El Programa de Barrios en Remodelación
consiguió realojar a las 40.000 familias de chabolistas de la llamada demanda
estructurada, en sus apenas 10 años de funcionamiento. He de aclarar que estas
familias ocupaban no sólo los barrios de autoconstrucción, sino también otros levantados
por el Estado a partir de 1940, para alojar a las primeras avalanchas de
emigrantes (Poblados Dirigidos, Poblados Mínimos, UVAs, etc.), y que se
encontraban en estado semirruinoso. Unas y otras viviendas carecían de servicios
adecuados, tenían superficies de 40 o 50 m2 y en ellas se alojaban a veces varias
familias. Si quieren ustedes una información pormenorizada del asunto, que lógicamente
excede del marco de este blog, pueden obtenerla AQUÍ
y AQUÍ.
En 1986 el Programa estaba prácticamente rematado. Su actuación más destacada había sido la construcción del Barrio de Palomeras, la pieza más grande
de todas, que solucionó el realojo de cuatro poblados chabolistas:
Palomeras Altas, Palomeras Bajas, Palomeras Sureste y La Huerta. Mi post de hoy se centra en esta operación, ejemplo paradigmático de esta gran operación urbana.
A comienzos de los 70, las
expectativas de los promotores privados sobre el área en la que se situaban estos
cuatro asentamientos contiguos habían cristalizado en la aprobación de un Plan
Parcial que de hecho suponía la expulsión de los chabolistas hacia
localizaciones alejadas. Ese paso tuvo la virtud de poner en guardia a los
afectados, que se prepararon para defenderse del atropello. En la zona funcionaban once asociaciones de vecinos distintas, que planteaban reivindicaciones
también diferentes, y la primera tarea fue unificarlas en una sola. Esta
asociación unitaria se convirtió en un interlocutor poderoso con el Estado, que consiguió un primer éxito: la creación de la empresa mixta OREVASA, que a
partir de entonces se hizo cargo de la operación. El Consejo de Administración de
esta empresa era paritario: 50% Administración y 50% los vecinos. El área que
ocupaban los asentamientos totalizaba unas 600 hectáreas y se
admitió que los técnicos designados por los vecinos elaboraran los censos y los proyectos, y
co-dirigieran el programa.
El segundo triunfo del movimiento
vecinal fue conseguir que se aprobara el sistema de actuación por expropiación para un polígono que abarcaba todo el ámbito. Esto
tenía un doble efecto. Por un lado, inmobiliarios, promotores y propietarios de
suelos con expectativas, se veían en la tesitura de elegir: podían recurrir el
acuerdo de aprobación y probablemente ganar el juicio, no antes de cuatro o cinco años. Pero también podían llegar a un acuerdo con OREVASA y colaborar en la
construcción del barrio con un beneficio cierto e inmediato. Todos entraron a
negociar. Tal vez influyó en esta decisión la incertidumbre política del
momento. Era mejor asegurar un beneficio rápido, que dejar pasar el tren con intenciones
especulativas que no era seguro cumplir en un contexto tan volátil. La
construcción de vivienda protegida puede ser también un negocio interesante y más
en tiempos convulsos.
Pero el segundo efecto de la
expropiación se constituyó en la pieza clave de la operación financiera. Porque, de
acuerdo con la Ley ,
un chabolista que ha construido su chamizo ocupando un terreno ajeno, no tiene
derecho a ninguna compensación por el suelo (que no es suyo), pero sí por el
vuelo. Es decir, que se podía hacer una valoración, más o menos generosa, de
los materiales utilizados, la mano de obra empleada y el valor añadido de la
chabola tras varios años de existencia. Todo eso era indemnizable, o al menos
así se interpretó. Y ese truco sirvió para que estos señores dispusieran de un
dinero con el que dar la entrada de su nuevo piso. OREVASA firmó también un acuerdo con
la constructora estatal VISOMSA, fuertemente subsidiada por el Estado, para que
se hiciera cargo de la construcción de buena parte de los bloques.
Faltaba sólo el acuerdo bancario
y se consiguió en unas condiciones impensables para esos años. Los realojados
pagarían una entrada en torno al 5% del valor de su nueva casa y obtendrían
para el resto un crédito a 40 años, con una parte a devolver sin intereses (en
concepto de anticipo) y otra con intereses muy bajos, en torno al 4 o 5%. La
suma de estas tres condiciones (valoración de la chabola, bajo coste de la construcción y créditos a interés muy bajo) hicieron que la operación fuera posible
económicamente. La puesta en marcha de los trámites legales necesarios para
incoar más de 12.000 expedientes de expropiación, fue sólo el primero de una
serie de complejos procedimientos, porque también había que cerrar los
contratos de cada familia con las compañías de luz y agua, de modo que los
vecinos disfrutaran de todos los servicios desde el primer día, de acuerdo
con el eslogan “Deje su chabola por la mañana y tome un baño caliente en su
casa por la tarde”.
