región predominantemente agrícola, a cuyos comercios y oficinas acuden en sus furgonetas todos los garrulos del entorno para abastecerse y resolver sus problemas administrativos. Ciudad de funcionarios y oficinistas, tiene una larga tradición musical (jazz, blues) y también gastronómica: es una de las capitales de la carne, famosa por sus barbacoas.

Samantha es la segunda hija de Bill Fish, una persona que trabaja en el sector servicios, pero desconozco exactamente en qué (Samantha, como yo, aparenta contarlo todo, pero se calla lo que se quiere callar). Bill era y es un apasionado del rock y de las guitarras eléctricas, de modo que su principal entretenimiento en los fines de semana era reunirse con sus hermanos y sus amigos a beber cerveza y montar jam sessions con sus instrumentos, en las que cada uno improvisaba historias sobre los sucesos de actualidad y sus carcajadas se oían por todo el barrio. La madre de Samantha es ama de casa, pero canta muy bien, hasta el punto que es la directora del coro de la iglesia a la que pertenece la familia y que tampoco he logrado identificar. Samantha tiene una hermana dos años mayor, Amanda, y ambas han mamado el rock and roll desde pequeñas, participando en las sesiones de su padre y sus tíos y escuchando la radio. Es una familia en la que la música es el centro de sus hobbys, pero que nunca se habían dedicado a ello de forma profesional.

A poco de sobrepasar el cambio de milenio, encontramos a Samantha como una adolescente larguirucha con los problemas propios de su edad y además lastrada por una timidez invencible, que le hace sufrir y ponerse muy colorada cada vez que la sacan a la tarima en la escuela secundaria, en donde va pasando los cursos con facilidad, sobrada, no como su hermana que es menos brillante. Aún no ha alcanzado todo su desarrollo (de adulta mide 1,70, que es una buena estatura), pero ya es para todos Long Tall Sam. Además, imagino que por entonces su pelo era negro, ni por un momento habrán dudado ustedes de que se trata de una rubia teñida, puro botellazo de lejía. Su hermana ha empezado ya a tocar la guitarra, estudia solfeo y empieza a participar en las jams de la familia. Con 15 años, Long Tall Sam decide aprender a tocar la batería, por hacer algo diferente y poderse sumar también al combo familiar. Pero enseguida ve que la batería no es lo suyo. Como cualquier instrumento, se necesita ensayar mucho, la batería es algo muy ruidoso y a Samantha la destierran al sótano de su casa para no molestar al vecindario, o sea que la batería no sólo no la ayuda a integrarse, sino que la aísla más.

Tras año y medio, se pasa a la guitarra. Ella es siempre positiva en sus valoraciones y dice ahora que el aprendizaje de la batería le vino muy bien para establecer sus fundamentos básicos en términos de ritmo y compás. La cuestión es que, en cuanto empieza con la guitarra, todo el mundo ve que se le da fenomenal y que, de forma autodidacta, supera pronto las prestaciones de su hermana. Por entonces sus preferencias son el rock clásico, los Stones, The Band y Tom Petty and the Heartbreakers (estaba por entonces perdidamente enamorada del guitarrista de los Heartbreakers). Pero es entonces cuando empieza a moverse por los clubs de la ciudad donde se interpreta música en directo y allí descubre el blues. Suele ir a estos clubes con su padre o su hermana, para que la dejen entrar a pesar de su edad.

Entre estos clubes hay uno mítico que destaca por encima de todos: el Knuckleheads Saloon, el club de los cabezas huecas. Es un amplio hangar en las afueras de la ciudad, ya en las proximidades del río, en el que hay música en directo todas las noches y constituye uno de los centros de referencia del blues de toda la región. Allí no se sirve nada de comer, pero se permite que los clientes encarguen comida de los negocios del entorno. Entre ellos hay una pizzería muy valorada y Samantha consigue allí un empleo que le permite entrar a servir pizzas a los asistentes a los conciertos y quedarse por allí remoloneando y poniendo la oreja a ver qué se toca. Cualquier otra persona que hubiera pasado por algo así, probablemente odiaría la pizza; no es el caso de Sam, que sigue adorando las pizzas.

Sucede entonces algo trascendental. En su colegio de secundaria hay una especie de fiesta de fin de trimestre o de curso y están preparando una serie de actuaciones musicales de los alumnos. Algunos amigos que han oído tocar a Sam le dicen que se traiga su guitarra y ella se presenta a regañadientes y sin estar segura de participar finalmente, porque le aterroriza la idea de exponerse al público. Pero en uno de los intervalos, uno de sus amigos le da un empujón y la manda al medio del escenario. Colorada como un tomate, decide tirar para adelante y empieza a tocar, primero tímidamente, y enseguida con mayor aplomo. Interpreta un par de blues enlazados, bien tocados y bien cantados. Y recibe una ovación unánime, trufada de bravos, vivas y hurras. Pero lo más importante: descubre que aquello le gusta más que a un tonto una chocolatina. Es una sensación impagable e inesperada: en ese momento sabe que aquello es lo suyo, que nada le resulta tan emocionante como salir a un escenario a mostrar su arte. Ha vencido a la timidez mediante un ejemplo clásico de terapia de choque conductista.

Aquí he de contarles una anécdota mía personal. Cuando yo llegué a Madrid, septiembre de 1968, ingresé en un Colegio Mayor del que no voy a decir el nombre. No creo que les sorprenda saber que, de adolescente, yo era un tímido incurable, me aterrorizaban las chicas y ni se me ocurriría ponerme a hablar en frente de una audiencia desconocida. Nada más llegar al Colegio Mayor, me enteré de que los novatos estábamos sometidos a una batería de novatadas bastante crueles (una de ellas era comprar un melón, acercarse con él a una tienda de ropa interior y comprar un sujetador para una supuesta novia, real o inventada, mostrando el melón como referencia para la talla). Había una forma de evitar ese proceso tan vejatorio: dar una conferencia.

