Otra vez instalado en la
normalidad, encuentro a mucha gente a mi alrededor con el mismo desánimo de
siempre. Es todo una mierda, España va de culo, esto no ha hecho más que
empezar, es falso que estemos saliendo de la crisis, y esta especie de zona
átona y neutra en que nos encontramos sólo es un pequeño momento de alivio en
la inexorable pendiente del descenso a los infiernos. Bien, ya saben que soy un
optimista inveterado, que defiendo la posición personal proactiva y positiva, porque
creo que esa predisposición ayuda cada mañana a afrontar los obstáculos que
puedan venir. De la misma forma, estoy convencido de que los pesimistas
recalcitrantes se traen sus problemas de casa, de su familia, o de su propia
mente.
Por supuesto, no hablo de los que
entienden el pesimismo como una invariante en su concepción del mundo,
resultado de una reflexión filosófica, probablemente acertada, y que yo respeto
profundamente. No hablo de ellos, sino de los cenizos, los que pronostican cada
día que cualquier cosa buena que pueda intentarse será un fracaso, y en cambio
las iniciativas malvadas y perversas triunfarán, porque, total, todo es una
mierda. Me molesta sobre todo la postura de los que, tras decir que todo va muy
mal, se van a su casa y se ponen a ver la tele, como si ya no tuvieran más que
hacer. Para mí, el optimismo no debe ser el resultado de la inconsciencia o la
falta de análisis, sino el fruto de una perspectiva realista, que tenga en
cuenta el contexto y el momento histórico en que nos encontramos. Los que
tenemos ya más de 60, hemos vivido tiempos difíciles en nuestra infancia y
hemos ido mejorando después. Ahora toca reajustarse el cinturón. Pero no
perdamos la perspectiva.
Tal como yo la entiendo, la
historia de la civilización occidental es un continuo proceso de avance, desde
la barbarie prehistórica hasta nuestros días. Un proceso con largas zonas de
sombra, incluso períodos de indudable retroceso global, como la Edad Media
(momento en que nos adelantaron los musulmanes, primero, y los chinos, luego,
como ya he contado). Pero, a partir del siglo XVIII (llamado de las Luces), el
avance de nuestra cultura es constante, aunque no lineal. Un avance centrado
en la lucha contra la enfermedad, la desigualdad y la pobreza, las tres grandes
lacras de la humanidad desde los tiempos primigenios. Si creen que en estos
tres aspectos no hemos avanzado nada, les sugiero que lean a Chejov, a Dickens
o a Pérez Galdós. El avance de la
ciencia y la técnica, impresionante en los dos últimos siglos, ha sido paralelo
al progresivo asentamiento de una cultura democrática, finalmente asentada frente
a los sueños del comunismo y el fascismo, ambos degenerados en una deriva
criminal, e irremediablemente desacreditados como alternativas.
Después de pasar unos días en los
escenarios de las terribles batallas que arrasaron Europa en la primera mitad
del siglo XX y asistir a las conmemoraciones del armisticio de la Primer Guerra
Mundial, he constatado que la violencia más ancestral ha estado infiltrada en
la esencia de nuestra civilizada sociedad hasta hace dos días. Y que tendríamos que dar saltos de alegría los que hemos tenido
la extraordinaria suerte de vivir en la segunda mitad de
ese siglo terrible, y no en la primera. Porque, con todos sus defectos, sus
injusticias y sus miserias, este mundo que tenemos es mejor en su conjunto, que
cualquier otro que haya existido con anterioridad. Nunca se había avanzado tanto
en la lucha contra la enfermedad. En ninguna otra sociedad anterior la mujer ha
gozado de un nivel de igualdad como el actual, y lo mismo podemos decir de los
colectivos tradicionalmente segregados por razón de religión, raza u orientación
sexual. En cuanto a la desigualdad y la pobreza, estamos en un momento de
retroceso, pero yo confío en que volvamos a avanzar. Y la extensión de la
información instantánea, a caballo de los nuevos medios digitales, es un
arma en manos del pueblo, a pesar de los
riesgos que comporta.
Sentado esto en cuanto al nivel
global, qué decir de la posición de España. Pues que estamos jodidos, que hemos
alcanzado el “fondo de la piscina”, pero no hay señales de que estemos
empezando a remontar hacia la superficie, salvo algunos indicadores macroeconómicos,
que no afectan por ahora a la vida cotidiana de los españolitos, recortados,
empobrecidos y asustados. También es cierto que no hemos caído tanto como
Portugal, ni mucho menos como Grecia, que lo van a tener peor para salir del
agujero. Como también es evidente que la especial estructura familiar y
solidaria de nuestra sociedad ha ayudado a mitigar los golpes que nos han ido
asestando los poderes económicos. Y que en algunos aspectos hemos dado una
auténtica lección de civismo y serenidad. Quien ha viajado un poco, tiene claro
que en España se vive muy bien. Ahora no tanto, pero todavía se vive
globalmente bien.
