Nos habíamos quedado en que se
muere Franco, al final de 1975. Como hemos contado, Madrid está en esos
momentos rodeado de un cinturón de chabolas, en el que la población venida de
las áreas rurales de Extremadura, Andalucía y otras regiones, ha trasladado sus
hábitos y costumbres tradicionales. Implantados los primeros pioneros, los que van
llegando después conocen siempre a alguien ya instalado, un familiar o un paisano, que
les introduce en la vida del núcleo. Aparecen tabernas, estancos y parroquias. Todo ello permite el mantenimiento de la estructura
familiar y los lazos de amistad y paisanaje. Los cabezas de familia cuentan con un empleo en actividades legales, lo que permite a las familias un nivel de subsistencia mínimo, pero digno. La situación genera unas condiciones de empatía que facilitan la asociación, la conciencia de clase y el convencimiento de que esa cohesión social les dota de una gran fuerza.
El sistema permite que los más listos o los más currantes o simplemente los que tienen más suerte, mejoren en la escala social. Los hay que dejan la chabola y a veces la alquilan a inmigrantes de segunda oleada, que se meten donde pueden. También aparecen intermediarios que se hacen con la propiedad, más o menos legal, de muchas chabolas y las ofrecen en alquiler. Según los datos de las propias asociaciones, a mediados de los setenta, la población de estos asentamientos se componía aproximadamente al cincuenta por ciento de inquilinos y propietarios, unos y otros respaldados por documentos de dudosa legalidad. El orden urbanístico es precario y comienza a despuntar una cierta expectativa de promotores y propietarios de suelo privados, que inician obras donde pueden, a menudo yuxtapuestas con los propios núcleos de infravivienda. Aquí pueden ver una foto aérea de 1965. Al fondo, una UVA (Unidad Vecinal de absorción). En el centro la gran masa de chabolas. Aquí y allá bloques de privados brotando en las áreas libres. Es una foto muy significativa de la problemática de partida.
El caos es notable pero, como también se ha dicho, la Ley de Asociaciones ha abierto la puerta a la creación de organizaciones vecinales y, en un país en el que los partidos políticos son ilegales, toda la oposición al régimen aprovecha ese resquicio. Para cuando llega la democracia, la gente está organizada y unida en un objetivo común. Los dirigentes vecinales tienen censos completos de afiliados, con información detallada: en qué trabajan, cuánto dinero ganan, cuántos hijos tienen, a qué colegio los llevan. Las diferentes asociaciones se federan en una Coordinadora, que agrupa a las 40.000 familias chabolistas. Cuando se convoquen las primeras elecciones democráticas, resultará de ellas el Gobierno de la UCD, formado, digamos, por disidentes y aperturistas del régimen franquista, junto con opositores moderados. Este Gobierno será el interlocutor de la Coordinadora de Barrios en Remodelación. La negociación entre ambas partes es dura y laboriosa, pero finalmente los líderes vecinales consiguen una solución aceptable, que respeta sus pretensiones fundamentales.
Leyendo artículos y libros, se suelen dar por ciertas dos afirmaciones, que yo pongo en cuestión (aunque puedo estar equivocado). La primera es que, en la contienda de unos ciudadanos agrupados y fuertes contra un gobierno débil, el resultado estaba cantado. Vale, que se lo crea el que quiera, pero a mí me parece que eso es quitarle méritos al hombre que representaba al gobierno en tal contienda: Joaquín Garrigues Walker, flamante Ministro de Obras Públicas y Urbanismo (tiempos dorados aquellos en que el urbanismo merecía un ministerio). Este señor, a cuya figura dedicaré algún día un post específico, era un verdadero demócrata, que entendió la importancia de lo que se jugaba, comprendió que la reivindicación ciudadana era justa y la hizo suya, defendiéndola en las reuniones de gobierno y convenciendo a sus colegas de gabinete más renuentes de la imperiosa necesidad de acometer una operación que implicaba un gasto importante para el Estado.
