Les hablo de la película “Searching for Sugar Man”, último Oscar
al mejor documental. No he querido referirme a ella hasta ahora, por no
adelantarles el giro de guión que se produce a mitad de su metraje, una
circunstancia que pilla por sorpresa al espectador que no se ha informado
previamente, a partir del cual, la historia cierta que en ella se cuenta, adquiere
tintes verdaderamente asombrosos. Yo no he escuchado nunca una historia como
esa. Me animo a hablar de ello, porque ya todo el mundo ha visto la película,
que se mantiene en cartel meses después de su estreno, en un fenómeno que se
realimenta continuamente por el boca a boca. Así que si usted, querido lector
de mi Blog, no la ha visto todavía, está a tiempo de dejar de leer este post, para que no se le fastidie la
visión de esta película, que sin dudar le recomiendo.
La historia nos habla de un chaval
nacido en Detroit de padres mexicanos, que a finales de los sesenta se dedica a
cantar por los bares de esta fría y desapacible ciudad industrial en declive,
del norte de los USA. El tipo es tan bueno que unos productores avispados creen
ver en él al nuevo Bob Dylan y le proponen grabar un disco. Ese disco, llamado Cold Fact, se publica en 1970.
Resultado: fracaso total, nadie lo compra. Es algo bastante incomprensible,
porque las canciones son buenísimas, están bien grabadas, tienen letras
impactantes y nuestro hombre tiene una voz singular, cariñosa, sugerente, acariciante
y potente a la vez.
El tipo vuelve a su mundo de vagabundear
y tocar por los bares para sacar unas perrillas con que pagarse una cama y una
cena caliente. Y un año después, la historia se repite. Otro productor
diferente le escucha una noche, alucina con su música y lo convence de grabar
de nuevo. Le sugieren cambiar de nombre, al fin y al cabo Dylan se llamaba
Robert Zimmerman, nombre con el que jamás hubiera triunfado, le dicen. Pero el
tipo es terco: él se llama Rodríguez y así quiere aparecer en sus grabaciones.
El nuevo disco, Coming from reality, tan
bueno como el primero, se publica en 1971. Con idéntico resultado. Y ya no se
vuelve a saber nada del bueno de Rodríguez. Su estela se pierde en el limbo de
los artistas que desaparecieron sin alcanzar el éxito.
Nadie sabe con exactitud por qué,
pero el caso es que ambos discos llegan a Sudáfrica poco después. En la
película se sugiere que tal vez una chica norteamericana se los trajo de regalo
a un novio sudafricano. En los setenta, Sudáfrica está en los momentos más
duros del apartheid, aislada internacionalmente y sometida a duras sanciones.
Entre los blancos progresistas hay mucho miedo, deben moverse con cautela
porque están fuertemente vigilados por un régimen consciente de que está
viviendo sus últimos alientos. Los españoles que vivimos los últimos años de
Franco sabemos de qué se está hablando.
Los dos discos de Rodríguez se
empiezan a multiplicar en copias en casette que la gente se pasa
clandestinamente en ese ambiente asfixiante. Y las canciones de estos discos se
convierten en el símbolo de la ansiada libertad, como el Grándola de los portugueses. Cuando llega la democracia, los discos
aparecen en las tiendas y la gente se los compra. Rodríguez es un músico al que
todos los sudafricanos adoran, su música suena en todas las fiestas, jóvenes y
mayores tararean sus canciones. Pero nadie sabe dónde está, ni que fue de él.
Ni siquiera hay certeza de que viva, treinta años después de las grabaciones.
Todavía están a punto de dejar de
leer y salir corriendo para el cine. Porque aún no hemos llegado al minuto cero
de la película. En efecto: el documental, cuyo desarrollo no les voy a contar,
parte de esa historia previa y narra al detalle la investigación que emprenden
dos periodistas musicales de Ciudad del Cabo, intentando encontrar el rastro
del Sugar Man. Los tipos se estudian las letras de las canciones de Rodríguez
en busca de referencias que permitan situar el barrio en el que vivía en
Detroit. Tiran del hilo de los derechos de autor que devengan los discos reeditados.
Ponen carteles y hacen búsquedas por la red.
Hasta que consiguen su objetivo y constatan que Rodríguez vive y tiene 60 años (ahora,
diez años después de esta peripecia, ya tiene 70). Este es el giro de la
historia que me resistía a desvelarles, así que, si no han visto la película y
han leído hasta aquí, pues ya la han cagado. En el documental hablan sus tres
hijas, que cuentan que su padre, al ver que no triunfaba como músico, se puso a
trabajar de albañil en Detroit, de donde nunca se movió. Que jamás le oyeron
quejarse de su suerte. Que las llevaba a los museos y las bibliotecas,
enseñándoles la importancia de la cultura. Sus compañeros de cuadrilla hablan
de él como de una especie de gentleman
del ladrillo, que nunca se ponía nervioso, que hablaba siempre correctamente, que asumía las tareas más duras
con una sonrisa en la boca.
