Al final, el Depor está otra vez
en Segunda División. La ciudad de La
Coruña estaba, desde la llegada en febrero de Fernando
Vázquez, ilusionada con la posibilidad de darle la vuelta a una historia cuyo
final parecía entonces inevitable, con el equipo a nueve puntos de la
salvación. El Depor reaccionó, llegó a estar fuera de los puestos de descenso, y varios de
los seguidores de este blog me reclamaban un texto al respecto que yo nunca
quise escribir, porque no lo veía claro y porque la historia de mi equipo de
toda la vida está llena de logros a punto de conseguir, que siempre se vienen
abajo en el último suspiro.
El Deportivo no había jugado
nunca en Primera hasta su ascenso en 1941 (ver post #30). Después se convirtió
en el prototipo de “equipo ascensor” que no duraba nada en Primera. Hasta que
llegó el señor Lendoiro en 1988 y comenzó una política agresiva a base de
contratar jugadores veteranos desechados por los clubes grandes, que salían
baratos y se partían la cara por el equipo para demostrar que su club de origen
se había precipitado al jubilarlos, junto con algunos buenos jugadores
extranjeros que habían pasado desapercibidos para los ojeadores de esos mismos
equipos grandes. Entre ellos tres especialmente importantes: Djukic (serbio),
Mauro Silva y Bebeto (brasileños). Los tres se incorporaron a un equipo de segunda
y lo llevaron al deseado ascenso de 1991.
Tras una primera temporada en la
que estuvo a punto de bajar de nuevo, el Deportivo se salvó por los pelos y
entonces inició su década prodigiosa en la que ganó una Liga y dos Copas del
Rey y se convirtió en un fijo de la
Copa de Europa, en la que llegó a jugar una semifinal que
perdió frente al Oporto de Mourinho (por cierto, qué alivio que este villano
shakespeariano se vaya con viento fresco). En esos años se labró la leyenda del
Superdepor, un equipo que creció a base de endeudarse hasta las cejas y ahora
lo está pagando. No sé cómo van a hacer para pagar los más de 150 millones de
euros que deben. Recuerden que 6 millones de euros son 1000 millones de
pesetas, y se harán una idea de la barbaridad de dinero que debe el club. Como
no llegue un jeque árabe o un mafioso ruso que ponga algo de numerario sobre la
mesa, pues me parece que vamos de culo.
Y habrá que tener la certeza de
que al jeque presunto le guste el pulpo y los percebes, para que no dé la
espantada, como el que aterrizó por Santander hace unos años y luego descubrió
que no le gustaban los sobaos ni las quesadas pasiegas. Resultado: el Rácing
está en trance de desaparecer. Sí, ya sé que eso de en trance de es un
galicismo y que suena regular, pero lo he escrito adrede, porque lo que está
pasando el Rácing es un auténtico trance. Y el Málaga va por el mismo camino;
hace como un año que el milagroso benefactor del club empezó a renegar de las
pijotas y las puntillitas.
La peripecia del sábado pasado es
idéntica a la vivida hace justo dos años. Incluso el contrario iba vestido
igual, de naranja, un color que sólo usan los presos de Guantánamo y los que
vienen a joder al Depor en su propia casa. En cada una de estas ocasiones los
telediarios nos muestran cómo la ciudad se engalana, las banderas blanquiazules
adornan las galerías, los conductores hacen sonar el claxon en los semáforos,
las hormigoneras se visten de blanco y azul y las pescaderas de la Plaza de Lugo proclaman ante
los micrófonos con su recio acento gallego que nos vamos a comer al contrario
con patacas. ¡¡¡Arre carallo!!! Luego, el equipo sale cagado, se lo comen los
nervios, le meten pronto un gol y ya no hay nada que hacer.
Lo mismo sucedió en la vuelta de
semifinales de Copa de Europa frente al Oporto. Y todas estas ocasiones
fallidas no son sino nuevas ediciones de la gran tragedia del Depor: el penalti
de Djukic. Es esta una historia que no tiene parangón en el fútbol mundial. El
Deportivo había hecho ese año una Liga inmaculada hasta las cuatro últimas
jornadas. Su portero Liaño sólo recibió 18 goles, la cifra más baja de la
historia de la Liga. Con
un Madrí dimitido hacía tiempo y el Barça entrenado por Cruiff a una distancia
que parecía suficiente, el equipo se empezó a bloquear y sacó dos empates a
cero seguidos. En el penúltimo partido logró ganar 0-2, pero ya tenía al Barça
en el cogote. Y llegó el fatídico último partido.
El 14 de mayo de 1994 al Depor le
bastaba con marcar un gol. Pero la presión ambiental hizo que sus jugadores no
salieran relajados, tal como habían jugado la mayor parte de la Liga. Enfrente un
Valencia que no se jugaba nada pero que estaba fuertemente primado por el Barça.