Yo elegí esta modalidad y anuncié que daría una conferencia sobre la guerra de Vietnam, entonces de actualidad. Se aceptó y el día del evento se presentaron allí el director del Colegio y los principales veteranos, algo que yo ni por asomo esperaba. No me quedó más remedio que tirar para adelante, hice una exposición estupenda en términos geoestratégicos (los chinos son tropecientos millones y necesitan expandirse, etc.), y no coseché bravos, porque no se estilaba en este tipo de saraos, pero todo el mundo me escuchó con suma atención durante una hora y luego me felicitaron. Y sufrí una especie de epifanía, similar a la de Samantha cuando sus amigos la empujaron al centro del escenario: me pareció maravilloso, descubrí una facultad mía que desconocía y encontré una vía de escape a mis obsesiones, mis miedos y mis complejos. Un año después era ya el presentador de la fiesta de fin de curso del Colegio Mayor.

Pero volvamos a Sam. A partir del descubrimiento de que actuar en público con su guitarra es una de las cosas que más le pone, se centra en el empeño de montarse un grupito de blues. Logra liar a un bajo veterano amigo de su padre y a un cura que toca la batería, también mayor. Se bautizan pomposamente como The Samantha Fish Blues Band y empiezan a ofrecerse para tocar en los bares de Kansas. Samantha se hace con una agenda en la que pone cruces cada vez que ata un concierto y empieza a hacer llamadas de teléfono a ofrecer sus servicios incluso gratis a cambio de la bebida. Cuando atienden sus llamadas dice: buenos días, soy la agente de la Samantha Fish Blues Band, ¿de verdad no han oído hablar de nosotros? Y poco a poco, la agenda semanal va aumentando el número de cruces, porque en estas cosas funciona el boca a boca y unos bares avisan a otros de que esta chica y su banda son muy buenos.

Y llega otro hito en su historia. Samantha termina la secundaria. Dos años antes, su hermana Amanda ha decidido dedicarse en exclusiva a la música y está en esos momentos estudiando solfeo, piano y tocando ya varios instrumentos. A sus padres les ha parecido bien, porque saben que eso es lo que ella quiere y no la ven tampoco muy dotada para otro tipo de salidas vitales. Pero, cuando Samantha les plantea hacer lo mismo, su primera reacción es entristecerse y torcer el gesto. En Kansas hay una buena universidad y Samantha es una chica muy lista, que se ha sacado la secundaria sin el menor esfuerzo y compatibilizándola con sus actividades musicales. Le sugieren entonces que estudie una carrera sin dejar la música, simplemente para tener un plan B, porque el mundo de la música es muy duro y no es fácil abrirse camino y ganarse la vida con él. Su respuesta es contundente: Daddy, yo no tengo un plan B, porque tampoco tengo un plan A, simplemente hay una actividad que me apasiona y me llena completamente y creo que estoy en mi derecho de averiguar si puedo vivir de ello.

Pregunta del periodista: ¿entonces usted no fue nunca a la Universidad? Respuesta: Bueno, por contentar a mi padre me matriculé en una asignatura: canto. Allí enseñaban los fundamentos de la ópera y el canto clásico, pero apenas fui a un par de clases, porque enseguida averigüé que yo estaba ya mucho más adelante de lo que allí se enseñaba; pero no me vino mal para aprender algunos ejercicios vocales. El proyecto musical de Sam avanza, pero no a la velocidad que ella quiere. Samantha es una mujer inquieta y curiosa. Y esa curiosidad la lleva a observar que otros grupillos de la ciudad tienen mayor recorrido porque, a la salida de sus conciertos, tienen montado un pequeño stand en el que venden un disco que se han autoeditado ellos mismos y que los oyentes compran por poco dinero. Entonces decide que tiene que grabar un disco, para venderlo a la salida de sus actuaciones. Ese disco se llamará Live bait, se grabará en directo en el Hannibal’s Waldo Bar and Grill de Kansas City, en una noche de 2009 con medios artesanales y es la primera grabación oficial de Samantha, toda ella hecha de versiones de canciones de otros músicos. Abajo tienen las carátulas de este disco mítico.

El disco está ahora descatalogado, yo no lo he oído, se pueden conseguir vinilos en E-bay a precios astronómicos y Samantha nunca lo ha querido reeditar, porque dice que es muy malo (igual que yo con mis libros de diarios de Sri Lanka). Pero algo debía de tener esta grabación artesanal, porque los cazatalentos del sello alemán de blues Ruf Records se fijan en él y llaman a Samantha. Le ofrecen incorporarse a una caravana de mujeres del blues que están preparando para hacer una gira por todo el mundo, que se llamará Girls with Guitars. Ya saben lo horteras que son los alemanes para estas cosas, quieren una gira con guitarristas jóvenes para que todos los salidos de su país acudan a ver si les pueden ver el culo a las chicas y aflojen la mosca para ese innoble fin. Pero aquí surge el lado fenicio de Sam. Ella lo que quiere es grabar sus propios discos en solitario. Y los de Ruf quieren que haga la gira de Girls with guitars. Quid pro quo: Samantha acepta la gira a cambio de que le prometan grabar sus propios discos. Los de la compañía quieren garantizarse un mínimo de discos, no vaya a ser que esta chica triunfe, y ella acepta y firma el compromiso de grabar cinco discos en exclusiva para ellos.

Lo que no saben los de Ruf Records es que, antes de que consigan montar una grabación para el disco de lanzamiento de Girls with Guitars, Samantha se va a presentar en el estudio de grabación con su primer disco perfectamente diseñado y estudiado. Este disco se llamará Runaway, está casi compuesto por versiones, aunque Sam se ha animado a componer alguna canción ya, y es muy bueno. Saldrá a la venta al tiempo del disco de las chicas con guitarras, antes del comienzo de la gira por Europa. Una gira a la que Samantha se apunta cagada de miedo. Nunca ha salido de su país y este será el test definitivo para saber si puede vivir de la música a partir de ese punto. Vean la imagen de promoción de la gira.

