jueves, 31 de marzo de 2016

489. Los consejos del doctor Letamendi y otras digresiones

Hace unos cuantos posts, a cuenta de mi accidente en el Metro, les hablaba yo de esta sociedad estresada y enloquecida en la que vivimos, al menos los de las ciudades grandes. Una vida que nos lleva a correr para pillar el Metro, o el bus, o para llegar al otro lado de la calle cuando el semáforo se ha puesto naranja o ha empezado a parpadear. Me contaron que el 75% de los accidentes laborales in itínere se deben a esas carreras absurdas que, a cambio del riesgo de sufrir una caída y rompernos algún hueso, nos permiten unos logros efímeros y absurdos: el semáforo se vuelve a poner verde en un minuto, el Metro siguiente viene en tres minutos y el bus en unos cinco. Sin embargo, todo el mundo lo hace, por lo que vengo observando desde entonces, incumpliendo el segundo de los principios para una buena vida que recomendaba Adolfo Bioy Casares y que les detallé en dicho texto.

Los repito de nuevo, por si alguien no los leyó, o los ha olvidado: 1, buena salud; 2, ritmo lento, nada de prisas; 3, coito frecuente; 4, un cine cerca; y 5, la familia lejos. Ayer, hablé largo rato con mi amigo Philippe, de París, le mostré la radiografía de mi brazo roto y comentamos todo lo divino y lo humano, atentados de Bruselas, traición a los refugiados sirios, locura de la vida en las grandes ciudades, etc. Cuando le revelé los consejos de Bioy, se rió mucho y me dijo que él practicaba tres de los cinco (es un hombre muy familiar, no un lobo solitario como Bioy y, a sus 75 años, ya imaginan cual es el otro que le falla, el mismo que a mí, que tengo 10 años menos). Eso me hizo buscar algún otro decálogo o código de conducta más austero y menos propio de gente tan epicúrea y disfrutona como el genial argentino, amigo de Borges y Cortázar. Lo que me llevó a descubrir al doctor Letamendi. Veamos primero quién era este señor.

El venerable caballero que tienen a la izquierda, fue un eminente médico y humanista del siglo XIX español. Nacido en Barcelona en 1828, estudió allí medicina y poco después era catedrático de su Universidad. Pero un hombre tan inquieto como él, no podía conformarse con eso, así que, siendo ya el titular de la Cátedra de Anatomía de Barcelona, preparó las oposiciones a la de Patología General de la Universidad de Madrid, que ganó a la primera. Se trasladó entonces a la capital, donde vivió hasta su muerte en 1897, con la suerte de no llegar a vivir el desastre del 98. Madrid era una ciudad mucho más adecuada a las inquietudes culturales y vitales de este señor que, además de médico era nada menos que antropólogo, filósofo, pedagogo innovador, escritor, pintor y músico aficionado. En esta última faceta, Letamendi fue un virtuoso del violín, compositor de varias piezas orquestales e introductor en España de la música de Wagner, autor al que admiraba mucho, hasta el punto de que fue el primer extranjero que publicó artículos en la revista Bayreuther Blattër que dirigía ese genio de la música.

Este auténtico humanista del siglo XIX publicó más de mil artículos en periódicos de toda España, sobre temas de literatura, música, filosofía, economía y, por supuesto, medicina. Y aquí viene la pregunta del millón: ¿cómo es que este verdadero genio es prácticamente un desconocido en el mundo actual? ¿Cómo es que alguien tan brillante pudo caer en un olvido tan tremendo? Bien, ya saben que este es un país de gente envidiosa y cainita. Letamendi era además un catalán que se fue de su tierra y, tal vez, en Madrid fue siempre considerado un forastero. Esto son conjeturas. Lo que sí que parece que influyó es que fue profesor de Pío Baroja a quien suspendió en su asignatura al menos tres veces. El cáustico y genial escritor vasco, que finalmente consiguió acabar la carrera a pesar de Letamendi, se vengó de la afrenta incluyendo en El Árbol de la Ciencia una serie de alusiones, con nombre y apellido, en las que ponía verde a aquel profesor que tan mal le había tratado: Por dentro, aquel buen señor de las melenas, con su mirada de águila y su diletantismo artístico, científico y literario; pintor en sus ratos de ocio, violinista y compositor y genio por los cuatro costados, era un mistificador audaz con ese fondo aparatoso y botarate de los mediterráneos dice, entre otras descripciones crueles.

Sea por lo que fuera, Letamendi es hoy un completo desconocido, aunque hay constancia de que era alguien bien conceptuado por ilustres intelectuales del momento, como Menéndez Pelayo, Marañón, Galdós y Laín Entralgo. Pero para la historia han quedado sus Consejos Para Una Vida Sana, que es por lo que lo hemos traído a este blog, y que este hombre escribió en forma de poema, en concreto una décima, que dice lo siguiente:

            Vida honesta y ordenada
                                               Usar de pocos remedios
                                               Y poner todos los medios
                                               De no apurarse por nada
                                               La comida, moderada
                                               Ejercicio y diversión
                                               No tener nunca aprehensión
                                               Salir al campo algún rato;
                                               Poco encierro, mucho trato
                                               Y continua ocupación

Creo que estos consejos son más apropiados para gente mayor como nosotros. Yo los sigo bastante a rajatabla. Sobre todo lo de la continua ocupación. Desde el lunes pasado acudo cada día a rehab y no digo nooo, nooo, no. Me someten a hora y cuarto de estiramientos y ejercicios, de los que salgo baldado, aunque luego me voy relajando según va avanzando el día. El gimnasio al que voy, está a media hora de mi casa, caminando a buen paso. El lunes descansé, después de mi primera rehab, pero el martes tuve mi club de lectura, en el que debatimos durante dos horas sobre Técnicas de Iluminación, el último libro de relatos de Eloy Tizón, un escritor del que no había leído nada y que maneja una prosa abrumadoramente buena, que te absorbe y te hipnotiza, hasta dejarte más agotado que muchos de los ejercicios que me ponen por las mañanas.

Ayer miércoles, me vestí con mi terno gris de invierno y bajé al gimnasio, donde, como es natural, me puse una camiseta para los ejercicios. Al acabar, me vestí de nuevo, crucé el Paseo de la Chopera y me constituí en la Casa del Reloj, sede de la Junta de Arganzuela. Tenía allí una cita a las 12 en punto con una delegación de la Comisión de Planificación y Obras Públicas del Área Metropolitana de Estambul, encabezada por su director Hadi Diler, todo un personaje, como pueden comprobar buscando su nombre en Google. Estuve con ellos dos horas, una de conferencia (en español, con intérprete, sólo Mr. Diler hablaba inglés), y otra de paseo por el parque del río y el Centro Cultural Matadero. Me despedí de ellos, pasé por el gimnasio a recoger mi mochila y subí andando hasta Atocha, si bien hice una parada en las Bodegas Rosell para tomarme un merecido vermú. De camino a casa pasé por una hamburguesería que conozco, en donde me calcé una Tijuana Burguer de tamaño natural, bien cargada de jalapeños. Tras una mínima cabezadita, me tuve que poner a hacer los deberes pendientes de mi taller de inglés, al que me incorporé, también andando, a las 20.30, hasta las once de la noche, porque seguimos bebiendo en la barra tras terminar el taller.

Hoy había pedido permiso para ir antes a la rehab, lo que me ha obligado a levantarme a las 7.30, para estar allí a las 9.30. Hora y cuarto después, he cogido un bus, un tren y un Metro hasta el Campo de las Naciones. Allí había quedado a desayunar con África y mis colegas del curre, adonde no voy desde hace mes y medio. Luego, no he tenido más remedio que entrar en el edificio de mi oficina, porque tenía que entregar un parte de baja y me apetecía saludar a la gente. He ido pasando por las seis plantas del edificio dando abrazos y besos, hasta las 14.30. Entonces me he ido al único bar interesante que hay en ese no-barrio, en donde me he obsequiado con un cocido completo, rodeado de mis amigos los camareros del lugar, que me habían echado de menos, porque antes solía comer allí al menos un día a la semana. Luego, de nuevo Metro y tren hasta Atocha, una siesta merecida, un té, un repaso a mis dos direcciones de correo electrónico para contestar mensajes, y a escribir en el blog.

Ahora díganme: ¿creen que estoy siguiendo los consejos del Doctor Letamendi, o no? Les prometo que todo lo he hecho a ritmo lento. Llevo tres días sin parar, pero tranquilamente, sin apurarme por nada. Hoy, una cena frugal, por aquello de la comida, moderada. Y, desde luego: poco encierro, mucho trato y continua ocupación. En fin. Resulta que ya estamos en primavera y yo no me había enterado, porque, como no ha habido invierno... Por eso me ha sorprendido el cambio de horario. Cojonudo. A mí me gusta más este horario que el de invierno. Esas tardes largas. Mañana, después de la rehab, ya empezaré a vaguear, que llega el fin de semana y hay que descansar de tanto ajetreo. Y, a todo esto, mi proceso escultórico de construcción del callo de fractura lleva ya casi mes y medio, la mitad del tiempo previsto. Esto está chupao. Así que, como dicen en Tijuana: cuates, puro p'adelante, que p'atrás ni para agarrar vuelo. 


lunes, 28 de marzo de 2016

488. Acerca de Cirkus Columbia

Les hablo de una novela que me ha impresionado. Se llama Cirkus Columbia, se publicó en 2003 en Croacia y en 2011 en España, Sajalin Editores. Es un libro corto, escueto, sintético. Su autor se llama Ivica Djikic, es articulista y redactor jefe de un periódico satírico de Zagreb, donde vive, y ésta es su primera novela, que ha ganado una serie de premios en el ámbito literario balcánico. Pero Djikic no nació en Croacia, sino en la pequeña ciudad de Tomislavgrad, entonces Yugoslavia, ahora Bosnia-Herzegovina. Sólo con este dato ya saben por dónde va a ir este post, porque tal vez recuerden algo que ya he contado: que visité en su día Yugoslavia, un país próspero, al mando del mariscal Tito, con una voz poderosa en el concierto internacional, que le llevó a ser uno de los fundadores del Movimiento de los Países No Alineados, junto al Egipto de Nasser, la India de Nehru y la Indonesia de Sukarno. Una organización cuyo objetivo era desmarcarse del mundo bipolar de la Guerra Fría.