El tiempo se acababa y seguía el empate a cero. El Barça acabó primero su
partido y sus jugadores esperaban en el centro del Camp Nou para celebrar el
título que les daba el empate del Depor. Y entonces, como en un truco ideado
por un guionista de Hollywood, en el último segundo del tiempo de descuento,
uno del Valencia derriba dentro del área a Nando, lateral del Depor, que le
había regateado y se iba a la línea de fondo. El árbitro pitó penalti.
Estaban dando por la tele los dos
partidos, en conexiones sucesivas, y toda España pudo ver cómo el Camp Nou
enmudecía. Se cuenta que Cruiff le dijo a sus chicos: “tranquilos que lo van a
fallar”. El lanzador habitual de penalties del Depor, Donato, se había retirado
lesionado a mitad de la segunda parte. El sustituto era Djukic, el hombre de
hielo, el defensa serbio que llevaba años deleitando a la parroquia con sus
cortes anticipándose a los delanteros enemigos como sin esfuerzo, limpiamente,
el futbolista elegante que en toda su carrera nunca fue expulsado. Djukic cogió
el balón, lo puso en el lugar marcado, tomó aire y disparó. Ya saben lo que
pasó. El portero lo paró y sobre las gradas de Riazor se abatió el fantasma de
las peores tragedias futbolísticas. Un fantasma que periódicamente regresa a la
ciudad, para sobrevolar por las gradas en los días más jubilosos, como un mal
presagio que siempre se cumple.
La historia fue tan increíble que
tuvo reflejo en la literatura. El gran escritor leones Julio Llamazares
escribió un cuento titulado El penalti de Djukic, incluido en el libro de relatos Tanta pasión para nada (Alfaguara-2011). El cuento empieza en
el momento en que Djukic inicia su carrera hacía el balón y termina cuando lo
golpea. El escritor paraliza el tiempo y disecciona todo lo que pasa por la
mente del futbolista, que revive en ese instante único todos sus recuerdos,
desde que era un simple trabajador agrícola que conducía un tractor por los
sembrados de su Serbia natal. Toda su vida revive en unos segundos, como la de
los condenados a muerte a la vista del patíbulo.
Con menos dramatismo, la historia
se ha repetido varias veces, la última el pasado sábado. Al Depor le esperan
ahora largos años en segunda, saneando cuentas y creando un proyecto diferente,
basado en la cantera. El Celta ya pasó por ello y le costó cinco años de calvario.
Pero ahora está saneado y en Primera. Como gallego, me alegro de ello. Mientras
el Depor esté en segunda, me reconvertiré en hincha del Aleti y del Rayo. En la
situación generalizada de crisis y penuria, necesita uno sufrir por algo que
merezca la pena. Y el día en que volvamos a primera, a ver si es con un equipo
que no se lo tenga que jugar todo en el último partido. Que eso casi nunca nos funciona.
¡Qué melancolía, Emilio! Ya lo dijo Sartre, certero como un poeta: "El hombre es una pasión inútil".
ResponderEliminarLo da la tierra (ya sabes, la morriña y todo eso). Pero se pasa rápido. Lo que pasa es que cuando te llevas un disgusto, aunque sea tan insignificante como una derrota del equipo de tus afanes, hay que expresarla y dejarla salir. Además, he comprobado que la tristeza "vende bien" a nivel de Blog. Pero no le doy mayor importancia. A mi me dio más rabia lo de mi whisky. Mmmmmmmmmmmm... ya me estaba relamiendo con mis copas solitarias...
EliminarEl puto Djukic está siempre en medio. Esta vez también tiene la culpa. Su Valladolid ganó al Depor, quebró su racha positiva y luego se dejó ganar penosamente por el Celta y el Mallorca, los dos equipos que rebasaron al Depor el último día. Un genio el tal Djukic. Su único interés era ganarle al Depor. Debe de ser algo freudiano.
ResponderEliminarCreo que eres un poco retorcido. Y también injusto. Djukic jugó en Riazor muchos años, demostró ser un jugador muy bueno y con un comportamiento deportivo exquisito. En La Coruña se le sigue queriendo. Y en Valladolid ha demostrado ser también un buen entrenador. Frente al Depor jugaron bien, necesitaban ganar ese partido para cubrir su objetivo de quedarse en Primera. Una vez conseguido, se relajaron y perdieron todos los demás. El Depor ha tenido la mala suerte de jugar los últimos partidos con contrarios que aun se jugaban algo. Excepto el Español y el Levante, y a los dos les ganaron. Esto es algo lógico: la Liga es tan larga que, cuando ya no te juegas nada, sales sin tensión y pierdes.
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