Samantha recorrerá Europa en una experiencia que la hará crecer como intérprete y como mujer. Y aquí quiero desmentir una leyenda que circula sobre Samantha Fish: la de que nunca ha estado en España. En realidad estuvo una vez: en el festival de blues de Hondarribia 2011. El concierto de las Girls with Guitars fue grabado por La 2 y retransmitido en diferido en el espacio Los Conciertos de la 2. Y quiero que vean cómo arrancó su actuación. Samantha gusta de aprenderse algunas frases del idioma local en cada país de los que visita y abre el concierto diciendo buenos días, pero enseguida se da cuenta de que es de noche y añade ¡Oh I’m sorry, Buenos noches!, con lo que lo termina de arreglar. Y sigue: ya sabía yo que la había pifiado del todo; qué bien estar aquí, es mi primera vez en España, que lugar tan hermoso. Aquí pueden ver que el arte de Samantha está ya presente en todas sus facetas, su forma de cantar, su guitarra impagable, la determinación y la presencia en el escenario. Destaca aún más si cabe, porque sus dos compañeras son un par de sosas, una especie de ajos plantados en el campo a los lados de Samantha (una de ellas ha cambiado respecto a la imagen de antes: la original al final se echó para atrás de la gira). En realidad, el único que le sigue el rollo a Samantha es el batería, que es el prototipo del motivao

Así arrancaba un concierto Samantha con 22 años. Eran los tiempos en los que abría la boca cuando tocaba sus punteos, como si estuviera en el dentista (luego dejó de hacerlo) y no controlaba muy bien su voz en los sobreagudos. Pero ahora les voy a pedir que vean un vídeo cortito de otra canción de ese mismo concierto. Aquí, Samantha y el motivao escenifican definitivamente su complicidad, entre la sosez de sus compañeras. Samantha empieza presentando a su compañero. Luego pregunta al público ¿cómo se sienten esta noche? Ante la respuesta tibia de los euskaldunes se rinde y dice Vale. La canción es una composición suya, en la que sintetiza lo que pasa por la cabeza de una mujer flaca y larguirucha de 21 años. Se llama Wait a minut, baby, es decir, espera un poco, cariño. Y su letra dice: mira lo que te digo, cielo, estamos yendo demasiado deprisa, tú quieres hacer el amor enseguida, y piensas que me conoces, pero no me conoces para nada, así que espera un poco, cariño, por qué no te vas p'allá pa la puerta. Y continúa: como no me dejes en paz, cielo, te juro que ya no querré verte nunca más (anymore). Vean qué delicia de ritmo, más cerca del cha-cha-chá que del blues, con qué groove canta eso de güeri-güeri-güeri minut, baby y qué coña se trae cuando dice lo de anymore. El motivao y ella se lo montan de maravilla, conducen la canción al final que tienen pactado y acaban muertos de risa. Véanlo.

Esta chica ya apuntaba maneras entonces. Nadie en España lo supo ver y no ha vuelto más. Por ahora, porque el grupo de Facebook Samantha Fish España, del que tengo el gusto de ser miembro, tenemos el objetivo de traerla algún día. Samantha dice siempre que aquella gira en su conjunto fue una experiencia buenísima para ella, que empezó con miedo pero enseguida se sintió muy cómoda, que sus compañeras eran estupendas (no va a decir otra cosa) y que siempre estará agradecida a los de Ruf Records por esta aventura. En pocos días tendrán la continuación de su historia. Cuídense, que la situación está cruda. Abrazos sin mascarilla.

lunes, 25 de enero de 2021

1.017. Pasta e ceci alla romana

Bueno, menudo año de sobresaltos que llevamos, y nos quejábamos del 2020. Esto ya es la leche. Empezamos celebrando una pseudo-Navidad, semiencerrados por miedo a que nos contagiara cualquier pariente o amigo. A continuación, una turba de fanáticos asaltó el Congreso USA y casi la lían, menos mal que las estructuras democráticas resistieron, yo me acordé de nuestro 23-F y, como este, al final acabó bien. No nos habíamos repuesto todavía, cuando llegó Filomena y nos sepultó bajo pie y medio de nieve, redoblando el confinamiento. Esto ya no salió tan bien: las calles están llenas de arboles tronchados, mucha gente se ha roto huesos al caerse por el hielo (yo me caí también, como saben, pero no me rompí nada) y veremos cómo salimos de esta ruina. A mí me parece muy oportuno que nos declaren Zona Catastrófica, pero sugiero que se cree una categoría especial para nosotros: Zona Catastrófica-Con-Ayuso, porque ese factor supone un gradiente adicional de la catástrofe.

Empezábamos a reponernos de tantos sustos, cuando un edificio de la calle Toledo voló por los aires. Era un edificio de la iglesia; un joven cura llamó a un fontanero para investigar un problema de la caldera y ahí les pilló el escape de gas. Murieron ambos, además de dos peatones que pasaban por allí, por una acera por la que yo solía transitar bastante a menudo, antes de la pandemia. Imagino que los compañeros del cura muerto habrán de hacer duros esfuerzos mentales para entender por qué el Dios en el que creen les ha castigado de esa forma. Ante sucesos tan terribles, yo me siento más tranquilo pensando que no hay nadie detrás, decidiendo adrede cosas como esta. Yo prefiero creer en la Física y la Química. Pero sin solución de continuidad nos llegó la amenaza del meteorito, que se dirigía a toda velocidad hacia la tierra, con posibilidades de caer sobre Madrid. ¿Cómo dicen? ¿Que no se han enterado? Pero ¿en qué mundo viven ustedes? Vale: les gusta que se lo cuente. Pues vamos a ello.

Llevaban más de una semana anunciándolo y el caso es que estamos ya tan hartos de fake news, de escuchar a terraplanistas, antivacunas y adventistas del séptimo día, que apenas le dimos importancia. Y el meteorito (en realidad una roca de gran tamaño desprendida de un meteorito de verdad), llegó a nuestros cielos a una velocidad de 126.000 kilómetros por hora, fijaté. Entró en lo que se conoce como la atmósfera, en la madrugada del día 21, más o menos a la altura de la línea que separa las provincias de Ávila y Madrid, en su movimiento de caída sobre la Tierra. Y, nada más entrar en la atmósfera, se puso incandescente por el rozamiento y se convirtió en una bola de fuego, que pudieron ver todos los insomnes de la capital (no era mi caso ese día) y que también se observó en la provincia de Lugo (los de Lugo es que son muy suyos). Por ese rozamiento, fue perdiendo masa, hasta que se desintegró totalmente, apagando su llamarada, justo en la vertical del Puente de Vallecas, a 21 kilómetros de altura, una distancia insignificante para fenómenos de esa envergadura. Vean la filmación que ha publicado el Centro de Seguimiento de OVNIs y similares de Toledo, que registra todo lo que sucede en el cielo y hace luego unos vídeos explicativos muy pintones

Nada, que por un pelo no nos cayó en la crisma. Y en esas andábamos, cuando, para acabar de joderlo, las cifras de contagios del Covid empezaron a dispararse, la cosa se salió de control y tal parece que esto ya no es la tercera ola de la pandemia, sino el primer tsunami. Así que volvemos a la casilla de salida, nos olvidamos de la vida muelle de la segunda ola y tomamos como referencia la primera, la de marzo. Y vuelta a encerrarnos. Estaba yo a punto de escribirles algo sobre el tiempo que me queda para jubilarme, menos de un mes, y las perspectivas posteriores, pero esto lo cambia todo. El martes pasado, día 19, fui a la oficina, por vez primera en el año (culpa de Filomena) y probablemente última por ahora (culpa del tsunami). Cogí mi Toyota híbrido y me interné por las calles apenas despejadas de nieve.