También les he contado que he visitado después Eslovenia (1,7 millones de habitantes) y Croacia (4,5 millones) y que me parecieron lugares dominados por las multinacionales, con voz nula en el concierto internacional y expuestos a que los mangoneen desde los poderes económicos, como Chipre y otros países minúsculos. Además de los dos países que he citado, el estallido de la gran Yugoslavia generó estos otros: Serbia, Bosnia-Herzegovina (en realidad partida en dos países que se odian), Montenegro, Macedonia y el Kosovo. El estallido causó cien mil muertos, millones de desplazados, etc., etc. Hace dos días y en el mismo centro de nuestra querida Europa. Les conté con detalle los motivos profundos de este conflicto y mis miedos de que se reprodujera algo así en España, en el Post #94, que les recomiendo que lean, si no lo hicieron entonces, y que repasen los que ya lo conozcan.

Ivica Djikic cuenta el drama desde dentro. En su ciudad natal convivían serbios, croatas y bosnios musulmanes sin mayores problemas. Después de la orgía de violencia y limpieza étnica, Djikic emigró a Croacia. Su novela no se desarrolla, sin embargo, en Tomislavgrad, sino en un pueblo pequeño. Como yo les contaba, las ideas nacionalistas, sacadas de la Caja de Pandora por politiquillos frecuentemente movidos por intereses menos nobles de los que proclaman (aunque también los hay honestos), prenden con mucha mayor facilidad en los lugares pequeños, rurales y aislados, y entre gente más bien ignorante. Djikic situa la acción de su novela en una pequeña ciudad imaginaria, lo que se llama en el idioma local una kasaba, palabra de origen árabe.

Se trata de una novela coral, en la que no hay un protagonista. Realmente, el protagonista central es la propia kasaba, cuyas opiniones recoge el texto. Un ejemplo. Hay una mujer, llamada Lucija, que cada mañana se despierta y lo primero que hace es salir a su balcón y gritar: ¡¡Que os den por culo a todos!! ¿A qué se debe esto? A que, años atrás, su marido la acusó de una supuesta infidelidad y, antes de abandonarla, le dio una soberana paliza en plena calle mayor, rompiéndole varios huesos. Nadie salió a defenderla y por eso ella los desprecia a todos y les grita cada mañana. Ahora cito textualmente cómo cuenta la novela lo de la paliza:

Cuando ella cayó al suelo empezó a patearla, con una pierna y otra, una y otra, parecía un robot de una película de ciencia ficción, moviéndose a bandazos. Toda la calle oyó cómo Lucija gritaba y aullaba, pero a ninguno se le ocurrió reaccionar. Un hombre tiene derecho a arrearle a su mujer, pensaba la ciudad, y si le arrea es que ella se lo ha merecido, porque nadie está tan loco como para zurrar a su mujer sin razón alguna. Y si realmente está loco, mejor no meterse con él.

Acojonante. Página 10 de la novela. La obra está dividida en cuatro partes bien diferenciadas y con cambio de narrador. En la primera se describe la vida en este pueblo antes del conflicto armado que estalló en 1991. La gente trabaja en el campo o pasan el día bebiendo rakija, el aguardiente local, acompañado por trozos de queso. Por las noches, los jóvenes y no tan jóvenes, van al único lugar de recreo, un cine, en donde siguen comiendo, bebiendo y tirándose pedos (sic) y donde acaban todos borrachos y tiran los restos de comida a la pantalla. Los más ebrios caminan luego de la iglesia a la comisaría y de la comisaría a la iglesia, buscando bronca, aunque no suelen encontrar con quién pelearse, y todo el rato cantan a gritos la misma canción: Qué bonito es el bazar de Mostar. Ese es el escenario en que transcurre la primera parte.

La novela empieza cuando vuelve un emigrante, Divko, que se fue a Alemania a trabajar en las obras públicas y se hizo de oro. Podría haberse quedado en Frankfurt, donde vivía muy bien, pero tiene que volver, como hacen los indianos, porque ¿de qué te vale ser millonario, si los de tu pueblo no se enteran? La kasaba tiene que contemplar tu riqueza, para que ésta cobre su verdadero sentido. Así que el tipo llega con un Mercedes, una esposa y un gato. Días después, el gato se pierde (la investigadora Susanne Shötz dictaminaría que el animal intentaba volver a su casa de Frankfurt). Todo el pueblo se dedica a buscarlo. Y hay un chaval, de unos doce años que lo encuentra, después de muchas otras cosas que suceden y que no les voy a contar.

La acción se corta y empieza el segundo bloque, compuesto por los diarios que escribe el chaval de 12 años. Empieza contando desde su punto de vista la vida en el pueblo y cómo, de pronto, surge el conflicto armado. Es realmente terrorífico. En mitad de la clase de Historia del Arte, irrumpe el director del colegio y dice que han empezado los disparos en las montañas cercanas, por lo que pide a los alumnos que se vayan a sus casas ordenadamente y sin correr y añade que ya les avisará cuando puedan volver a clase. El chaval precisa que ese curso nunca se completó y que años más tarde recordará ese verano como el único de su vida en el que no tuvo que recuperar las matemáticas. También cuenta cómo descubre algo que desconocía: que algunos de sus vecinos eran serbios y que, según ciertos oradores callejeros, son los culpables de todas las desgracias del lugar.

El tercer bloque narrativo lo cuenta un joven que decide irse a Zagreb cuando empiezan las hostilidades, alguien que podría ser una especie de alter ego del autor. No les voy a dar más detalles porque les recomiendo que se compren el libro y lo lean. Los bloques son muy claros: antes de la guerra, la guerra desde el pueblo, la guerra desde Zagreb y el pueblo una vez recuperada la paz. Esta cuarta parte es muy triste. Hay personajes realmente destrozados. Divko ha perdido el juicio. Se ha gastado su dinero en comprar el Cirkus, una especie de tiovivo abandonado. Cada día se sube en una silla, lo pone a funcionar y se pasa el día girando en el aire con cara de felicidad, una metáfora del absurdo. El antiguo alcalde, que era paneslavista y seguidor de Tito, ha vuelto para pasar allí su vejez. Sus reflexiones, como las de los otros personajes un poco inteligentes que han ido saliendo en la historia, son bastante tétricas. La kasaba seguirá inmutable, pero ahora todos son más pobres y más desgraciados. El estallido de violencia ha sido el triunfo de la estupidez.

Si tienen todavía alguna duda sobre qué es exactamente el nacionalismo, sólo tienen que leer este libro. Lo siento, pero el antinacionalismo forma parte de mi esencia más íntima. No concibo que alguien pinte una raya en el territorio y diga: de aquí para adentro, nos vamos a arreglar solos, vamos a construir una arcadia en la que todos vamos a ser felices. Eso es lo más retrógrado que existe. Las soluciones a los problemas mundiales han de ser transversales. Lo sabe cualquiera con dos dedos de frente. Así que, por mi parte, seguiré dando leña con el asunto. No soy el único que piensa que el derecho a decidir es algo propio de las personas y no de las comunidades étnicas. Les dejo de propina un artículo reciente de Fernando Savater en esa línea. Pueden consultarlo AQUÍ. Le pondría mi firma debajo. Que pasen una buena semana. 


sábado, 26 de marzo de 2016

487. Trileros y mininos

Como quizá hayan visto, me escribe alguien de Argentina que me habla del truco del trilero, al que por aquellas tierras llaman al parecer la mosqueta. Según veo en las wikipedias, es un juego que se practica por todas partes y cuyo origen se remonta al siglo III A.C. En otros lugares se le designa con nombres diferentes: Dónde está la bolita (México) o Pepito paga doble (Chile). Lo cierto es que me he dedicado a observarles en la ancha acera de la plaza de Atocha, más o menos frente al Brillante y otros bares de la zona. Observarles tiene un cierto peligro, no se lo recomiendo, a menos que sean como yo, personas inmunes a la pulsión ludópata. A mí me gusta jugar al parchís, al dominó y a algunos juegos de cartas, pero el hecho de que se juegue dinero no les añade para mí ningún atractivo. Y eso que se trata de juegos en los que se pone en la balanza una cierta habilidad, como en el poker.

