Futesas. Bonita palabra. Cosas
sin importancia. Al menos sin importancia aparente. Para mí la tienen, si no,
no escribiría de ellas. El otoño es una estación maravillosa en Madrid. Ya
saben que me fui de viaje a primeros de noviembre, en pleno veranillo de San
Martín (ese que le llegaba a todos los cerdos hasta la llegada de Rajoy: ahora
se hace de rogar para muchos, pero también les llegará). Salí de aquí con ropa
de entretiempo, y sobreviví mal que bien hasta llegar a París, donde me pilló
la ola de frío que estamos soportando también por estos pagos. Pero lo más
importante: llevaba mis gafas de sol de esquiador. ¿Pueden creer que volví con
ellas en el mismo bolsillo? Ni una sola vez tuve que ponérmelas en 13 días por
Europa.
La falta de luz incide en el
carácter de las personas, más que ninguna otra circunstancia climatológica, es
algo demostrado. Cuando yo vivía en La Coruña hace 45 años (entonces hacía peor
tiempo que ahora), a mediados de septiembre se empezaba a nublar, y uno se despedía
ya del sol hasta abril. Inevitablemente, ese cielo gris influía en el ánimo de
las gentes. En mi primera mañana madrileña después del viaje, tuve que ponerme
las gafas de sol. Sucedió el día que recibí a una delegación del área
metropolitana de Bangkok a los que largué el rollo habitual y acompañé luego
brevemente a visitar el Madrid Río. Me dijeron que no querían caminar, así que
íbamos en un autobús del que se bajaban en algunos puntos, hacían fotos y se
volvían a subir. Traían una intérprete que llevaba cinco años estudiando en
España y que me aclaró que todavía estaba admirada de cuánto andábamos los
españoles.
Ayer y hoy, apenas he aparecido
por el despacho o lo que sea (cubículo con vistas a la llamada pradera). Por
diversos motivos he tenido que estar por la calle, y es algo que me encanta,
callejear por Madrid en días de diario. Ayer amaneció con los tejados
entrenevados. Salí caminando por las callejas del barrio de Cortes, en
dirección al edificio de los juzgados de Gran Vía 19. Era ya bien entrada la
mañana y por la calle había bastante gente guarecida con guantes y bufandas. El cielo
de Madrid era de un azul difícil de describir con palabras, después de que la
ligera nevada de la noche hubiera limpiado el aire de contaminantes. Mi visita
al juzgado tenía por objeto firmar un acta de apoderamiento, a favor de un
abogado del sindicato al que me he afiliado hace unos meses. Cuando empezaron a
pintar bastos, decidí sindicarme, para mejor defenderme de la que estaba
cayendo.
Por supuesto, no he elegido un
sindicato de partido, ni tampoco uno de esos supuestamente apartidistas que le
hacen el caldo gordo al PP. Mi sindicato es una agrupación de profesionales, de
ámbito exclusivamente municipal, independiente desde sus propias siglas: CITAM,
Coalición Independiente de Trabajadores del Ayuntamiento de Madrid. Con su
ayuda, llevo ya un tiempo reclamando el premio por 30 años de trabajo, premio
que me estuvieron prometiendo durante 29 y medio, hasta que llegó el tío
Rajoy con la rebaja. Ya he cumplido los 31 años de tajo, pero estas
cosas son lentas. A la puerta de los juzgados había quedado con una chica del
sindicato a la que no conocía, excepto por teléfono. Nos presentamos y
esperamos un rato más, porque la cita incluía a una tercera persona que debía
firmar un acta como la mía.
