Otra pregunta que me hacen off the record: –¿Y luego? ¿Te merece la
pena viajar y pasar tres días fuera de casa para intervenir en un debate diez
minutos? Mi intrigado contertulio, que no sabe meter comentarios en el blog y
por eso me los hace por detrás, revela su origen gallego en el comienzo de su
frase interrogativa. Pero, querido amigo: si yo no voy a estos lugares sólo
para hablar y soltar mi rollo. Si mi principal objetivo es convivir unos días
con gente nueva, hacer amigos transnacionales, repartir y recoger tarjetas de
visita, conectarme para seguir intercambiándome correos con ellos. Eso es lo
que los políglotas insufribles como yo llamamos networking-lobbying. Para mí, que tengo mi sueldo asegurado, esta
actividad es un fin en sí misma. Pero es cierto que muchas de las personas que
me encuentro en este tipo de saraos, lo que buscan es extender sus redes para
abrir líneas de trabajo de las que poder vivir, que el mundo de los arquitectos
está muy achuchao.
En Marsella dispuse de una
primera tarde para callejear y tomar contacto con la ciudad. Como estaba
moderadamente tenso, como siempre antes de intervenir en una conferencia,
apenas recorrí el muelle principal hasta el Vieux
Port y me di una vuelta por el barrio llamado Le Panier. Al anochecer, me volví al hotel a concentrarme para el
día siguiente. Pero, en cuanto descansé un rato, me puse a escribir un post
para el blog y, al acabar, eran más de las 9. Salí a la noche marsellesa y me
encontré todos los bares y restaurantes cerrados. Pregunté a un viandante medio
aterido de frío, que me mandó al centro comercial Les Terrasses du Port. Allí, un vigilante me cacheó someramente y
me dijo que los restaurantes estaban en el lado del mar y no cerraban hasta la
una. Atravesé el enorme centro comercial de aire fantasmal, con todas las
tiendas cerradas y las luces apagadas, hasta llegar al lado del mar, en donde
me obsequié unos espaguetis junto a un ventanal al puerto. Había mucha gente a
esa hora, debe de ser uno de los centros de la marcha nocturna.
El segundo día dediqué la mañana
a ensayar mi conferencia y, tras contactar con Ginés, entré en modo
congresista. Esa tarde era la primera de las tres sesiones del congreso,
centrada en el tema de la colaboración público-privada. Después, sin solución
de continuidad, cenábamos todos juntos en el restaurante Mundart, un lugar céntrico
de aire bohemio, con capacidad para dar de cenar a mucha gente. El tercer día
tenían lugar las otras dos sesiones. La de mañana estaba dedicada al tema del
llamado “urbanismo táctico”. Bajo esa denominación se agrupan toda esa serie de
actuaciones temporales en el espacio público que buscan dinamizar la vida de
los barrios y reforzar la participación de los vecinos. Son actuaciones de
pequeña escala, que implican construir unos escenarios a menudo efímeros, pero
se trata de un tipo de performances
que han proliferado como hongos en los últimos años, tal vez impulsadas por el
hecho de que hay demasiados arquitectos jóvenes, que no hay otro trabajo para
ellos y que con estas cosas dan rienda suelta a su creatividad, a la espera de
tiempos mejores.
El punto clave de esta línea es
encontrar quien paga tales actividades. En un segundo orden de cosas, estas
iniciativas deben enfrentar la indiferencia, cuando no el bloqueo, de los
mismos ciudadanos a los que quieren dinamizar y revivir. Desde Túnez, una chica
que participaba en el debate vía Skype, dijo a sus compañeros que no se
quejasen tanto, que allí había una tercera dificultad: la posibilidad, bastante
real de que la policía los disolviera a porrazos. En general, me gustó escuchar
a este grupo de jóvenes contertulios, con su ilusión y sus incertidumbres. Tras
la sesión matinal, nos sacaron un buffet con vino blanco y cerveza y pasamos al
panel de la tarde. Allí el escenario era completamente diferente. Volvieron a
la tribuna una mayoría de caballeros encorbatados (como en la sesión del primer
día), que explicaron una serie de proyectos unificados por la preocupación
medioambiental y el cambio climático.
Fue una sesión muy interesante,
aunque algunos de mis vecinos de asiento se quedaron fritos a la mitad (y otros
aprovecharon que estaban detrás para salir de naja). Son los peligros de
ofrecer vino en el buffet. A mi derecha, Monique, una profesora jubilada de
español con la que contacté el día anterior, resistió bravamente la explicación
del representante del MIN (mercados centralizados de las ciudades francesas, como
Mercamadrid, Mercabarna y otros) incluyendo la descripción de las 40 clases de
tomates que se comercializan en el MIN de Montpellier, pero ya no aguantó más y
se perdió las presentaciones más interesantes. Desde allí nos íbamos a cenar a Le Refectoire, restaurante de Les Terrasses du Port, en donde yo ya me
despedí de todos: la actividad del último día suponía ir y volver a Montpellier
en autobús (cinco horas en total) para visitar el MIN y comprobar in situ las
40 clases de tomates.
