Nos quedamos el otro día en que
salí por Powell hacia Market, para llegar puntual a la doble cita que tenía a
las 14.30 con Eden Bruckman y a las 15.30 con Flavio Coppola. Al rato de
caminar por Market, empecé a ver homeless, vagabundos sin casa, como el año
pasado en Portland y Vancouver, algunos muy jóvenes y muy deteriorados. En mis
dos primeros días en San Francisco, me había movido desde el hotel hacia el
norte y no había visto prácticamente ninguno. Pero esto era casi una
manifestación de homeless. Una legión de muertos vivientes. Tipos tirados en el
suelo de cualquier manera, otros comiendo desperdicios rebañados de cualquier
parte, con las manos y directamente en el suelo, sin un mísero plato de
plástico; cojos, tullidos y renqueantes, con vendajes estragados y apósitos
caseros; discusiones esporádicas a voz en grito y gentes haciendo gestos espasmódicos
y exagerados, como si no los estuviera viendo nadie. Y esa era la actitud de
los viandantes que, como yo, debían atravesar por en medio de esa legión
lamentable: mirar al suelo y apresurar el paso.
En el 1455 de Market street, los
de seguridad ya tenían mi nombre en la lista. En la planta 12, Flavio Coppola,
me recibió e inmediatamente me presentó a Eden Bruckman y se fue. Eden es algo
mayor que Shannon, pero también bastante joven. Físicamente amplia de carnes
(no gorda), fresca, lozana, expansiva, de ojos inteligentes y carcajada fácil.
Es una persona agradable, hospitalaria, cordial y con un corazón muy grande,
que manifiesta trabajando para la comunidad a la que pertenece. Tenía una hora
de reunión programada con ella, pero estuvimos más de hora y media contándonos
nuestras experiencias de Reinventing Cities. San Francisco ha propuesto sólo
dos lugares para el concurso y en uno de ellos ha recibido una sola respuesta
(en el otro, cinco). O sea, que lo nuestro está muy bien. Eden me contó que
ellos estaban en una situación de una cierta precariedad, por una circunstancia
que yo desconocía.
Resulta que el último alcalde
electo de San Francisco, se murió de repente en Navidad. Salía de su despacho y
fue al mercado a comprarse su comida, como hacía siempre, cuando cayó
fulminado. Tenía poco más de sesenta. Desde entonces estaban con un alcalde
interino, encargado de convocar unas elecciones, que precisamente habían sido
anteayer (el día que yo llegué). Y ¿quién ha ganado? –pregunté. Huuuuy –hizo
Eden–, ahora están con los recuentos y tienen un tiempo todavía. Y hasta que se
sepa quién es el nuevo alcalde y forme su equipo, no sabemos cuál será su
política y yo no puedo dimensionar el personal que dedico a cada tema.
Les cuento esto para que tomen
nota. En la era de la información en red, cuando en España los resultados de cualquier
elección se saben en horas, en el país supuestamente más avanzado de la Tierra,
en el estado donde está Silicon Valley, los recuentos se siguen haciendo
contando por los dedos. Y cada vez que cambia la cúpula, se para todo hasta
saber qué quieren hacer los nuevos dirigentes. Con Eden Bruckman hablamos de
muchos aspectos técnicos que no voy a comentar aquí. Y también de otros temas.
Me dijo que había vivido varios años en el barrio de Mission, uno de los que yo
tenía pensado visitar. Que en aquel tiempo, Mission era un lugar encantador,
donde se integraban perfectamente la cultura mexicana con la americana. Pero
que se había puesto de moda y entonces habían llegado los hipsters con sus
corbatas y sus sueldos potentes de ejecutivos agresivos y los precios habían
subido como la espuma, expulsando a los habitantes del barrio de toda la vida.
Un proceso de gentrificación de libro.
A Eden le daba mucha pena visitar
ahora el barrio, que no tenía ya nada que ver con el que ella había conocido.
Ella vivía ahora en Oakland, al otro lado de la bahía, y venía cada día en el
Metro, que aquí se llama el Bart, como Bart Simpson. Al saber que vivía en
Oakland, le dije que estaría contenta con la victoria de los Warriors en la
NBA, por tercera vez en los últimos cuatro años (la noticia del día en todos
los medios). Me contestó que ella no estaba muy al tanto del deporte
espectáculo, como el que propone la NBA.
Entonces le pregunté por el fenómeno de los homeless. ¿Qué estaba
pasando? ¿Cuándo había empezado esta locura? Lo que me contó Eden es
inquietante. Esta oleada de desheredados del sueño americano se ha generado en
los últimos dos o tres años y se concentra sobre todo en la Costa Oeste, de
Seattle a San Diego. Antes era un fenómeno localizado, contenido en unas
dimensiones asumibles y con una labor pública de ayuda que sacaba de la calle a
más gente de la que caía.
Desde 2010, las cifras de
homeless en todo el país estaban descendiendo. Pero en 2016 el descenso fue
prácticamente nulo, y en 2017 se ha producido un ascenso importante, por
primera vez en mucho tiempo. Desde luego que ha influido la reducción de las
políticas sociales de Trump, que es un impresentable. Pero no es sólo eso. Es
también el mercado. Los precios de los bienes inmobiliarios estaban subiendo en
todas las ciudades de la Costa Oeste, por una reactivación de la economía, que
parecía estar ya saliendo de la crisis pero acentuando la desigualdad. Y hay
muchas familias y personas de la clase media-baja, a las que un aumento de la
renta de un 5 o un 10% les deja fuera de la posibilidad de tener una vivienda.
Y acaban en coches abandonados, tiendas de campaña y similares. A partir de ahí
el deterioro psicológico hace el resto.
