jueves, 31 de octubre de 2013

192. El timo del coche alquilado

Prometí contarles lo que me sucedió con el coche que alquilé en mi viaje a Escocia y voy a ello. Tengo que confesar que nunca entenderé a mis lectores, en general. Estos últimos tiempos he escrito sobre temas que a mí me parecen interesantes, como el Nobel de Alice Munro, o la estructura del Estado chino. También algunos posts humorísticos como “Herniados” o “Un amargado no quiso bailar”, con los que creo que cualquiera puede pasar el rato y reírse un poco. Bueno, pues de todos mis últimos posts, el que ha registrado más visitas, correos y llamadas de teléfono felicitándome, no es ninguno de estos, sino “La carrera de la Ciencia”. Y digo yo: ¿cuál es la gracia de este texto? Me limité a contar lo que me pasó, y les juro que lo hice con cierta desgana, como una concesión al público.

Pero ya sé que estas son las cosas que interesan a más gente, tal vez porque creen que son verdad. Y lo son, en general, aunque a veces les intercalo alguna morcilla inventada, como ya les he advertido repetidamente. Hoy voy por el mismo camino, aunque en este caso la cosa puede tener un interés adicional para el lector: saber cómo actuar si le sucede algo similar. Debo decir también que la palabra “timo” es sólo un gancho para pillar al lector. Estoy convencido que en este caso no hubo mala fe, ni intención de timar, por parte de ninguno de los actores que intervinieron. Por eso doy los nombres reales de las compañías y el Banco implicados.

Allá voy. En julio empecé a buscar un coche de alquiler, para mi proyectado periplo escocés. Quería un coche con dos características: pequeño (íbamos dos personas con poco equipaje) y automático (ya era bastante lío conducir por la izquierda y con el volante al otro lado, como para encima tener que ocuparse de las marchas con la zurda). Busqué directamente en las compañías más conocidas, como Hertz, Avis o Europcar, y no encontré vehículos con esa doble condición. Los automáticos eran grandes y los pequeños con marchas. Entonces encontré una Web inglesa que opera como intermediaria (como e-dreams y otras, para vuelos), y que funciona muy bien, lo reconozco, a pesar del fallo.

La página se llama Rental Car, y se la recomiendo sinceramente. Introduje mis datos, las fechas y el tipo de coche que quería. El sistema hizo un breve rastreo y en seguida me dio un resultado. Había un coche de esas características esperándome en el aeropuerto de Edimburgo. La compañía de alquiler era Álamo y el precio estaba bien. Me pidieron los datos de mi tarjeta VISA y los introduje. Revisé toda la información y pulsé sobre el cuadro que decía “Aceptar”. Inmediatamente me salió una pantalla con todos los datos del acuerdo cerrado, para imprimirla y presentarla en el aeropuerto de Edimburgo. Estaba todo en español y, presidiendo el documento en lugar y formato destacados, un letrero decía: PREPAGADO.

Esta fue una primera sorpresa. Yo pensaba que me habían pedido los datos de la VISA como una garantía, pero que me cobrarían al final del servicio, como hacen los hoteles. Además, el cobro final permite incluir desperfectos o imprevistos, que deban ser sumados al precio inicial. Pero al otro día entré en la página del mi banco (BBVA) y el pago estaba ya registrado, con fecha 14 de julio. Al llegar a Edimburgo, buscamos el mostrador de Álamo, presentamos el papel y fue todo como la seda. Como ya estaba mosca, le señalé a la señorita del mostrador la etiqueta de PREPAGADO y me dijo que sí, que por supuesto. Tal vez mi nivel de inglés y el acento endiablado de los escoceses tuvieron algo que ver en el asunto.

Al final del viaje, llegamos al Aeropuerto y llevamos el coche a la zona de aparcamiento de Álamo. Allí, un tipo con mono de trabajo de la empresa nos pidió los papeles, revisó el coche para comprobar que no tenía rayones y nos entregó un talón de devolución, diciendo: “ya está”. Pregunté si teníamos que pasar por las oficinas y dijo que no, que podíamos ir directamente a facturar. Ya en Madrid, unos días más tarde, entré en la página del Banco y comprobé que había un segundo pago, ahora a Álamo, con fecha 15 de agosto, por un valor ligeramente superior, debido seguramente al gasto de gasolina. Pensé que todo se debía a un error, y que sería sencillo que lo reconocieran y me devolvieran lo indebidamente cobrado.

En la página de Rental Car hay un espacio para quejas y reclamaciones, con un pequeño recuadro que da para escribir un poquito. Les mandé un correo, en español, contando lo que pasaba y con el identificador de mi reserva. Respuesta inmediata: muchas gracias por dirigirse a nosotros, nuestra compañía le ha cobrado sólo una vez, por favor indíquenos si el segundo cobro lo ha efectuado Álamo. Como ya no tengo límite de espacio, les cuento la historia un poco más desarrollada (no tanto como en este post, sé diferenciar una reclamación de un texto literario). Nueva respuesta automática: otra vez gracias (a partir de ahora ya no lo citaré más, pero todos sus correos, empiezan dándome las gracias), y me indican que seguramente se trata del depósito de seguridad de Álamo, que me será reembolsado en poco tiempo. Y que si en quince días no he tenido respuesta, que les escriba otra vez.

Quince días después, la situación sigue igual. Reclamo de nuevo y ahora me dicen que el asunto ya tiene consideración de reclamación formal, por lo que en ese mismo momento me asignan a un agente que se ocupará del asunto y me mantendrá informado, y que sepa que la duración mínima del proceso es de 28 días. Pasados otros quince días, yo ya estoy hasta la gorra, empiezo a sospechar que el tal agente, del que no tengo noticias, es un trasunto del superagente 86, y entonces les mando un correo más faltón. Les digo que me siento mal atendido y que no pierdan de vista que ellos se están jugando más que yo. Yo me juego X euros (no voy revelar la cantidad, que son ustedes unos cotillas), mientras que ellos se están jugando su credibilidad como servicio, credibilidad de la que vive su negocio.

Otra respuesta automática. Entienden que esté nervioso, pero me piden un poco más de paciencia. El caso es complejo, como todos los que implican a más de una compañía, y estamos aun en márgenes normales para este tipo de reclamaciones. Les contesto pidiendo disculpas y prometiendo ser paciente. En fin, no les sorprenderá saber que, pasados los 28 días, todo seguía igual, y nadie se había dirigido a mí, excepto para responder muy educadamente a mis correos, dándome largas. Decidí buscar otra vía, tal vez una denuncia a través de alguna asociación de consumidores, como la OCU. Pero necesitaba todos los documentos que pudiera recopilar. Así que llamé al servicio de información de BBVA, para pedirles certificados de los pagos efectuados. Allí me remitieron al servicio específico de tarjetas VISA, y entonces el cielo se me abrió de par en par.

Me pidieron todos los datos, comprobaron los dos pagos y vieron que la cosa tenía toda la pinta de un cobro duplicado. Entonces me regañaron: ¿cómo es que no me había dirigido a ellos antes? Porque pensaba que lo podía resolver yo solito, sin molestarles. ¿Acaso desconocía que VISA tiene un servicio de reclamaciones para estos casos? Pues no lo sabía. ¿Es que usted no se lee la letra pequeña de los contratos que firma? Pues no. Por resumir. Me pidieron otra serie de datos para iniciar una reclamación de cobro indebido (todo esto por teléfono). De forma inmediata efectuaron un ingreso en mi cuenta por el valor de la cantidad reclamada (la que me cobró Rental Car, en julio). Y me dijeron que me olvidara del tema. Que había una mínima posibilidad de que perdieran el procedimiento, en cuyo caso me lo volverían a cobrar, pero que esto era algo que no sucedía muy a menudo.

Esta conversación tuvo lugar a comienzos de octubre. Me pidieron que les indicara una sucursal que estuviera cerca de mi trabajo, para ir a firmar la petición en papel. Me acerqué a los dos días, firmé y les entregué copias de todos los documentos que tenía. Y ya no he vuelto a saber nada más del asunto. Así que, el día que les suceda algo similar ya saben lo que tienen que hacer. Un pago con tarjeta VISA se puede reclamar más de dos meses después. Al menos en el BBVA. Que pasen un buen puente. 
        

martes, 29 de octubre de 2013

191. El viejo Lou ya no cabalga más

Nos estamos quedando en cuadro. Este verano JJ Cale y ahora el viejo Lou. A los dos los había citado en mi blog previamente, espero no ser yo el cenizo. En el caso de Lou Reed, encabecé con un verso suyo el post #140, “Sobre el próximo Nobel de Literatura”. A Lou Reed ya no le darán nunca el Nobel de Rhythm’n blues, ni le telefoneará el Presidente para comunicárselo, como fantaseaba en la estrofa citada. Era un tipo duro, un vaquero urbano, un superviviente. Pero un trasplante de hígado no es cosa baladí. Y menos a los 71 años. En fin, cuando alguien se muere, se tiende a ponderar lo bueno que era, lo majo, lo solidario, etc. En la prensa de ayer encontrarán las correspondientes y oportunas hagiografías. Pero esto es un blog y aquí yo digo lo que me da la gana, aunque no sea oportuno ni correspondiente.

