Muy dentro del corazón. 16 de
noviembre, sábado. Anoche mi amiga R. me preguntó si íbamos a vernos hoy. Le
respondí que yo traía un programa definido: visitarla el viernes por la tarde,
como había hecho, y dedicar el sábado a vagabundear a mi aire por la ciudad,
recuperando las antiguas rutas por las que me moví hace tantos años… Es bonito
volver a una ciudad y comprobar que sigue viva y en plenitud. Y así es como
está la capital económica de Holanda.
Ámsterdam es una ciudad peculiar,
ya desde su mismo plano. La forma en que se construyó el canal del Singel, abrazándola
por el suroeste y domesticando el curso del río Amstel (por cierto, singel en holandés significa anillo, no
soltero). Y cómo a continuación se construyeron hasta cuatro canales anulares
concéntricos más, estos sí, cerrando el semicírculo completo hasta el mar. Y la
cantidad de casitas para viviendas, comercios y almacenes, con sus típicos
frontispicios triangulares escalonados, que rellenaron el territorio entre
estos canales. Su gran crecimiento tuvo lugar entre los siglos XVII y XIX. Al
comienzo de la Gran Guerra, su población era ya de 800.000 habitantes, tamaño
que se ha mantenido hasta nuestros días, si bien ahora sirve a un área
metropolitana de millón y medio.
En los setenta, Ámsterdam era la
meca del hipismo, junto con San Francisco. Los colegas viajaban a este Eldorado
del porro y la libertad y volvían contando maravillas. Los más pudientes se
estiraban hasta Christianía, en Copenhague, donde además de todos los placeres
de Ámsterdam, disfrutaban de la delicia de ir en pelotas todo el día, aprovechando
las temperaturas veraniegas, porque este tipo de excursiones del vicio tenían
lugar de forma ineludible en verano. Hoy, después de comerme el desayuno de
buffet incluido en el precio, he dejado el hotel Koopermmolen temprano y he recorrido hasta el final la Warmostraat, casi vacía, excepto por
algún grupo de rezagados de la noche, que se retiraban a sus cubiles, después
de que la luz del día les hubiera revelado su miseria real. Entre las putas de las
vitrinas que rodean la Oude kerk
(iglesia vieja), hay algunas madrugadoras, que mantienen las luces encendidas,
y su maquillaje y su cuerpo en estado de revista, en busca del improbable
cliente de la resaca del friday night.
He cruzado el Dam, antesala del Royal Palace, también vacío excepto por algunos turistas japoneses
madrugadores. Hacía ese frió húmedo de las mañanas amsterdamers, que acaba templando al cabo del día, dando lugar a
atardeceres más cálidos. Tomé la Kalverstraat,
la vía peatonal donde se concentran las tiendas de las marcas más caras, todas
cerradas todavía. En el centro, apenas visible, hay una pequeña entrada a una
iglesia sin especial interés, en donde ya había algunas abuelas rezando. Poco
más allá, el Ámsterdam Historical Museum,
también abierto. La religión y la cultura discretamente camufladas en medio de
la exuberancia del comercio. Entré al jardín del museo y descubrí el nuevo
eslogan de la ciudad, a la manera del I
love NY del corazoncito: I am’sterdam.
Aquí una imagen.
Al final de la Kalverstraat, pasando por el arco bajo
el edificio de la Munttoren Mint Tower,
se llega al mercado de las flores, instalado en una serie de barcazas que
ocupan un sector del Singel. Aquí
empezaba a haber actividad, con los turistas ya desayunados comprando
bulbos de tulipanes, flores y tiestos de pequeños cactus de floración
sorprendente. Frente a los puestos hay tiendas de quesos holandeses excelentes.
No es difícil comprar regalos para los amigos en Ámsterdam, los productos te
saltan a la cara. Al final del mercado de flores, girando a la izquierda por la
Konningsplein, se alcanza la Leidsestraat, la vía que lleva a mi zona
preferida de Ámsterdam: el entorno de la Leidseplein,
en donde se sitúan algunos de los principales templos de la cultura y del ocio.