Yo no les tengo ninguna envidia a
países como Brasil, India o Rusia, con cifras positivas en cuanto a todos los
indicadores de aumento global de la riqueza, pero con un reparto de esa riqueza
totalmente impresentable, por no hablar del gigante chino. Tal vez un día
lleguen a crear una clase media, por ahora inexistente. Nosotros estamos luchando
por no perderla. Vean el resultado de la huelga de basuras: los trabajadores
han aceptado repartir entre todos el ahorro que se quería conseguir echando a
la calle a más de mil compañeros. Todos han perdido sueldo, pero siguen juntos
y de la mano. Y los ciudadanos han aguantado los inconvenientes de la huelga
sin decir una palabra más alta que otra, en una actitud paciente de solidaridad
silenciosa con los huelguistas. En nuestro país hay mucha gente peleando por salvar lo que se pueda
del llamado estado del bienestar. Ayudémosles.
Estamos mal, pero estamos donde
estamos. Hay indicadores precisos de nuestra posición, que atañen a temas como
la calidad de vida, la cohesión social o la escasa incidencia del racismo, por
ejemplo. Ni un solo magrebí puede decir que su posición en nuestro país haya
empeorado después de los atentados del 11-M. Uno de los indicadores más
precisos de este tipo de aspectos, no relacionados directamente con la marcha
de la economía, es el índice de percepción de la corrupción por los ciudadanos,
base de un mapa que elabora la organización Transparency
International, actualizado cada año. Podrían pensar ustedes que, con los
casos Gurtel, Bárcenas, Fabra, etcétera, estaríamos fatal. Pues no. En nuestro
país, somos conscientes de que los políticos son unos chorizos, pero los
políticos son una minoría. Y aquí se puede confiar en la policía, los jueces, los funcionarios, los profesionales de cada ramo, algo que no sucede en muchos países. Aquí tienen
el mapa de la corrupción de 2012.
Como pueden ver, los países se
han ordenado en cuatro niveles. En el más limpio están casi toda la Europa del
norte, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Uruguay (país admirable). Nosotros estamos en un
segundo nivel, junto con Estados Unidos, Chile, Italia, Portugal, Polonia, Japón y Corea
del Sur, entre otros. Hay un tercer nivel que engloba a China, Arabia Saudí,
Turquía, los países balcánicos, Marruecos, Argelia y la mayor parte de
Sudamérica. Y luego están los más chorizos: casi toda África y la mayor parte de Asia. No
les sorprenderá encontrar en este nivel a México, Venezuela, Rusia, Irán, o la
India. En una palabra: estamos donde estamos, en la historia y en el mundo. Ni
mejor ni peor. Y lo que tenemos que hacer es pelear, apoyar y sumar, no decir
que todo es una mierda y quedarnos quietos.
Nada, en cuanto vuelvo de mis viajes
me pongo a regañarles.
Hay un quinto color en el mapa, así como azul grisáceo. ¿Qué significado tiene?
ResponderEliminarSe trata de territorios en los que no hay información: Groenlandia, el Sáhara y una de las Guayanas.
ResponderEliminarComo siempre, se agradece un poco de optimismo por este medio que siempre esta plagado de articulos y videos pesimistas y catastrofistas
ResponderEliminar¡Claro que sí, hombre! ¡Arriba ese ánimo, joder!
Eliminar¿Y qué hay de aquello de que un pesimista es sólo un optimista bien informado? En cuanto a los niveles de independencia de las mujeres, no es cierto; Occidente es una isla. En India siguen quemándolas, en Arabia no pueden ni conducir, en todo el mundo islámico no se reconoce la violencia de género... ¿Y los homosexuales? ¡Mira a Putin! ¿Ningún tiempo pasado fue mejor? Es posible, pero queda mucho por hacer; y cuando hay una crisis económica tan brutal, acaba degenerando en una crisis moral mucho peor. En esta segunda mitad del siglo XX también ha habido guerras feroces: Corea, Vietnam, Camboya, Oriente Medio, prácticamente todo el continente africano, los Balcanes... Campan a sus anchas los cuatro jinetes del apocalipsis, especialmente la guerra y el hambre.
ResponderEliminarTienes razón, pero lo que dices no es contradictorio con lo que yo he escrito. Lo que no admito es que digamos "es todo una mierda" y con eso como disculpa ya no hagamos nada (mucha gente funciona así y hacia ellos va mi regaño). Para mí, es todo una mierda, pero puesta en contexto; por supuesto que hablo de occidente, que es una mínima parte del planeta, pero es que los quejicas se quejan todo el rato de lo que pasa aquí y ahora. Pongamos nuestra situación en contexto y luchemos lo que haya que luchar para mejorarla. Los jinetes del apocalipsis campan por muchos lugares, pero por España hace más de setenta años que no pasan. Sin embargo mucha gente clama al cielo por los recortes diversos, que no son nada comparados con lo que están ahora mismo sufriendo en muchos lugares. Por eso la gente se juega la vida en las pateras para venir aquí. Porque esto es un paraíso para ellos. Y con los recortes sigue siendo un paraíso. Recortado, pero paraíso. Así que: menos quejarse.
EliminarPara mí, el pesimista no es un optimista informado. Sólo es un señor que observa un queso de gruyere y no ve más que los agujeros. Los optimistas procuramos ver el queso y te puedo jurar que, a veces, ver el queso requiere un esfuerzo arduo. Es mucho más cómodo abandonarse al pesimismo. No cuentes conmigo para eso. Besos y abrazos.