La prensa le puso la etiqueta de tipo antipático y áspero, porque daba pocas entrevistas y era bastante borde con los periodistas, a los que no soportaba. Para mí era más bien un tipo con una personalidad poderosa, dominante, solitario, un poco taciturno y con tendencia a ir a la contra todo el tiempo. Era capaz de escribir poemas y relatos muy buenos, y trasladarlos al escenario sobre un sonido de guitarras muy característico. Sus letras contaban lo que pasaba en los barrios extremos de Nueva York en los sesenta, en un ambiente de droga, prostitución, travestis, chaperos, noctámbulos y músicos callejeros. Lou era el cronista de ese escenario marginal, aunque no era una persona que se hubiera criado en ese tipo de ambientes.

Nacido en Brooklyn, de una familia de clase media, cuentan las leyendas que siempre fue un chico inquieto, rebelde y enfrentado con cualquier autoridad, hasta el punto de que sus padres lo llevaron a un psiquiatra y éste hizo con él algo que ahora nos parece horrible, pero en esos años estaba a la orden del día: aplicarle unos cuantos electroshocks, a ver si se tranquilizaba. Unos años más tarde ingresó en la Syracuse University, donde permaneció hasta completar su carrera de letras. Allí se relacionó con poetas y escritores, empezó a escribir y no tuvo especiales problemas con sus profesores. De vuelta en NY, empezó a interesarse por el lado más sórdido de la ciudad y a tocar por los bares con su guitarra.

A mediados de los sesenta formó una banda mítica, la Velvet Underground. Yo he escuchado sus discos con verdadera predisposición a que me gustaran mucho pero, sinceramente,  me parecen muy malos, lo siento. Ya sé que esto es una especie de herejía para determinados sectores; que eran el grupo patrocinado por Andy Warhol y todo eso, pero, qué quieren que les diga, a mí me parecen unos petardos. Sobre todo, eran un grupo muy desigual. Reed era su principal activo, una especie de fuerza de la naturaleza. Cantaba, tocaba la guitarra, escribía todas las letras, se ocupaba de los arreglos. Los demás no estaban a su altura.

Los demás eran John Cale y cuatro mataos. John Cale (el culpable de que mi admirado JJ Cale se tuviera que cambiar su nombre artístico, porque había otro John Cale famoso antes que él) era un estudiante galés de música clásica que compartía piso con Lou y que, tras disolverse el grupo, hizo sus pinitos en el terreno de la música contemporánea, donde nunca consiguió gran renombre. Ya mayor, se dedicó a explotar el hecho de haber pertenecido a la banda maldita supermitificada. Además de Cale, había un bajo cuyo nombre no recuerdo, ni tengo ganas de mirar en la Wiki. Y una rubia llamada Nico, que estaba en el grupo en calidad de tía buena, porque se limitaba a lucir palmito, tocar la pandereta y cantar alguna canción si le dejaban.

Esta Nico, ya fallecida, también explotó lo que pudo el hecho de haber pertenecido a la Velvet. Años después, la vi en un concierto al que asistimos unas quince personas, en la desaparecida Sala MM, en La Guindalera. En ese tiempo era una señora ya más fondona, de cara triste, que musicalmente no era ningún portento. Y me falta la batería, Maureen Tucker. Esta no estaba en el grupo en calidad de tía buena (o sea que no debía de tocar muy mal la batería). Lo cierto es que era fea de cojones, disculpen la bastez, y lo sigue siendo ahora que se ha convertido en una de las más relevantes dirigentes del Tea Party. A su fealdad física añade ahora su ruindad ideológica.

Con semejante banda la cosa no tenía mucho futuro, a pesar del patrocinio de Warhol. En 1971 Reed se deshace de sus colegas y respira aire fresco. Compone nuevas canciones y busca como comercializarlas. Y tiene la suerte de que se cruce en su camino el gran David Bowie. En esos años El Duque está en pleno éxito, es el músico que más vende. Bowie escucha los nuevos temas de Lou y decide convertirse en su productor. Además proclama en unas declaraciones que Reed es su maestro, que el bueno es él y que se quita el sombrero ante su música. El disco se llamará Transformer y sale en noviembre de 1972 (hace la friolera de 41 años). Es un disco extraordinario que no ha perdido vigencia. Lo mejor de Reed está en ese disco. Nunca igualará su calidad, ni la exquisita producción de Bowie, con quien ya no volverá a colaborar.

Reed se ve de pronto en plan estrella superventas, un papel que detesta. En 1973 aprovecha el éxito para hacer un disco más de su gusto, Berlín, mientras su productora saca por su cuenta la grabación de una actuación suya que se llamará Rock’n Roll Animal. Los dos discos salen prácticamente a la vez y no se venden mal por el tirón del Transformer, pero aquí se acaba su carrera como estrella multitudinaria. Ambos discos son muy buenos. Berlín es depresivo y muestra la cara más amarga y conflictiva de Reed. El otro es realmente una animalada.

A partir de ese punto álgido, Lou rompió con su productora y se dedicó a escribir, que era lo que más le gustaba (estuvo escribiendo hasta su muerte); alguna gira que otra, que de algo había que comer, y poco más. Sus nuevas canciones eran prácticamente recitados de sus poemas, con un fondo de guitarras que confiaba a otros músicos. Cosechó un cierto reconocimiento como poeta. Y fue admitido en los medios intelectuales, sobre todo después de su unión artística y sentimental con Laurie Anderson, una artista muy respetada en esos medios. Pero nunca igualó el impacto ni la calidad de su disco Transformer. Diré que, como poeta, es bueno, pero no alcanza ni de lejos a Bob Dylan.

Su figura se relacionó durante mucho tiempo con un cierto malditismo suburbial, un poco lúgubre, ligado a una supuesta adicción a las drogas, un perfil que él mismo cultivó por un tiempo. Sus letras en Heroine o la extraordinaria Wating for the man, donde relata la ansiedad de la espera por el proveedor, abonan esa teoría, alimentada por la leyenda de que, en mitad de algunas actuaciones, tenía que parar a que le inyectasen su dosis en el mismo escenario. La realidad es que eso formaba parte de una performance muy de la época (en entrevistas posteriores, Lou mostró su desprecio hacia los que habían interpretado que la cosa era de verdad). Las malas lenguas dicen que Reed le daba más a las anfetaminas y al alcohol, algo coherente con que años después reapareciera gordo, lozano y en plena forma. En otro post les contaré mi experiencia en un fallido concierto de Lou Reed en 1980. Ahora creo que no hay mejor homenaje al genio colérico y malhumorado, que escuchar un par de temas de su obra maestra Transformer. El primero el famoso Vicious, un auténtico himno.




El segundo se llama Perfect Day y es una canción misteriosa, que ha suscitado numerosas interpretaciones. En medio de un surtido de letras en donde se habla de camellos, travestis, bujarrones, proxenetas y homeless, Reed se descuelga con una letra sencilla que cuenta una tarde en un parque (posiblemente el Central Park, o tal vez el Prospect  Park de Brooklin, su barrio). Alguna gente pensó que pretendía burlarse de la vida aburrida de la gente normal. Falso, Lou Reed no bromeaba con estas cosas, ni casi con nada. Otros dijeron que le hablaba a la heroína (por el verso que dice “me mantienes enganchado). Tampoco lo creo: ¿para qué hablar en clave, si todo el mundo daba por hecho que se drogaba, y eso vendía entonces? Por supuesto que Reed nunca quiso explicar el significado de la canción.

Yo tengo mi propia interpretación. Creo que la letra retrata el momento de descanso del trasnochador compulsivo, junto a la chica del barrio que le gusta y que es una chica formal. El tipo sabe que pertenece a la noche, a las tinieblas, a ese mundo marginal tan atractivo y tan destructivo a la vez. Es un semidelincuente que sabe que acabará mal. Pero se permite un descanso en un parque y disfruta de una normalidad que le está vedada. Y le canta a su chica que esa normalidad, que ella vive y él finge, es maravillosa. Es una de las canciones más tristes que he escuchado nunca, reveladora de la ambivalencia de Lou Reed, de su espíritu atormentado que le llevaba a los medios más sórdidos, pero con una cierta mala conciencia que le hacía añorar esa normalidad mediocre de la que siempre se sentiría excluido. Aquí tienen la canción. Abajo les pongo la letra y su traducción. Descansa en paz, viejo cowboy.




Perfect day, (Lou Reed 1972)           Un día perfecto

Just a perfect day,                                             Sólo un día perfecto,
Drink Sangria in the park,                                Bebimos Sangría en el parque,
And then later, when it gets dark,                   Y luego más tarde, cuando oscureció,
We go home.                                                      Nos fuimos a casa.
Just a perfect day,                                              Sólo un día perfecto,
Feed animals in the zoo                                   Alimentamos animales en el zoo,
Then later, a movie, too,                                   Luego más tarde, también una película,
And then home.                                                  Y luego a casa.
Oh it’s such a perfect day,                                Oh, qué día tan perfecto,
I’m glad I spent it with you.                               Estoy contento de haberlo pasado contigo.