Ya si nos vamos a juegos exclusivamente de azar, como la ruleta o el bingo, pues me parece algo de lo más estúpido, aunque comprendo que, para el que le encuentre el punto, debe de ser algo apasionante. A mí no me gusta jugarme el dinero al simple azar. Por eso sólo juego (poco) a la Lotería en navidades y exclusivamente para que los compañeros no me consideren un bicho aun más raro de como me ven. Les confesaré algo: nunca he entrado en un bingo. Bueno, miento: entré una vez, cuando era joven. Iba en un grupo amplio de gente que celebraba algo y habíamos bebido ya bastante cuando alguien propuso ir a un bingo, que era algo muy divertido. Los demás estuvieron de acuerdo y no me quedó más remedio que acompañarlos. En la puerta, nos dijeron que no se podía entrar sin corbata; no obstante nos ofrecían darnos unas chaquetas y unas corbatas que tenían en el perchero para casos como ese. Ahí me adelanté yo proclamando muy enfadado que aquello era algo humillante para unos rockers como nosotros. Varios me apoyaron y nos fuimos, con gran alivio por mi parte.

Así que, si no están seguros de no caer en la tentación, no se acerquen a una mesa de trileros, como yo hice varias veces en Atocha, hasta comprender la dinámica del asunto. El tema es conocido. Un pequeño taburete plegable, un cartón encima, tres cubiletes invertidos y una bolita que se esconde en uno de ellos, un jefe de maniobras que los remueve e intercambia vertiginosamente con gestos de alta prestidigitación. De vez en cuando se para y hay que adivinar dónde está la bolita, para lo que se admiten apuestas. Alrededor, un grupo nutrido de mirones aparentemente muy interesados, haciendo comentarios de vez en cuando y animando las apuestas. Caen los billetes, alguien apuesta por el cubilete de la izquierda, otros por el de la derecha o el centro. Cuando se descubren los cubiletes, el que acierta se lleva la banca y se pone muy contento. Los perdedores se echan las manos a la cabeza desolados.

Todo es una representación teatral perfectamente orquestada. En realidad es un trabajo que da empleo a toda la familia, incluidos cuñados y amigos para hacer bulto, señoras que hacen comentarios (qué ocasión más buena de ganarse un dinero, oiga) y hasta los niños apostados en las esquinas de la plaza para dar el agua, avisando que llega la policía, momento en que todo se desmonta a la carrera, el grupo se disgrega y todos silban disimulando, uno con el taburete plegado, otro con el cartón y otros los cubiletes. Hay familias de calorros que son expertos en el asunto, aunque también lo practican los payos. En realidad, andan por allí haciendo movimientos intrascendentes, hasta que captan a algún curioso con pinta de posible pagano. Es un truco en el que entra en juego la psicología, porque enseguida saben quién puede caer en el engaño y quién no.

Cuando entra un primo empieza la representación. Hacen ante él una serie de jugadas con apuestas creíbles, unos ganan, otros pierden y todos hacen grandes aspavientos de alegría y cabreo, según los casos. Todos los presentes están conchabados y se intercambian billetes que son del grupo, incluso los que aparenta llevarse algún ganador, que un rato después volverá al lugar. El mirón incauto cree que es fácil seguir el cubilete que contiene la bolita y que no lo va a perder de vista. Realmente es algo posible y hasta sencillo, pero el maestro de ceremonias no deja de mirar directamente a los ojos del primo en busca de un segundo de distracción. Es difícil no tenerlo: por ejemplo, para sacar el dinero, o para contar exactamente lo que se apuesta.

En el momento preciso en que el tipo desvía la vista, el maestro hace un movimiento mínimo, casi imperceptible, mucho menos ampuloso que los demás pases que continúa haciendo. En un segundo ha intercambiado la posición de dos cubiletes y ya tiene al tipo convencido de que la bola está a la izquierda, cuando la realidad es que está al centro. Es momento de poner dinero en la mesa y forzar la apuesta. El primo saca su billete, lo suma a la puja y espera confiado a que se descubran los cubiletes. Pierde siempre. Si se pone farruco y protesta todos hacen piña, empujan, se hacen los indignados y acorralan al pobre timado, que ya no puede recuperar de ninguna forma su billete. Con un par de incautos que caigan, ya han hecho la mañana.

He dicho que es fácil seguir la trayectoria del cubilete bueno y no perderlo de vista. Es fácil si no tienes que apostar. O si llevas el billete preparado y no tienes que distraer la mirada. Pero entonces, el maestro se busca otro truco, por ejemplo, cambiar la cantidad mínima que ha de apostarse, o algo similar. Algo que distraiga la mirada del primo un instante. Que es posible no perder de vista el cubilete que contiene la bola lo demuestra un gato muy inteligente, al que han enseñado a hacerlo. El gato se llama Kido y abajo tienen el video que demuestra que nunca se equivoca. Véanlo. Es realmente sorprendente. 


Los gatos son animales muy inteligentes. Como he escrito en alguna ocasión, no se trata de animales domesticados, sino asociados libremente al hombre, por su propia conveniencia, algo que sucedió, al parecer, hace unos 10.000 años. Por eso el perro está todo el día esperando que su amo le diga lo que tiene que hacer, mientras que el gato está aparentemente a su bola, aunque siempre pendiente de todo lo que sucede a su alrededor. Otra noticia de estos días sobre estos simpáticos animalitos: la profesora Suzanne Shötz de la Universidad de Lundt, cerca de Malmoe (Suecia) ha iniciado una investigación sobre el lenguaje de los gatos, a la que dedicará los próximos cinco años. Según esta señora, experta en fonética, los gatos salvajes no maúllan, salvo en casos de terror o tensión extrema. En cambio, los gatos caseros se comunican todo el rato con sus amos, con diferentes entonaciones en sus marramiaus para expresar placer, saludo, irritación o mayor o menor urgencia.

Ya les conté que el gato del bar La Venencia, cuando quería salir a la calle, se lo hacía saber al cliente de la barra más cercano a la puerta, con gestos y fraseos que no dejaban lugar a dudas. La tesis de esta señora es que los gatos han desarrollado un lenguaje específico para comunicarse con los humanos, por lo que ella piensa que tienen diferentes acentos, en función de la región o país del que sean sus amos. Si consigue demostrarlo, será algo cojonudo. Los maullidos de los gatos gallegos dirán arre carallo, los andaluces te kiri-ya d'aquí pisha ques-tás to'l rato en medio como el jueves, los catalanes escolti nen, esta butifarra está intragabla. Como nunca se creen lo que les cuento, aquí abajo tienen el vídeo en el que esta señora presenta el trabajo que va a iniciar. Está en inglés, pero así practican un poco. Buenas tardes. No se atraganten de procesiones.



miércoles, 23 de marzo de 2016

486. Mi coche nuevo y el acertijo del trilero

El horror de Bruselas no me sorprende, era de prever, pero me toca muy directamente, porque es una ciudad en la que he estado muchas veces, he llegado a ese aeropuerto, me he movido en ese Metro. La única respuesta contra los que quieren acabar con nuestro modo de vida es precisamente mantener nuestras costumbres y hábitos, continuar nuestra vida sin miedo, ignorarlos dentro de lo posible. Por eso no voy a hablar nada más del tema y voy a seguir con mis rutinas. Por cierto, ayer el doctor Cascoporro me encontró bien y me remitió a los fisios especialistas en rehabilitación. A partir del lunes tendré que ir todos los días a Legazpi a que me den caña. No tengo ni idea de cómo me dejarán esas sesiones, pero el martes tengo Club de Lectura y el miércoles he de atender a una delegación de turcos que quieren ver Madrid Río y por la tarde ir a mi grupo de conversación inglesa. Más lo que vaya surgiendo. Pregunté si podía conducir y me dijeron que yo mismo. Pero que si me doy un golpe puedo tener problemas con los seguros por conducir estando de baja. Está claro. Mi nueva consulta, con el doctor Gárate, el 12 de abril. En función de cómo me vean ese día, me darán o no el alta.

Ya que hablamos de conducir, les cuento lo de mi cambio de coche. Tal vez recuerden que en marzo de 2013, cuando nos trasladaron desde el edificio histórico de la Gerencia Municipal de Urbanismo al destierro del Campo de las Naciones, mi viejo Seat Toledo de matrícula de Barcelona, no soportó el cambio. Mi querido compañero en mil batallas, con el que llevaba unos 20 años, tenía ya el embrague medio escarallado, pero se conoce que por la costumbre me seguía llevando sin rechistar al viejo edificio. El primer día de trabajo en el destierro estuvo ya a punto de fallarme en el viaje de ida, pero consiguió llegar heroicamente al garaje, echando un humo negro bastante sospechoso. Cuando lo cogí para volver a casa, me dejó tirado en la primera cuesta.

Por entonces llevaba yo un tiempo mirando coches nuevos para comprar y estaba ya bastante decidido. Tenía claro que la mecánica más fiable es la de los coches alemanes y japoneses y me inclinaba por los segundos, por una especie de revancha contra la señora Merkel, a quien por entonces responsabilizaba de la tremenda política de recortes que nos estaba calzando ese señor del que ustedes me hablan, a quien ya saben que no quiero nombrar más en el blog. Tenía también claro que quería un coche híbrido, por una cuestión de responsabilidad ambiental con el planeta, aunque por ahora son más caros que los normales. Eso me llevó a la marca Toyota, que tiene tres modelos híbridos: el Prius, el Auris y el Yaris. Me incliné por el Auris, que es de tamaño medio y además me parecía muy bonito. Si el viejo Toledo había estado en el centro de algunos de mis mejores textos en los inicios del blog, como el Post #110, el Toyota pronto se puso a la par con el desternillante Post #149. Si no los leyeron en su día, se los recomiendo como lectura de Semana Santa.