La última vez que había visitado
esta ciudad, era verano y la plaza estaba llena de terrazas abarrotadas. Ahora,
el centro estaba ocupado por una pista de hielo, similar a la que cada invierno
se instala en el Rockefeller Center de NY. Girando a la derecha encontré el Melkweg, renovado y en plena forma. ¡Qué
extraordinarios conciertos en el Melkweg,
entre el humo de la marihuana y los vapores de la cerveza! Los primeros colegas
que viajaron hasta aquí regresaron alucinados: “tienes que ir al Paraíso y al
Milki-güey, tio, esos son conciertos y no los de la MM, chaval”. En mi primer
viaje tuve que averiguar que se trataba de las salas Paradiso y Melkweg. En el
hall se anuncian ahora actuaciones de conjuntos de rock que ni me suenan, aquí
siempre se han especializado en los grupos que empiezan.
En la misma plaza, el Stadsschouwburg, el teatro de referencia de Ámsterdam. He entrado a ver la programación y he encontrado algo de interés para la tarde-noche: Angélica Liddell, la musa del teatro de vanguardia europeo, representa su nueva obra “Todo el cielo sobre la tierra”, escrito así en español. La señora Liddell, cuya imagen les adjunto, es española y me suena vagamente de un amplio reportaje aparecido no hace mucho en el Smoda de El País. En los carteles he averiguado que la obra parte del personaje de Wendy, la compañera de Peter Pan, quien, buscando el mito de la eterna juventud, alcanza la isla de Utoya. Allí, el asesino Anders Breivik se la carga, junto a otros 68 jóvenes, posibilitando de esta terrible manera que se haga realidad su sueño de no ser nunca viejos. Pregunté en la taquilla el precio (13€) y si quedaba alguna entrada cercana, porque no veo bien de lejos. Me ofrecieron una entrada en la fila 13. Acepté, y mi butaca era la número 13. Tres veces esa cifra, eran buenos augurios de un espectáculo único.
En la misma plaza, el Stadsschouwburg, el teatro de referencia de Ámsterdam. He entrado a ver la programación y he encontrado algo de interés para la tarde-noche: Angélica Liddell, la musa del teatro de vanguardia europeo, representa su nueva obra “Todo el cielo sobre la tierra”, escrito así en español. La señora Liddell, cuya imagen les adjunto, es española y me suena vagamente de un amplio reportaje aparecido no hace mucho en el Smoda de El País. En los carteles he averiguado que la obra parte del personaje de Wendy, la compañera de Peter Pan, quien, buscando el mito de la eterna juventud, alcanza la isla de Utoya. Allí, el asesino Anders Breivik se la carga, junto a otros 68 jóvenes, posibilitando de esta terrible manera que se haga realidad su sueño de no ser nunca viejos. Pregunté en la taquilla el precio (13€) y si quedaba alguna entrada cercana, porque no veo bien de lejos. Me ofrecieron una entrada en la fila 13. Acepté, y mi butaca era la número 13. Tres veces esa cifra, eran buenos augurios de un espectáculo único.
Caminé luego hacia el grupo de
edificios llamado Pathe City, donde
está el Hard Rock Café y en cuya plaza se juegan partidas de ajedrez con piezas
gigantes de plástico. En los 80 hubo algo similar en la plaza de Santa Ana de
Madrid, pero pronto robaron las piezas y el pequeño cubículo donde se guardaban
se convirtió en el lugar donde dormían dos vagabundos, pies contra pies. Todo
eso sucedió antes de que el concejal Matanzo se cargara la vieja plaza, para
fastidiar a los que montaban allí un mercadillo muy concurrido. En la Pathe City, competían hoy un negro con
gorra de rastafari, de la que salían largas trenzas, contra un tipo con pinta
de estibador del puerto de Amberes. Un poco más allá, el Paradiso, el otro centro de referencia de la música de rock en
directo. Parece algo más deteriorado que el Melkweg
pero, a cambio, anuncia al grupo Primal
Screams, cuyo nombre me suena vagamente.