Oh such a perfect day,                                      Oh, que día tan perfecto,
You just keep me hanging on,                       
Me sigues teniendo enganchado,
You just keep me hanging on.                       
Me sigues teniendo enganchado,

Just a perfect day,                                             Sólo un día perfecto,
Problems all left alone,                                    Todos los problemas nos dejaron en paz,
Weekenders on our own.                                 Domingueros a nuestra bola,
It’s such fun.                                                       Es tan divertido.
Just a perfect day,                                             Sólo un día perfecto,
You made me forget myself.                           Me hiciste olvidarme de mí mismo.
I thought I was someone else,                       Pensé que era otra persona,
Someone good.                                                 Alguien bueno.
Oh it’s such a perfect day,                                Oh, que día tan perfecto,
I’m glad I spent it with you.                               Estoy contento de haberlo pasado contigo.

Oh such a perfect day,                                      Oh, que día tan perfecto,
You just keep me hanging on,                        Me sigues teniendo enganchado,
You just keep me hanging on.                        Me sigues teniendo enganchado,
You’re going to reap just what you sow,       Sólo vas a recoger lo que sembraste,
You’re going to rea
p just what you sow,       Sólo vas a recoger lo que sembraste,
You’re going to reap just what you sow,       Sólo vas a recoger lo que sembraste,
You’re going to reap just what you sow…    Sólo vas a recoger lo que sembraste…

sábado, 26 de octubre de 2013

190. El sistema político chino

Hace tiempo que me suscita curiosidad lo que está sucediendo en China de unos años a esta parte. No he visitado ese lejano país, pero no deja de parecerme asombroso que un Estado parta del comunismo y, manteniendo el sistema de partido único, se embarque en la consecución de una estructura de capitalismo estatal totalmente opuesta a sus orígenes. Y que ese Estado esté en vías de convertirse en la primera potencia mundial. Creo que es la ocasión en que el ser humano se ha acercado más al viejo sueño de la cuadratura del círculo.

He hablado varias veces de China en este blog. En el post #68 “Por un calendario sin meses”, les hacía una comparativa de los diferentes calendarios en vigor, en donde se evidenciaba que el chino es el más antiguo. Lo creó Huang Di, conocido como el Emperador Amarillo, más de 2.500 años antes de Cristo. Este emperador visionario decidió que estaba en el año 1, y empezó la cuenta. Por ese calendario estamos ahora en el año 4.711 y, según los ciclos de doce años dedicados a doce animales diferentes, este es el Año de la Serpiente. El calendario judío está ya en el año 5.774, pero no es más antiguo, sino que hace la trampa de calcular en qué año tuvo lugar la Creación Divina y contar desde entonces.

Los chinos son, pues una civilización milenaria, que durante largos períodos de la antigüedad marchó a la vanguardia de la humanidad. Mucha gente tiende a creer que occidente ha estado siempre en cabeza del mundo, pero eso no es cierto. Antes de los griegos y los romanos, los territorios más adelantados estaban en el entorno entre Mesopotamia y Egipto. Tras la caída del Imperio Romano, el mundo occidental entró en una decadencia que no remontó hasta el Renacimiento. En el Siglo VIII, la civilización más avanzada era la musulmana (por cierto, los árabes dominaron España entre el año 711 y el 1492, ocho siglos. Desde que los echamos, hasta el momento presente, han transcurrido sólo otros seis. No deberíamos olvidarlo).

Y en el entorno del Siglo XV (como quien dice: hace dos días), los chinos eran de nuevo el pueblo más avanzado, sofisticado y rico del mundo. Si no me creen les pido que repasen mi post #91 “Los chinos, y no Colón, descubrieron América”. Después de esta época de esplendor, China inició su declive, como cualquier otro imperio. El crecimiento demográfico desmesurado, la pobreza, el atraso, el hambre y las sucesivas guerras marcaron una decadencia de la que les sacó el gran timonel Mao Tse Tung (así se llamaba en mi infancia, luego pasó a escribirse Mao Ze Dong). Mao organizó completamente el país, sobre la base de un sistema comunista adaptado a la idiosincrasia local, pero luego se le fue la olla, montó el desmadre de la Revolución Cultural, y pasó a engrosar la galería de grandes asesinos del siglo XX, junto a Hitler y Stalin, entre otros. Para entender esa deriva, ya les he recomendado un libro estremecedor: Cisnes Salvajes, de Jung Chang, 1991, Editorial Circe.

La historia posterior es conocida. El sistema soviético se vino abajo y en la cúpula de poder china se extendió la idea de hacer una simulación (no en diferido) del sistema capitalista europeo y norteamericano, orquestada desde el Partido, que no tiene la menor intención de soltar las riendas del país. Es algo muy sofisticado, que requiere una rígida estructura de poder, un control absoluto de los medios de comunicación y una dirección férrea. Hasta ahora no sabía cómo funcionaba la pirámide jerárquica del Estado chino, pero he logrado descifrarla, leyendo aquí y allá y sobre todo a través de un vídeo en el que uno de sus más brillantes propagandistas, explica a un público occidental las ventajas de su sistema. Abajo les pongo el enlace a dicho vídeo, pero antes quiero hacer algunas consideraciones más.

El sistema chino funciona como una máquina. Es una dictadura sin dictador, puesto que el poder lo ejerce un órgano colegiado, al que se accede por un largo proceso de ascenso que dura en torno a 30 años. Nuestro conferenciante del vídeo deja claro que ni Obama, ni por supuesto George W. Bush, hubieran podido llegar a presidentes en China. Ese sistema jerárquico está integrado por aproximadamente millón y medio de keyuan (funcionarios), que controlan y dirigen las tareas de la población trabajadora del país, estimada en unos 800 millones de obreros y campesinos. La plantilla de keyuan se renueva anualmente para reponer a los fallecidos, jubilados o expulsados, buscando entre los mejores expedientes de las universidades chinas punteras en cada especialidad, o bien en las extranjeras adonde acuden a estudiar los jóvenes chinos más brillantes.

Hay tres niveles entre los keyuan. El más bajo lo integran los ke (gerentes de sección) y los fuke (adjuntos a gerente de sección). El intermedio son los chu (gerentes de división) y los fuchu (adjuntos a gerente de división). El más alto, por último, son los ju (jefes de oficina) y los fuju (adjuntos a jefe de oficina). Una máquina perfecta, incluso a efectos terminológicos. Ke y fuke son unos 900.000, chu y fuchu 600.000 y ju y fuju 40.000. Los nuevos ingresos en el nivel fuke, así como los sucesivos ascensos, son estrictamente controlados por el poderoso Departamento de Organización del Partido. Sólo los más brillantes y aplicados suben de nivel.

Por encima del nivel ju, ya no hay más puestos de funcionario. Los mejores entre los ju alcanzan el privilegio de ascender a los niveles políticos. Algunos se integran en el Departamento de Organización del Partido, y otros acceden directamente al Comité Central del Partido Comunista de China, formado por 300 personas. Entre estas se eligen los 25 miembros del Politburó y, a su vez, entre estos 25 se eligen los 9 dirigentes del llamado Buró Político, los hombres con más poder de China.

Se trata por tanto de una meritocracia. Un sistema centralizado, burocrático y fuertemente controlado a partir de la selección de los mejores curriculums de las universidades punteras. Aquí puede estar su talón de Aquiles. Porque, ¿quiénes acceden a esas universidades punteras? Pues los hijos de los altos cargos del Partido y de los magnates privados más poderosos. Eso puede convertir algo concebido como una meritocracia perfecta, en un sistema oligárquico clásico, como el que había en los países soviéticos, o ahora en Cuba: oficialmente no hay clases sociales, pero en la realidad hay dos: los del partido y los demás.

Los del Buró Político tienen el poder suficiente como para dar cualquier golpe de timón que sus objetivos pragmáticos requieran. Por ejemplo, estos son los que han decidido que, para lograr una simulación perfecta del sistema capitalista, es necesario que haya 600 súper millonarios. De momento, tienen unos 250 y son ya el segundo país del mundo en número de millonarios (ver post #161). En su carrera hacia el primer lugar del ranking de países más poderosos del mundo, no se pueden parar en minucias: derechos humanos, igualdad de género, lucha contra la contaminación en las ciudades. Pero no importa. En los clubs más selectos, como el G-20, tienen una larga práctica de mirar para otro lado.

Lo mejor es que vean la conferencia de que les hablo. Dura 20 minutos, pero les juro que vale la pena (está subtitulada en español). El conferenciante es este señor que tienen aquí al lado (no me digan que no da un poco de miedo). La cadena yanqui TED, cuyo lema es Ideas Worth Spreading, o sea, ideas que merecen difundirse, invita al señor Eric X. Li. Es un joven brillante y ameno. Su discurso equipara las democracias electivas, con los regímenes marxistas. Dice que ambos son meta-teorías que no sirven para nada. Ellos han superado esa dicotomía creando un sistema novedoso, mucho más eficaz para conseguir el progreso y el bienestar de su pueblo. Las respuestas a las preguntas que le hacen al final, excluyen todo comentario. De todos modos, algo hay que reconocerles: se ahorran mucho dinero eliminando las Elecciones.

jueves, 24 de octubre de 2013

189. El principio KISS y otras modernidades

Acudo esta mañana a una jornada que organiza el Ayuntamiento en Cibeles, sobre sistemas de información pública, canales de atención al ciudadano y su conexión con las llamadas redes sociales. Tengo que estar un poco al día en estas cosas para no quedarme atrás en mi trabajo, ni tampoco en el mundo. La integración en el universo de lo que se ha dado en llamar redes sociales, es una cuestión generacional. Les puedo asegurar que, por ejemplo cuando difundí entre mis contactos que había abierto un blog, recibí más respuestas de las que esperaba del siguiente tenor: yo no entro en Internet, yo no tengo ordenador, si quieres que lea algo que has escrito, dámelo en papel. Indicativos inequívocos del promedio de edad de mis conocidos. Sin embargo, pongan ustedes una tablet al alcance de un bebé de pocos meses y comprobarán como al instante se pone a tocar los iconos de la pantalla con un dedito.
    