Me reuní con algunos compañeros, saludé a mi jefa y a la una bajé a comer al bar de mis amigos, donde me zampé una sopa de picadillo y un entrecot de los buenos. Era mi primera incursión del año en un local cerrado, e imagino que también la última por una temporada. Porque el viernes ya nos aterrorizaron con lo que venía y hubo que cambiar de chip. Por la mañana escribí mi post sobre Trump y, tras la siesta de reglamento, subí al Mercado de Antón Martín a hacer acopio de provisiones para los próximos días. Había templado y empezado a llover y la lluvia ayudaba a eliminar la nieve sobre las calles, pero todavía quedaban pegotones cada vez más negros, como este que fotografié en la misma calle Atocha. Es como una metáfora de la existencia: la nieve es como el nacimiento y luego uno se va deteriorando y se va poniendo más negro, hasta que desaparece como lágrimas en la lluvia.

Y el sábado nos llegó el Decreto interno del señor Alcalde: a partir de hoy, todo el mundo a teletrabajar, salvo excepciones en que el servicio lo requiera. En mi situación, no creo que mis servicios sean requeridos, posiblemente ya nunca más. Por unas cosas o por otras, esto de la jubilación me está llegando de forma suave y gradual. Hace tiempo que apenas diferencio los días laborables de los festivos, salvo porque las tiendas cierran, y dentro de poco puede que cierren también en los laborables. Mis principales actividades profesionales las desarrollo desde casa y, como les dije, tengo al menos tres saraos en perspectiva, del tipo de los que intentaré mantener hasta donde pueda. Y el primero es ya mañana. A las cinco de la tarde, impartiré una clase de una hora en inglés, para la Êcole HEI, des Hautes Êtudes d’Ingenierie de Francia. Es parte de un ciclo que coordina mi amiga Ana Ruiz-Bowen, profesora de la Universidad de Lille de la que ya les he hablado. Será en versión telemática y miren qué anuncio más elegante han publicado en Linkedin y otras plataformas.  


Si alguno de ustedes tiene interés en escucharme, que me lo haga saber por Whatsapp, teléfono o, los que no me tengan localizado, a través de los comentarios del blog. Este es sólo el primero de los saraos que me esperan, ya tengo otro confirmado con día y hora y otro más pendiente de confirmación. Me he pasado el finde ensayando mi presentación pero, al fin y al cabo, tengo que estar encerrado y un entretenimiento como este es una bendición. El resto del tiempo lo he ocupado en otras tareas, como adecentar mi terraza tras el temporal, reparar en lo posible los destrozos y dejar las plantas preparadas para el resto del invierno. Y, por supuesto, cocinar. Y aquí viene a cuento el título del post. A mediados de diciembre, mi hijo Kike nos hizo a mí y a su hermano un plato realmente delicioso. Le pregunté el nombre y me dijo precisamente el título del post (pronuncien pasta e chechi o, si son vascos, pasta e txetxi).

Me gustó tanto que le pedí la receta y me la he hecho por primera vez este sábado. Y les voy a explicar paso a paso cómo hacerlo, porque en tiempo de encierro la cocina es un entretenimiento supremo, como ya vimos en marzo. Pasta e ceci es un plato muy típico de toda Italia, pasta y garbanzos (no otra cosa significa ceci). Cada región tiene su estilo, por ejemplo, en la Toscana le suelen poner tomate, con lo que toma otro color. Y en el sur suelen servirlo con una picada de perejil, cilantro o comino por encima, influencia árabe. En cualquier caso es un plato barato, propio de los años de la postguerra y el neorrealismo. Empecemos por los ingredientes. Los tienen abajo, además de una cebolla roja, que me olvidé de añadir al carrito.

Como ven, unos 600 gramos de garbanzos (si los usan crudos, el guiso tarda en hacerse dos o tres horas; yo utilicé un bote y medio de la marca Luengo, que están muy buenos). Además, un diente de ajo, dos ramitas de romero, aceite, sal y pimienta, la cebolla roja que falta, caldo Aneto y la pasta, en este caso la que yo tenía en casa, unos fusilli lunghi de la marca Garofallo, que son exquisitos. Este es un plato de cuchara, es mejor que usen una pasta no tan larga, yo es que tenía esta, pero antes de cocerla la partí en trozos pequeños (las cantidades que les indico dan para unas tres raciones). Y a la derecha pueden ver el recipiente de los chiltepines y el chiltepinero de madera para molerlos, que les muestro en detalle para que los vean mejor.

Ya sé lo que me van a decir, que no tienen chiltepines ni chiltepinero. A mí me surte de los primeros y me regaló lo segundo mi amigo Joe, mi hermano mexicano. El único objetivo de los chiltepines es aportar un toque picante. Así que, si no tienen, pueden sustituirlos por unas cayenas, tres unidades en cada caso, bien molidas o picadas. Se pone en una olla de tipo Teflón una cantidad generosa de aceite de oliva, con el ajo partido en dos, las dos ramitas de romero y el elemento picante, como ven abajo. Se le añade sal y pimienta negra a gusto y se pone a fuego bajo.



Es el momento de picar la cebolla roja en pequeños cubos como de 1 cm. de lado. Cuando el ajo se pone del color que ven abajo, dorado, se retira todo: ajo, romero y grandes restos del picante que se haya puesto. Todo eso va a la basura, dejando sólo el aceite aromatizado. Entonces se echa la cebolla picada y se deja a fuego bajo, removiendo de vez en cuando con la cuchara de madera.



Mientras se hace la cebolla, se van lavando y escurriendo los garbanzos, para quitarles el líquido en el que están conservados, que hace espuma con el agua del grifo. Cuando ya no hay espuma, se escurren bien. En el momento en que la cebolla se pone bastante transparente, se le añaden los garbanzos bien escurridos y se rehoga todo junto un poquito. Vean que ya he puesto agua a hervir para la pasta en otra cazuela.