Una vez que lo encuentran, lo
invitan a ir a Sudáfrica y le preguntan si se animaría a dar un concierto. Y el
tipo dice que por supuesto, que en esos treinta años no ha dejado de practicar
con la guitarra. Que está en forma. Y es emocionante la naturalidad con la que
baja del avión y saluda a las multitudes que esperan a su ídolo. El concierto
está previsto en un palacio de deportes, con el mejor grupo de rock sudafricano
como telonero. El líder de este grupo cuenta en la película cómo se puso a
disposición de Rodríguez para adaptar el equipo de sonido a su banda, y la
respuesta de éste: “No, si yo no tengo banda, sólo traigo mi guitarra”. Al
final ellos mismo lo acompañan, y las imágenes del concierto son una de las
partes más emotivas de la película. Aclamado
por la multitud que abarrota el local, el tipo sale, saluda con una sonrisa a la
gente y empieza a tocar, como si hubiera estado toda la vida dando conciertos
de masas.
La vida posterior de Rodriguez le
ha permitido retomar su carrera artística y se supone que vivir del invento.
Sus dos discos, más el de la banda sonora de la película, están ahora entre los
más vendidos en todo el mundo. Este
verano se anunció su presencia en el Primavera Sound, en Oporto y en Barcelona
(nunca ha tocado en España), pero el concierto se canceló por motivos de salud.
No olvidemos que el hombre tiene 70 años. Les dejo una pequeña joya como
muestra de su talento: la canción Establishment Blues,
de su primer disco. Dura dos minutos justos. En ese breve tiempo, Rodríguez
desgrana una letra demoledora, que les he traducido al castellano. Convendrán
conmigo en que un tipo capaz de componer esto en 1970, es un verdadero genio. En el vídeo tienen algunas imágenes de Rodriguez en los setenta. Abajo les pongo una foto actual. Disfruten de todo ello.
Establishment blues (esto no es una
canción, es un estallido)
El Alcalde esconde las tasas de
crimen
La concejala duda
El personal se enfurece, pero olvida
la fecha de votar
El hombre del tiempo quejándose
Predijo sol, está lloviendo
Todo el mundo protestando, el novio
sigue diciendo:
Tú no eres como las demás
La basura no se recoge, las mujeres
no están protegidas
Los políticos usan, a la gente de la
que abusan
La mafia crece y crece, como la
contaminación en el río
Y tú me dices que eso es lo que está de
moda
Me desperté esta mañana con dolor de cabeza
Me vestí con cualquier cosa y me arrastré fuera de la cama
Abrí la ventana para escuchar las noticias
Y todo lo que oí fue el Establishment blues
El comercio de armas aumenta, las
amas de casa ven sus vidas aburridas
El divorcio es la única respuesta,
fumar produce cáncer
Este sistema va a caer pronto, bajo
una joven y cabreada melodía
Y eso es un hecho concreto
El Papa hunde a la población, hay
libertad de impuestos
Las quinceañeras están nerviosas,
bebiendo junto a un semáforo
Las minifaldas coquetean, no puedo
parar que me hago daño
Las solteronas venden sus pechos
ajados
Se juega al adulterio en la cocina,
los polis no son de ficción
El hombre corriente es maltratado,
sus hijos y su dinero requisados
Viviendo en un trozo de tiempo, hay
una nueva guerra en el lejano oriente
¿Podrías tú pasar el test de
Rorschach?
Es
un follón, es una conjetura
Francamente:
no podría importarme menos
Querido Emilio, sabes que este año estuve en el Primavera Sound de Oporto y mi gran frustración fue precisamente ésta, el no poder escuchar al gran Sixto Rodriguez. Me conformo con escuchar los discos de cuando en vez y muy frecuentemente. En cuanto al video para mí ha sido un descubrimiento feliz cuando me lo pasó mi hijo Julián. Co decirte que se saltaban las lágrimas...
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con usted en que se desaprovechó a un gran músico.
Un abrazo.
Bueno, él ha tenido una vida plena y al final le ha llegado el reconocimiento universal. Los que nos hemos perdido algo somos los demás: nos hemos perdido la música que hubiera desarrollado este hombre si no se hubiera tenido que dedicar a tirar tabiques y otras tareas similares. Por otro lado, tirar tabiques es algo que te deja relajadísimo, echas fuera toda la mala uva. Te lo digo por experiencia. Besos y abrazos.
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