Aparte el fondo del asunto, me gusta ir a estas cosas para captar expresiones nuevas, porque la lengua es una cosa viva y cada día se inventan palabras que empiezan a circular y a los pocos días ya las usa todo el mundo. Últimamente he detectado unas cuantas. La primera, expatriados. Ahora a la gente que vive fuera de su país, ya no se les llama emigrantes o extranjeros, sino expatriados. Si buscan las noticias sobre el asalto a un centro comercial de lujo en el centro de Nairobi, encontrarán la palabra por todos lados: el centro era el lugar de referencia de los expatriados de la ciudad.

Otra palabreja de moda: empoderamiento (no me gusta nada). Parece que hace referencia a organizaciones o redes que se dedican a ir ganando poder para sectores hasta ahora desfavorecidos o discriminados, a base de estrategias paulatinas en las que las pequeñas conquistas se van afirmando y consolidando antes de emprender otras nuevas. Es un término positivo, meritorio, cuando se refiere a las mujeres, por ejemplo, o a los pobres, o los desplazados por una guerra o a cualquier sector que se sienta machacado por otro y quiera ganar un poco de poder, en definitiva. No me gusta la palabra, porque no tiene la misma valoración cuando es el sector dominante el que utiliza esas mismas estrategias o mecanismos: los hombres, los ricos, los que mandan, etcétera.

La que sí me gusta y desde ya la voy a incorporar a mis textos es postureo. En este nuevo vocablo, muy en boga en los foros virtuales, se sintetiza toda actuación de cara a la galería, que no responda a una verdadera motivación. Es el pijerío, el dandismo, el llamar la atención porque sí, el ponerse determinadas ropas o adoptar determinadas actitudes sólo para figurar, o para salir todo el rato en los medios del corazón. Tiene un sentido peyorativo: decirle a uno que lo que acaba de hacer es simple postureo es descalificarlo, desvelar su verdadero juego. Por ejemplo, podemos pensar que Miley Cirus saca la lengua todo el rato por postureo. En este mundo de la imagen y la apariencia, hacía falta un término que desenmascarase toda esta parafernalia hueca que nos invade. El postureo es el esnobismo en la era de las redes sociales.

Acudí pues a la jornada, que ocupaba toda la mañana. La primera cosa llamativa era que, en una esquina del salón de actos, un par de intérpretes para sordos, se turnaban en traducir las conferencias para el eventual público de discapacitados auditivos (supongo que se llaman así). No creo que hubiera en la sala un solo asistente que necesitara esa traducción, (o sea que el traer a estos expertos en el lenguaje de signos era puro postureo), pero los dos eran buenísimos y, cuando algún conferenciante se ponía pesado, yo me distraía siguiendo la gimnasia gestual de los traductores, algo mucho más divertido.

Las charlas fueron desiguales, pero algunas me parecieron muy interesantes. Uno de los chavales que hace unos años fundaron Tuenti, explicó la forma en que se creó esta red, de patente española, sus prestaciones dirigidas al público juvenil, la necesidad sobrevenida de fijar un tope mínimo de edad que se estableció en 14 años, y los trucos que hacen los de menos edad para colarse. Les preocupa mucho la privacidad y la seguridad de sus mensajes, sus datos no pasan a indexarse en los buscadores (como sucede con las demás redes) y mantienen un control permanente de los perfiles. Alguien aportó un dicho: el internauta nace en Tuenti, crece en Twitter y envejece en Facebook. Debe de ser bastante cierto. El Tuenti lo usa muy poca gente por encima de 24 años, y el Facebook no deja de ser un lugar en el que cuelgan sus fotos, videos y chistes los jubilados cibernéticos.

Se habló también del llamado Efecto Streisand. Se llama así al fenómeno por el cual un intento de tapar, acallar o censurar una información en Internet, consigue el efecto contrario: que se entere todo el mundo y el asunto se vuelva viral. El nombre viene de un hecho real. En 2003, un fotógrafo californiano se dedicó a sacar fotos aéreas de la primera línea de playa, por encargo de una organización conservacionista que pretendía documentar el efecto de la erosión en el territorio costero. Esas fotos se colgaron en la Web de dicha organización, una página a la que entraban cuatro ecologistas y los parientes directos de sus miembros. Por casualidad, la actriz Barbra Streisand descubrió la imagen de su mansión a pie de playa y denunció a la organización en los tribunales, exigiendo su retirada. Resultado: todo el mundo se enteró, buscó esa foto y pudo verla antes que los tribunales iniciaran siquiera las diligencias previas. Es la versión actualizada del alguacil alguacilado.

Una máxima de las redes sociales: Don’t feed the troll. Se ha dado en llamar troll a un  mensaje (y, por metonimia, al autor del mismo) que se introduce en un foro de Internet con un contenido provocador, intencionado o no, que se carga el debate, porque suscita respuestas airadas de los miembros del foro y la cosa se desmadra. Un troll es casi como un virus por su capacidad destructiva del diálogo y las buenas formas en el intercambio de ideas. Por ejemplo, yo tengo un troll nacionalista que, de vez en cuando, se cuela y hace comentarios en el Blog, y yo entro a su trapo como un gilipollas, con respuestas airadas o desmesuradas. Eso es lo que significa la máxima: no alimentes al troll, no entres al trapo, mantén la calma porque, si quiere, se puede cargar el foro, incluso aunque no fuera esa su intención inicial.

Una última novedad terminológica que he captado en la jornada de esta mañana: el llamado Principio KISS. Es este un acrónimo de keep it simple, stupid. Se trata en este caso de una recomendación a tener en cuenta a la hora de elaborar un escrito que se sube a la red, o unas instrucciones para cualquier proceso. No te enrolles, no hables más de lo necesario, elimina lo superfluo. Un buen texto es aquel que puede entender cualquiera, que está explicado “como para tontos” pero al que no le sobra nada. Vamos, como las novelas de Azorín. Palabras sencillas, escuetas y ajustadas a lo que se quiere explicar. Todos ustedes conocen la célebre primera parte de la recomendación de Baltasar Gracián: lo bueno, si breve, dos veces bueno. Pero seguro que ignoran que este dicho tenía una segunda frase que lo complementaba: y aun lo malo, si poco, menos malo. Hala, ahora tírense el moco de que ya lo sabían.

En fin, curiosidades del mundo de la comunicación virtual. Nada muy novedoso, máximas y refranes de toda la vida puestos al día. Pero, ya saben, si se encuentran en un foro en el que se habla de estas cosas y quieren quedar bien y parecer enterados, no dejen de citar el efecto Streisand, el KISS y lo de don’t feed the troll. Todo sea por el postureo internáutico. Que duerman bien.  
     

domingo, 20 de octubre de 2013

188. La carrera de la ciencia

Esta mañana he corrido de nuevo y estoy muy contento con el progreso de la temporada. La llamada Carrera de la Ciencia (antes del CSIC) era, como todas, de 10 kilómetros y la he completado en un tiempo oficial de 59.04. Los que no entienden de estas cosas tal vez no valoren el mérito que tiene bajar tres minutos y medio sobre la marca que hice en La Melonera, hace apenas un mes, ciertamente con mucho más calor. Mi registro de hoy sigue siendo regularcillo pero, a mi edad y después de un par de años compitiendo poquito, no puedo pedir más. Y mi temporada tiene todavía margen de mejora.

Cuando era joven, estas carreras de 10 kms. las afrontaba sin ninguna precaución adicional. Es decir que, salvo no acostarme demasiado tarde, el día anterior hacía vida normal, cenaba con mi cervecita y no cambiaba ninguno de mis otros hábitos. Ahora en cambio, repito algunas de las rutinas que cumplía cuando debía afrontar una distancia más larga. Por ejemplo, el sábado hice una comida abundante y me eché una ligera siesta. Luego, debía haber descansado, pero tuve que ayudar en una mudanza. No importa, llegué tarde a casa, me comí más o menos un cuarto de melón y un yogur griego y me acosté en cuanto me dio el sueño.

La carrera empezaba a las 9 de la mañana, pero el dorsal había que recogerlo en la misma salida, a partir de la 7.30. Esto es algo novedoso para mí, en mis tiempos el dorsal se recogía unos días antes y la noche antes de la carrera ya te dejabas la camiseta que ibas a usar, preparada con el dorsal fijado con cuatro imperdibles. Claro, eso suponía tener a gente repartiendo dorsales varios días, pagarles por su trabajo, etcétera. Como consecuencia de la crisis, todo esto se concentra ahora en hora y media antes de la salida. También en mis tiempos, estas carreras eran algo muy minoritario, de forma que yo me iba en coche, aparcaba cerca, dejaba la cartera y las llaves de casa en la guantera y la ropa de abrigo en el maletero. Luego accedía a pie a la salida, llevando únicamente la llave del coche.

