Tal como se pronosticaba en mi post #135, el paso de la selección de Tahití
por la Copa de Confederaciones de Fútbol se ha saldado con una serie de
goleadas, en la que destaca la que le endosó España, 10-0, con cuatro goles
de Torres. Ni el jugador ni la selección han batido, sin embargo, los
correspondientes records históricos, inscritos en el Guiness World Records, que
datan ambos de 1933, el momento más dulce de la Segunda República y también el
mejor momento (hasta ahora) de la selección española de fútbol, por entonces considerada
la mejor del mundo, etiqueta que ostentaría hasta el comienzo de la Guerra
Civil.
El 21 de mayo de 1933, se
establecieron los dos records, la mayor goleada de nuestra selección (13-0, a
Bulgaria) y el mayor número de goles anotado por un jugador español en partido
internacional (seis). ¿Y saben ustedes quién fue el autor de semejante hazaña,
nunca igualada? Pues, por supuesto, un coruñés: Eduardo González Valiño, más
conocido por su sobrenombre artístico, Chacho. Después de esa fecha, España sólo
se ha acercado una vez a ese registro, el día del famoso 12-1 a Malta, en 1983.
La goleada a Tahití es, pues, la tercera mayor de la historia. En cuanto a la
marca de Chacho, sólo Lángara se acercó en 1934 al marcar cinco goles a Portugal,
en partido del que se habla más abajo. Otros varios han marcado cuatro de una
tacada, como Zarra, Butragueño, Raúl y el citado Torres.
Nacido en 1911, en la cuesta de
San Agustín, Chacho demostró desde niño una habilidad con el balón que los que
le vieron jugar sitúan a la altura de la de Pelé y Di Stéfano. Era un auténtico
malabarista, al que en La Coruña se le considera uno de los cuatro mejores
jugadores locales de la historia, junto con Luis Suárez, Amancio y el portero
Acuña. ¿Y cómo es que semejante portento no llegó al Olimpo de las grandes
figuras históricas del fútbol? Pues por culpa de dos grandes handicaps que lastraron
su carrera: su indolencia y las lesiones. Sumados a un tercer obstáculo
insalvable que se interpuso en su trayectoria: la guerra.
Chacho empezó jugando de juvenil
en el Varela Silvari, un equipo aficionado que todavía existe y que toma su
denominación de la calle donde estuvo su primera sede social, una vía que también
subsiste en el actual callejero coruñés, dedicada a un olvidado músico gallego
del XIX. El ojeador del Deportivo Rodrigo García Vizoso lo vio jugar y se lo
llevó al equipo de alevines del club. Debutó con los grandes a los 18 años, en 1929. Los
que tuvieron la suerte de verle jugar, hablan de un tipo que acariciaba el
balón como Iniesta, que técnicamente era un portento, que daba pases precisos
de cuarenta metros y que chutaba de volea con una precisión y una potencia sorprendentes
en un jugador de aspecto frágil.
Pero los seguidores del Deportivo
debían alternar sus genialidades con fases de absentismo que desesperaban al
más pintado. Chacho no corría, si no tenía el balón cerca. Sólo cuando se lo
daban al pie iniciaba sus galopadas por el interior izquierdo con la pelota
como cosida a la bota, internadas que terminaban en un regate y un disparo
certero. El resto del tiempo caminaba por el campo. Eran los tiempos en que los
equipos jugaban con tres defensas, dos medios y cinco delanteros, en la
disposición que aún se ve en los futbolines (por cierto, inventados por otro
gallego, del que ya hablaré otro día). El propio jugador dijo en una entrevista
que él no tenía por qué correr. “El que tiene que correr es el balón, que no se
cansa” es su frase más recordada.
En cuanto a las lesiones, tenía un
menisco medio destrozado desde que le habían dado una patada de niño, jugando
en la calle. Un contrincante con mala uva se hartó de que aquel mocoso le
regateara todo el rato. Los más viejos del lugar aún recuerdan la imagen de
Chacho parándose en plena carrera, agachándose un instante para colocarse bien
la rodilla con una mano y seguir su carrera. En los tiempos actuales
seguramente le habrían curado su dolencia con láser o con inyecciones de
plasma, pero en aquellos tiempos no había tales remedios.
A pesar de sus hándicaps, la
magia de Chacho trascendió de su tierra natal, y el seleccionador nacional
decidió convocarlo para jugar con España, algo realmente asombroso, porque no
olviden que el Deportivo era un equipo de la periferia, que jugaba en la Segunda
División, y no ascendería a Primera hasta después de la guerra (ver post #30).
En 1933 la selección se preparaba para el Mundial que la Italia de Mussolini estaba
organizando para el año siguiente. El seleccionador Amadeo García Salazar
convocó a Chacho y le hizo debutar como titular en el amistoso contra Bulgaria
que se jugó el 21 de mayo en el viejo campo de Chamartín.