A lo que vamos. Para pagar mi Auris, me ofrecían tres posibilidades. Las dos clásicas, a tocateja y a plazos, y una tercera novedosa que fue la que finalmente escogí. La cosa consistía en lo siguiente. Yo pagué una entrada de 12.000€, uno encima del otro. Y luego firmé 36 letras de 75€, que iría pagando mensualmente durante los 3 siguientes años. Eso me dejaba pendiente de pagar otros 8.000€, el monto de una teórica letra 37. El sistema se basa en una matriz matemática en la que lo único fijo son los 8.000€ que quedan para el final, valor que la marca estima que va a tener el coche tras tres años de uso normal. Es decir, que yo podía haber pagado una entrada más pequeña y unas mensualidades más altas. Pero, en aquel tiempo, tenía liquidez suficiente y me hacía especial ilusión pagar por el coche unos plazos de menos de 100€ al mes.

Naturalmente, a mediados de febrero de este año, la casa se puso en contacto conmigo, para avisarme que los 3 años estaban a punto de cumplirse y que tenía que empezar a pensar en cuál de las fórmulas previstas en el contrato (que ahora les detallo) iba a elegir para el momento de la teórica letra 37. Las fórmulas a las que yo había otorgado con mi firma la conformidad eran las siguientes. UNO. Yo estoy mayor y ya no quiero tener coche. En tal caso, vienen, se llevan el Auris y no pago los 8.000€ pendientes. DOS. Estoy encantado con mi coche, le he cogido cariño y quiero quedarme con él. Así que pago los 8.000€ de marras, bien a tocateja, bien mediante un crédito a renegociar en ese momento. TRES. Me gusta mi coche, pero soy un pijotero al que le encantaría cambiar a un modelo más moderno o evolucionado, previsible tras tres años de innovación en una marca puntera como Toyota. Entonces se renegociará todo globalmente.

Cuando me llamaron, les dije que estaba encantado con mi Auris y que me inclinaba a seguir con él. Pero, pasados unos días, me surgió esa vena pijotera que no puedo negar que tengo y que ya conocen los seguidores habituales del blog. Me enseñaron el nuevo Auris y la verdad es que es una maravilla y tiene una serie de modificaciones que luego les cuento. Lo que pasa es que el modelo de financiación, digamos que se reinicia. Ellos se quedan el coche viejo, yo vuelvo a pagar 12.000€, firmo 36 letras de 80€ y dentro de tres años me quedarán por pagar otros 10.000, porque el nuevo modelo es un poquito más caro. En este momento, yo le paré al vendedor, que es amigo mío y le dije: –Juan, me estás haciendo el truco del trilero. Según mis cuentas, yo he pagado 12.000, más 2.700 de los tres años de cuotas, más ahora otros 12.000 y otros 3.000 de los próximos tres años. Eso suma casi 30.000€. Cómo es que aun me quedarían por pagar otros 10.000, cuando estamos hablando de un coche que vale 23.700€ el primero, y unos 26.000€ el segundo. Me siguen, supongo.

El tipo, con mucha paciencia, me lo explicó paso a paso. Pero no me convencía. Me lo explicó una segunda vez. En un alarde de imaginación le dije: –¿Y si yo le pago ahora la entrada y la cuota 37 y así sólo tengo que ir pagando las mensualidades y dentro de tres años el coche es mío? Se echo las manos a la cabeza y gritó: –Ahhh, no ha entendido usted nada. Quedamos en empate, le pedí unos días para pensármelo y me fui. En el fin de semana siguiente, hablé con varios expertos de mi confianza, entre ellos mi hijo Kike, que se gana la vida como economista, y todos coincidieron en que, aunque las marcas nunca pierden, me estaban haciendo una oferta ventajosa y ciertamente era yo el que no se estaba enterando de nada. Así que llamé al bueno de Juan y le dije que adelante. De todos modos, hay una serie de detalles que no les he contado aún y que les especifico más abajo, en el contexto de la explicación global que más o menos tengo ahora en la cabeza (aunque sigo sin estar seguro al 100% de que no me hayan hecho el truco del trilero).

Para empezar, a la marca le interesa mucho un cliente como yo, digamos, fidelizado y con ese punto pijotero que, dentro de tres años, me hará picar otra vez, seguramente con un modelo enchufable o de pila de hidrógeno. Luego, hay que dividir la cosa en dos procesos diferentes. Yo pagué una entrada y 36 mensualidades de 75€ por usar el primer coche durante tres años. Como ya no lo quiero, se lo llevan y ya no pago los 8.000€ con los que lo adquiriría en propiedad. Punto. El segundo proceso empieza de cero pero, como cliente fidelizado, me ofrecen una serie de ventajas. En vez de pagar 12.000€, he pagado 9.000€. Los otros tres mil me los perdonan por varios conceptos: haber entregado el coche viejo sin muchos rasponazos, no haber llegado a los 75.000 kilómetros y el propio hecho de seguir fiel a la marca. Además, me dan dos vales para hacer las dos primeras revisiones de forma gratuita. Además me entregan el coche en garantía por cinco años (si dentro de tres lo vuelvo a cambiar, esos dos años extra se valorarán debidamente). Todo eso se une a que, al ser híbrido, pago una miseria por permisos de circulación y otros impuestos. Por ejemplo, el municipal se reduce de 129€ a 35€. 

Por si fuera poco todo eso, resulta que voy a disfrutar de sucesivos coches en sus tres primeros años, que es cuando mejor funcionan. Y me voy a ahorrar el coñazo y el dinero de pasar las ITV. En fin. Recuerdo que mi padre tuvo durante una temporada una serie de Seat-600, que cada dos años revendía, para comprarse otro nuevo, así que la pijotería parece que me viene de serie. ¿Y cuáles son las novedades que trae el nuevo Auris que me he comprado? Varias. En primer lugar, es unos 40 cm. más largo y todo eso lo gana de maletero, que era una de las cosas que yo echaba de menos en el viejo. Ahora puedo cargar sin problemas una o dos bicicletas. Segundo: es más silencioso, sobre todo en la fase turbo, cuando se le pisa a fondo. Yo echaba de menos un poco más de repris, por ejemplo, para adelantar a un camión. Me dicen que el motor tiene exactamente la misma potencia, pero que el antiguo, cuando le pisaba a fondo, hacía un ruido tan fuerte que resultaba disuasorio y uno tendía a levantar el pie del acelerador, por miedo a estar forzando demasiado la máquina. Probé un modelo que tenían en el concesionario, nos metimos por autopistas y comprobé lo que me decían.

Además, tiene luces LED. Y alguna tontería más en los acabados. Y, sobre todo, un par de sistemas de avisos sonoros, uno cuando te sales de tu carril sin poner el intermitente, y otro cuando te acercas demasiado al coche de delante. Este último tiene una primera fase intermitente, otra más perentoria y, si sigues acercándote, frena él solo de forma automática. Nuevos sistemas de seguridad para evitar que te duermas al volante, como el conductor del autobús de Tarragona. Yo no lo he estrenado todavía porque, cuatro días antes de llevar el coche viejo y recoger el nuevo, me rompí el brazo. Tuvo que venir un conductor de la marca y hacer el cambio en mi garaje. Pero mi hijo Kike lo conduce por ahí, arriba y abajo, y dice que los sistemas de aviso sonoro son cojonudos y funcionan. Así que la cosa ya está hecha.

Este sistema, aunque lo usara mi padre (que, en esto y otras muchas cosas, era un adelantado a su tiempo), no deja de ser un signo de los nuevos tiempos. Antes era normal tener un coche mucho tiempo y encariñarse con él. Ahora ha llegado la era del coche de usar y tirar. Como dicen en mi tierra: tire con él. Y, desde mi punto de vista, creo que también es un buen negocio para mí, a sustanciar el día en que les diga a los de la marca que ya no quiero más coches, que no les pago los 10.000€ o lo que sea que me quede por pagar, y que se lo metan por donde les quepa. Ese día yo redondearé mi negocio. Así que, digamos, a un 95%, estoy seguro de que no me han hecho el truco del trilero. Por lo que respecta a ese remanente del 5%, ¿qué opinan ustedes, queridos lectores? ¿Alguien se anima a comentar el tema? ¿Creen que me han estafado? Es un acertijo que les propongo para estos días de fiesta. Que ustedes lo pasen bien.

lunes, 21 de marzo de 2016

485. Blogger en funciones

Pero bueno. ¿Qué pasa? o, por decirlo a la manera más carpetovetónica, ¿qué cojones pasa? ¿Cómo que si me sucede algo, que por qué no publico más textos estos días, que si hay alguna causa oculta para que haya dejado de escribir? Pues claro que la hay y no una sino varias. Para empezar, estoy de vacaciones. No sólo yo, por lo que veo, sino sobre todo ustedes. Ya les he dicho que manejo una página de seguimiento del blog, página que, como el algodón, no engaña. Y las estadísticas de entradas han pegado un bajón clamoroso, más o menos desde el mediodía del viernes de Dolores, santo de todas las Lolas. Es decir, desde el momento preciso en que la mayoría de ustedes, queridos lectores y seguidores, se han ido a la playa, a la montaña o al pueblo de sus ancestros. Algo que me parece muy bien. Me refiero, por supuesto, al hecho de que se vayan fuera, no a que dejen de leer mi blog en vacaciones. 