Después de rehogar los garbanzos, se añade caldo casero, si lo tenemos de un cocido o similar anterior. Si no tenemos caldo casero, entonces se pone mitad caldo Aneto y mitad agua caliente, hasta cubrirlo todo. Se lleva a hervir y entonces se tapa, se baja el fuego al mínimo y se deja cocer veinte minutos. En la segunda imagen ven que ya he echado la pasta en la otra cazuela.


La pasta hay que irla probando, porque el punto de cocción es clave. En general, en España se come la pasta en un determinado punto, un poco pasada, mientras que en Italia se come al dente, más dura. Pues aquí hay que sacarla del fuego cuando esté un punto más dura que al dente, y ponerla a escurrir.

Transcurridos los veinte minutos de cocción, se reserva un cazo generoso del guiso (garbanzos, cebolla, etc.). El resto se pasa con una minipimer. Abajo ven los tres elementos a mezclar: la pasta escurrida, el cazo reservado en un bol y el resto, listo para ser convertido en puré. Como mi minipimer no tiene un cacharro muy grande, lo tuve que hacer en dos veces. El puré se prueba y se corrige con sal, si se ha quedado soso. Ojo, este puré ha de quedar bastante líquido.

Es el momento de mezclar los tres elementos: el puré, la pasta y los garbancitos reservados. Puede valer la misma cazuela utilizada, pero ya fuera del fuego. Se le dan unas vueltas, se mezcla todo bien, y se deja reposar unos cinco minutos. Y es entonces cuando se produce el milagro: una pasta muy dura y un puré muy suelto, se transfieren entre ellos el líquido hasta adquirir una unidad de sabor y textura. El resultado es delicioso. Ya ven que, en este trámite, el puré se espesa unos grados. Por eso hay que dejarlo más bien líquido. Porque, si está muy espeso de entrada, al añadirle la pasta dura, se puede convertir en una especie de ladrillo, encuadrable en la categoría de bodrio, algo que tiene difícil remedio.

Mientras le daba al guiso sus cinco minutos de reposo, me preparé un vermú rojo de la marca Zecchini, una delicatessen que, a pesar de su nombre, se fabrica en la Comunidad de Madrid y ha ganado diversos premios internacionales. Lo acompañé con aceitunas de Campo Real que, para mi gusto, son las mejores del mundo.


Y después me serví mi plato de pasta e ceci, con una cerveza 1906 y unas dippas para acompañar. Y con la sal y la pimienta a mano por si había que reforzar algún sabor. Un banquete. ¿Cómo dicen? ¿Que no saben lo que son las dippas? Pues las venden en todos los supermercados y se usan para hacer dipping. Desde luego, es que no saben ustedes nada de nada, no sé cómo los aguanto.

Les diré que, desde que probé este plato delicioso a mediados de diciembre, estuve mucho tiempo con un runrún en la cabeza. ¿De qué me sonaba a mí la pasta e ceci? A veces parecía a punto de descubrirlo, pero siempre me quedaba al borde. Hasta que un día se me hizo la luz. Este plato romano tiene que ver con una película de la que les hablé no hace mucho en el blog, incluso les desvelé el secreto de una de las escenas clave, en un spoiler de manual. Me estoy refiriendo a I soliti ignoti, (Mario Monicelli, 1958), que en España se tituló Rufufú. Si la piensan ver, entonces no deben seguir leyendo. Aunque, aún sabiendo el final, es una película extraordinaria, que merece la pena ver y que refleja a la perfección el ambiente de los años 50 en Roma. He encontrado en el Youtube la escena final de la película, en italiano, pero más o menos se pilla el sentido de lo que está pasando.

La banda lamentable de ladrones de poca monta, que encabeza el gran Totó (que no sale ya en esta escena) y que integran Gassman y Mastroianni con un par de colegas más, se ha conjurado para dar el golpe de su vida, mediante el procedimiento del butrón. Para ello se han colado de noche en un apartamento de la Vía delle Madonne, vecino del banco que quieren atracar, al que pretenden acceder mediante un buco (butrón) artesanal, que parece infalible. Sucede lo que verán y ante el fallo de lo que habían previsto, encuentran en la cocina del apartamento una cazuela de pasta e ceci, que se acabarán comiendo entre todos, porque está muy rico, dicen. Y esta será la noticia que salga en la prensa al día siguiente y con cuya imagen acaba la película: I soliti ignoti (algo así como los habituales desconocidos): hacen un enorme butrón para robar pasta e ceci. Les dejo con el vídeo. Que tengan una buena semana, dentro de lo que cabe.


 

viernes, 22 de enero de 2021

1.016. Bye, bye, motherfucker

O, como dicen los vascos: ahí te jodas, cacho cabrón. Como algunos de mis lectores se han quejado de la omnipresencia en el blog del caldo concentrado Trump, pues aquí tienen dos tazas. Creo que la mayoría de mis seguidores comparte el sentimiento de alivio, el poder pasar página de una vez de esa pesadilla que han supuesto para el mundo los cuatro años de la presidencia de Trump en los USA. Les confieso que, hasta anteayer, yo estaba preocupado de que este energúmeno lograra de alguna manera revertir la situación y forzar el resultado de las elecciones de noviembre, con los trucos que ha ido manejando a lo largo de estos años interminables (y de toda su vida). Con esa inquietud, seguí la ceremonia de toma de posesión de Biden, a ratos con el corazón en un puño, asaltado por imágenes de francotiradores ocultos en azoteas con rifles de mira telescópica interrumpiendo todo el ceremonial ensayado mil veces. Si lo hicieron con Kennedy, por qué no con este, que por cierto, es el segundo presidente católico de los USA, precisamente después de Kennedy. Al final, salió todo bien y nadie echó de menos a Trump, que ha seguido hasta el último segundo de su mandato dando musho por culo y haciendo alarde de su mala educación.