El sábado consulté la Web de la carrera. El número de inscritos superaba los 7.000. La salida y la meta eran frente a la sede del CSIC, en la calle Serrano, una zona imposible para aparcar cinco mil vehículos. Para ir en mi coche tendría que haberme levantado a las 5 de la mañana (por decir algo), con lo cual, a la hora de la salida ya estaría cansado y aburrido. Nunca me gustó ir en Metro a las carreras. No me gusta llevar nada en la mano ni mochilas colgando, y el bolsillito mínimo de mis pantalones de deportes se llena con las llaves de casa o del coche, según los casos. Si meto allí el ticket de mi abono anual de transportes, lo más probable es que termine la mañana estropeado, por el sudor y el roce con las llaves.

Pero esta vez se imponía el Metro porque, además, para recoger el dorsal había que llevar el DNI o cualquier otro medio de identificación personal. Rebusqué en mis armarios en busca de una minimochila de corredor, y encontré una adecuada. Se trata de una carterita de El Brillante, que hicieron para conmemorar un aniversario del bar, junto con una taza con cuchara. Les dieron algunas a los camareros, para que ellos mismos se las regalaran a los clientes más asiduos, y mi amigo Álvarez, el veterano camarero asturiano que controla la parte de arriba de la barra, me dio las dos cosas en una bolsa de plástico. La cartera es pequeña y cuadrada y tiene en el frontal un anuncio impreso donde, bajo el nombre El Brillante, aparecen tres líneas rojas simulando sus neones, una foto de un bocata gigante de calamares y la leyenda que certifica que se trata de los mejores bocadillos de calamares de Madrid.

El problema era cómo llevarla para que no me molestara en la carrera, pero descubrí que el pantalón tenía cuatro aberturas estratégicamente dispuestas para pasar por ellas la correa de la cartera. Así que me dejé preparado el pantalón con la cartera incorporada, en la que metí las llaves, el DNI, el abono de transportes y cuatro imperdibles. Me levanté a las 7 y me lavé un poco. Me vestí, me tomé un café bebido y algo más de medio litro de agua, utilicé el inodoro (ya ven qué fino me he vuelto) y estuve listo para salir. Entonces se desató el diluvio universal. Era algo que no estaba en el programa. Consulté la previsión del tiempo en mi Smartphone. Cielos nublados, temperatura de 14 grados y humedad del 100%, pero nada de lluvia. Debía de ser una tormenta aislada. En ningún momento me planteé renunciar a la carrera. Mi piso es el último y se escucha el estruendo de la lluvia sobre la azotea. Cuando el ruido se atenuó, bajé a la calle y salí abrigado sólo con mi camiseta ligera.

Me cayeron algunas gotas en el camino al metro, que hube de hacer saltando sobre charcos gigantes. Era noche cerrada. Hice dos trayectos de Metro. En el primero, coincidí con un personal de borrachos y alcohólicos, que habían hecho tiempo hasta que abrieran el Metro para regresar a sus míseras cuevas, tras su noche trasegando Don Simón. Mi imagen, en camiseta fina y con una cartera de El Brillante, les llamaba lógicamente la atención. Me hicieron diversas reverencias, perorando con voces pastosas sobre lo bueno que debía de ser el ejercicio y otros lugares comunes mascullados con sus bocas desdentadas, de alientos hediondos a varios metros. Tras cambiar de línea, el público cambió y el vagón se llenó de corredores, la mayoría mucho más abrigados que yo. Llegué a tiempo a la mesa de los dorsales que me correspondía por número, y pude estar entre la masa de los 7000 corredores que salieron calle Serrano abajo.

La carrera tiene una primera parte cuesta abajo hasta cerca de la Puerta de Alcalá y luego remonta por la Castellana. Los kilómetros 3 al 7 son bastante duros, hasta llegar a Alberto Alcocer. Luego se vuelve por Príncipe de Vergara y se coge otra vez Serrano para hacer la última parte a favor de cota. No volvió a llover, salvo las gotas que caían de los árboles cuando había una ráfaga de viento. Lo peor de la lluvia son los charcos que genera, que pueden empaparte los calcetines y producirte ampollas. Pero yo he corrido una carrera de Canillejas entera lloviendo. En fin, las condiciones de carrera eran buenas, me encontré bien, pasé como pude la parte cuesta arriba y acabé esprintando. Luego me bebí un par de botellas de Powerade, hice una tanda de estiramientos y eché a andar hacia el Metro.

Hora y cuarto después de la salida, los últimos corredores llegaban a la meta exhaustos. Aplaudí a algunos grupos rezagados. En la acera, el SAMUR atendía a un grandullón derrumbado en el suelo con los brazos en cruz, aun con su dorsal sobre la camiseta. Le habían puesto oxígeno, así que la cosa debía de ser seria. Por encima de la mascarilla, unos ojos aterrorizados devolvieron mi mirada de curiosidad. Un poco más allá, el último de la carrera, un gordo que resoplaba como un becerro, dejaba la Plaza de la República Argentina para afrontar el último tramo de Serrano, entre las ovaciones de los que volvíamos. Tras él, las luces intermitentes de los coches de la policía municipal, las ambulancias y los del servicio de limpiezas urgentes.

Tomé el Metro de vuelta y salí en Atocha al sol de las 11. Subí a casa, me duché, desayuné copiosamente y encendí el ordenador. Un correo me daba ya los datos finales de la carrera. Se habían inscrito 7.307 corredores. Llegaron a la meta 5.869. El último (el gordo, supongo) había hecho 1 hora y 25 minutos. El primero, que atiende por Mohamed (o sea que ya saben de dónde es), había hecho 29.48. ¡Qué animal! Mi tiempo ya se lo puse al principio. Mi puesto: el 4.406.

Ahora díganme que esta ciudad está en decadencia y toda esa monserga. Ya les he dado mi opinión al respecto: aquí lo único que nos falta es que se larguen los pesimistas y los amargados, para que estemos más anchos los que disfrutamos de la vida urbana. Hala, a dormir, que mañana empieza el otoño, mi estación preferida y hay muchas cosas de que hablar.
   

viernes, 18 de octubre de 2013

187. ¡Y dale con lo mal que está Madrid!

Qué coñazo más insoportable la campaña que ha montado El País. Todos los putos días con la decadencia de Madrid, la falta de relato de la ciudad, la suciedad por todos lados, los mendigos, las ratas y las cucarachas. ¡Qué cansinos! ¡Cómo se tergiversa la realidad! ¿Será que quieren vender más periódicos en Cataluña? ¿O tal vez son los periodistas de El País los que se han quedado sin relato, desde que se fue Mourinho? Menos mal que Elvira Lindo les ha dado una adecuada réplica, proclamando que el relato de esta ciudad es interminable, que ella sale a la calle y encuentra cada día material para sus libros. Yo también, salvando las distancias. Este Blog se nutre en buena medida de la vida en las calles de esta ciudad extraordinaria, aun en su declive.

Desde luego que la ciudad está mal, como corresponde al calvario de ser la capital de un Estado intervenido de facto en el actual escenario de crisis. La última vez que visité Lisboa me dio auténtica pena. Y no he ido últimamente a Atenas, pero me la puedo imaginar. En Madrid arrastramos una deuda descomunal, resultado de la prodigalidad de determinados regidores de cuyo nombre sí quiero acordarme, pero no puedo todavía, mientras no me jubile, o desista de forma definitiva de pelear por volver a tener un papel en el organigrama municipal, mejor que el que ahora desempeño. Tampoco me parece ético largar a cuenta del organismo que me da de comer. Así que, queridos lectores, los cotillas tendrán que seguir esperando.

La señora Alcaldesa lleva menos de dos años en el puesto y todo este tiempo se ha dedicado a dos cosas: ganar la Olimpiada y cuadrar cuentas. También ha tenido que dedicar muchas horas al triste caso del Madrid Arena, que no estaba en el programa. Una vez descartado el sueño olímpico, sólo le queda el asunto de las cuentas. Aquí no le va tan mal. Este año, próximo a acabar, va a ser el segundo consecutivo en que el Ayuntamiento tendrá superávit. Natural, porque aquí se ha recortado en casi todo, incluyendo servicios, iluminación, limpieza y mantenimiento del pavimento de las calles. Pues claro que todo eso se nota. Lo que pasa es que, si todos colaboráramos en el tema de la limpieza, por ejemplo, a lo mejor se notaba menos. Pero es más cómodo proclamar “todo está fatal” y luego volvernos a nuestro castillo y abrir una cerveza. Mejor tirando un papel al suelo, de camino. Ya desarrollé bastante este tema en el post “Filípica”.

Lo de terminar en superávit no es un capricho, ni un objetivo marcado sólo para presumir de ello. Es que, si el Ayuntamiento no cumple ese objetivo, el Estado no le da la ayuda económica que necesita casi para respirar. El deterioro de la ciudad es progresivo. No estamos esta semana mucho peor que hace dos meses. Pero ahora El País ha dado la salida: a por ellos oé, oé, oé. Y todo vale para el objetivo fijado. Hasta sacar una foto de la T-4 totalmente vacía. El otro día fui allí a llevar a mi hijo que se iba a Nancy, y estaba llena, a pesar de que eran las cuatro de la mañana. ¿Cómo habrán conseguido hacer la foto de marras? ¿Tal vez pidiendo al personal que se apartara? ¿O recurriendo al photoshop? Por cierto, el aeropuerto del Prat superó a Barajas en agosto (gran titular), pero en septiembre volvió a quedar por detrás (casi ni mención). Lo cierto es que los dos van fatal, resultado de una política estatal nefasta.