En los cerca de quinientos textos que llevo escritos hasta ahora, no encontrarán una sola crítica a la Semana Santa, un descanso que me parece bien aquilatado (basta una semana para cambiar el chip y volver a la vida normal con ánimos renovados), oportuno para partir el semestre lectivo comprendido entre el solsticio de invierno y el de verano (el otro es mucho más llevadero con las vacaciones de verano por medio) y con un punto divertido por su localización aleatoria en el calendario, debida a su fijación por los ciclos de la luna, anterior a la implantación del calendario juliano. Yo lo que he criticado en más de un post son las Navidades, porque me carga ese buenismo colectivo de los festejos, las compras masivas, los villancicos y las zambombas; porque frecuentemente me pilla de regular humor, lo que hace que me sienta aun más excluido y, sobre todo, porque me parece absurdo que el mundo se pare durante tres largas semanas para dar cabida a las celebraciones al uso. Menos mal que no se me ocurrió romperme el brazo hacia el 20 de diciembre, si no, lo mismo me habían tenido con la escayola provisional hasta que el mundo se reiniciase.

Así que, desde el viernes de Dolores, yo también estoy de vacaciones. Y esto nos lleva a la segunda de las razones de mi falta de producción. Naturalmente, me refiero a los dolores. Mi recuperación del brazo va bien, me dicen (mañana tengo la nueva consulta con el doctor Carrasco, o Castaño, o Cascorro, algo con ce), pero tengo unos dolores bastante jodidos. No me duele la zona lesionada, ni tampoco el tramo desde ella hasta el extremo de la mano. Nada de eso me duele en reposo; obviamente me tira y me molesta cuando hago los ejercicios de recuperación que me han prescrito. Lo que me duele en reposo es el hombro, especialmente por la noche. Mi sensación es la de tener una inflamación en la cápsula, que se me refleja en contracturas en todas direcciones: pecho, espalda y parte superior del brazo. He preguntado si debo dejar de hacer esos ejercicios (puesto que en los primeros quince días, cuando llevaba el cabestrillo, no me dolía nada) y me han dicho que no, que no, que ésta es una fase necesaria, que el dolor nocturno es algo normal, que procure combatirlo con diferentes cócteles de calmantes y somníferos y que ajo y agua. En eso ando, pero aun no he dado con el cóctel fetén. Incluso estoy valorando la posibilidad de salir un día descalzo a la calle y sumarme de penitente a alguna de las procesiones que recorren mi barrio, a ver si eso resulta.

Así que cada día me levanto baldado, me voy volviendo persona a lo largo de la mañana y, cuando ya he pillado velocidad de crucero, me sucede que, en cuanto me siento un rato en un sillón, me entra el nirvana subsiguiente a la ausencia de dolor y me quedo frito. Como además intento seguir mi vida normal, caminar por la ciudad, ir al cine, al teatro, a mi grupo de conversación inglesa y al Club de Lectura, pues no me queda mucho margen para escribir en el blog. Qué le vamos a hacer. Pero hay una tercera razón. Es que desde el viernes soy un blogger en funciones, así que ya no hago nada, porque no me da la gana. De qué se extrañan. Si ese señor del que ustedes me hablan ha decidido que, como presidente en funciones, ya no tiene que gobernar, ni dar cuenta a las Cortes, ni hacer otra cosa que leer el Marca y el As, por qué no había de hacer yo lo mismo en mi blog.

Esta mañana he ido a una oficina de la Seguridad Social, para saber qué pasa con mi hijo Lucas, cubierto en Alemania por una tarjeta sanitaria europea hasta que cumpla los 26, lo que sucederá, si Dios quiere, el mes que viene. Hasta entonces, esa tarjeta se la pedía yo, con cargo a mi número de afiliado. Ahora, yo suponía que la podía pedir él, que tiene ya su propio número de afiliado, puesto que la mitad de su estancia en Nancy se la pagó la Universidad Complutense. Pues no. Me dice el funcionario consultado que esas tarjetas sólo se expiden a personas con contrato laboral indefinido y pensionistas. Nadie más tiene derecho a la tarjeta sanitaria europea. Ni los parados, ni los estudiantes veteranos, ni los titulares de los contratos basura resultantes de los recortes al estado de bienestar perpetrados por ese señor del que ustedes me hablan. Antes sí, ése era un derecho de todos, para que todo el mundo pudiera viajar al extranjero debidamente protegido. Una regulación que se ajustaba al marco normativo sanitario y asistencial europeo, que probablemente incumple la nueva norma. 

Pero, en cuanto llegó al gobierno ese señor del que ustedes me hablan, con el rodillo de la mayoría absoluta, cambió la aplicación de dicha normativa en el sentido que les he dicho más arriba. Este es un tema de escándalo a nivel europeo, como pueden comprobar AQUÍ. Un regalito más del cabrón impresentable que nos ha gobernado (o no) en los últimos cuatro años. Le tengo tanto asco que ya no lo voy a nombrar más en este foro. Desde hoy queda declarado persona non grata en el blog. Lo que más me cabrea es que hace ya tres meses que los españoles hemos votado en un sentido muy concreto. En el sentido de que los demás se pusieran de acuerdo para despegar de su sillón a ese señor del que ustedes me hablan. Pero los nuevos líderes, en vez de centrarse en la tarea de echar del poder al equipo de corruptos e incapaces encabezado por ese etcétera, etcétera, que lo vienen okupando desde finales de 2011, se están dedicando a insultarse y pelearse entre sí como niños pequeños. Hemos perdido ya tres meses. Estos señores no se dan cuenta del ridículo que están haciendo. Yo les dediqué unas coplillas alegóricas, pero no soy el único que expresa su estupor por el sainete que nos está tocando presenciar. El chiste de Forges del pasado 26 de febrero es meridiano.


Pero, como siempre, el análisis más lúcido es el de mi casi paisano Santos Juliá, maestro de los historiadores españoles, que sale de su retiro en contadas ocasiones para ilustrarnos con su visión privilegiada. Por cierto, Juliá es natural de El Ferrol del Caudillo, puesto que así se llamaba la ciudad en los años cuarenta, cuando nació este insigne caballero. De la misma forma que yo no nací en A Coruña, sino en La Coruña. En fin, AQUÍ pueden consultar su excelente análisis. Ni Santos Juliá, ni Forges, ni yo, ni nadie en su sano juicio puede entender que estos políticos que dicen representarnos sean incapaces de sentarse y formar un gobierno con una política de mínimos, que sirva para derogar algunas de las barrabasadas que ha perpetrado ese señor del que ustedes me hablan, como eso de que la cobertura de la tarjeta sanitaria europea no sea ya universal. Un tema nimio al lado de las medidas que están agobiando a cada vez más familias españolas al borde de la pobreza. Al fin y al cabo, yo soy un privilegiado y puedo pagarle a mi hijo un seguro alemán, mientras haya de seguir allí.

Así que ya lo saben. No es que este foro esté declinando por falta de interés del que suscribe. Es que: 1, estoy de vacaciones, 2, estoy baldado y 3, soy un blogger en funciones. Lo que pasa es que los tengo muy mal acostumbrados porque, en condiciones normales, escribo entradas a cascoporro y ahora lo echan de menos. Me encanta esa hermosa expresión manchega: a cascoporro. Ahora que lo pienso, a lo mejor el médico que me va a atender mañana se llama así: el doctor Cascoporro. Por lo demás, les deseo que pasen unas excelentes vacaciones. Happy Easter to you.

miércoles, 16 de marzo de 2016

484. Cinco años de dolor en Siria

A soldier with the broken arm
Fixed his stare to the wheels of a Cadillac
David Bowie, Five Years (1972)

Cinco años para llorar, decía Bowie que le quedaban a la Tierra, y un soldado con el brazo roto se quedaba atónito mirando las ruedas de un Cadillac. Más de 40 años después, la Tierra ha sobrevivido, Bowie se ha muerto y yo, como ese soldado del brazo roto, contemplo atónito la situación de Siria, cuya guerra cumple estos días precisamente cinco años. Cinco años de violencia, miseria y dolor, que han generado la mayor avalancha de refugiados en Europa desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Me dice la gente de ACNUR que el 2015 ha sido el año más difícil desde la existencia de esta agencia de la ONU para atención de los refugiados, pero que el 2016 se prevé todavía peor.

A poco de hacerme socio de ACNUR, me llamaron por teléfono para darme encarecidamente las gracias y explicarme algo de su funcionamiento. Me sentí muy abochornado por mi escasa contribución y así se lo dije. Estás muy equivocado –me respondieron. Con cada 5 euros de los que tú nos das, podemos garantizar en determinadas zonas que un niño se alimente adecuadamente durante una semana. Aprovechando mi situación de baja laboral, me he pasado un par de veces por la sede en Madrid de la organización, que no está lejos de mi casa y me he enterado de una serie de datos sobre el universo de los refugiados del mundo. En estos momentos hay más de 60 millones de refugiados y desplazados en las distintas zonas conflictivas del mundo (Siria, Ucrania y varios países africanos).

Aquí una primera precisión. Se considera desplazados a los que tienen que huir, dejando su casa y la mayor parte de sus bienes, pero pueden quedarse dentro de su país. Por el contrario, se llama refugiados a los que han de abandonar incluso su país, de donde se van con lo puesto. En estos cinco años, la guerra de Siria ha generado 6,5 millones de desplazados y 4,5 millones de refugiados. La proporción entre ambas cifras da idea de lo sanguinario y cruel que es este conflicto. Por ejemplo, la guerra de Ucrania, ha generado millón y medio de desplazados, por casi ningún refugiado. Ya me he referido a Siria varias veces en este blog, pero vuelvo a hacerlo en este momento. En relación con el conflicto, hay dos temas diferentes: la propia guerra y la avalancha de refugiados que ha producido. Los trataremos por bloques.