Les había prometido un post poniendo verde a este sujeto y celebrando su derrota con una bailecito o similar, como he hecho otras veces, pero es que casi tres meses después de las elecciones, créanme, ya no me quedan ni ganas de celebrar nada. Así que me limitaré a ponerlo verde. Donald Trump era, como saben, un promotor inmobiliario y magnate financiero neoyorkino, propietario de numerosos edificios en las grandes ciudades americanas (como las Trump Towers), dueño también de muchos casinos y durante años organizador de los concursos Miss Universo, Miss USA y Miss Teen USA (miss USA adolescente) y también participante asiduo en un show de televisión llamado The Apprentice emitido por la NBC. Desde siempre ha sido un tipo fanfarrón, con un problema de relación con las mujeres que sigue sin superar y que le lleva a hacer toda clase de comentarios inapropiados, presumiendo de lo que no es.

Después de valorar presentarse a dos elecciones presidenciales anteriores, se decidió por fin en las de 2016. El Partido Republicano lo acogió a regañadientes, pero desde el primer momento fue siempre en cabeza en los sondeos internos, hasta ser elegido candidato en la convención de julio, en tándem con Mike Pence, un hombre discreto que le puso el partido para intentar controlarlo, aunque finalmente, en USA el vicepresidente no suele ser mucho más que un cero a la izquierda. En el partido la gente no esperaba que fuera el nominado, les pilló de sorpresa y se dice que él fue el primer sorprendido. A partir de ahí ya tenía una plataforma mediática en donde alimentar su ego. Salieron a la luz entonces muchos de los comentarios que radiografían la personalidad de este caballero. Por ejemplo, cuando dijo que en Nueva York era tan poderoso que podría dispararle a alguien por la calle y matarlo, sin que le pasara nada y sin perder ninguno de sus apoyos.

Se publicó también un audio, grabado mientras esperaba a intervenir en un programa de TV, en el que se jactaba de que una celebridad como él podía hacer lo que quisiera con las mujeres, desde besarlas o sobarlas aunque no quisieran, a lo que añadió: yo ni siquiera espero, directamente las agarro por el coño. En cuanto empezó la campaña electoral contra Hillary, surgieron como hongos demandas contra él, de mujeres agredidas sexualmente, imagino que incluyendo alguna falsa, y con especial presencia de concursantes a los diferentes torneos de Miss Mundo, etc., en cuyos camerinos gustaba de colarse cuando se estaban cambiando. Después del movimiento Me Too, estas denuncias se recrudecieron. Hasta 26 mujeres han denunciado a Trump por diferentes conductas abusivas, algunas de ellas ocurridas en su mansión de Mar-A-Lago, en Florida, estando por allí su familia.

Otra de las constantes que se repiten en estas denuncias es el protagonismo de strippers, actrices porno y modelos de la revista Play Boy. En los últimos momentos de la campaña, trascendió que dos de estas señoras habían recibido importantes cantidades de dinero por su silencio. Karen McDougal, playmate del año 1998, recibió 150.000$ de la revista National Esquire, a cuenta de sus derechos de autora de unas memorias en las que lo cantaba todo, memorias que la revista nunca publicó, en un ejemplo de la práctica conocida como catch and kill (agárralo y mátalo). Se supone que Trump le reembolsó esa cantidad a la revista, muy afín a su entorno, no iba a ser tan tonto de pagarle directamente a la chica con un cheque de su cuenta. Algo parecido sucedió con la actriz porno Stormy Daniels, que recibió 130.000$ por un acuerdo de confidencialidad sobre su relación con Trump. En este caso, quien hizo de intermediario fue el abogado personal de Trump, Steve Cohen, que declaró que lo había pagado de su propio bolsillo. Este Cohen, fue condenado en 2018 por falsedad, cohecho y extorsión a una pena de tres años de cárcel. Desde que surgió el Covid y ante el riesgo de contagio, se le autorizó a continuar su condena en arresto domiciliario, y ahora Trump lo ha indultado.

Arriba tienen una imagen característica de Stormy Daniels. Esta señora afirma que mantuvo una relación con Trump a lo largo de 2006 y 2007, es decir, cuando Melania estaba embarazada de su único hijo, ese que sale ahora en las fotos con una cara de melancolía extrema (no es de extrañar). Stormy ha invertido de forma inteligente el dinero recibido, para montar una compañía ambulante de espectáculos porno, que recorre Estados Unidos con éxito notable. En sus shows, sale un actor con el pelo naranja interpretando a quién ustedes se imaginan, lo que ha multiplicado la popularidad y las ganancias de la compañía. Según sus amigos, Stormy está ahora mismo nadando en la abundancia. El estado de Nueva York tiene en curso sendas investigaciones para determinar si fue finalmente Trump quien pagó a estas dos señoras y otras, y si utilizó para ello fondos de la campaña, lo que sería ilegal.

Ya sé lo que están pensando: que todo esto son cotilleos malsanos (todo lo dicho es cierto), y que eso no tiene nada que ver con su desempeño como estadista. A esto les contesto que me parece que son aspectos que definen muy bien la catadura del personaje y que para mí los temas personales están siempre íntimamente relacionados con los profesionales. Yo nunca he querido tener en mi equipo a personas de las que pensaba que eran unos cabrones, aunque fueran buenos técnicos. Y este retrato de Trump evidencia la hipocresía suprema del Partido Republicano, que ha tolerado en este tiempo a un corrupto, putero e inestable anímicamente, a cambio de que apoyara las leyes antiaborto, las disposiciones contra los homosexuales o la política migratoria, además de nombrar jueces afines a la ideología más retrógrada por todos los estados. Dicen algunos analistas yanquis que la elección al Senado en Georgia, la perdieron los republicanos, contra todo pronóstico, por lo hartos que estaban los votantes conservadores de la figura de Trump y de cómo se estaba portando desde las elecciones de noviembre.

Pero, volviendo a 2016, el caso es que Trump ganó a Hillary, o más bien Hillary perdió ella sola por antipática, prepotente y zaboría. Y todo el mundo pensó que la fiera Trump se domesticaría por el peso del cargo y moderaría sus modos de actuar. Nada más lejos de la realidad. En la propia toma de posesión, lanzó un discurso breve y críptico, que nadie entendió, diciendo que en la frontera sur de USA se estaba produciendo una autentica carnage, que podemos traducir por carnicería o masacre, por la entrada continua e indiscriminada de violadores, drogadictos y delincuentes (así caracterizó a los migrantes mexicanos) y que él iba a acabar inmediatamente con esa carnage. En los corrillos de final del acto, alguien le preguntó al ex presidente George W. Bush qué le había parecido el discurso, a lo que respondió: that was some weird shit, ha sido una especie de rara mierda. Al menos tres testigos dijeron a la prensa haber escuchado el comentario, aunque Bush, lógicamente, nunca habló nada al respecto.