Era la época dorada del optimismo
republicano, pero el campo no se llenó, porque estaba lloviendo a mares. Los pocos
aficionados que acudieron al viejo campo madrileño, escucharon estoicamente bajo
sus paraguas la interpretación del Himno de Riego que dio paso al partido. Tal
vez fue la lluvia lo que hizo que Chacho se sintiera como en Riazor. O la
ilusión del debut con la selección. El caso es que a los veinte minutos de
juego ya había marcado tres goles y el público puesto en pie le ovacionaba sin
creerse lo que estaba viendo. A los búlgaros les llovían pepinazos desde todos
los ángulos. Con resultado al descanso de 6-0, el seleccionador búlgaro decidió
cambiar al portero titular, que estaba muy desanimado. Al suplente le cayeron
siete. Chacho marcó otros tres y un cuarto que rebotó en un defensa, por lo que
el árbitro lo consideró como gol en propia puerta y no se incluyo en la cuenta
del record.
Chacho sólo jugaría dos partidos
más con la selección. En 1934, España debía eliminarse con Portugal por un
puesto en el Mundial de Mussolini. Resultado: 9-0. Entre los goles, los cinco
ya reseñados de Lángara y uno de Chacho, su séptimo y último como internacional.
En el Mundial, a Chacho le tocó jugar la eliminatoria de cuartos de final con
la anfitriona. Y Mussolini tenía que ganar su Mundial por lo civil o por lo
criminal, como Videla el suyo, muchos años más tarde. Los azzurri se emplearon con una dureza inusitada, que terminó con
siete españoles lesionados, entre ellos el portero Zamora, al que le rompieron
dos costillas. El árbitro que lo consintió, un suizo acojonado, no volvió a
arbitrar ningún partido en su vida. Y los periodistas que siguieron el Mundial
reconocieron que España era la mejor selección del momento.
Chacho era ya por entonces
jugador del Atlético de Madrid. La repercusión de su partido mágico con
Bulgaria había llevado a los dirigentes del club de la capital a fichar al
gallego de oro. Chacho jugó en el Metropolitano dos temporadas. En su infausto
último partido, en 1936, el equipo se jugaba la permanencia en Primera División
y Chacho falló el penalti que hubiera salvado al club de la Segunda. Es el
único penalti que Chacho falló en toda su carrera. Descorazonado y señalado por
la afición, se volvió a su tierra. Y a los pocos días, estalló la guerra. Chacho
fue movilizado por las tropas nacionales, que se habían hecho con La Coruña en
tres días, y pasó a ser un humilde artillero. Tras la contienda
civil, Chacho jugó todavía unos años en el Deportivo y marcó uno de los dos goles del
ascenso (post #30).
A Chacho le tocó vivir una
época histórica convulsa, en la que la medicina no tenía los adelantos de hoy
en día y se jugaba al fútbol con un balón muy duro, unas botas arcaicas y una
sola táctica: todos arriba y el que pueda que remate. Se vio además afectado por la maldición de los españoles que integraron aquella selección
única. Porque ninguno de los que jugaron el Mundial de Mussolini volvió a ser
convocado después de la guerra. Algunos murieron en los frentes, otros se retiraron por viejos, como Zamora, otros
fueron vetados por republicanos. La España que ellos representaban, ya no
existía. Había sido aniquilada.
A Chacho no volvieron a llamarlo
por el estado de su rodilla, aunque siguió prodigando sus genialidades
intermitentes en el Deportivo. Tras dejar el club en 1947, aun tuvo el valor de
reforzar a un equipo juvenil a petición de su presidente: su viejo amigo
Rodrigo García Vizoso. Consiguió subirlo a Tercera y luego se retiró. Se cuenta
que en un partido a domicilio marco otra vez seis goles y la Guardia Civil tuvo
que intervenir para liberarlo de los aficionados locales que querían tirarlo al
río. Murió en 1979. En La Coruña, junto al Estadio
de Riazor, hay una estatua dedicada a este gran jugador.
Se le ha olvidado a usted reseñar el grito con que le jaleaban en las gradas de Riazor: ¡¡¡Ay Chachiño, si tú quisieras...!!! Era muy buena persona y la gente llegó a admitir que no corriera más de lo necesario.
ResponderEliminarQue defendieran los demás. Él era un crack, que en uno de sus arreones intermitentes te solucionaba el partido.
Queda constancia de tu dato. Además de las cualidades que citas, podemos añadir que era un personaje muy coruñés.
Eliminar¡Hay que ver, Emilio, qué culturón futbolístico el tuyo, eres una verdadera "futbolpedia"! Un auténtico héroe popular tu Chacho y Coruña una afición agradecida, le ponen una estatua muy céltica para que permanezca su recuerdo.
ResponderEliminarEstá todo por ahí en la red. Sólo hay que buscarlo. Deberías decir "estatua muy celta". Si dices "céltica", alguien puede entender lo que no es.
EliminarGracias por tus elogios.
Tenía la idea de los gallegos como gente tranquila y amable. No me imagino a los hinchas de un pueblo intentando tirar al río a un jugador del equipo contrario.
ResponderEliminarDescerebrados haylos en todas partes. De todas formas, no he podido constatar si esta anécdota es real, o se trata de una leyenda. Por eso he puesto "se cuenta que...". Saludos.
EliminarFamosísima ala izquierda del Deportivo: Chacho y Chao.
ResponderEliminarVersión enxebre de Puskas y Gento.
EliminarSactamente...
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