Le dije a Eden que eso se podía convertir en una emergencia nacional y estuvo de acuerdo. De hecho, algunos estados habían reaccionado a los primeros brotes en 2015 y habían declarado el estado de emergencia. Y eran estos estados (Georgia, Florida, Hawái y otros) los únicos que en este momento registraban cifras anuales de descenso. Eden piensa que los estados de la costa (Washington, Oregon y especialmente California) debían tomar cuanto antes medidas similares. En Oakland, donde yo vivo –me dijo– nunca había habido homeless y ahora los hay. Y en las condiciones de precariedad laboral de este país, es algo que le puede pasar a cualquiera.
Le dije a Eden que eso se podía convertir en una emergencia nacional y estuvo de acuerdo. De hecho, algunos estados habían reaccionado a los primeros brotes en 2015 y habían declarado el estado de emergencia. Y eran estos estados (Georgia, Florida, Hawái y otros) los únicos que en este momento registraban cifras anuales de descenso. Eden piensa que los estados de la costa (Washington, Oregon y especialmente California) debían tomar cuanto antes medidas similares. En Oakland, donde yo vivo –me dijo– nunca había habido homeless y ahora los hay. Y en las condiciones de precariedad laboral de este país, es algo que le puede pasar a cualquiera.
Miramos el reloj y llevábamos más
de hora y media reunidos en una sala. Yo le había mostrado una presentación
sobre Reinventing Madrid que le dejé en su ordenador. Nos despedimos y fui a
buscar a Flavio que me esperaba en su despacho. Nada más verme, me dijo que se
nos había echado encima lo que llamó la hora-café. Para seguir rindiendo a un
nivel decente, él necesitaba salir a la calle, airearse y tomar un café fuera
porque, además, en la planta 12 tenían unas máquinas que producían un café
horrendo, sobre todo para un medio italiano, medio francés como él. Me pareció una idea muy buena y salimos. Flavio
Coppola es un hombre muy joven y muy brillante, al que ha fichado C40 después
de una importante trayectoria profesional en la que se dedicó por su cuenta a
montar redes ciudadanas para la participación en el urbanismo en diferentes
ciudades. Flavio es un chaval que físicamente recuerda a Salvador Sobral, el
portugués que ganó Eurovisión en 2017 y que luego sufrió un trasplante de
corazón. Como él, Flavio lleva una barba negra medio recortada y el pelo largo
recogido en un moñete en la parte alta del cráneo. Y también comparte con el
portugués la sonrisa y probablemente la sensibilidad.
Hemos bajado al edificio vecino,
propiedad de Twitter. En la planta baja hay un lugar que te da un café
excelente, con unos bollitos secos. Con nuestras bandejas hemos salido a la
terraza trasera, a cubierto del viento. Hacía un poco de frío, pero no se
estaba mal. Flavio habla correctamente castellano y para mí es un descanso,
aunque a Eden la entendía muy bien. Se ha bajado su portátil y va anotando
cuidadosamente todo lo que vamos hablando. Le he contado todo lo que hace la
Dirección General a la que pertenezco, le he mostrado una presentación sobre la
Estrategia de Regeneración Urbana de Madrid que acabamos de presentar y le he explicado cómo fue el proceso de participación ciudadana que montamos. Le ha
interesado mucho y hemos estado de acuerdo en que tenemos que integrarnos en la
red Land Use, que él coordina para
C40. Le he preguntado si tenía que hacer algún acto formal en Madrid para que
nuestra integración se materializara y me ha tendido la mano. Cuando se la he
estrechado, ha sentenciado: –Ya estás en la red.
Eso me va a suponer empezar a
tener webinars mensuales con ellos, e incluso exponer desde Madrid al menos dos
temas: la propuesta de Regeneración Urbana y el proceso de participación sobre
el que se basó. El año pasado participé en muchos de esos webinars, antes de
viajar a Portland, pero nunca como ponente. Flavio me contó que algunas de las
personas con las que estuve en Portland ya están en su red, como Shannon Ryan y
Thabang el sudafricano. Todo este asunto tengo pendiente explicarlo en detalle
en mi serie interrumpida Recovering myself. De momento, quédense con que mi
cita estaba prevista entre 14.30 y 16.30 y que acabamos pasadas las seis de la
tarde, medio helados de frío, después de una doble entrevista del máximo
interés para mí. Me despedí de Flavio con un abrazo y enfilé Market de vuelta
por entre la masa de vagabundos hechos polvo. Llegué al hotel y me puse a redactar
unas notas sobre mis encuentros, antes de que se me olvidara todo.
Y llegó la noche. Tenía un hambre
considerable y busqué restaurantes en Internet. Me hizo gracia uno que se llama
Sushirrito, mezcla de cocina japonesa y mexicana. No estaba lejos y bajé a
buscarlo, en el frío de la noche de San Francisco. Pero llegué y estaba
cerrado. Había que tomar una decisión rápida: estaba cansado, helado y
hambriento. Y mi decisión fue regresar en dirección al hotel, haciendo una parada en el Sam’s Grill and Seafood, el quinto
restaurante más antiguo de América, el de los camareros ancianos. Por qué no repetir. Esta vez me comí un plato
de salmón muy rico y rematé así la larga jornada del jueves 7 de junio de 2018,
un día importante en el viaje y en mi trayectoria de bloguero. Estoy
escribiendo esto desde el cuarto de invitados que me ha prestado mi amigo Diego
Moreno en su casa de Tijuana (México), antes de empezar a preparar el acto de
presentación de esta tarde, de su libro La
lancha de dos proas.
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