Recuerdan que uno de sus lemas de campaña era que iba a construir un muro con México y que lo pagarían los mexicanos. Nada de esto ha sucedido, en estos cuatro años apenas se han construido 600 kms de muro en una frontera que tiene 3.170 kms. Pero es que todo esto es un rollo patatero, porque el muro ya existía en buena parte antes de que llegara Trump, y fue Bill Clinton el que construyó los tramos mayores. Yo he estado en Tijuana y en Nogales y he visto el muro, abajo les pongo un mapa muy significativo. Pero además es que, en muchas zonas del desierto, lo que hay es apenas una pequeña valla para marcar físicamente los límites topográficos entre ambos países, que cualquiera puede saltar. Pero no hace falta más porque, con los modernos sistemas de seguimiento por satélite, en cuanto alguien salta esa valla, a los cinco minutos se ve rodeado por varios jeeps de la Patrulla Fronteriza, que los mexicanos llaman la migra, alertados por GPS. Es decir, que el muro de Trump era algo innecesario, un fuego fatuo, un Trump-antojo. Vean el mapa que les digo.

Aquí ven, señalados en rojo, qué tramos de la frontera contaban con un muro o una valla de separación cuando Trump llegó a la presidencia. Desde El Paso hacia el Este, ven que la línea deja de ser recta por amoldarse al curso del Río Grande. Su insistencia en el tema del muro es una muestra más de su desconocimiento de la problemática de una zona que no había pisado en su vida y la simpleza de su pensamiento, que necesita ofrecer a sus seguidores una imagen-símbolo. Se creó una asociación que organizó un crowfunding para recaudar dinero para la construcción del muro. Se recaudaron 25 millones que ahora no se sabe dónde están. El administrador de esos fondos, el siniestro Steve Bannon, fue encarcelado sin fianza por eso, aunque ahora también lo ha indultado Trump. Es un indulto preventivo, antes de que sea juzgado, algo que tiene cojones, pero es una prerrogativa del presidente, que casi todos han utilizado. Hay que decir que en estos cuatro años, la inmigración desde el sur se ha reducido y controlado mucho, sobre la base de unas medidas de represión en algunos casos crueles, como la separación de los niños de sus padres. Las políticas y los insultos de Trump han recrudecido la inquina que tienen los mexicanos contra su vecino del norte. Vean lo que dice una reciente pintada en la cara sur del muro.

Volviendo a Trump, se cuenta que en estos años Melania ha dormido en un ala de la Casa Blanca diferente, con su hijo desanimado Barron. Y que es uno de los pocos presidentes USA de la historia que no dormía con su señora en la suite presidencial. Se levantaba temprano ya cabreado, imagino que duerme fatal, y desde primera hora empezaba a mandar tweets incendiarios atacando a todo el mundo. Qué hará, ahora que le han cerrado la cuenta. Después, se le hacía llegar un resumen de la prensa del día, que miraba apenas en diagonal, porque es incapaz de leer con atención unos textos tan largos. Su galería de insultos es infinita. Cuando estuvo de visita en Corea, se negó a visitar el cementerio de caídos norteamericanos de la guerra, comentando entre dientes que esos eran unos perdedores (uno de sus leit motivs). Y seguro que ustedes han podido ver el video que les pongo abajo, que se distribuyó por Whatsapp con un audio impostado de Chiquito de la Calzada. El audio es falso, pero las imágenes no. ¿Y saben qué estaba haciendo este payaso trágico? Pues estaba imitando a un congresista demócrata que le había criticado y que es minusválido. En el audio de verdad decía que cómo se va a meter conmigo un tipo que sólo puede andar así. Increíble. Vean el vídeo de marras.

Tal vez ahora que saben de qué iba el audio real, les haya hecho menos gracia este vídeo. Cuando la senadora Elisabeth Warren, que optaba a la candidatura demócrata, reveló que creía tener sangre india, Trump la acusó de utilizar ese dato, seguramente falso, para aumentar sus apoyos, la rebautizó como la senadora Pocahontas y la retó en un tweet a hacerse una prueba de ADN, prometiendo que, si salía positiva, donaría un millón de dólares a su campaña. La senadora se hizo la prueba, salió positiva, y le reclamó el dinero a Trump, declarando que lo donaría íntegramente a las asociaciones de defensa de las mujeres indias. El presidente contestó entonces que estaba de broma y que ningún contrato escrito le obligaba a darle ese dinero. Comportamiento típico de un fanfarrón, que, cuando empezaron las grandes manifestaciones ante la Casa Blanca por el Black Lives Matter, corrió a esconderse en el bunker. También dijo que estaba bromeando cuando recomendó inyectarse desinfectante de lavavajillas para combatir la Covid-19.

Tras el debate entre los candidatos a vicepresidente, Trump se refirió a Kamala Harris como ese monstruo vociferante. El que se comportó como un monstruo vociferante fue él en el primero de los dos debates que se celebraron, interrumpiendo todo el rato a Biden y dejando en evidencia al moderador. Hasta el punto que, para el segundo, se fijaron unas normas estrictas: no se podía hablar en el turno del contrario. Yo propuse, como quizá recuerden, que a este segundo debate lo llevaran en jaula. Todas estas historias revelan a nuestro hombre como un sociópata de libro, alguien incapaz de empatizar con nadie, condenado a quedarse cada vez más sólo, porque a estos personajes, al final, sólo les quedan los aduladores, como Giuliani. Él mismo trazó un muro, este sí real, alrededor e sí mismo, como muestra esta imagen.

Trump ha empeorado las relaciones y la imagen externa de los Estados Unidos hasta extremos nunca vistos, sacando a su país del Tratado de París por el Clima, el acuerdo nuclear con Irán o la Organización Mundial de la Salud y amenazando con reducir su contribución a la OTAN, al fin y al cabo un invento yanqui. Como no podía ser de otra manera, ha estrechado lazos con autócratas a los que ha dado alas, como Putin, Bolsonaro, Erdogan, Orban o el propio Kim Yong-un, al que primero se había referido en algún tweet como pequeño hombre cohete (esto sí que tiene gracia). Ha convertido la relación con China en una especie de guerra fría, con ataques a la marca Huawei (la de mi móvil) y otras. Y en cuanto a la política interior, es cierto que la economía iba bien hasta que llegó el Covid, pero muchos economistas como Paul Krugman ya pronosticaban antes que no era una estrategia válida a largo plazo.