En mi barrio hay una nutrida población estable de mendigos que duermen en la calle (honradamente, yo no he notado que hayan aumentado). Desde aquí me ofrezco a El País para hacerles unas fotos y pasárselas (siempre que me las paguen, claro). Les serán de mucha utilidad para reforzar su mensaje. Aunque calculo que ya tendrán un archivo nutrido, ordenado por categorías: barbudos, mujeres tristes, tipos durmiendo bajo cartones. La prensa siempre tiene imágenes preparadas, por si sucede algo. Por ejemplo, pajarracos empapados en chapapote, para los desastres tipo Prestige, o niños famélicos llorando con mocos y asediados por enjambres de moscas, para las hambrunas africanas.

Ya dije lo que pensaba de El País en el post #35, allá por el mes de noviembre de 2012, hace casi un año, y no voy a repetirlo. Si quieren búsquenlo. Me gustaría poner un hipervínculo, de esos que dicen “vean el post #35 pinchando aquí” y el “aquí” sale subrayado y en azulito, pero no sé cómo se hace y, desde que me he enfadado con Lisardo, o él conmigo, que ya ni me acuerdo de lo que pasó entre nosotros, pues no tengo a nadie que me ayude a incorporar novedades técnicas. Ese periódico que ya no informa, sino que jalea, tiene a un tal Bruno para tergiversar y sesgar las informaciones de Madrid. Es un especialista. En su informe sobre una encuesta de percepción de la calidad urbana que ha hecho la Unión Europea (y que yo no veo tan grave; algunos indicadores han empeorado, ¿y qué?), el tipo recurre a trucos que mueven a risa. Por ejemplo, en no-se-qué indicador, proclama con gran escándalo que Madrid es la décima por la cola de toda Europa. Pero resulta que las ciudades analizadas son 28. Podría haber dicho “Madrid es la decimoctava”, pero suena mucho peor “décima por la cola”.

Y, para completar la andanada, se la da espacio al señor Vidal i Foch, don Xavier, para que perpetre un suelto rebosante de bilis de la negra. Con todos los respetos, un señor llamado Vidal i Foch, en estos momentos no está autorizado a hablar sobre Madrid. Porque alguien que firma con ese nombre, demuestra estar afectado por el virus del nacionalismo y ya sabemos lo que va a decir. No les voy a poner los links, son fáciles de encontrar si no los han leido. No sé cuál es el objetivo de esta campaña, justo en estos momentos, salvo el evidente de hacer leña del árbol olímpico caído, pero me temo que la cosa tiene más trasfondo. Y, desde luego, sería impensable que en un periódico catalán se hable algún día de la decadencia de Barcelona, si es que la hay. Y si se habla será para echarnos la culpa a nosotros.

El otro día, escuché en streaming una conferencia para toda Latinoamérica del gran Jordi Borja (pronuncien Bor-ya, escolti nen), el tipo que organizó urbanísticamente el área metropolitana de Barcelona. El streaming permitía enviarle preguntas por mail. Cuando apareció en pantalla, estuve tentado de mandarle un correo recomendándole mi champú. Se le han quedado unos pelillos anémicos bastante ridículos (es consciente de ello, porque se los toca todo el rato con mucho cuidado, mientras habla). Su discurso estaba tan envejecido como su calva; por un momento pensé que iba a decir que la solución de las ciudades pasaba por ”llibertat, amnistía i estatut d’autonomía”, tan antiguas resultaban sus recomendaciones. 

Bueno, pues el tipo sacaba todo el tiempo imágenes con ejemplos que apoyaban su discurso. Las de Madrid, todas negativas: las calles desmesuradas de los PAUs, la contaminación y todo lo que se imaginen. Pero en cierto momento, pasó a hablar de los parques fluviales de las ciudades y yo pensé: a ver qué imagen saca. ¿Saben cuál fue? Pues ¡¡el Parque del Segre!! un tratamiento forestal de ribera con cuatro árboles al tres bolillo. Se lo juro. Aquí todo el mundo empuja en la misma dirección. El señor Artur Menos a mí me cae muy mal, pero sería injusto pensar que es un loco que está arrastrando a su pueblo a donde no quiere ir. El odio a Madrid y el complejo de inferioridad (no es otra cosa) ya existían antes del señor Menos, igual que los alemanes ya eran antisemitas antes de Hitler.

Deberíamos aprender de los catalanes y defender Madrid, como ellos defienden Barcelona. Pero no. Aquí el señor Cebrián da la salida y todos nos tragamos el sapo. Siento ser hoy tan agrio, pero es que ya me han pisado el callo, hombre. Vale, Madrid está muy mal, ya lo vemos nosotros, no hace falta que venga ningún catalán, ni ningún Bruno a decírnoslo. Pero sobrevivirá. Si sobrevivimos a reyes tan nefastos como Felipe III, o alcaldes tan cutres como García Lomas o Arespacochaga, también saldremos de esta. Ya lo verán.

lunes, 14 de octubre de 2013

186. Herniados

Cuando yo era pequeño, recogía los periódicos que desechaba mi padre para ojearlos, leer las viñetas, hacer los crucigramas y ver los santos. En casa se compraba el ABC y La Voz de Galicia, era lo que había en la época. Allí, en las últimas páginas, junto a los crucigramas y las esquelas, había siempre unos grandes anuncios que proclamaban mensajes de este tenor (copio directamente de la Hemeroteca del ABC, pg.6 de la primera edición del 11 de mayo de 1948): ¡Herniados! Con el Súper Obturador Hernius Automático, sus problemas han terminado. Este moderno aparato, el más perfecto, cómodo y seguro, sin tirantes, peso, bulto ni presiones, contiene y reduce la hernia sin notarse que se lleva. Consígalo en el Gabinete Hernius, calle de la Montera, 32, 2º. Venga a visitarnos, tenemos soluciones personalizadas para usted. En este link, pueden ver una página de El Heraldo de Madrid, de fecha indeterminada, que incluye anuncios destinados a los herniados, además de otros para los borrachos y los nerviosos: http://hemerotecadigital.bne.es/pdf.raw?query=id:0000962502&lang=es&log=19310103-00000-00015/El+Heraldo+de+Madrid

A mí estos anuncios, como los del Depurativo Richelet Vitaminado, la Cafiaspirina, el Uromil para la reúma, los Cachets Collazo para la blenorragia, el Optalidón, el supercrecepelo Urania, los parches Sor Virginia o los litines del Doctor Gustín, me remiten a una época superada hace mucho, que se pierde en la neblina de los cincuenta, un tiempo en blanco y negro, como las imágenes del Nodo. Y miren ustedes por dónde, ahora resulta que el futbolista supersónico, el ironman estratosférico, el icono del siglo XXI que ha fichado el Real Madrid para deslumbrar a propios y extraños, pues resulta que está de baja por una dolencia de postguerra, de los tiempos de la sarna y las purgaciones. El señor Florentino ha pagado cien millones por un herniado.

No es mi estilo burlarme de la desgracia ajena, pero no me digan que la cosa no es como para esmendrellarse de risa. Los del Barça habrán de estar frotándose las manos: otra Liga a la buchaca sin despeinarse. Bueno, con permiso del Atlético que resistirá numantinamente hasta donde le lleguen las fuerzas. La peripecia épica del David del Manzanares, frente a los dos Goliaths del fútbol patrio, genera apoyos y entusiasmos en las instancias más insospechadas. Mi amigo Gonzalo Hidalgo Bayal, escritor extremeño de prosa atormentada y compleja, poeta de lo imposible y ensayista de lo abstracto, mantiene un blog desde hace unos cinco años en el que tengo que confesar que a veces entro y no entiendo nada de lo que quiere expresar. 
 
Bueno, pues unos días antes de la pasada Final de la Copa del Rey Madrí-Aleti (donde esta vez no hicimos el ridículo internacional de pitar masivamente el Himno Nacional), el bueno de Gonzalo bajó del Olimpo que habita en compañía de sus atareadas musas, para colgar en su blog este verso breve, sintético, brillante y con la dificultad añadida de rimar esdrújulas:

VATICINIO
Si aun hay justicia poética
En aqueste mundo herético
Esta copa penibética
no hay estética sin ética
Ha de ganarla el Atlético

Acertó Gonzalo en su pronóstico, y desde entonces el Atlético ha ganado prácticamente todos sus partidos, mientras que el Madrí no levanta cabeza. Encima, para pagar la adquisición del herniado, han tenido que traspasar a su mejor jugador desde Zidane, ese alemán medio turco llamado Mesut Ozil, que ostenta una de las miradas más inquietantes del fútbol actual. Cuando se fue al Arsenal londinense, la prensa más afín a la caverna madridista lanzó el mensaje de que Mesut se había ido porque él había querido, y que se había equivocado al marcharse a un club claramente inferior y sin el pedigrí del Madrí. Ahora, mientras el Madrí se arrastra por la liga española, el Arsenal es el líder de la Premier, y Mesut encabeza el ranking de asistencias, es decir, es el jugador que ha dado más pases de gol de toda la liga inglesa. Además, maravilla a los británicos con sus malabarismos con un chicle, que pueden ver en este vídeo.