Tenía yo mejores planes para ese
día, que les contaré en otro post. Porque aquí quiero hacer una breve reseña de
mis nuevos amigos, con los que conviví en ese intenso día y medio de congreso.
En primer lugar Marwan Zouein y Maha Issa, libaneses, que participaron en la
segunda sesión contando una pequeña intervención de mejora en una escalera de
Beirut, que comunica los barrios altos con el puerto. Este proyecto se planteó
a petición de muchos vecinos, horrorizados por la idea municipal de sustituir
la escalera de toda la vida por una rampa para que entraran hasta los bares los
camiones de reparto. Lo primero fue conseguir que la escalera fuera protegida
como patrimonio histórico. Luego, su pequeña oficina elaboró unos planos
preciosos. La actuación todavía no se ha llevado a cabo. Y por supuesto, nadie
les ha pagado una sola libra libanesa.
Marwan está casado con una española
y tiene dos niños pequeños. Estudió en París, vino a Madrid de Erasmus, conoció
a su mujer y ya se quedó. Llegó a abrir un pequeño estudio en Lavapiés, pero se
quedó sin trabajo. Entonces le llegó una oferta de enseñar urbanismo en la
universidad de Beirut y no se lo pensó. Pero regresa a Madrid a ver a sus
suegros cada Navidad y cada verano. Maha es una mujer muy guapa (me dicen que
todas las libanesas lo son), que vivió años en París primero de estudiante y
luego mientras tuvo trabajo. Tiene dos gemelos de cuatro años. Les conté en una
de las cenas que no conozco Beirut y que me gustaría visitarles. Y que este
año, con mi baja prolongada me sobraban días de vacaciones.
Maha me dijo que las navidades
podrían ser un buen momento, pero Marwan me quitó la idea de la cabeza. Al
parecer, en Navidad vuelven a Beirut todos los libaneses que viven en el
extranjero y atestan las calles de la ciudad tocados con gorros de papanoeles.
Mayo es, según él, el mejor momento para ir. Les pregunté por la seguridad y me
dijeron que ellos se sentían protegidos, aunque conscientes de que, tras las
montañas que les separan de Siria, apenas a dos horas de viaje, se está
combatiendo contra el Daesh, algo que les induce una sensación bastante
inquietante. Si las cosas se ponen feas, al menos ellos dos tienen contactos en
Europa para salir del país, algo que no todos los libaneses pueden decir.
Otros amigos con los que conecté.
Jamal Tammar y Nadir Yacoubi, de Rabat. Ya nos conocimos en el coche que nos
recogió del aeropuerto. Jamal es un veterano ingeniero que lleva muchos años
haciendo grandes proyectos en Marruecos. Y Nadir es el director de la agencia
que desarrolla el Bouregreg Valley,
una operación enhebrada en torno al río del mismo nombre, que separa las
ciudades de Rabat y Salé, ésta última una ciudad dormitorio, donde toda la
gente trabaja en Rabat. La actuación incluye un tranvía, ya en funcionamiento,
que cruza sobre el río y evita los largos desplazamientos que antes tenían que
hacer los de Salé para ir a Rabat. Conocía ya este proyecto, que junto con
Madrid Río formó parte hace años de la exposición itinerante Yusur-Puentes, abierta
por primera vez en las arquerías del Ministerio de Fomento, que presentaba
parejas de proyectos hermanados en España y Marruecos.
Me estoy pasando de tamaño y no
voy a seguir, aunque pueden imaginar que la lista es más larga. Si fui capaz de
pegar la hebra con un japonés de pelo blanco, completamente desnudo en unos
baños públicos, pues aquí la cosa se multiplica. Pero no quiero terminar sin
referirme a los organizadores. Igual que en San Petersburgo, la intendencia
corría a cargo de un equipo todo de mujeres. Aquí, estaban al cargo de las
sesiones dos chicas que habían venido de París: Bea Varnai, húngara, y Marianne
Cárdenas, venezolana, ambas muy jóvenes. Y dirigiendo el cotarro con mano de
hierro, como Svetlana Bukreeva en Piter, una arquitecta un poco menos joven:
Charlotte Jacquot. Me entendí con las tres por correo electrónico para todos
los detalles del viaje y la conferencia, y luego me resultaron muy agradables.
Las mujeres se han hecho con este tipo de tareas, de lo cual me congratulo,
porque lo hacen muy bien.
A punto de celebrarse las Elecciones Presidenciales en USA, la posibilidad cierta de gane el señor Trump tiene a todo el mundo aterrorizado. Les dejo con una imagen que expresa perfectamente ese sentimiento. Intenten dormir.
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