Uno a uno, el procedimiento en
detalle era como sigue. Con cada vecino que hubiera manifestado verbalmente su
acuerdo con el realojo, se ponía en marcha un procedimiento expropiatorio
individual. Un tiempo después, este señor recibía por correo en su casa un
escrito en el que se le proponía la valoración de su chamizo. Si estaba de
acuerdo, debía acudir a las oficinas de OREVASA. Allí, en una primera mesa,
firmaba su conformidad con la valoración y recibía a cambio un cheque nominal
por el valor total. Pero ese cheque no se lo podía llevar a su casa, sino que
tenía que entregarlo, digamos, en la mesa de al lado, como entrada de su nueva
vivienda. A cambio del talón, recibía una serie de documentos: títulos de
propiedad de su nueva casa, recibo de haber pagado la entrada, los documentos
del crédito con las letras a cuarenta años y los contratos de luz
y agua. Con todo ello se volvía a la chabola y esperaba el realojo físico,
para el que se le daba un número. Aquí tienen una imagen bien significativa. El chabolista, con su traje de los domingos, sale a esperar a la puerta, con el número bien a la vista.
Llegaron a efectuarse hasta 30
realojos diarios. El chabolista era avisado con tiempo y debía recoger y embalar todos
sus muebles y pertenencias de valor. Por allí pululaban gitanos y payos con camionetas
y hasta carros de mulas, que alquilaban para el traslado de estos enseres, por supuesto cobrando
por el servicio. El día de autos, llegaban al lugar los funcionarios que
llevaban a cabo la operación, con un amplio cortejo de obreros listos para la
demolición, representantes vecinales, policías, algún sanitario por si acaso,
etc. Con la familia reunida en la calle frente a su vivienda y sus pertenencias cargadas en el camión, un
inspector entraba en la chabola gritando: ¿hay alguien aquí, hay alguien aquí?
No era muy frecuente, pero se dieron algunos casos en que el inspector encontró
a una segunda familia escondida en algún altillo o armario. Una vez comprobado
que la casa estaba vacía, se procedía a su demolición. Era una escena de mucho dramatismo: decenas de curiosos, ruido, polvo, niños asustados y, a menudo, lágrimas de emoción y consternación resbalando por las mejillas de los
afectados, al ver cómo se venía abajo la casa que con tanto trabajo e ilusión habían levantado. Sólo cuando la chabola se había derribado, se hacía entrega al
afectado de la llave de su nueva vivienda y se le acompañaba a ocuparla.
El Programa constituyó un éxito
notable, en líneas generales, si bien hubo disfunciones, retrasos e
incumplimiento de condiciones en muchos casos individuales, como cabría esperar. Los sucesores de Garrigues
no compartían los nobles objetivos de su antecesor y fueron recortando sus
compromisos. Sancho Rof se negó a promover un Decreto Ley que amparara el
proceso y lo dejó en una simple Orden Comunicada. Los socialistas de Felipe
fueron recortando presupuestos por entender que era un esfuerzo excesivo para
el Estado, lo que motivó incluso airadas marchas de los chabolistas pendientes de
realojo y acampadas frente al Ministerio, reflejadas en la prensa de la época.
Algunos barrios se quedaron fuera, por motivos racistas o por circunstancias
casuales. Y, aunque la operación se dio por cerrada en 1986, los últimos
realojos se extendieron hasta 1989 y con costes muy superiores a los primeros.
El Estado se quitó en cuanto pudo esta incómoda competencia pasándosela a la Comunidad Autónoma ,
que la asumió con recelo.
Pero el valor de la operación culminada estaba ya fuera de toda duda y fue reconocido incluso por la
OCDE, que lo consideró uno de los más importantes proyectos urbanísticos realizados en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, tal como pueden comprobar AQUÍ.
Les dejo con dos imágenes impactantes. Arriba, el Pozo del Tío Raimundo a la mitad del
proceso, con los nuevos bloques construyéndose en los huecos libres, en cumplimiento del compromiso de realojo in situ, por entre el mar de chabolas pendientes de demoler.
Y aquí el nuevo barrio de Palomeras, en una imagen correspondiente a los años finales del Programa, con la zona central todavía en obras. Los escombros de todas las demoliciones se apilaron en el entorno aprovechándose como base de un parque de borde, lleno de montañitas, que servía de barrera acústica hacia
*Las fotos reproducidas son
propiedad del Ayuntamiento de Madrid
Muy bueno Emilio, se ve que sabes de lo que hablas.
ResponderEliminarEs información recogida de fuentes fiables, te la puedes creer. Un resumen de estos cuatro posts me ha servido para elaborar un artículo para un libro colectivo sobre el urbanismo de los 80, que coordina Carlos Sambricio.
EliminarUn abrazo, querido comunicante unknown.
Estimado Emilio, ¿podrías indicarme dónde podría encontrar fotografías como las que usas en alta resolución? Gracias
ResponderEliminarEstimado Fran, no tengo el gusto de conocerte personalmente. Habrás visto que en esta serie de posts pongo una nota a pié de página indicando que las imágenes son propiedad del Ayuntamiento de Madrid. De hecho, las custodia el Departamento de Difusión y Cooperación Institucional, integrado en el Área de Desarrollo Urbano Sostenible, antes conocida por Urbanismo. Desconozco si las tienen con mayor resolución. Tendrías que pedirlas oficialmente y explicar para qué las quieres. Y te dejarían usarlas, en su caso, citando la fuente como yo he hecho. La dirección postal de este Departamento es calle Ribera del Sena-21, 28042-Madrid.
EliminarSaludos cordiales.