Cruzando el canal Singelgraacht y siguiendo hacia el sur,
se llega ante el Rijksmuseum, el gran
museo de Ámsterdam, donde se pueden contemplar La Ronda de Noche, y otras maravillosas obras de Rembrandt. En mi
última visita estaba en obras, que ya están finalizadas. En el punto central de la fachada hay habilitado un paso para peatones y bicicletas que cruza bajo el
edificio y conduce a la Museumplein,
la plaza de los museos, alrededor de la cual se sitúan, además del Rijks, el Stedelijk Museum (Museo de Arte Moderno de la ciudad) y el Museo
Van Gogh. Al fondo, el Concertgebouw,
templo nacional de la música clásica, rodeado de tiendas en donde se venden los últimos discos publicados. Eran ya horas avanzadas de la mañana, y
había unas colas monstruosas para entrar a cualquiera de los museos. Me acerqué
a la puerta del Van Gogh. Quería saber si abrían el domingo y si había alguna
forma de evitar las colas. Me dijeron que sí y que a las 9, hora de apertura
del museo, era el momento ideal para visitarlo, porque estaría prácticamente
vacío.
Estuve un rato viendo la
performance de un grupo de breakdancers extraordinarios
y emprendí el camino de vuelta. Pero pasé de largo ante el Rijksmuseum y continué bordeando el Singelgracht Canal, hasta tomar la Berenstraat hacia el centro. Allí encontré un pequeño restaurante
para comer algo. Se llamaba De
Struivesvogel, se anunciaba como un lugar que ofrecía productos biológicos
contrastados y había que bajar unas escaleritas para llegar a la sala. Me comí
una ración de Paté de veau met bruschetta
und abrikozen compote, acompañado de una cerveza belga, y rematé con una Chocolade moddertart met frambozenroom.
Ahora no me digan que no entienden el holandés.
Continué hacia el centro, volví a cruzar el Dam y recorrí la Warmostraat hasta el hotel. Allí descansé un rato, me lavé los dientes, eché una cabezadita y escribí un texto para el blog. A las 7 me puse en marcha de nuevo en dirección al teatro. Como llegué con tiempo, tuve margen de comerme una salchicha bratwurst gigante en un puesto de la Leidseplein, y entrar a tomarme una pinta de cerveza en un irish pub justo enfrente del teatro. Después de eso, entré, subí unas largas escaleras y accedí a mi localidad. Me dieron un papel con información sobre la obra que iba a presenciar y allí averigüé que el espectáculo era en español, mandarín y noruego, con subtítulos en holandés. Fastuoso. Por hoy ya tienen bastante. Mañana les cuento la impresión que me causó mi velada de teatro en el Stadsschouwburg.
Continué hacia el centro, volví a cruzar el Dam y recorrí la Warmostraat hasta el hotel. Allí descansé un rato, me lavé los dientes, eché una cabezadita y escribí un texto para el blog. A las 7 me puse en marcha de nuevo en dirección al teatro. Como llegué con tiempo, tuve margen de comerme una salchicha bratwurst gigante en un puesto de la Leidseplein, y entrar a tomarme una pinta de cerveza en un irish pub justo enfrente del teatro. Después de eso, entré, subí unas largas escaleras y accedí a mi localidad. Me dieron un papel con información sobre la obra que iba a presenciar y allí averigüé que el espectáculo era en español, mandarín y noruego, con subtítulos en holandés. Fastuoso. Por hoy ya tienen bastante. Mañana les cuento la impresión que me causó mi velada de teatro en el Stadsschouwburg.
Estoy repasando algunos posts antiguos y me encanta este bloque sobre tu viaje por Europa. Pero te hago una precisión. Las obras en el Rijksmuseum de las que hablas fueron dirigidas por los arquitectos sevillanos Cruz y Ortiz, también conocidos como "los Antonios" y famosos en Madrid por ser los autores del estadio de La Peineta. Estos señores ganaron el concurso de proyectos convocado en 2001, y las obras han tardado más de diez años. En ese tiempo han encontrado la oposición del poderoso lobby ciclista de Ámsterdam, que exigía que se pudiera seguir cruzando en bici por el paso bajo el museo, algo no contemplado en el proyecto original. Los ciclistas llegaron a paralizar las obras casi tres años, hasta que se salieron con la suya. Como arquitecto deberías saber estas cosas.
ResponderEliminarMuchas gracias por la información, es un dato muy interesante que desconocía. Ya sabes que soy un arquitecto atípico, que me identifico más con cualquiera de los rasgos de mi perfil de blogger y que, finalmente, quizá soy solo eso: un blogger veterano un poco despistado. Un abrazo, amigo.
Eliminar