La guerra empezó, como saben, a partir de la revuelta montada en marzo de 2011, a imagen y semejanza de las que brotaron en diferentes países árabes a partir de las Navidades de 2010, en lo que se llamó la Primavera Árabe. Todas menos la de Túnez acabaron como el rosario de la aurora. En Túnez hay un régimen democrático sostenido con alfileres y resistiendo el acoso de toda clase de enemigos. En Marruecos, Jordania y diversos países del Golfo Pérsico, la revuelta no llegó a concretarse. En Argelia, Yemen y Bahrein fue duramente reprimida. En Egipto se les permitió disfrutar de una primavera efímera, cruelmente sofocada en diferido. En Libia la revuelta se ha cronificado, convirtiendo el país en un lugar donde reina la anarquía, modelo Somalia, sólo que aquí enfrente, a 200 millas marinas de las costas italianas.

En Siria, la situación ha degenerado en una terrible guerra civil. Es algo que me toca muy de  cerca, porque visité ese hermoso país que ahora virtualmente no existe, tal como lo reseñé hace más de tres años en el Post #71, que pueden releer si quieren. Allí, con mi ojo habitual, pronosticaba que Bachar el Assad caería pronto. Estuvo a punto de suceder, cuando se demostró que su régimen usaba armas químicas, pero Obama no se atrevió a dar la orden de atacar. Obama ha demostrado en esta y otras ocasiones ser un poco mandiles, aunque quién sabe si no hubiera sido peor el remedio que la enfermedad. Por otro lado, ojalá que no tengamos que sufrir a Donald Trump como presidente USA. Entonces sí que añoraríamos al mandiles.

Bachar pasó el momento más difícil, dejó que el fundamentalismo se hiciera con el control del bando contrario, propició el surgimiento del ISIS y su cruel califato y ahora aparece como aliado del mundo civilizado frente a los bárbaros islamistas radicales. Para acabar de complicar esta sangrienta partida de ajedrez, Putin ha intervenido, sin tantos miramientos como Obama, ha revuelto las piezas y ahora se larga para que sigan la partida. Resultado: 260.000 civiles muertos en la propia guerra. Más los desplazados y refugiados ya reseñados. Entre los refugiados, más de un millón están en el Líbano. 2,5 millones en Turquía. Cantidades importantes también en Irak y Jordania. Sólo medio millón ha intentado cruzar a Europa. 3.700 de ellos se han ahogado en el mar a lo largo de 2015.

Durante un tiempo en Europa se les tendió aparentemente la mano. Alemania estaba dispuesta a acoger a un millón de sirios y tenía todo preparado. Los demás estados de la Unión se resistieron y se hicieron los remolones, como Eslovaquia, que hizo el ridículo internacional al aducir como excusa que carecía de mezquitas en su territorio. Pero, al final, todos aceptaron unas cuotas a regañadientes. Luego, vinieron los tremendos atentados de París y los gobiernos más xenófobos aprovecharon para plantear su veto, con la excusa de que entre los refugiados entrarían yihadistas camuflados. ¡Por Dios! Con los sistemas de información que tenemos. La cosa es justo al revés. Los sirios que pretenden llegar a Europa son la parte más culta de una sociedad muy civilizada, que yo visité y reconocí. Son ellos los que huyen de los yihadistas y no al revés.

El colmo de la indignidad es dar dinero (nuestro dinero) a Turquía para que los retenga allí. Y hacer la vista gorda con los incumplimientos flagrantes de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en ese país. La semana pasada mandaron al ejército a la sede del principal periódico de Turquía, Zaman, en pleno Estambul. El diario, crítico con el régimen de Erdogan, quedó clausurado, sus directores y periodistas detenidos y sustituidos por una administración estatal, y la gente que protestaba por ese atropello a las mismas puertas de la sede, dispersada con mangueras y gases lacrimógenos. Pero no importa. Integremos a Turquía en la Unión. Qué más da. Total ya tenemos los regímenes filofascistas de Hungría y Polonia, Eslovaquia mirándose el ombligo, Eslovenia y Croacia manteniendo la pureza étnica resultante de la guerra, o Letonia con su examen de ciudadanía como el que sin duda pondrá en su día esa Catalonia que, por suerte, al menos para mí, is not Spain. Viva la Pepa.



La sociedad civil estaba, sin embargo, dispuesta a acoger y ayudar a nuestros hermanos sirios, dentro de un orden, por supuesto. Arriba tienen la imagen de la pancarta desplegada en Cibeles por el equipo de la señora Carmena, por cierto, alcaldesa que presume de no ser de ningún partido, y lo demuestra día a día. Teníamos en Madrid diversas infraestructuras preparadas para acoger la previsible avalancha. España se comprometió a alojar a 160.000 refugiados. ¿Saben cuántos hemos acogido finalmente? Se lo digo yo: 18. No, no. No son 18.000. Son 18. En noviembre llegaron 12, 11 eritreos y un sirio. En diciembre, llegaron otros seis, todos de Eritrea. No sé cómo puede alguien no estar indignado con este tema. La organización Intermon-Oxfam ha reunido más de 100.000 firmas, entre ellas la mía, contra el acuerdo que se pretende firmar con Turquía y las ha presentado en el Congreso. Abajo la imagen. Sean buenos. 

    

   

lunes, 14 de marzo de 2016

483. Sobre los adelantos de la traumatología

Aquí sigo de baja médica, procurando aprovechar esta especie de ensayo de la vida de jubilado que me espera dentro de poco. La verdad es que, si no tuviera molestias en el brazo y contracturas diversas en torno al hombro y el costado, estaría como un cura. Hay que ver lo que ha avanzado la traumatología en los últimos años. Cuando yo era joven, una fractura de húmero se trataba alineando los dos trozos, por así decirlo, a huevo. Manteniéndolos presionados en su sitio, se procedía a rodear el brazo con una escayola desde el hombro a la muñeca y listo. En general, eso te lo hacían (con suerte) con anestesia local, de modo que solías ver las estrellas. La escayola pesaba como un demonio y te hacía diversas rozaduras en los extremos, aunque también es cierto que servía para presumir por el barrio, que las chicas te firmaran, etcétera.
  
El brazo se mantenía así 40 días, durante los que dormías fatal, tenías dolores tremendos, por no hablar de picores en zonas donde era imposible rascarse. Pasado ese plazo, uno acudía al hospital, en donde la escayola se rompía a martillazos (en tiempos más recientes había unas sierras radiales que te juraban que sólo cortaban la escayola, pero hacían un ruidito que alimentaba toda clase de sospechas). Entonces te descubrían lo que un día había sido tu brazo, ahora reducido a una especie de braga lastimosa. Eso iniciaba un largo proceso de rehabilitación para recuperar la musculatura y recobrar la simetría propia de un ser humano que no sea tenista profesional.

Nada de eso hacen ahora. Ya les expliqué cómo me operaron el 22 de febrero para ponerme un clavo de titanio de 25 cm. sujeto en sus extremos por dos tornillos asegurados al hueso. Salí de quirófano con un vendaje fuerte bien apretado. Tres días después, antes de darme el alta, me cortaron ese vendaje con unas tijeras y me dejaron el brazo al aire, con un par de apósitos sobre las dos heridas de la operación y un cabestrillo con instrucciones de no quitármelo ni para dormir (me dieron otro especial para ducharme con él). A continuación tuve un par de consultas en clínicas de ASEPEYO. En la segunda, me quitaron ya la mitad de los puntos. Y llegamos así a la consulta del día 8 de los corrientes, en la que hube de regresar al hospital, y de la que no les he contado nada todavía.

Me desplacé al hospital en taxi, me registré y me mandaron a radiología donde me sacaron diversas tomas. Y pasé a la consulta de traumatología. El doctor Gárate y un compañero examinaron las radiografías y me dijeron que todo estaba perfecto. Me quitaron el resto de los puntos que tenía y me pusieron nuevos apósitos “para no manchar la camisa con posibles supuraciones”. Pero me dijeron que, a partir de la siguiente ducha ya no necesitaría desinfectar las heridas ni ponerme nuevos apósitos. El brazo al aire. En cuanto al cabestrillo, me lo podía ir quitando. Si me daba miedo, podía hacerlo de forma progresiva, empezando por quitármelo dentro de casa. Para salir a la calle y para dormir, podía mantenerlo de momento, o irlo eliminando también. Y me emplazaron a volver al hospital el día 22 de marzo.

Se produjo en ese momento una circunstancia curiosa. El colega de Gárate dijo: –El 22 yo no estoy. Gárate miró un calendario y contestó –Ah, yo tampoco. Lógico: el 22 de marzo es Semana Santa. Rápidamente, Gárate añadió: –No importa, tiene que ser el 22, le atenderá el doctor Carrasco (o Castaño, o Cascorro, algo empezado en ce), que está de guardia. Entonces caí en la cuenta. El 22, segunda consulta en el hospital, es justo un mes después de la operación. Y el día 8, primera consulta en el hospital, se cumplían justo los quince días de la misma. Es un protocolo, como todo ahora en la medicina. Me explicaron varias cosas. El proceso de consolidación del hueso alrededor de la rotura, dura tres meses. Durante este tiempo, el organismo desarrolla una actividad, llamada osteogénesis, que finaliza con la formación del callo de fractura. Lo que no sé es por qué unos profesionales capaces de poner un nombre tan bonito, sugerente y cargado de resonancias helenas, como osteogénesis, pueden luego designar al resultado con esa denominación tan horrorosa. Cuando yo era joven, uno oía hablar de un callo de fractura y enseguida pensaba en una mujer muy fea. Con perdón.