Con un frío de justicia (nunca
mejor dicho) y viendo que la otra se retrasaba, la chica del sindicato decidió entrar
y subir a la quinta planta, la de mi juzgado, para ir avanzando. Arriba, la
llamó al móvil la otra desde la puerta. Su respuesta: “espérame abajo, pero entra
p’adentro, que te arricias”. Bueno, esta es una expresión que no había
escuchado nunca, pero la entendí al instante: arriciarse de frío. Después he
sabido que se trata de un arcaísmo, de uso habitual entre los pastores del
norte de la provincia de León. Así que la chica era paisana de Zapatero. En
fin, una palabra nueva hace que ya merezca la pena el día. Paré luego a tomar un café
en Gran Vía Uno, restaurante del que ya les he hablado, y seguí hacia Atocha, donde
debía coger mi coche para ir al trabajo. El aire se iba templando y la nieve se
licuaba en los parterres.
En la plaza del Reina Sofía
estaban rodando una película. Me uní al grupo de jubilados mirones y vi cómo
repetían una escena: cuatro GEOS y dos policías de paisano, chico y chica,
capturaban a un delincuente melenudo que, al verse acorralado, levantaba los
brazos y se entregaba. La chica le ponía las esposas y gritaban ¡corten! El
delincuente bromeaba entonces con los polis: ¡qué cara de malo pones, cabrón!
Es que soy un madero –decía el otro, y vuelta a empezar. Para el rodaje de esa
escena de un minuto, había en la plaza unas 50 personas.
Esta mañana hacía bastante frío
también. He ido caminando a Cibeles porque debía atender a una nueva delegación
extranjera, esta vez de la ciudad surcoreana de Sejong. Hace unos diez años
recibí a la Comisión para el Traslado de la Capital de Corea del Sur. Seúl
era ya entonces una ciudad un poco colapsada y sobrecargada y estaban pensando
en crear una capital administrativa, al estilo de Brasilia, para trasladar allí
las dependencias del Estado. Esa nueva ciudad es Sejong, está construida y al
año que viene finalizará el traslado de los 30.000 funcionarios del Estado que
tienen pensado llevar allí, el 80% del total. El resto seguirá en Seúl. Sejong
está a 130 kms. de Seúl, con la que se comunica con un tren rápido, ya en servicio,
que tarda 40 minutos.
Esta mañana, después de hora y
media de conferencia, hemos ido en bus a Madrid Río y hemos dado un largo
paseo, hasta las 13.30. A los coreanos les gusta caminar y lo hemos pasado muy
bien. Los coreanos son tipos muy simpáticos, tan occidentales y educados como
los japoneses, pero menos formales, con un punto gamberro característico, que
se puede ver en el vídeo de Gangnam Style (post #39). Hemos terminado tomando
una cerveza en una de las terrazas del parque, al sol del otoño madrileño.
Hablando de cervezas, les pongo
aquí el link de una de las noticias que me han interesado en estos días. Un
médico madrileño y otro catalán han llegado a la conclusión de que la cerveza,
con moderación como yo la tomo, es cojonuda para la buena salud cardiovascular
y fortalece los huesos. Dicen también que es falso que engorde y que es buena
para las embarazadas, que luego paren niños más sanos. Nada de esto me
sorprende. Yo me conservo a base de correr, escribir en el blog y beber cerveza.
Otra noticia. Un estudio
publicado en la revista Chemosphere,
revela que el Manzanares es el río de Europa con más restos de cocaína en sus
aguas. También registra anfetaminas, ansiolíticos y antidepresivos en cifras
record. Y digo yo: en ríos es posible que sea cierto, pero ¿habrán medido estos
señores el agua de los canales de Ámsterdam? Por otro lado, seguro que también
influye el bajo caudal de nuestro aprendiz de río. O sea, que no es que los
madrileños seamos los más drogadictos, sino que el Sena en París, o el Tajo en
Lisboa tienen mucha más agua.
Tercera futesa o noticia
insignificante de las que a mí me gustan. Un chaval de Coslada que se largó a
Edimburgo y trabaja allí de conductor de los autobuses municipales, ha sido
elegido el mejor conductor de autobús del Reino Unido, un galardón que se entrega desde
hace 18 años. Entren y miren la cara del chaval. No me digan que no somos
cojonudos.
Que disfruten del fin de semana.