El sistema permite que los más listos o los más currantes o simplemente los que tienen más suerte, mejoren en la escala social. Los hay que dejan la chabola y a veces la alquilan a inmigrantes de segunda oleada, que se meten donde pueden. También aparecen intermediarios que se hacen con la propiedad, más o menos legal, de muchas chabolas y las ofrecen en alquiler. Según los datos de las propias asociaciones, a mediados de los setenta, la población de estos asentamientos se componía aproximadamente al cincuenta por ciento de inquilinos y propietarios, unos y otros respaldados por documentos de dudosa legalidad. El orden urbanístico es precario y comienza a despuntar una cierta expectativa de promotores y propietarios de suelo privados, que inician obras donde pueden, a menudo yuxtapuestas con los propios núcleos de infravivienda. Aquí pueden ver una foto aérea de 1965. Al fondo, una UVA (Unidad Vecinal de absorción). En el centro la gran masa de chabolas. Aquí y allá bloques de privados brotando en las áreas libres. Es una foto muy significativa de la problemática de partida.
El caos es notable pero, como también se ha dicho, la Ley de Asociaciones ha abierto la puerta a la creación de organizaciones vecinales y, en un país en el que los partidos políticos son ilegales, toda la oposición al régimen aprovecha ese resquicio. Para cuando llega la democracia, la gente está organizada y unida en un objetivo común. Los dirigentes vecinales tienen censos completos de afiliados, con información detallada: en qué trabajan, cuánto dinero ganan, cuántos hijos tienen, a qué colegio los llevan. Las diferentes asociaciones se federan en una Coordinadora, que agrupa a las 40.000 familias chabolistas. Cuando se convoquen las primeras elecciones democráticas, resultará de ellas el Gobierno de la UCD, formado, digamos, por disidentes y aperturistas del régimen franquista, junto con opositores moderados. Este Gobierno será el interlocutor de la Coordinadora de Barrios en Remodelación. La negociación entre ambas partes es dura y laboriosa, pero finalmente los líderes vecinales consiguen una solución aceptable, que respeta sus pretensiones fundamentales.
Leyendo artículos y libros, se suelen dar por ciertas dos afirmaciones, que yo pongo en cuestión (aunque puedo estar equivocado). La primera es que, en la contienda de unos ciudadanos agrupados y fuertes contra un gobierno débil, el resultado estaba cantado. Vale, que se lo crea el que quiera, pero a mí me parece que eso es quitarle méritos al hombre que representaba al gobierno en tal contienda: Joaquín Garrigues Walker, flamante Ministro de Obras Públicas y Urbanismo (tiempos dorados aquellos en que el urbanismo merecía un ministerio). Este señor, a cuya figura dedicaré algún día un post específico, era un verdadero demócrata, que entendió la importancia de lo que se jugaba, comprendió que la reivindicación ciudadana era justa y la hizo suya, defendiéndola en las reuniones de gobierno y convenciendo a sus colegas de gabinete más renuentes de la imperiosa necesidad de acometer una operación que implicaba un gasto importante para el Estado.
El segundo lugar común es que el
gobierno reconoció la deuda social,
es decir, admitió que la culpa de la situación a que se había llegado la tenía el
régimen anterior y eso justificaba el que el Gobierno, elegido democráticamente,
devolviera esa supuesta deuda. Eso es lo que se vendió a los vecinos, para
calmar los ánimos y para que las asociaciones y sus dirigentes sacaran pecho. Para
mí es, en cierto modo, una excusa para un resultado que yo interpreto de otra manera. Yo creo en dos
axiomas. 1.- Determinadas problemáticas urbanas requieren la intervención de
la iniciativa pública, no se pueden confiar a actores privados, porque no se
puede esperar de ellas un rendimiento económico. Su rendimiento es
únicamente social y eso supone un balance de cuentas negativo, que sólo una
administración puede asumir. 2.- Dando por admitido lo anterior, está claro que, para solucionar un problema de este tipo, hay que poner dinero. Dinero público. A fondo perdido. Y si el problema es
gigantesco, como era el caso, se necesita mucho dinero.
Todo eso lo entendió Garrigues Walker,
que promovió, consiguió y firmó la asignación de un dineral para acabar con el
chabolismo en España. Por devolver la deuda social, o por las razones que yo
digo, lo cierto es que el Estado se desabrochó una cantidad que se estima en
220.000 millones de pesetas. Casi nada. Imaginarán la desolación de mi auditorio en Sri
Lanka cuando les revelé este dato. Pero, además del tema financiero, la operación tenía un componente urbanístico
de gran dificultad. Se trataba de sustituir un tejido aleatorio, de chabolas implantadas en subdivisiones de la estructura rural original del territorio, por una verdadera
ciudad, con calles, plazas, glorietas, transporte público, parques, escuelas y
servicios de todo tipo. Y aún más difícil era la gestión y programación de
todo ello. Había que ir construyendo los nuevos bloques en los huecos libres
que quedasen, trasladar uno a uno a los chabolistas a esos edificios, demoler los chamizos y
conseguir nuevos espacios para los siguientes bloques.