Así que durante tres meses no podré desarrollar actividades de riesgo, como correr o nadar. Y he de tener cuidado de no caerme. Cada día que pasa sin que me dé un golpe, es un triunfo en el proceso de creación del callo ese de los cojones. Por lo demás, la consulta del próximo día 22 tendrá por objeto, entre otras cosas, ponerme en contacto con un recuperador, para ver cómo he de hacer la rehabilitación de mis músculos y tendones. Pero ya me han explicado una serie de ejercicios para ir haciendo hasta entonces, con la idea de que, cuanto más lleve avanzado, mejor recuperación tendré. En el caso ideal, no sucedido con nadie, de que el 22 estuviera perfectamente, ya no necesitaría recuperador. Lo que supongo es que tendré que seguir haciendo ejercicios y estiramientos hasta el verano, si no más.

Como se habrán imaginado, en cuanto llegué a casa después de esa consulta, me quité el cabestrillo y lo guardé en un cajón. El problema es que, en los días anteriores a ese momento, ya no tenía apenas molestias y, a partir de la supresión del cabestrillo, brotaron como hongos una serie de contracturas, dolores, tumefacciones e inconvenientes varios, agravados además por la práctica de los ejercicios que me han prescrito. En esa tesitura estoy ahora. Ya saben que no me gusta quejarme en el blog, pero digamos que me tira la sisa de la hostia. Especialmente por las mañanas. Mi amigo Juanmi el Guitarrero, vicioso del kickboxing y otras actividades violentas, dice que él se ha roto tantos huesos que, a partir del número 30, dejó de contarlos. Y que, durante todos los procesos de recuperación, se levantaba baldado por las mañanas, hasta que el cuerpo iba distribuyendo el tres-en-uno, o lo que sea que calma los dolores matutinos.

Por lo demás, no tengo ni idea de cuándo me darán el alta. Mientras, procuro seguir con mi vida normal y tengo menos tiempo para dedicar al blog del que esperaba, porque no paro quieto. Así que, por ahora, esta será la última información sobre mi evolución post-quirúrgica. Que tengo muchas otras cosas de las que hablarles. Por ejemplo, sobre mi cambio de coche (eso sí que no se lo esperaban). Creo haberles contado que había adquirido mi Toyota Auris con un sistema similar al leasing, aunque no es un leasing. Bueno, no se preocupen, que ya se lo explicaré todo con pelos y señales. Hemos de hablar también de la novela Cirkus Columbia, que examinamos en el último Club de Lectura y que da para un post exclusivo también. Y, por supuesto, hablaremos de la felonía suprema que está perpetrando la Unión Europea con los refugiados sirios.

Esta vez no me digan que no me adelanté a anunciarlo. Mi Post #453, “Todos somos Petra Laszlo”, está fechado nada menos que el pasado 2 de diciembre. Allí adelantaba yo por dónde iban a ir los tiros. Y recuerdo que muchos lectores me llamaron por teléfono, sorprendidos por el tono cáustico del texto, tan infrecuente en un foro generalmente humorístico y optimista. Más de uno me sugirió que estaba un poco paranoico con este asunto, que me estaba adelantando, que al final Europa sería hospitalaria como siempre y que no íbamos a dejar tirada a la pobre gente que huye de la terrible guerra siria. Ahora, como socio de ACNUR, tengo datos detallados. Así que ya les anuncio tres próximos posts: uno sobre el cambio de coche, otro sobre Cirkus Columbia y otro sobre la indignidad colegiada de los países de esta vieja Europa de nuestros pesares. Una Europa en la que, al mismo tiempo, Londres se está planteando gastarse un dineral en la construcción de un sistema de túneles urbanos, que dejaría en juego de niños el proyecto M-30. Este es el mundo que tenemos. Hala, que lo pasen bien.

     

viernes, 11 de marzo de 2016

482. Los cuatro dirigentes

En medio del drama de una Unión Europea que está dilapidando su prestigio moral construido durante décadas, a base de dejar a los sirios abandonados a su suerte, por el sistema de pagar cifras estratosféricas a Turquía, además de hacer la vista gorda sobre su poco respeto a los derechos humanos, todo a cambio de que retengan allí a los desplazados de la guerra; mientras Draghi gasta la última bala de su revolver (si las nuevas medidas no funcionan, ya sólo le quedará tirarse al suelo y patalear como un niño desesperado), mientras la guerra en Siria sigue generando refugiados, a sumar a los 60 millones de desplazados que malviven a lo largo y ancho del mundo (Congo, Burundi, Yemen, Sudán del Sur, y Ucrania aquí mismo en el centro de Europa, datos de ACNUR, a quienes esta mañana he llamado para multiplicar por 2,5 mi aportación mensual): pues en ese contexto internacional tan dramático que presagia un futuro bastante negro, los españoles seguimos con nuestro particular sainete.

Aquí no pasa nada. Los ciudadanos hemos votado hace casi tres meses y el resultado de esas elecciones era un mandato a unos señores dirigentes para que hablaran, buscaran puntos en común y formaran un gobierno de coalición, el que fuera. Pues nada de eso han hecho. Por el contrario, se han dedicado a insultarse, a retarse, a dibujar líneas rojas tan infranqueables como inaceptables por el contrario, a ponerse zancadillas, a darse golpes bajos y a pegarse patadas en la espinilla por debajo de la mesa de negociación, dando la verdadera medida de la clase política de este país. Encima lo han escenificado en unas sesiones de embestidura (así las califica certeramente mi amigo Gonzalo Hidalgo Bayal), sesiones en las que se les ha visto ufanos, dicharacheros, chistosos, encantados de estar en el centro del objetivo y hasta felices de haber sido paridos así de ocurrentes y de majos. Esta es la casta señores, y no otra. Como los cuatro dirigentes más votados han perdido todo mi respeto, me creo en el derecho de dedicarles unas coplillas por sevillanas, a la manera de las que perpetró el gran Pepe da Rosa, nada menos que en 1976.

Como la mayoría de mis lectores quizá fueran por entonces lactantes, si es que habían nacido, es normal que no recuerden esto. Por aquellos tiempos había cuatro series televisivas protagonizadas por detectives e investigadores privados, que tenían un gran seguimiento popular, porque lo cierto es que eran muy buenas para la época. Hablo de Kojak, Colombo, McCloud y Banacek. Pepe da Rosa era un humorista sarasa, que, por cierto, ya falleció hace mucho, a quien se le ocurrió hacer una letra satírica sobre estas series, que llamó Los cuatro detectives. Se la pongo, antes que nada, para que la escuchen y la disfruten.     


Pues bien, yo he compuesto una letra dedicada a los políticos, para que ustedes le pongan la música de las sevillanas de Pepe da Rosa. Es ésta (la de enhebrador de ripios) una habilidad que hasta ahora no había desarrollado en el blog. Espero que les guste. Y que pasen un buen finde.

Los cuatro dirigentes

Han secuestrado un Boeing en Indonesia
Que venga Pablo Iglesias

Que venga Pablo aquí de mil amores
Que venga y hable a los secuestradores
Te juro que no son de Ciudadanos
Que con ellos no te manchas las manos
Queremos mediadores

Yo voy con la coleta bien peinada
Me pongo a negociar como si nada
Les monto un referéndum sin problema
Pero si Albert está detrás del tema
Me voy de retirada

Soy un negociador extraordinario
No sé por qué me dicen lo contrario
Me entiendo incluso con el Errejón
Si cuadra hasta le pego un achuchón
Al tipo más sectario


Al PSOE le ha entrado la flojera
Que avisen a Rivera

Que llamen al Albert en un momento
Que el Sánchez se retira del invento
Que ahora va y bascula pa’ su izquierda
Que está aburrido ya de tanta mierda
Y tanto experimento

Yo soy un chico guapo y agradable
Yo soy un catalán presidenciable
Aquí con mi corbata y mi terno
Presido el partido más moderno
La cosa es innegable

Lo único que no puedo aguantar
Es lo de la consulta popular
Si ya los catalanes han votado
Del independentismo han abjurado
Y ya no hay más que hablar


Los votantes empiezan ya a hartarse
¡Cuidado Pedro Sánchez!

Cuidado Pedro con los de Podemos
Que son cualquier cosa menos memos
Pablo quiere ser tu lugarteniente
Para ponerse del Gobierno al frente
En cuanto lo dejemos

A mí me molaría un gran pacto
Con un PP que no esté putrefacto
En donde no estuviera el Rajoy
Si es así podemos firmar hoy
Y acaba este entreacto

Yo quiero ser el nuevo presidente
Me considero el mejor pretendiente
Sólo faltaría que Pablo cediera
Pero en cuanto le mientan a Rivera
Se pone intransigente


Está a punto de llegar el verano
¡Despierten a Mariano!