El día que el herniado portentoso sea capaz de hacer una cosa así, empezaré a tenerle en consideración. Aunque, quita-quita, mejor que ni lo intente, no sea que se le salga la cadera. Se me ocurre que, en una transacción financiera del tamaño de la que ha sustentado la compra del galáctico lisiado, habrá una serie de cautelas, por si el producto no se ajusta a lo estipulado. Cuando uno se compra, por ejemplo, una lavadora, y no consigue hacerla funcionar, pues vuelve a El Corte Inglés, hace una reclamación y le dan otra. A lo mejor el crack demediado está todavía en garantía y Florentino puede reclamar que le traigan otro. Por cien millones, hasta podrían darle dos o tres jugadores, tal como está el mercado.

Cuando a uno lo estafan, tiene que pelear para recuperar su dinero. Por ejemplo, el coche que yo alquilé en Escocia, me lo han cobrado dos veces y aquí me tienen dando la bronca. Otro día les contaré la historia de este pleito insignificante, en el que he encontrado el inesperado apoyo del Banco donde tengo la tarjeta Visa de la que me cobraron las dos veces. Los señores del Banco, lo primero que han hecho es ingresarme la cantidad cobrada de forma indebida y decirme que me olvide del tema, que ya ellos lo pelean con sus gabinetes jurídicos. Pues digo yo que eso podía hacer el señor Florentino: a ver, ustedes me reingresan los cien millones de pavos, y luego se entienden con el instituto Hernius, o con quien corresponda.

La forma de combatir externamente una hernia, sin intervención quirúrgica, es un adminículo de nombre bastante elocuente: braguero. En los comienzos del siglo XX, los bragueros eran parientes de la faja de ballenas, el sostén-panza para embarazadas (también utilizado por ciertos caballeros), los tirantes ortopédicos del doctor Levine y otros inventos de la ortopedia con fines estéticos. Pero ya en los cuarenta, los modernos bragueros del doctor Boer, sólo conservaban de sus antecesores el nombre. La forma de estos artilugios se había estilizado hasta tal punto que se reducían a una cinta minúscula con una pieza dura para el lugar de la lesión.

Según el DRAE, la palabra braguero tiene otra acepción menos conocida. Se llamaban así las sujeciones que inmovilizaban a los cañones de los barcos para que, al disparar, el retroceso no fuera muy grande. Un cañón de varias toneladas que se pone en marcha es difícil de parar por los marineros y puede herir a alguien, o saltar por la borda. Eso es lo que hace a veces la lavadora de mi casa: cuando centrifuga, se pone tan contenta que sale a la mitad de la cocina a saludar. Supongo que debería ponerle un braguero para lavadoras. Tal vez deba consultar al respecto con el señor Florentino. Un tipo capaz de emplear tan bien su dinero, no creo que tenga muchos problemas para arreglarme la lavadora. De momento, la marcha de su equipo en los campeonatos que disputa, tiene a los forofos todo el día con el braguero puesto por si acaso. 

Duerman bien y no sean malos.

sábado, 12 de octubre de 2013

185. Demasiada felicidad

Alegría grande de que le hayan dado el Nobel a Alice Munro, la gran dama de la literatura canadiense, una señora de 80 años que escribe unos relatos ciertamente inquietantes. Y también porque, por una vez, he acertado en un pronóstico. Soy tan inútil anticipando el futuro, que ya casi no me atrevo a pronosticar nada. Además, el signo de este blog ha de ser optimista, lo que me lleva a un dilema sin solución. Si, de acuerdo con mi filosofía de la vida, hago pronósticos optimistas, dado mi casi nulo porcentaje de acierto, propiciaré la consecución de resultados funestos. Y si pronostico desgracias diversas, para forzar el que luego salga lo contrario, pues estaré cayendo en ese pesimismo cenizo que tienta a tanta gente en épocas difíciles, y del que yo huyo como de la mierda (con perdón). 

En realidad, no era un pronóstico lo que yo formulaba en mi post #140 “Sobre el próximo Nóbel de literatura”, allá por el mes de junio, sino una lista de cuatro escritores que, en mi opinión, era una vergüenza que no tuvieran ya ese premio. La lista se ha reducido ahora a tres: Haruki Murakami, Paul Auster y Philip Roth. La señora Alice Munro se merece de sobra el galardón y que ahora se hable de ella largamente y se reediten sus no muy numerosos libros. Particularmente, yo he leído en estos últimos tiempos la colección de relatos Demasiada felicidad, por consejo de Julián, un seguidor de este blog que últimamente no me honra con sus visitas (o al menos ya no hace comentarios como antes). 
  
Alice Munro retrata entornos cotidianos, rutinarios, acomodados, en los que se interna explorando la mente de personas aparentemente corrientes en busca de duelos, afanes, miedos, huidas, incertidumbres, desgracias y sucesos tremendos. Esa familia modélica, uno de cuyos hijos decide escapar de su mundo para convertirse en un vagabundo, y la visita que le hace muchos años después la madre, ya viuda, tras reconocerlo en unas imágenes del telediario. O esa mujer joven que vive sola y parece moverse sobre un alambre muy fino, en un equilibrio precario en el que sobrevive después de una tragedia terrible que poco a poco vamos conociendo. O esa señora mayor, sabedora de que padece un cáncer terminal, circunstancia que la hace mantener una calma rayana en la indiferencia, cuando un asesino fugitivo se atrinchera en su casa con ella como rehén. En el cuento Fiction, la autora juega con la incertidumbre de lo real y lo falso, de una manera deliciosa.

He leído otros libros en estos últimos tiempos, en los que también se juega a entremezclar lo real y lo imaginario, como yo intento hacer en este blog, salvando las distancias. Para empezar, dos libros de Manuel Chaves Nogales, de los que ya hablé en el blog antes de haberlos leído. El Maestro Juan Martínez, que estaba allí, narra la peripecia de un bailaor de flamenco, nada menos que de Burgos. El tipo ha emigrado a París, donde se gana la vida con su mujer, que baila con él en los escenarios. Entonces le ofrecen un contrato en Estambul y allí le sorprende el estallido de la Primera Guerra Mundial. A partir de ahí, su vida es un continuo penar. 

Huyendo de la guerra consigue llegar a San Petersburgo, en donde le pilla el principio de la Revolución. Buscando un lugar menos agitado, llega a Kiev (Ucrania), en donde sufre la interminable serie de conquistas y reconquistas de la ciudad, por los bolcheviques y los llamados blancos. Cada vez que Kiev cae en manos de uno de los dos bandos la población sufre una nueva oleada de represiones. Con la idea de escapar de aquel infierno, Martínez logra llegar a la ciudad costera de Constanza, en donde confía en embarcar otra vez hacia Estambul. Pero allí sufrirá la tercera de sus desgracias, después de la revolución y la guerra: el hambre. No es fácil colarse en un barco con destino al mundo occidental, no hay consulado español, y nuestro hombre ha de hacerse pasar por italiano para lograr su objetivo.

Mucha gente pensó que Chaves Nogales utilizaba el recurso literario de presentarnos a un personaje ignorante e inculto, como una especie de antihéroe, para explicarnos los grandes sucesos que conmovieron al mundo a comienzos del siglo XX. Pero él siempre sostuvo que el personaje era real, que lo había conocido en París en los años 30 y se había limitado a transcribir el relato de sus penalidades. El libro es curioso y merece la pena, como todos los suyos, pero palidece al lado de su obra maestra A sangre y fuego, una colección de nueve relatos de la Guerra Civil, de los que Chaves también sostuvo que eran totalmente reales.

Aquí pueden leerse historias como la de los señoritos andaluces que salen a caballo de cacería de sindicalistas, o las expediciones nocturnas en el Madrid republicano en busca de franquistas infiltrados, reales o falsos, daba igual, capturados a veces por una denuncia de alguien que les debía una, y destinados a ser fusilados al amanecer. El prólogo de Chaves está considerado como uno de los textos más lúcidos sobre nuestra guerra que se han escrito jamás. Chaves, periodista republicano (ver post #112) autor de grandes testimonios de la época, sostiene una teoría bastante original.

Dice Chaves que en España se vivía muy bien hasta los años veinte. Que fruto de esa situación se llegó a echar al rey Alfonso XIII de manera civilizada. Que si a la República le hubieran dejado más tiempo, España hubiera progresado tranquilamente como cualquier sociedad europea. Pero que la culpa de que eso no sucediera la tuvieron dos ideologías foráneas, totalmente ajenas a la idiosincrasia española, el fascismo y el comunismo, que anidaron entre nosotros y germinaron vertiginosamente alentando lo peor de nuestro carácter, el cainismo cebado por la incultura y la miseria, una compulsión que nos hizo descartar cualquier otro objetivo, para emplear todas nuestras energías en zurrarnos concienzudamente durante tres años. Chaves murió antes del fin de la guerra europea y no tuvo que sufrir la decepción de ver cómo los ganadores no hacían nada por echar a Franco del poder e incorporarnos a Europa.

