viernes, 11 de noviembre de 2016

575. Fermín y Leonard, poetas

Joder, esto de levantarse y poner la radio es terrorífico, cada día te asaltan con una mala noticia. Hoy nos hemos desayunado con la, no por esperada menos triste, de la muerte de Leonard Cohen. Ya he dicho en este blog que para mí es el segundo mejor letrista del rock, después de Dylan (uno de los pocos que van quedando vivos, y al que debo una reseña de su merecido, aunque con retraso, Premio Nobel). Leonard, 82 años, estaba ya muy flojito. Acababa de sacar un disco, en el que se limitaba a susurrar con la voz rota de sus últimos tiempos, una serie de poemas donde ya anticipaba la presencia de la muerte, a la que miraba de frente, sin miedo, con una especie de nostalgia entreverada de cansancio vital.

Cuentan que, en el acto de presentación de este disco, en Los Ángeles donde vivía, estuvo todo el rato sentado en un cómodo asiento, con los brazos apoyados en el bastón que usaba para ayudarse a caminar, aguantando el coñazo del acto con una sonrisa tranquila. Cuando le toco hablar, lo hizo brevemente, con su desencantado humor intacto. Dio las gracias “a los que han venido al acto desde muy lejos y también a los que han conseguido llegar desde el otro lado de LA, que tiene todavía más mérito”. En una entrevista reciente con la revista New Yorker, proclamó que estaba esperando la muerte, que ya veía cercana. Ante la consternación que produjo esta manifestación, salió otra vez a la palestra, pidió disculpas y prometió ser inmortal. Este era Cohen, un tipo de fino humor, cariñoso, seductor y de ingenio siempre vivo.

De su vida pueden leer cientos de noticias estos días. Nació en Montreal, fue a su universidad y empezó a publicar poemas con cierto éxito, dentro de lo que cabe. Fue saludado como el mejor poeta joven del Canadá, pero ya se sabe que la poesía es un arte de seguimiento muy minoritario, con el que es difícil ganarse la vida. Heredó una pequeña cantidad de dinero y decidió comprarse una casa en la isla griega de Hydra con la idea de recluirse a escribir en un lugar en el que apenas había electricidad. Pero allí le surgió la chispa del amor, que en parte trastocó sus planes. Entre los artistas que vivían en la isla, Marianne, una chica noruega bastante guapa, sucumbió a sus dotes de seductor, dejó a su anterior pareja y se instaló en su vida durante siete años. Marianne, a la que va dedicada una de sus más conocidas canciones, murió hace tres meses en Oslo, de leucemia. Tenía 81 años. Leonard supo de su grave estado y le envió un emotivo mensaje en el que le decía: te seguiré pronto.

Siguió escribiendo y publicando poemas durante su lapsus griego, pero estaba claro que aquello no era un proyecto de vida viable. Entonces lo dejó todo y se fue a Nueva York a ganarse la vida como cantautor. Tenía 33 años cuando se publicó su primer disco, que fue un bombazo. La gente descubría en las baladas susurradas de este señor, sobre un acompañamiento suave de guitarra acústica, una autenticidad y una profundidad de la que carecían muchos de los jóvenes ídolos del rock. Nunca se bajó ya de ese pedestal reservado a los más grandes. Pero, a comienzos de los 90, lo dejo todo otra vez e ingresó en un convento zen cerca de LA, donde llegó a ser ordenado sacerdote budista.

Ese era el escenario que había diseñado para vivir el resto de su vida, pero tuvo que abandonarlo precipitadamente cuando descubrió que su manager, una antigua amante suya a la que había confiado la gestión de su dinero y sus propiedades, prácticamente se lo había robado todo. Rondaba ya los 70, cuando tuvo que salir de nuevo a los escenarios, ahora con su coqueto sombrero y su aire de chansonnier, para recibir los aplausos unánimes de su público, encantado de que le hubieran estafado. Y aun tuvo la energía de editar tres o cuatro discos de susurros sobre fondos musicales tenues. Descanse en paz este genio de la poesía y de la música. En una ocasión se definió como persona no pesimista y lo aclaró: el pesimista es un señor que se pasa todo el día entristecido, porque está convencido de que se va a poner a llover, y yo, sencillamente, estoy empapado hasta los huesos. Como homenaje a Cohen, les piden que escuchen la historia de su famoso chubasquero azul.


Otro poeta nos dejó hace poco, esta vez gallego, al que conocí brevemente, pero al que admiraba mucho, después de seguir su blog El voto con botas desde hace bastante tiempo. Fermín Bouza era un hombre con dos pasiones: la poesía y la política, en una línea nacionalista gallega, bastante próxima a la sensibilidad de Beiras, aunque algo desencantado en los últimos tiempos, según confesaba en su blog. Fermín estuvo en su Santiago natal hasta 1969, año en que tuvo que salir por piernas, porque los grises, que tantos porrazos le habían dado, esta vez estaban firmemente decididos a detenerlo. Tuvo la habilidad de escaparse a Madrid y cuenta la leyenda que su padre, también insigne poeta gallego, les dijo a los policías, que le fueron a buscar a casa, que su hijo se había ido a Argentina.

