viernes, 18 de noviembre de 2016

578. La bomba de Hiroshima

El 6 de agosto de 1945, los Estados Unidos lanzaron la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, al sur de Japón y recientemente visitada por mí. Tres días más tarde lanzaron una segunda en Nagasaki, una pequeña ciudad aun más al sur. Los japoneses se apresuraron a rendirse y fue el final de la Segunda Guerra Mundial, hace poco más de 70 años. Los vencedores de la guerra escribieron como siempre su relato oficial, que ha quedado para la posteridad. Según ese relato, las bombas atómicas evitaron la continuación de la guerra y salvaron la vida a un millón de personas (ya, puestos a decir esa memez, para qué iban a poner una cantidad más pequeña). En Hiroshima murieron en unos segundos 70.000 personas, todas civiles. Antes de diciembre de 1945, habían muerto otras tantas; total 140.000 bajas. En Nagasaki, murieron unas 80.000 personas en total. Comparados con el millón de vidas que se ahorraron según la versión oficial, el saldo es claramente beneficioso. Al señor Truman, que dio la orden, deberían haberle dado el Premio Nobel de la Paz.

¡Cuánta hipocresía! ¿Fueron así las cosas? ¿Qué fue lo que sucedió realmente? Conviene que lo sepamos con exactitud, porque la Humanidad (o sea, todos nosotros) hemos de cargar para siempre con la culpa de esa barbaridad. Estamos hablando del mayor acto de terrorismo de la historia, de una actuación que entra sin duda alguna en lo que se ha dado en tipificar como “Crímenes contra la Humanidad”, por los que ni Truman ni los Estados Unidos han sido nunca juzgados. El presidente Obama visitó en mayo el Memorial de la Bomba, en donde depositó una ofrenda floral, pero no pidió perdón al pueblo japonés. Su discurso fue, sin embargo, sentido y conmovedor. Habían invitado al acto a varios supervivientes de la bomba, todos octogenarios, a los que saludó Obama a la manera occidental, con un apretón de manos y no con la reverencia típica japonesa. Uno de ellos, con traje claro, no pudo reprimir la emoción, le dio la llorera y se abrazó al presidente, en una escena no preparada y más emotiva si cabe si pensamos que los japoneses no se abrazan nunca a un extraño. Vean aquí una información al respecto. 


Vayamos por partes. He de decirles que la visita al Memorial de la Bomba es interesante, y uno sale de allí bastante impresionado, pero no es nada comparable a la vista a Auschwitz. No sé cómo expresarlo. Yo de Auschwitz salí hecho polvo, con el corazón en un puño. Es que eso era la exterminación minuciosa y sistemática durante años de seis millones de personas, sólo por su origen. Y, en el museo, uno percibe y siente lo que eso supuso y cómo se llevó a cabo. Lo de Hiroshima es una catástrofe instantánea, como un terremoto. El Memorial es un parque junto al Motoyasu uno de los siete ramales en que se divide el río Ota, formando el delta hacia el océano Pacífico sobre el que está construida la ciudad. Es un parque abierto y sobrio, con pocos árboles y grandes extensiones de césped rodeando los cuatro elementos simbólicos: el monumento diseñado por Kenzo Tange, que han visto en el vídeo, el Domo, edificio en ruinas testimonio de la devastación de la bomba, el lugar que señala el hipocentro y el homenaje a la niña Sadako Sasaki, que sobrevivió a la bomba y llegó a ser una celebridad en Japón, antes de morir de leucemia diez años después. Aquí una imagen de cada uno.






Al fondo del parque está el museo, pero este se lo pueden ahorrar si un día visitan la ciudad. Nuestro guía nos advirtió al respecto, pero no le hicimos caso y entramos. Es un lugar donde no te aportan nada que no sepas o puedas encontrar en Internet y te dan una audioguía en español que te va contando historias individuales de víctimas, reiterativas y lacrimógenas. Hay un momento en que dejas de usar la audioguía, echas un vistazo por encima y te vas. Lo que pasa es que yo ya tenía el gusanillo de informarme bien del tema y, desde que he llegado a Madrid, no he parado de buscar en la red. Y he averiguado muchas cosas. La bomba se fabricó deprisa y corriendo, los científicos del llamado Proyecto Manhattan llegaron a disponer de la bomba a primeros de julio, hicieron una prueba en el desierto de Alamogordo, Nuevo México el mismo día 15 y, al ver que se provocaba un cráter enorme, la dieron por chequeada y dispuesta para ser usada. Y Truman firmó la orden.

