En el reciente acto sobre el
futuro de Madrid, del que ya les he contado los aspectos más superficiales o pintorescos, uno de los popes del urbanismo que participaban en el debate, tuvo
el acierto de decir una cosa que pocos reconocen y que con el tiempo se va
perdiendo en el olvido: la extraordinaria y exitosa campaña de erradicación del
chabolismo en Madrid, puesta en marcha en los años iniciales de la democracia,
con el gobierno de UCD en el Estado y en un momento pujante de la estructura
asociativa de los barrios de la capital, fue el elemento decisivo en la
construcción de la ciudad, tal como la conocemos ahora. Todo el Madrid moderno parte de
esa iniciativa. En realidad, si no fuera por esta actuación compleja e imaginativa,
Madrid mostraría hoy un perfil de su periferia similar al de Lima, Bogotá o Río
de Janeiro.
Cuando yo participé en el
programa LASDO de cooperación con la ciudad de Colombo en Sri Lanka, se me
requirió para dar una conferencia al respecto en el Launching Seminar
(Seminario de Presentación) del proyecto. Era éste un tema que interesaba mucho a los locales,
por tratarse de una ciudad de un millón de habitantes, la mitad de ellos
desplazados de la guerra civil instalados de forma provisional en alojamientos
irregulares. A mí me gusta informarme de los temas al milímetro, así que acudí
a visitar a varios de los gestores clave en la lucha contra el chabolismo en
Madrid y les apliqué un tercer grado riguroso. La mayoría no me conocían de
nada y les abordé por teléfono (buscado en la guía por su nombre), para
pedirles cita. Todos me atendieron con amabilidad y extensión. Valoraron mi
vehemencia e, incluso, creo que a algunos les satisfizo especialmente encontrar
a alguien tan interesado en su anterior trabajo, que ya se empezaba a perder en
el olvido de acuerdo con la manía patria de enterrar el pasado, como si nunca hubiera existido.
Supongo que ya imaginan lo pesado
y maniático que puedo ser en estas lides. Yo quiero saber todos los detalles,
visualizar las escenas casi cinematográficamente, hacerme una idea del ambiente
en todos sus matices, antes de decidir que ya conozco el tema a fondo. Sólo
entonces me siento capacitado para hablar de ello en público. Eso nos llevaba a
preguntas del tipo: “Entonces, cuando el chabolista ya había firmado el acuerdo
de realojo, qué era lo que pasaba/Pues que se le desalojaba de la chabola/Pero
eso ¿cómo era? es decir: tú te ponías delante de la chabola y qué”. Mis
interlocutores demostraron una paciencia admirable. Tengan en cuenta que a mí
se me estaba pidiendo una conferencia en inglés, idioma que no dominaba como
ahora. De hecho fue la primera vez que hablé en inglés en público. La
conferencia tuvo lugar en un centro de congresos de la ciudad de Colombo, el 11
de diciembre de 2001 y se tituló: Shantytowns remodelling experiences in
Spain. Se imaginan el éxito.
Les cuento esto, no sólo para
tirarme el rollo (que también), sino para que entiendan cómo es que sé tantas
cosas de un asunto en el que nunca trabajé y que ya estaba casi completado
cuando yo entré en la plantilla del Ayuntamiento. Imaginarán también que el
tipo de historias y anécdotas colaterales que me contaron, no encontraron lugar
en mi conferencia, más técnica que literaria. Tal vez sea en el blog donde lo
pueda explicar finalmente. Les diré por último que, a partir de esa primera
conferencia he seguido manteniendo algunos contactos e incorporando documentos,
como fotografías y artículos, de forma que éste es ahora un tema más de mis
nuevas conferencias. También les advierto que el asunto da para mucho y
que, al menos, me llevará dos o tres posts, aunque espero que no sea una serie tan
larga como la de Ceaucescu. Vamos a ello.
Al acabar la Guerra Civil , Madrid
era una ciudad exhausta y arrasada, en la que malvivían 1,2 millones de
habitantes. En los cuarenta y primeros cincuenta la población se mantuvo
estable. Eran los años de la llamada autarquía. En un contexto internacional de
Guerra Mundial, España se mantenía, al menos formalmente, como país neutral. El
gobierno de Franco esperaba el final de la contienda y, mientras tanto, su
política era la de la autarquía: el país debía ser capaz de sostenerse a partir
de sus propios recursos y eso llevaba a fomentar los usos rurales, la
agricultura, la ganadería, la minería. La gente permanecía en los pueblos y en
las aldeas, trabajaba donde podía y a nadie se le pasaba por la cabeza emigrar, algo posiblemente medio prohibido.
Pero las cosas cambian a partir
de la paz mundial. España deja de ser un país cerrado al mundo, a pesar de
seguir bajo el yugo de una dictadura afín a los perdedores de la guerra. Los
Estados Unidos rompen el bloqueo, valorando nuestra capacidad como país aliado
contra el comunismo, lo que le lleva a apoyar nuestro ingreso en la ONU , la OCDE , el FMI y demás foros
internacionales. Hay dos fechas clave en esta apertura de España al mundo. En
1957, Carrero Blanco logra meter en el gobierno a una serie de tecnócratas
vinculados al Opus Dei, como Navarro Rubio, Ullastres y sobre todo López Rodó,
desplazando a los elementos nacionalistas, retrógrados y pronazis que lo
integraban anteriormente. Este cambio no es casual: a pesar de la ayuda
norteamericana (algunos de ustedes recordarán la leche en polvo y las latas de
queso yanqui que se repartían en los colegios), España es en esos momentos el
segundo país más pobre de Europa, sólo por delante de Portugal, y su economía cada vez se hunde más. La gente
malvive penosamente con sus cartillas de racionamiento, donde se apunta el
arroz y el aceite a que tiene derecho cada familia. Es urgente invertir la tendencia.
