viernes, 22 de noviembre de 2013

205. El final del viaje

Lunes 18 por la tarde. Descansé un rato antes del concierto de Noa y consulté las noticias en Internet. ¡Había habido dos tiroteos en París a primera hora de la mañana! Un periodista de Liberation estaba herido grave, y el tipo del fusil había huido. Toda la policía de París le buscaba. ¡¡Uf!! Había un hombre suelto (que no un lobo-hombre) en París, con su fusil dispuesto para disparar a cualquier transeúnte. Salí a la calle no sin cierta prevención, pero la noche era tranquila, no se oían más sirenas que las de costumbre y el Teatre Saint Martin estaba bastante cerca. Tengo ya que decir que el concierto de Noa fue sensacional.

Leo algunos datos sobre Noa, cuya foto tienen aquí al lado. Nacida en 1969, vivió en New York hasta los 17, en que se trasladó a Israel. Su compañero desde siempre, director artístico y mentor, se llama Gil Dor y la acompaña a la guitarra en todos los conciertos. Además lleva un percusionista y un conjunto de cuerda que forman cuatro músicos de Nápoles: dos violines, viola de gamba y chelo. Con ese escueto acompañamiento, interpreta un concierto de dos horas que te deja sin aliento: potente, variado, divertido. Esta mujer menuda, cuyo rostro recuerda vagamente a los de la saga de Lola Flores, desarrolla en escena una energía que no le va a la zaga a la de Angélica Liddell, pero orientada hacia sentimientos positivos. Son como el yin y el yang.

El repertorio abarca todas las músicas posibles: canciones del Magreb, músicas étnicas al estilo Paul Simon, cantos yiddish, alegres sones sudafricanos, cantos religiosos del Yemen, baladas maravillosas, arias de ópera que ella misma compone, canciones bufas napolitanas y todo lo que se quieran imaginar. Su voz es potente y no se arruga ante los palos más altos. Gil Dor la acompaña con una guitarra española de la que es un virtuoso. Pero es que la propia Noa toca los bongós en serio. De tanto en tanto se sitúa tras los cuatro bongós que hay al fondo del escenario y monta un escándalo ensordecedor sin dejar de cantar. En esas tesituras, el percusionista se limita a apoyarla con una panderetita.

En cuanto a los napolitanos, llamados Solis String Quartet, pues son capaces de convertirse en una orquestina de las que tocan en los cafés de Argel, una orquesta clásica de cámara, o lo que haga falta. Hacia la mitad del concierto, se fueron los demás músicos, bajó la luz y se quedaron en la escena en penumbra sólo Noa y Gil. Entonces se marcaron una versión intimista y sentida del High in the sky de Amen Corner que nos puso a todos la carne de gallina. Fue un momento de una belleza extrema, que suscitó la ovación del público puesto en pie. A continuación, se quedaron en escena los Solis String Quartet y se marcaron una pieza jazzística en tres por cuatro, que hubiera firmado el mismísimo Weather Report de Joe Zawinul & company.

En la segunda parte, sin transición, Noa siguió desgranando su repertorio variado, repleto de sorpresas. Para la pieza religiosa del Yemen se sientan ella y el percusionista con sendos instrumentos tradicionales, similares a latas de queroseno, de los que extraen una sonoridad impensable. Para la pieza en que presenta uno a uno a sus músicos se marcan un blues digno de Bessie Smith, y hacia el final conceden interpretar alguno de sus éxitos más conocidos. Hubieron de dar dos bises de varias canciones a requerimiento del público entusiasmado. Salí del concierto y celebré lo bien que me lo había pasado obsequiándome con una ensalada napolitana gigante y una pinta de Grimberger de presión en una pizzería frente al teatro.

El martes 19 repetí mi rutina del café-crème y el croissant. Los periódicos se centraban en la caza del hombre del fusil, y el dramático partido que la selección de fútbol jugaría por la noche en el Parque de los Príncipes. Me llamó la atención una tercera noticia. Un ingeniero de caminos francés, que llevaba secuestrado casi un año en manos de una guerrilla islámica del norte de Nigeria, había logrado escaparse. No daban grandes detalles: el tipo tiene 63 años, su familia vive en la isla Reunion, sus captores eran el grupo Ansaru, disidentes de la secta islámica radical Boko Haram, el hombre se había escapado “por sus propios medios” y llegaría a París en dos días. Y la reacción de su señora en Reunion al enterarse de todo esto (en una traducción libre del francés): ¡Olé sus cojones! ¡Ese es mi chico! ¡Bien por él!

Hoy he dedicado el día de nuevo a pasear por París con Philippe. Él tenía algún asunto que resolver cerca de la Place d’Italie y, con motivo de eso, hemos visitado el barrio de La Butte aux Cailles, estructurado en torno a la calle del mismo nombre. Hemos comido en el restaurante de la antigua Societé Cooperative Ouvrière de Production, un lugar muy agradable de comida casera. Todo el mundo hablaba del partido de la noche. Philippe me ha confesado que su deseo es que pierda la selección, para que de una vez dejen de le casser les pieds. Es una forma educada de decir que ils le cassen les cuilles. Luego hemos caminado un rato por la Avenue des Gobelins para bajar la comida, aunque empezaba a hacer frío en serio. Después hemos tomado el Metro para ir a la otra punta de París, la zona norte.

