Tengo poco tiempo en esta mi
última mañana en Bruselas. Ayer salí finalmente a correr a un parque por aquí
cerca, a pesar de que llovió todo el día con diferentes intensidades. Al final,
según mis cuentas debí de hacer unos 12 kilómetros de carrera bajo la lluvia.
Anoche estaba reventado, he dormido como un rey y esta mañana estoy un poco
espeso. Se me ha echado el tiempo encima y a mediodía he de coger el tren a Ámsterdam,
así que no me da para hacer un post tan largo como de costumbre.
Nos habíamos quedado en el día
11, tras el regreso de Estrasburgo. El 12 no tuvo mucha historia. Por la mañana
tuve margen de darme una última vuelta por Nancy, con las calles otra vez con
gente. A mediodía me llegué a la estación con el equipaje preparado y comí un
bocadillo con mi hijo, que se acercó para despedirse. Las despedidas son algo
que no nos gusta a ninguno de los dos. Queda decir que me gustó encontrarlo tan
bien a menos de un mes de su llegada a un lugar donde no conocía a nadie. Subí
al tren dirección Luxemburgo y me senté a contemplar el paisaje.
Pero no había paisaje. Supongo que
por efecto de un día de altas presiones tras semanas de lluvias intensas, lo
cierto es que había una niebla espesa, con consistencia de chantilly. El tren
parecía abrirse camino trabajosamente a través de esa niebla merengada. En
Luxemburgo me bajé y esperé el segundo tren a Bruselas. Salí un rato de la
estación e hice algunas fotos. Es cierto que el ambiente en torno a las
estaciones de ferrocarril es a menudo un poco sórdido, pero me pareció que la
gente de Luxemburgo es brusca, ruidosa, cerrada y un poco rural. Como los
valones de Bélgica. Pandas de chavales haciendo pellas, fumando, dándose
empujones en medio de grandes voces destempladas. Obreros comiendo grandes bocatas,
fumando y gritando. El contraste con el ambiente fino y cultural de Nancy era
muy marcado.
Si mi primer tren iba medio vacío
y fue rápido, en el segundo las masas se apoderaron del espacio, sin dejar el
punto ruidoso y basto, con esa avidez por pillar asientos en cuanto quedan
libres que resulta tan antiestética. Otra cosa que nos han metido en la cabeza
a los españoles es un cierto complejo de ordinariez pueblerina. Pues deberían
de ver lo que son los belgas de la parte francófona. No me extraña que los
franceses hagan chistes de belgas, como los nuestros de Lepe. El tren paró en
incontables estaciones y, prácticamente en todas, se subió y bajó una cantidad
ingente de viajeros, todos del mismo corte rural y poco delicado.
Después de dos horas de viaje,
estábamos en la estación Bruselas-Luxemburgo, ya en la ciudad. Bueno, pues
todavía quedaban otras cuatro estaciones: Bruselas-Schumann, Bruselas Nord,
Bruselas Central y Bruselas Midi, que era a la que yo iba. Teniendo en cuenta
que mi tren venía de Luxemburgo, es decir, desde el sur, no entiendo qué
extraña ruta llena de pespuntes e hilvanes estuvimos haciendo por debajo de la
ciudad de Bruselas, durante una tercera hora interminable. No pude evitar
acordarme de la señora Sabine Moreau (post #78). Desde luego, no es raro que
los belgas de la parte flamenca no quieran saber nada de estos bolos.
En la Gare du Midi, busqué la entrada del tranvía, e intenté sacarme un carnet-dix para mi estancia en Bruselas.
Se me había olvidado que las maquinitas expendedoras sólo admiten monedas o
tarjeta Visa, y que las tarjetas Visa españolas no las reconocen. Yo no tenía
los 13,50 € que cuesta el carnet-dix,
y quería llegar ya a casa de mi amigo, después del coñazo de viaje. Así que
opté por sacar un billete de un solo trayecto. Con él en la mano, me acerqué a
los muelles de entrada al tranvía. Las entradas tenían sólo un aparato para
acercarle el abono de transportes. Pasé mi ticket por encima sin resultado. Un
negro grandote y sonriente venía hablando en voz muy alta por su móvil que
sostenía en la oreja con la zurda, mientras con la derecha iba haciendo gestos
ampulosos circulares, para apoyar sus razonamientos.
Puso unos ojos de sorpresa
grandes y redondos al verme pasando el ticket por el lugar equivocado e, inmediatamente,
sus gestos de la derecha se volvieron súper expresivos sin dejar de hablar a
toda velocidad: “no, no, no, venga conmigo, tiene que ir al extremo, donde hay
una máquina diferente” –decía su mano. Al llegar allí, me señaló el lugar sin
dejar de hablar. Metí el tícket, y la máquina hizo una serie de pedorretas que
tuvieron efecto mágico: una puerta se abrió ante mí. Recogí el ticket y pasé
con todo mi equipaje. El negro se pegó a mí y pasó también, haciendo el truco
llamado “el trenecito” para colarse en el Metro. Después se alejó, hablando
todavía con su interlocutor, con su sonrisa redoblada y un último gesto de la
mano derecha que venía a decir: “quid-pro-quo, hoy por ti, mañana por mí,
colega”. Un auténtico negro zumbón.
Encontré la línea 3 del tram,
alcancé la Avenida Winston Churchil y caminé hasta la casa de mis amigos bajo
una llovizna tenue. Tenía por delante dos días para mi ocupación favorita: hangin’ round que dicen los yanquis, flâner, que llaman los franceses,
zanganear por las calles de una ciudad grande, sin urgencias ni apuros. En
estos días he estado al tanto de los problemas de la basura por las calles de
Madrid, el fin del rescate bancario y todo lo demás. Como este post es más
cortito, les voy a poner unos deberes. Aquí el link del último artículo de mi
admirado Enric González. Catalán universal, gran viajero y autor de guías de
viaje únicas, Enric González fue uno de los despedidos en el ERE de El País, en
donde operaba como corresponsal en Israel. Como de algo hay que vivir, aceptó
la oferta de El Mundo, en donde ahora escribe sus crónicas, inevitablemente
desencantadas y melancólicas, siempre certeras. Les pongo el link de la de esta
mañana. Seguiré escribiendo desde Ámsterdam. Pórtense bien.
Una puntualización. Enric González no fue despedido en el ERE de El País. Ni siquiera estuvo en las listas iniciales de "despedibles". Se marchó él porque quiso, voluntariamente, en un gesto de solidaridad con los despedidos. Él mismo lo cuenta en su último libro "Memorias líquidas", que es muy recomendable para entender el mundo del periodismo. El diario El Mundo le ha ofrecido publicar las colaboraciones esporádicas que les mande, pero en absoluto es esta su única actividad. Un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias por su puntualización. La verdad es que, conociendo al sujeto, no me extraña nada lo que cuenta de él. Siempre fue alguien independiente y, con su calidad, experiencia y conocimientos, era muy raro que lo hubieran incluido en el ERE. ahora lo empiezo a entender.
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