Por cerrar el círculo de mis libros de reciente lectura, les hablo de Limónov, una historia novelada sobre un personaje real, el poeta ruso Eduard Limónov, disidente de los últimos tiempos soviéticos y ahora jefe de un extraño partido que durante un tiempo se llamó el Partido Nacional-Bolchevique, cuyas banderas imitaban a las enseñas nazis, sustituyendo la cruz gamada por la hoz y el martillo. A través de un personaje estrambótico, un auténtico friki de la literatura y la política, el autor, Emmanuel Carriere, nos traza el mejor retrato de la Rusia soviética y postsoviética, de la guerra civil de Yugoslavia y de los últimos años del siglo XX, imprescindibles para comprender el arranque del XXI.

Por cierto, Limónov, que consiguió un cierto renombre como narrador en occidente, donde nunca se le valoró como poeta, confiesa que todos sus libros de narrativa se dedican a contar cosas que le han sucedido de verdad, porque él es incapaz de imaginar una historia de ficción. Carriere, en cambio, imagina con precisión pasajes de la vida de su personaje, a partir de los cuatro datos que saca de sus libros. Todo el rato estamos dando vueltas a lo mismo. En estos meses he alternado la lectura de estos cuatro libros con otros sobre los que no merece la pena perder un renglón. Pero cualquiera de los cuatro que les digo es altamente recomendable. Buen fin de semana para todos. 

jueves, 10 de octubre de 2013

184. Un amargado no quiso bailar

¿Les suena este estribillo? Un amargado no quiso bailar/se fue a un rincón y se puso a llorar/llegó el carcelero y le dijo así/a ver si de una puta vez te pones a bailar el rock/todo el mundo a bailar/todo el mundo en la prisión/corrieron a bailar el rock. Si le suena la copla y le trae recuerdos imborrables, no falla: es usted de mi generación y está tan viejo como yo. La letra corresponde a la versión en español que hicieron los Teen Tops del afamado Jailhouse rock de Elvis Presley. Los Teen Tops, según la wikipedia, funcionaron entre 1959 y 1962. Eran un grupo mexicano, concretamente del DF (o el DeFectuoso). En el resto de México se conoce a la gente del DF como chilangos.

Era frecuente entonces que los grupos españoles y latinoamericanos hicieran versiones traducidas de los primeros éxitos del rock, que se vendían como rosquillas. Los Teen Tops tuvieron un éxito arrollador en España (además de en su tierra, por supuesto), con canciones inolvidables, como Popotitos, Ahí viene la plaga, Presumida y tantas otras. Formaban el grupo Enriquito Guzmán, cantante, y varios amigos suyos músicos, que respondían a los apodos de El Pollo, el Many, el Tatty y similares. Eran los tiempos. Cuando se cansó de aguantarlos, Enrique dejó el grupo e inició una exitosa carrera en solitario como cantante de baladas rebosantes de almíbar, con la que haría dinero pero no pasaría a la historia como con su grupo de adolescencia.

No fue el único conjunto que triunfó en España con la misma fórmula, en aquellos años fundacionales previos a la explosión de los Beatles, en un mercado raquítico que se movía por puro voluntarismo. Uno de los mejores fue Los Llopis. Los Llopis eran cubanos y consiguieron un notable éxito versioneando a Elvis Presley con el sensacional Estremécete, que no me resisto a ponerles aquí abajo. No se había inventado todavía el vídeo, pero la canción y las pintas de los músicos son impagables. Su disco, de 1958, se vendió tanto que fueron invitados a actuar en Madrid. Tocaron en Pasapoga, el histórico sótano del desaparecido cine Avenida, centro de la marcha nocturna de postguerra, donde llegó a actuar Frank Sinatra. 




¿Se han quedado patidifusos? Pues imaginen el impacto de este tema en los albores de los sesenta, recién suprimido el racionamiento y con los falangistas residuales repartidos por todos los puestos de la Administración, cuando no reconvertidos en profesores de Formación del Espíritu Nacional. Yo me asomaba a los diez añitos y escuchaba mucho la radio (la TV en blanco y negro todavía estaba en mantillas). Antes de la llegada de las versiones españolas de los éxitos del rock, las emisoras estaban copadas por las canciones de las estrellas nacionales como Juanito Valderrama (El Emigrante, Su primera comunión), La Ovejita Lucera y similares. También tenían mucha difusión los temas del gran Renato Carosone, pianista napolitano desbocado y showman muy divertido. Aquí tienen uno de sus números más conocidos.



Por entonces, no existían Los 40 Principales. Su inmediato antecedente era un programa menos ambicioso que se llamaba Los Superventas y se emitía en Radio Nacional. Los Superventas eran diez y la media hora de programa daba para escucharlos todos. Los Beatles, llegaron a tener tres canciones entre las diez más vendidas. El presentador del programa era un joven delgaducho y melenudo, de simpatía desbordada, que se llamaba José María Íñigo. Ahora está gordo y calvo, como Ronaldo, aunque mantiene la simpatía. La imagen actual de Íñigo es un indicativo demoledor de los estragos que produce el paso del tiempo. Porque de eso es de lo que quiero hablarles hoy, del paso del tiempo y cómo lo voy notando en las cuestiones cotidianas. Lo que pasa es que, si titulo el post “El paso del tiempo”, aquí no entra ni Blas. De modo que le he puesto un título-trampa, a ver si pican algunos incautos. Después de más de un año de blog, uno desarrolla ciertas mañas. No diré que me han crecido mejillones en las partes nobles, pero algo menos pardillo que al principio sí que soy.

No voy a hablar del colesterol, la pérdida de energía y flexibilidad, la memoria en retirada y ese tipo de desgracias, sino de cuestiones más imperceptibles que se te van colando poco a poco. Un ejemplo. Cuando yo tenía veinte años, iba a los conciertos de rock y era de los más altos. Veía sin esfuerzo el escenario completo, rodeado como estaba de españolitos de la época, de baja estatura proverbial. Con los años, la raza ha ido mejorando, yo creo que a base de Pelargón y otras sustancias dopantes. El caso es que con el paso de los años tuve que empezar a estirar el cuello, luego a ponerme de puntillas, y ahora es que directamente no veo nada por mucho que me esmere. Siempre tengo delante una barrera de jugadores de baloncesto.

Otro indicador. Cuando yo era joven, llevaba el pelo largo y tenía el bigote muy negro. Con esa pinta, más los vaqueros ajustados y la chamarra de cuero negro de motorista, pues daba un cierto miedo a la gente. Lo notaba por ejemplo cuando me ponía detrás de una señora que estaba sacando dinero de un cajero en la calle, para esperar mi turno. A la primera ojeada, la señora se ponía visiblemente nerviosa, miraba a todos lados y, en muchas ocasiones, anulaba la operación y salía pitando. Con el paso del tiempo, la aparición de las canas, la calvicie galopante y los atuendos menos agresivos, el fenómeno se fue dulcificando poco a poco. Ahora, cuando me pongo detrás de una señora ante un cajero, en cuanto me ve se remueve con retemblores satisfechos en una especie de esponjamiento de tranquilidad. Por el simple hecho de envejecer, he echado aspecto de buena persona.

La cosa tiene sus ventajas. Por ejemplo, antes era llegar a un control de tráfico de la Guardia Civil, y pararme a mí seguro. A veces en toda una hilera era el único que paraban. Tenía cara de sospechoso, como el protagonista de Bajarse al moro. En aquellos tiempos, cuando se preveían controles, existían ciertas estrategias. Por ejemplo, llevar detrás una bolsa de la compra con una barra de pan sobresaliendo. No sé qué efectos aportaba la barra de pan a la imagen del conductor, pero en cuanto la veían te decían: circule. Ahora, cuando enfrento un control de alcoholemia, no necesito ninguna estratagema. Le miro de frente al guardia y al instante me da paso. Con las canas y la calva tengo una cara de sobrio que echa para atrás.

El bigote blanco ayuda bastante. Muchos de mis compañeros de mostacho se lo afeitaron a tiempo y ahora parecen más jóvenes. Yo perdí la oportunidad. Bueno, la verdad es que me lo afeité en una ocasión, pero mis hijos, que eran entonces muy pequeños, se echaron a llorar y empezaron a preguntar: “¿Quién es ese señor?”. Así que me lo tuve que dejar otra vez. Y hasta ahora. Cambiar de imagen no es nada sencillo, sino que cuesta un gran esfuerzo. Vean por ejemplo lo que le sucede a la famosa Miley Cirus, aquí a la izquierda. La gente la tenía conceptuada hasta hace dos días como angelical niña Disney. Y ella se ha hecho mayor y ahora quiere parecer una chica sexi, para lo cual saca la lengua todo el rato. No sé si en los USA eso de sacar la lengua resultará muy erótico. En España la lengua de Miley Cirus no nos excita demasiado. Ya estamos curados de espanto después de ver a Mónica Naranjo enseñando las amígdalas, cuando cantaba aquello de SobrevivirEEEEEEE.
 
Este texto se me ha ido definitivamente de las manos, así que, como hemos aterrizado en el mundo de la farándula, terminaré con una noticia curiosa de estos días, por si se les ha pasado. Resulta que Mia Farrow ha estado siempre presumiendo de ser la madre del único hijo biológico de Woody Allen, por nombre Rowan. Los demás hijos de Allen son adoptados. Ahora que el chico se ha hecho mayor, la señora Farrow ha tenido que confesar que  no está segura de que Allen sea su padre. ¿Por qué? Bueno, como saben, la anterior pareja de Mia fue Frank Sinatra (el mismo que cantó en Pasapoga). Vean la foto del chico y juzguen por sí mismos. Duerman bien.