Pero la mayor dificultad fue la
participativa, que requirió un esfuerzo pedagógico y didáctico notable. Había
que convencer a los inmigrantes de que lo que se les ofrecía era cojonudo, una oportunidad única de salir de la miseria y convertirse en verdaderos ciudadanos de Madrid. Eso supuso muchas asambleas
y sesiones maratonianas, para vencer la reticencia de los disidentes y desconfiados. Además, mucha gente tenía en la chabola huertos, gallinas y hasta un burro,
asuntos a los que debía renunciar. La negociación se cerró sobre la base de
unas cuantas condiciones fundamentales. El realojo sería in situ; no se trasladaría a nadie lejos de su lugar de implantación. El coste de la vivienda nunca superaría el 10% de los ingresos familiares del beneficiario. El
proceso sería participado, con presencia vecinal en todos los organismos
gestores, en colaboración estrecha con la administración. La nueva ciudad
tendría todos los equipamientos exigidos por la Ley. Y se necesitaba un acuerdo con los bancos para facilitar las
condiciones de pago a unos señores que, con perdón, no tenían un duro y se
pretendía que se convirtieran en propietarios de las nuevas viviendas, como
forma de implicarlos en la operación.
Pero no puede entenderse este
proceso sin el vuelco histórico que está dando el país en ese momento incierto, lleno de riesgos y oportunidades. El día 1 de julio de
1976 el rey Juan Carlos ha destituido a Arias Navarro (el mismo que, siete meses antes, había anunciado entre
pucheros la muerte de Franco en televisión) y nombrado a Suárez, que toma
posesión el día 3, con el encargo de pilotar la transición a la democracia. Garrigues Walker se pone a trabajar enseguida. El movimiento
vecinal había conseguido antes un primer éxito, con el Real Decreto Ley
323/1976, de 23 de enero, que determinaba la remodelación completa del
Poblado Dirigido de Orcasitas, uno de los 28 núcleos de la lista, cuya
edificación estaba en situación de ruina inminente. Abierta esa primera
brecha en el muro estatal, Garrigues visitó los poblados y tomó conciencia de las dimensiones del problema. Se convenció él y convenció al Gobierno del que formaba parte de que había que adoptar la decisión de extender la remodelación a los otros 27 núcleos, aprobando la partida
presupuestaria correspondiente. El monumental trabajo empezó, si bien no tuvo
cobertura jurídica hasta la Orden Comunicada del MOPU de 24 de mayo de 1979, en
la que Sancho Rof, sucesor de Garrigues, da oficialidad al proceso. El cómo se
desarrolló el asunto en sus aspectos de detalle, se queda para la entrega
siguiente.
*Las fotos reproducidas son
propiedad del Ayuntamiento de Madrid
Esta serie amenaza con ser más larga que la de Ceaucescu. Pero tiene usted que seguir, porque parece que necesita quitarse este asunto de encima, como en una especie de exorcismo. Sus seguidores lo comprendemos y tendremos la paciencia necesaria.
ResponderEliminarHablas por ti, a mí me está pareciendo apasionante lo que se cuenta, apenas sabía nada del asunto, pero creo que son cosas que deberíamos conocer todos, porque nuestro pasado y nuestra idiosincrasia están ahí. Mi sentimiento es el contrario, estoy ansioso por leer el siguiente de la serie.
EliminarUf, como en mi marcador de comentarios me salían dos, pensé que ya había contestado. Mis disculpas. Ya he dicho otras veces que me encanta que mis seguidores se contesten entre ellos. Bueno, diré que para mí no es ningún exorcismo. Lo crean o no, una de las razones por las que escribo todo esto es para evitar que caiga en el olvido. Muchas de las cosas que se comentaban en mis primeros posts, ya se me habrían olvidado si no las llego a subir al blog. Ahí, en la nube, entiendo que están a salvo, ordenadas y clasificadas, para que las lea el que quiera.
EliminarEn ese sentido sí que creo que esto del realojo de los chabolistas entre 1977 y 1986 es algo de lo que no se debe perder la memoria. Hay muchos estudios y libros técnicos, con cientos de datos, pero a mí me interesa un punto de vista que tiene en cuenta también el lado humano, las pequeñas anécdotas de las que está hecha la vida cotidiana de los ciudadanos.
En ese sentido, al que le interese, que los lea y al que no, que se los salte.