Pero lo más acojonante es que el mando estratégico de la guerra estaba en contra de usar esa nueva arma. Tanto el general McArthur como el general y futuro presidente Eisenhower sostuvieron durante toda su vida que las bombas eran innecesarias desde el punto de vista estrictamente militar, que Japón estaba negociando su rendición desde mucho antes. Que esa rendición sólo tenía un obstáculo que salvar: que los vencedores aceptaran mantener la institución del Emperador, incluyendo su carácter divino. En lo demás había acuerdo casi total. Como sé que es increíble, les pongo un enlace a un artículo muy largo sobre el tema, por si quieren leerlo, aunque sea por encima. Yo les voy a resumir abajo las conclusiones, pero AQUÍ lo tienen.

Según la dinámica de la guerra, Japón estaba a punto de rendirse. La mitad de Tokio estaba destruida. En julio se lanzaron sobre las instalaciones militares que quedaban en pie más de 42.000 toneladas de napalm. No hacía falta lanzarles dos bombas atómicas. Fue una canallada como la de Dresde, destruida cuando Alemania estaba a punto de capitular. ¿Por qué se hizo entonces? Pues el artículo anterior da un par de interpretaciones. Una: los científicos tenían su juguete y querían usarlo, necesitaban probar sus efectos sobre una zona poblada antes de que se acabara la guerra. Es cierto que Hiroshima (como Kioto y Nagasaki) no habían sido atacadas, las estaban preservando para un eventual uso de la nueva arma. Sin embargo esta es una explicación un tanto endeble. Creo que la verdadera explicación es esta la que ahora les cuento.

Rusia estaba a punto de desencadenar un ataque por tierra y mar a Japón. Una vez terminada la guerra en el frente europeo, los soviéticos se sentían fuertes. Estaban farrucos. Y los americanos ya habían visto lo que pasaba en Europa, donde los rusos no pensaban soltar ninguna de sus presas. Estados Unidos no quería un Japón conquistado por los rusos, con un régimen comunista impuesto. Las bombas fueron una decisión geoestratégica. Una forma de decir: aquí estoy yo, cuidado que tengo el arma más poderosa, que nadie me tosa que se la lanzo. El mensaje no iba dirigido a Japón, sino a Rusia y al mundo. Las bombas fueron el episodio final de la Segunda Guerra Mundial y también el primer disparo de la Guerra Fría. Al general McArthur ni siquiera le avisaron. Cuando le habían consultado, se había mostrado escéptico. El era un gran militar y quería ganar la guerra por medios convencionales, no le hacía ninguna gracia atacar a la población civil.

Para mí, las razones están muy claras. Pero al final, siempre hace falta alguien que firme la orden. Y, no sé cómo, pero el poder siempre se las arregla para encontrar a un personaje lo suficientemente gris, mediocre y desalmado como para que coja la pluma y firme. Pasa lo mismo con las penas de muerte y (salvando las distancias) con las licencias urbanísticas de las mayores barrabasadas urbanas. Harry S. Truman era el vicepresidente de Roosevelt y ya sabemos el nivel intelectual medio de los vicepresidentes americanos. Johnson, el vicepresidente de Kennedy ascendido tras su asesinato, fue el que desató la guerra de Vietnam. Y qué decir de Gerald Ford. Truman dio la orden y al día siguiente se congratuló públicamente de su éxito. Este señor debería ser reivindicado como el autor material del mayor acto de terrorismo de la historia y castigado in memoriam como autor de dos crímenes contra la Humanidad. Si hubiera un infierno, este señor se estaría achicharrando por los siglos de los siglos. Les dejo de despedida una foto de cómo quedó la ciudad.   




No hay comentarios:

Publicar un comentario