Despierten a Rajoy que está hibernado
Que no se mueve para ningún lado
Que ya no hay más propuestas en la mesa
Que ya la investidura no progresa
Y usted está alelado

Yo soy de Pontevedra, señorías
Yo leo Marca y As todos los días
No puedo hacer ya más de lo que hago
Aunque puedan pensar que soy un vago
Yo no hago tonterías

Esto ya está pasando de la raya
Todo el mundo me dice que me vaya
Si piensan que esa es la solución
Agarro y me largo de sopetón
Y les dejo a Soraya

lunes, 7 de marzo de 2016

481. Brazos rotos, películas, curas pedófilos y otras rarezas

Bueno, pues me está pasando algo que no sé si atribuir a las meigas (como el maleficio que le impide al Depor ganar sus partidos: en el último, iba ganando de uno y, se metió un gol en propia meta en el último minuto, díganme ustedes si esto no es cousa das meigas). Me refiero a que, desde hace un par de semanas, no hago más que enterarme de nuevos casos de personas que, como yo, se han roto el húmero izquierdo en accidentes fortuitos. Empezamos por el amigo Alfred, seguidor irredento de este blog, que ya lo contó en su comentario hace pocos días (espero que tu rehabilitación progrese adecuadamente, querido amigo). Seguimos con una compañera del Club de Lectura. El martes recuperamos la sesión aplazada (aparte los dos accidentados, el problema que alegaron los demás es que no se habían terminado el libro) y no pude saber nada de las circunstancias del accidente de esta señora, porque se trata de una mujer que vive en Colmenar Viejo y, no pudiendo conducir, parece que no tiene medio de venir al club, ni de volver luego a su casa.

Hace poco, hablando por teléfono con mi hermano mayor, me comentó que, unos días antes, una vecina de su bloque se había caído por las escaleras y se había roto el húmero izquierdo. Por último, un amigo que está siguiendo una terapia para sus diversas neuras, consiguió por fin la semana pasada que su psicóloga le diera el número de un psiquiatra que debía completar o ampliar su tratamiento. Llamó al número indicado y se enteró que el psiquiatra estaba de baja por una fractura de brazo. En fin, que esto es una verdadera epidemia, que vigilen, que se protejan, que pisen con cuidado por donde quiera que vayan, que esto de andar por el mundo tiene últimamente un peligro de la hostia. Por lo demás, harto de tener que repetir la historia de mi caída, para los numerosos amigos y conocidos que se han interesado por mí en estos días (y que podrían haber leído mi blog y no dar tanto el coñazo), pues me he inventado un par de historias falsas, a la manera en que Valle Inclán disponía de unas cuantas versiones delirantes sobre la forma en que había perdido su brazo.

Según una de estas historias, iba yo en el Metro con mi bolsa de chocolatinas Cadbury, cuando fui rodeado por una pandilla de delincuentes de aspecto inequívocamente albano-kosovar, firmemente decididos a quitarme los bombones. Al ver que me defendía con decisión y arrojo sin fisuras, no encontraron mejor modo de robarme que quebrarme el brazo en que llevaba el regalo para mis compañeras de oficina. La otra toma falsa parte del hecho cierto de que estoy cada día más guapo. Tanto que el día de autos fui salvajemente atacado por un oso que me confundió con Leonardo di Caprio. Hablando de di Caprio, me congratulo de que le hayan dado por fin el Óscar, ya era hora, es un actor muy bueno y se lo merece holgadamente. Su interpretación en El renacido es sobresaliente, aunque la película, en mi modesta opinión, es un bodrio indigerible. Bodrio, según la RAE, es un guiso elaborado con buenos ingredientes, pero estropeado por una deficiente elaboración. En este caso, además, le falta un ingrediente que para mí es básico: un guión bien trabajado.

Es que al invento, diseñado para arrasar en taquilla, se le ven las costuras. Le pase lo que le pase al protagonista, va a sobrevivir de manera increíble hasta el final de la interminable película. Le ataca un oso que lo deja medio muerto, se le infectan las heridas, lo dejan por muerto, cuando lo que está es mal enterrado, cae al agua de un río que lo arrastra por rápidos y cascadas y (el colmo) huye a caballo de los indios en un galope vertiginoso que acaba en un abismo por el que caen caballo y jinete. Resultado: se mata el caballo. Mucho antes de esas sucesivas hecatombes, el espectador ya se ha desentendido de una acción que sabe manipulada, ha procurado distraerse con los magníficos paisajes, la música o el duro trabajo de di Caprio, pero nada de eso evita que la mente se le vaya a sus propios y reales problemas, convencido de que el tipo va a sobrevivir hasta la última escena, en la que ese guionista mediocre decidirá que viva o que muera, circunstancia que ya da exactamente igual, porque hace rato que uno está deseando que se enciendan las luces para poderse ir a la calle a mezclarse entre la gente corriente, esa que no sobreviviría al ataque de un oso. Por cierto, el título original The Revenant, yo lo hubiera traducido por El Revenido, puesto que la película tiene la textura del pan duro.

En contraste, Spotlight es un film extraordinario, que les recomiendo sin ninguna duda. Es más, si no lo han visto todavía, vayan enseguida. Vayan hoy, esta tarde. No esperen a mañana. La noche de los Óscar, me llevé varias alegrías, además del premio a di Caprio. Por ejemplo, el Óscar al mejor documental ganado por Amy, el biopic sobre Amy Winehouse largamente comentado en este blog. Pero, sobre todo los dos premios a Spotlight: mejor película y mejor guión original. Spotlight recrea un hecho cierto: la investigación emprendida por un equipo de periodistas del Boston Globe en 2002, sobre un caso individual de pedofilia a cargo de un cura de un colegio con algunos de sus alumnos. El tema de la pedofilia es tremendo, pero la película no trata de eso, sino que explica cómo funciona un periódico serio y profesional, como se hace una investigación, qué sucede cuando se descubre que se está entrando en terrenos peligrosos o sensibles, cómo se resisten las presiones, etcétera.

Es una película coral, sin un protagonista claro. Muy pronto se sabe que el primer caso investigado no es único, se empieza a tirar del hilo y se comprueba que el problema es sistémico, como el de la corrupción en los partidos políticos españoles. La pulsión pedófila está extendida y hay todo un entramado dedicado a tapar los casos que afloran, mediante traslado del cura a otra diócesis y acuerdos económicos con las familias. Al frente de todo eso está el poderoso cardenal de Boston, monseñor Law. Este elemento, ya anciano, vive actualmente en el Vaticano, donde han rechazado las sucesivas peticiones de extradición de los Estados Unidos. Incluso vivía en unos aposentos de la residencia papal, hasta que eligieron al entrañable Francisco que, en cuanto llegó, lo echó. El Papa Curro es el primero que ha intentado luchar contra esa lacra de la Iglesia, que tendría una solución muy fácil: suprimir el celibato. Si los curas, después de su trabajo diario, llegaran a su casa y pudieran tocar un culo bajo las sábanas, se acababa el problema. ¿O es que no saben ustedes que entre los curas anglicanos u ortodoxos no hay pedófilos?

De todas formas, lo que muestra la película es cómo se investiga un asunto delicado por un equipo de periodistas honrados y profesionales, una especie en claro peligro de extinción, al menos en España, donde la prensa jalea e intriga, en vez de informar. Es, pues, un homenaje al buen periodismo, el de toda la vida, el anterior a cebrianes y pedrojotas. Me alegré de su Óscar porque su director y guionista no es un desconocido para mí. Spotlight es la quinta película de Thomas McCarthy y yo he visto las dos primeras, que eran excelentes, y les recomiendo revisen, porque merecen la pena. No he visto en cambio las números 3 y 4, de las que leí que no eran tan buenas. La primera película de este señor, de 2003, se llama The Station Agent y cuenta las tragicómicas peripecias de un enano que hereda una vieja estación de ferrocarril abandonada en un pueblo de mala muerte.

La segunda, de 2008, se llama The Visitor y cuenta la historia de un viejo profesor viudo de una universidad cercana a Nueva York, con el que yo me sentí muy identificado. El tipo vive en la propia universidad desde que enviudó, y es un hombre muy entristecido, que vive una especie de exilio interior. En las primeras escenas, los del claustro le presionan diciéndole que es el único que falta por entregar el programa del curso y a renglón seguido se le ve con un tipex borrando el 7 de 2007, para sustituirlo por un 8. La acción comienza cuando le dicen que ha de sustituir a un colega de baja, como conferenciante invitado (visitor) en un congreso en New York. Se resiste como puede, pero al final ha de ir. Vuelve a su viejo piso, cuya propiedad conserva pero, al llegar, lo encuentra okupado por un tipo que toca los bongós en una esquina de Manhattan y su novia. La relación que se establece entre estos tres personajes es el meollo de esta emocionante película.

Al final, el viejo profesor aprende a tocar los bongós y recupera la alegría de vivir a partir de la verdadera amistad y del ritmo. El ritmo es algo que nunca debe perderse. Es más, yo pienso hacer una buena parte de mi rehabilitación a base de bailar. Les recomiendo que hagan ustedes lo mismo, aunque no se hayan roto ningún hueso. Háganme caso, coño, muevan el culo. Para la melancolía, nada como mover el culo. Y, para mover el culo, nada como el funk. Hace años que lo descubrió Fred Wesley, un trombonista que tiene ahora más de setenta. Ya tenía más de sesenta cuando publicó esta maravilla que les dejo como despedida: Funk para su culo (Funk for your ass). Hala, ya pueden empezar a bailar.