Pero en lo que más destructivo ha resultado ha sido dando alas a los movimientos supremacistas blancos, como los Proud Boys o el QAnon. En 2017, unos supremacistas blancos venidos de todo el país la liaron parda en Charlottesville (Virginia). Se montó una contramanifestación de los izquierdistas locales, que fue embestida intencionadamente por un coche de los otros, causando un muerto y 19 heridos. Todo el mundo condenó al supremacismo blanco, menos Trump que dijo que en ambos bandos había buenas y malas personas. El cineasta Spike Lee, que presidía por entonces el festival de Cannes, hizo una declaración durísima, que ya les he traído al blog, en la que se refería a Trump como el motherfucker que ocupa la Casa Blanca, confesaba que cada noche se acostaba con miedo pensando que este señor tenía el control sobre el botón nuclear y concluía con su famoso what the fuck’s going on?

En agosto pasado, cuando la policía de Kenosha (Illinois) disparó repetidamente por la espalda a Jacob Blake, un negro que intentaba entrar en su coche donde estaban sus hijos pequeños, dejándolo tetrapléjico, se organizaron nuevas manifestaciones violentas del Black Lives Matter y un chaval blanco, menor de edad de otro pueblo, vino en su coche y disparó su rifle matando a dos de los manifestantes. Trump se desplazó a la zona y visitó a la familia del chaval blanco para confortarlos (el tipo estaba detenido y sigue detenido). Pero no se acerco a visitar a Blake en el hospital, ni a su familia, ni a las de los dos muertos en la manifestación. No voy a seguir. La lista de tropelías de este señor es infinita y tampoco quiero centrarme en las descalificaciones sobre el sistema electoral que lleva sembrando desde abril, cuando se elaboró el censo. Es suficiente. Creo que nadie tiene duda de que se trata del peor presidente USA de la Historia. Así pasará a la posteridad, además de que, al haber perdido su inmunidad, se enfrentará ahora a una serie de procesos judiciales que estaban en stand by.

Quiero terminar hablando del traspaso de poderse y del futuro del Partido Republicano. Como acabo de ver la serie El Ala Oeste de la Casa Blanca, sé que hay otra tradición que siempre se cumple. El presidente saliente, antes de abandonar por última vez el despacho oval, deja encima de su mesa, limpia de expedientes y de la que se ha llevado ya sus objetos personales, una carta escrita de su puño y letra, metida en un sobre cerrado y destinada a su sucesor. Hace cuatro años, Obama le dejó a Trump una larga carta cuyo contenido trascendió. Decía así, traducida:

Estimado señor presidente,

Felicidades por una notable carrera. Millones han puesto sus esperanzas en usted, y todos nosotros, independientemente del partido, deberíamos esperar prosperidad y seguridad expandidas durante su mandato.

Esta es una oficina única, sin un plan claro para el éxito, por lo que no sé si algún consejo de mi parte sería particularmente útil. Aun así, déjeme ofrecer algunas reflexiones de los pasados 8 años.

Primero, ambos fuimos bendecidos, en diferentes formas, con una grande y buena fortuna. No todos son tan afortunados. Depende de nosotros hacer todo lo que podamos (para) construir más escaleras hacia el éxito para cada niño y cada familia dispuestos a trabajar duro.

Segundo, el liderazgo estadounidense en este mundo es verdaderamente indispensable. Depende de nosotros, a través de la acción y el ejemplo, sostener el orden internacional que se ha expandido firmemente desde el fin de la Guerra Fría, y del que dependen nuestra riqueza y seguridad.

Tercero, solo somos ocupantes temporales de esta oficina. Eso nos hace guardianes de esas instituciones democráticas y de tradiciones como el imperio de la ley, la separación de poderes, la protección igualitaria y las libertades civiles, por las que nuestros antepasados lucharon y derramaron su sangre. A pesar de los estira y afloja de la política diaria, depende de nosotros dejar esos instrumentos de nuestra democracia al menos tan fuertes como los encontramos.

Y finalmente, tome tiempo, en la prisa de los eventos y las responsabilidades, para los amigos y la familia. Ellos le guiarán en los inevitables momentos difíciles.

Michelle y yo le deseamos a usted y a Melania lo mejor al embarcarse en esta gran aventura, y sepa que estamos listos para ayudar en cualquier forma que nos sea posible.

Buena suerte y éxito.

En estos momentos, todo el mundo pensaba que el enfurruñado Trump pasaría de esta tradición, como de todas las demás. Pero, sorprendentemente, sí le dejó una carta a Biden. El nuevo presidente la ha abierto y leído, no ha revelado su contenido, pero sí ha dicho que se trata de un mensaje atento y muy generoso. No sabemos si esta declaración es literal, o trata de inaugurar el estilo conciliador de la nueva administración. Un buen detalle, en cualquier caso. ¿Y qué pasa con el Partido Republicano? Pues habrá de elegir entre volver a ser un partido de centro derecha, o seguir por la senda trumpiana. Les recuerdo, que el Partido Republicano fue fundado por personas liberales y tolerantes y por eso era el partido de Abraham Lincoln, mientras que el Demócrata fue creado por próceres sureños mucho más a la derecha y más proclives a la esclavitud. Con el paso del tiempo, ambos intercambiaron su posición en el tablero, pero manteniendo siempre un cierto componente centrista moderado. 

La presencia de Ted Cruz y otros trumpistas en la toma de posesión de Biden sugiere una recuperación de esa vía moderada. Esperemos que así sea. Si persisten en lo contrario, tienen un buen ejemplo en España. Pueden proclamar a los cuatro vientos que el gobierno Biden es ilegítimo y resultado de unas elecciones falseadas, torpedear todas sus iniciativas, insultar en el congreso, mentir a mansalva y el colmo de todo: ponerse en pie y gritar ¡Libertad, libertad, libertad! Al fin y al cabo, eso era lo que gritaba el tipo de los cuernos que ven abajo, con cuya imagen les dejo. Para empezar con las mentiras, pueden decir que esta imagen es porque un policía le había pisado el juanete. Que pasen un buen finde.