Lo cierto es que vino a Madrid, de donde nunca más se fue. Como él mismo decía, con su fino humor galaico, no superó el shock de descubrir que el mundo seguía al otro lado del “telón de grelos”. Apareció este buen hombre por Madrid y fue a caer al Colegio Mayor en el que yo vivía desde hacía un año. Y, como gallegos, intimamos someramente. Le recuerdo como un tipo pelirrojo, con barba del mismo tono y gafas de montura fina, grandote, de torso fuerte y caminar cachazudo, con una mano en el bolsillo, bamboleándose como si arrastrara con él todo el peso de su galleguidad y su nostalgia. Tenía cinco años más que yo, pero ya parecía una persona mayor. Empezó a estudiar Filosofía Pura y Sociología y sólo convivimos un año, del que recuerdo su pasión por recorrer los barrios de chabolas, aun sin realojar y su sensibilidad con las gentes que habitaban esos poblados del extrarradio.

En una ocasión organizamos una especie de juegos florales en los que decoramos el edificio con papel de envolver, para que la gente escribiera allí sus mensajes, poemas o pequeños relatos. Fermín no quería participar, por un cierto pudor y el convencimiento de que lo suyo era el gallego, pero al final lo convencimos y, así como sin darle importancia, se largó un poema en castellano sobre la vida en el borde de la ciudad, que era una maravilla. No sé por qué, pero conservo en mi memoria uno de sus versos, aquel que decía “cascos de Coca Cola (1 litro) rotos”. Un endecasílabo de ritmo perfecto, clásico y a la vez innovador. Después la vida nos llevó por caminos diferentes. Leo que Fermín acabó sus carreras y estuvo un tiempo de profesor de enseñanza media. Después ganó la cátedra de Opinión Pública en Sociología, puesto en el que ha permanecido hasta el final.

En estos años, tuvo tiempo de publicar un par de novelas y dos poemarios, todo en gallego y de temática gallega. Mantenía una relación continua con su tierra, a la que iba con frecuencia y de cuya gastronomía seguía siendo un entusiasta. Y solía reunirse en el café Comercial (hasta que lo cerraron) con una peña de gallegos expatriados. Sin embargo, mantenía un blog en castellano en el que analizaba la actualidad nacional y del que he sido seguidor durante años. A diferencia de mí, Fermín no hablaba mucho de su vida y peripecias, pero este verano ya nos hizo saber que se retiraba por un tiempo, por lo que se adivinaba una intervención quirúrgica seria, de la que esperaba volver para seguir con sus textos, breves pero intensos. Pero sólo le dio tiempo a escribir uno más. A modo de homenaje, les transcribo las dos últimas  entradas del blog de Fermín Bouza, poeta y politólogo de mi tierra. El penúltimo, antes de su operación, corresponde al 1 de octubre y dice:

Cautivo y desarmado Pedro Sánchez, han alcanzado sus últimos objetivos los que desean entregar el gobierno al PP. La guerra ha terminado. Los críticos, la mayoría unidos por la idea de dar el gobierno al PP y no permitir un gobierno alternativo, y apoyados por prácticamente todos los medios, incluso los teóricamente más progres, los críticos, digo, han alcanzado sus objetivos y el PSOE renuncia de hecho a sus objetivos políticos tradicionales. Campo libre para un Podemos renovado, denso y menos retórico de lo que con frecuencia es. Todos hemos aprendido cosas, algunas muy graves, que iremos comprendiendo a medida que ocurran. Una urgencia: necesitamos medios plurales para consolidar esta debilísima democracia que pide otras voces. Lo que acaba de ocurrir, esta especie de asalto vergonzoso al poder democrático, ya es historia. No lo olviden y no se encanallen. Mañana ya es otro día. Dentro de unos días, cuando me dejen, volveré. Salud y alegría. Seguimos.

Y aquí el último, de 6 de octubre, que dice:

Acabo de dejar la UCI, en la que sigue el PSOE. La UCI es un lugar poco recomendable para nadie. Libérenme de ese relato y procuren no pasar por ahí. En lo mío es eficaz, pero estaba pensando en la política torpe que ha reducido al PSOE a su estricta caricatura en la misma sala lúgubre en que me han rebautizado a mí. Lo han convertido definitivamente en un partido más que engaña a su militancia para que cuatro gañanes hagan las cosas a su gusto y al de la derecha a la que quieren servir. El daño está hecho. Las viejas cosas de la política, en las que el PSOE quería asentarse, recomendaban que los partidos de derechas fueran realmente de derechas y los de izquierda de izquierda. Ahora no es así: los partidos de izquierda deben facilitar el gobierno de la derecha y esperar alguna propinilla de esta benemérita institución. Cualquier otra cosa será castigada por Susana Díaz, de la casta de Rosa Luxemburgo y de los Grandes Expresos Europeos.

Dicen las crónicas que falleció el sábado 29 de octubre. Es decir, que peleó hasta el final. Como había hecho toda su vida. Descanse también en paz, este entrañable paisano. Ya ven que otras noticias me entristecen más que la victoria de Trump, de la que Fermín y Leonard han tenido la suerte de no enterarse. Les pido disculpas por el tono, alejado de mi optimismo vital habitual. Prometo recuperarlo en los textos venideros. A veces hay que hacer un alto en el camino, para honrar a los caídos. Buen fin de semana.

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