Philippe quería enseñarme varias actuaciones a ambos lados del pincel de vías de la Gare du Nord. Por un lado el 104, un centro cívico construido a partir de la rehabilitación de las cocheras de la Funeraria de París, donde se guardaban las antiguas carrozas negras tiradas por caballos del mismo color. Ahora es un equipamiento ciudadano luminoso, con un espacio acristalado donde muchos jóvenes de las deprimidas barriadas multirraciales del entorno practican malabarismo y otras disciplinas circenses, así como breakdance, arte experimental, talleres de todo tipo y actividades culturales diversas. Al otro lado una actuación urbanística pública que está finalizando su ejecución, con una banda de vivienda social y otra de equipamientos, con una zona verde en el extremo. La actuación se desarrolla mediante una empresa mixta, con total control público. Qué envidia me da el Ayuntamiento de París.

Para regresar hemos atravesado el barrio donde viven todos los pakis, hindúes, tamiles y bangladeshíes. Es como darse una vuelta por Bombay. Conocía las barriadas de los negros, los chinos y los magrebíes (Philippe me llevó a visitarlas en viajes anteriores), pero esto nunca lo había visto. Luego fuimos a comprar un paquete de trufas en una tienda de chocolates y nos despedimos. Las trufas eran para mí, para un regalo. A segunda hora debía visitar a mi sobrina, que vive en París con su marido y sus dos preciosas hijas. Pasé un rato muy agradable con ellos y regresé después caminando, con un frío helador, en medio de las ovaciones estruendosas que salían de los bares. Ya saben que Francia ganó.

El miércoles 20 repetí desayuno en el sitio de costumbre. La prensa casi hablaba sólo del triunfo épico de Francia, al que dedicaban el 75 % del espacio. Que el tipo del fusil anduviera todavía suelto pasaba a segundo plano. En un rincón daban más detalles del rehén escapado. Ni un solo día en su largo encierro se había dejado llevar por el desánimo. Caminaba cada día entre 10 y 15 kilómetros dando vueltas dentro de su celda. Escribía febrilmente reflexiones sobre poleas y temas técnicos. Y preparaba la fuga. Después de tanto tiempo lo habían dejado al cuidado de un solo guardián. Había estudiado sus rutinas y había bricolé (no sé cómo traducir esta palabra) el cable de la cerradura que le encerraba. Aprovechando el inicio de las abluciones rituales previas al rezo matutino de su guardián, este héroe salió pitando, corrió 4 kilómetros y tuvo la suerte de llegar a una carretera donde pudo parar un mototaxi, a cuyo conductor pidió que le llevara al puesto de policía más cercano. Sí, señor, con un par de cuilles. No me resisto a ponerles aquí la imagen de este hombre de 63 años que empezó por vencer al miedo y luego ganó las demás batallas.

Subí a casa de Philippe, hice las maletas, me despedí de mis anfitriones y bajé caminando por la rue Montorgueil hasta el nudo de Chatêlet-Les Halles, el intercambiador de transportes más grande del mundo. Allí tomé el RER al aeropuerto de Orly. Ante la puerta de embarque le mandé un mensaje a Philippe: “He   pasado la seguridad, han comprobado que no soy el hombre del fusil y voy a subir al avión”. En el Boeing 737 de Air Europe me tocó un asiento de cola. Estaba cayendo un aguanieve incipiente sobre la pista del pequeño Orly. El pasaje estaba lleno de españoles, incluyendo varias familias con niños pequeños, todos bastante inquietos.

A poco de despegar, el más tocapelotas de los niños empezó a llorar y a berrear: “YO QUIERO IR A PARÍS, YO QUIERO IR A PARÍS”. Así se pasó la mayor parte del vuelo. Me entraron ganas de ponerme a gritar con él, en solidaridad. Yo también quería volverme. Yo también quería seguir zanganeando por Europa. Pero a las 7 estaba en Madrid. Cogí el Metro y me dirigí otra vez a mi rutina.

4 comentarios:

  1. Me ha encantado tu crónica viajera, desde Nancy hasta el final en París. Admiro tu intensa actividad, no paras en todo el día y además tienes tiempo para escribir post.. Vamos, que tu no te echas la siesta. Yo no sé como haces, pero me das mucha envidia. Expresas una grandísima capacidad de relación social con conocidos y desconocidos. Cuanta razón tienes al decir que lo que no se haga cuando se tiene la oportunidad no se hará nunca. Mi más sincera felicitación y un abrazo afectuoso.

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  2. Pues muchas gracias. Creo que la forma de leerlo es en su conjunto, como tú has hecho, lo que pasa es que temía haber contado demasiadas cosas. Ya sabes que el secreto para ser un pesado consiste en contarlo todo, según la conocida frase de Voltaire. De tus halagos me quedo con lo que dices de mi capacidad de relacionarme con desconocidos. Eso es porque, en general, soy confiado. Con más de 60 años, ya he desarrollado una especie de instinto que me hace diferenciar a la gente que viene de buenas, y no desconfío de ellos, aunque a veces me equivoco y me engañan o me estafan. Pero, si un negro grandote y sonriente se me acerca hablando por un móvil, lo último que pienso es que quiera robarme la cartera al echárseme encima. Gracias por tu apoyo y tus frases cariñosas.

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  3. Para el próximo viaje, puede traer usted algunos regalos (por ejemplo, quesos, o cajas de bombones)y subastarlos entre sus lectores. Así aumentará el número de followers.

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    1. ¿Y de dónde saca usted que yo quiero aumentar el número de followers? Una cosa es que la vida sea una tómbola-tom-tom-tómbola, y otra que nos volvamos locos. De todas formas, gracias por su comentario, tío ganso.

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