En 1959 tienen lugar dos hechos
significativos. En diciembre de ese año se produce la histórica visita del presidente
Eisenhower, al que recibimos con banderitas todo a lo largo de la carretera del
aeropuerto hasta Madrid. Franco tiene por fin la ansiada foto del apretón de manos con el máximo mandatario mundial y eso certifica el final del aislamiento. Pero hay
algo más importante, que ha sucedido antes. El 21 de julio de 1959, el gobierno
ha aprobado el Plan Nacional de Estabilización Económica, programa ideado por los tecnócratas antes citados, en cuyo diseño han colaborado jóvenes economistas de
gran proyección, como Enrique Fuentes Quintana. Este Plan certifica a su vez el
final de la autarquía y el inicio del despegue económico de los sesenta. Se
deja de fomentar el empleo rural, se crean los polos de desarrollo
industrial, comienza el auge de la construcción y el turismo y el país inicia
el proceso de crecimiento que lo llevará a las puertas de la Unión Europea a
finales de los ochenta.
Espoleada por esas medidas, la
población rural emigra masivamente a las ciudades. Madrid se llena de extremeños,
andaluces, gallegos y castellanos, atraídos por el empleo en la industria y en
la construcción. Los levantinos y murcianos se orientan más hacia Barcelona.
Madrid pasa en apenas diez años de 1,2 millones a dos, dos y medio, tres, tres doscientos. Ahí se para y empieza a bajar. Pero en los años de esa
avalancha de inmigración interior, la gente viaja desde sus pueblos y se
instala como puede. Desde el primer momento se diferencian los que se montan
chamizos con cartones, de los que se construyen unas casitas de ladrillo con cubierta de tejas, a la
manera de las del pueblo, junto a otras ya existentes. Utilizan para ello
fincas que ocupan ilegalmente y otras de dueño desconocido, tras el caos de la
guerra. Aparecen intermediarios que se hacen con algunas de estas fincas
periurbanas, las dividen en lotes y las venden o alquilan en esta especie de
mercado estraperlista de la vivienda.
El régimen saca pecho del aumento
exponencial de las cifras de población y celebra el nacimiento del habitante
dos millones, el dos y medio y el tres millones, con reportajes en el NODO en
los que se ve a la feliz madre en la clínica con su bebé en brazos. Franco
quiere que Madrid sea una ciudad muy grande y por eso ha dado la orden de que
absorba a Carabanchel, Vallecas y una
docena de municipios más. Pero el bebé tres millones y medio nunca llegará, porque la
cosa se para en 3,2 en torno a 1970. En los aspectos de detalle, la policía
franquista se ve desbordada por una avalancha que generalmente se construye su
chamizo por las noches, en la que es difícil deslindar los que se han radicado de
forma más o menos legal de los ocupantes ilegales que, a menudo, esgrimen
también papeles. La gente es hábil para conseguir enganches a la red de luz y
lugares de donde obtener agua corriente. Si los grises desalojan a alguien a
petición de un propietario cabreado, al día siguiente se instala un poco más
allá. Se empiezan a pedir órdenes judiciales para esos desalojos y todo ello
desemboca en una cierta tolerancia. Es imposible poner puertas al campo, y nunca mejor dicho.
Por otro lado, la gente que
habita esas chabolas se asocia y forma poderosas agrupaciones con la ayuda de
los sindicatos aun ilegales y diversas instituciones benéficas, como Cruz Roja o
Cáritas. El movimiento asociativo cobra una gran potencia en los umbrales de la
democracia. Cuando muere Franco, existen ya unas cifras de población
chabolista, en la que se tiene en cuenta la división de siempre. Los inmigrantes que se
han instalado con sus familias, que se han construido una casita con buenos
materiales, que están fuertemente integrados en asociaciones vecinales, que
trabajan en empleos legales y llevan a sus hijos al colegio, totalizan una
población de 40.000 familias. Una cantidad acojonante, que da la dimensión real del
problema. Además hay un sector de población flotante, no cuantificada pero
minoritaria, compuesta por el lumpen, los delincuentes, los borrachos y gente
de mal vivir, a los que ni les admiten en las propias asociaciones. A estos outsiders
se les bautiza con un mote peyorativo muy preciso: son la demanda no
estructurada. Ya tenemos el escenario. Año 1975. El gran programa está a
punto de ponerse en marcha. Continuará. Para ir abriendo boca les dejo unas cuantas imágenes.
*Las fotos reproducidas son
propiedad del Ayuntamiento de Madrid
¿Todas estas imágenes son de los alrededores de Madrid? Realmente parece increíble.
ResponderEliminarRigurosamente auténticas. Arriba una panoràmica de la zona de Palomeras, ahora ocupada por el llamado Madrid Sur. Luego una vista de borde de una de estas hileras de chabolas bien construidas. Otra màs del llamado Cerro Milano, en Vallecas Villa, donde se ve cómo llega la urbanización de las promociones privadas al pie mismo de las chabolas. Por último, una vista de los chamizos más cutres, con tejados de fibrocemento cancerígeno ahora prohibido (la famosa Uralita). La foto corresponde al asentamiento del Camino Alto de San Isidro, en Carabanchel.
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