Nada, que no me llaman para vacunarme y sigo en esta especie de situación de interinidad o transitoriedad. Aunque, la verdad, tampoco sé cómo influiría la vacunación en mi devenir vital, porque yo ya hago lo que me da la gana sin cortarme demasiado. Hombre, al menos mis hijos dejarían de estar preocupados por mí y no me tendrían por imprudente y quinceañero (lo segundo me encanta). Seguimos también pendientes de las elecciones, en las que yo no me quito de encima la sensación de que vamos a perder, porque la Brunete facha va con todo, desde carteles con proclamas nazis o racistas, hasta cartas con balas y amenazas, pasando por reventar los debates y cuidar mucho de que después El inMundo y demás medios afines dividan la responsabilidad de esto último con Pablo Iglesias, en una equidistancia de verdad vomitiva porque, que yo sepa, este señor no manda cartas con balas a nadie, sino que es él quien las recibe.
Particularmente, a mí maldita la falta que me hacían los debates: visto uno, vistos todos; no pensaba asistir a ninguno más y menos tras desistir Ayuso de participar en ellos. Yo ya tengo claro a quién voy a votar y no lo voy a cambiar y todo el resto del circo de la campaña me resbala bastante. Es más, casi ni hablaría del tema en el blog. Pero hoy quiero decir una cosa. Estoy echando de menos a una persona en toda esta guerra. ¿Dónde está Manuela Carmena? ¿Por qué no sale a la palestra a apoyar a Mónica García? ¿No dice toda la izquierda que nos estamos jugando la democracia y no sé cuantas cosas más? Pues si hay que poner toda la carne en el asador, ¿qué mejor que una foto de Carmena al lado de Mónica, mostrándole todo su apoyo?
Su ausencia del primer plano sólo tiene dos posibles explicaciones. Una, que se esté reservando para dar un golpe de imagen en fecha más cercana a la cita electoral. La otra no me gusta nada, pero no la descarto. Que, dado que los cuatro concejales carmenistas de su equipo han sido marginados en el Ayuntamiento por Rita Maestre al frente de Más Madrid, la exalcaldesa haya decidido ponerse de perfil y no dar su apoyo explícito a nadie. Digo que no me gusta, porque eso es lo mismo que hizo Pablo Iglesias antes de las últimas elecciones locales: ponerse de perfil. Si hubiera tenido visión estratégica, habría dado un puñetazo en la mesa y habría dado una orden terminante: todo el mundo a votar a Carmena en la ciudad y a Errejón en la comunidad. Un gesto que habría permitido ganar ambas elecciones. Si Carmena regatea su apoyo en este momento, será una decepción para mí. Lo siento pero mi opinión sobre ella cambiará. Y no me vale eso de que es mayor, o está cansada: excusas al fin y al cabo.
Dicho esto, yo sigo, repito, con la clara sensación de que Ayuso ganará holgadamente. MAR lo está haciendo muy bien y estos días se han publicado sendas entrevistas en El País y La Vanguardia, en las que cualquiera puede ver que esta señora no es tan tonta como la queremos ver desde el otro lado, que está aprendiendo a saber estar, dentro de sus limitaciones, y que su discurso llega a mucha gente. ¿Y cómo puede ser esto? Pues Sergio C. Fanjul, periodista, poeta y escritor asturiano de cuyo libro La ciudad infinita les hable hace un tiempo, ha publicado en su perfil de Facebook al que estoy suscrito una reflexión sobre este asunto. Es un acercamiento desde una posición de izquierdas, pero como tratando de entender el fenómeno, y desde luego muy alejado de los insultos y la agresividad a la que Vox (sólo ellos) ha arrastrado la campaña. Me permito transcribirla para ustedes, estoy bastante de acuerdo con lo que dice.
¿Cómo es posible que una persona
manifiestamente no capacitada para su puesto sea la probable ganadora de las
elecciones?
Le doy muchas vueltas a esto. El otro
día leía a un autor de derechas, de clase bien, reconociendo que los suyos
nunca habían tenido demasiado interés por la cultura porque estaban a otra cosa
y porque, además, la cultura se había dedicado sistemáticamente a criticarles y
ridiculizarles. Es cierto que en la cultura, en la ciencia, en la universidad,
en el pensamiento, ha predominado la izquierda. Los libros que hablan sobre el
mundo o sobre la propia teoría política desde una óptica de izquierdas también
son mayoritarios. La teoría política de izquierdas es mucho más variopinta y
diversa. Podemos fue fundado por profesores, no por obreros.
No digo yo aquí que la derecha sea
tonta, solo digo que ha sido más práctica que teórica, más de acción que de
pensamiento, más de placeres mundanos que de referentes refinados. La derecha
ha sido más permeable a la superstición y a la religión. En cuanto al
conocimiento, la gente de derechas que he conocido ha tendido a valorar más los
saberes aplicables, como la medicina, la ingeniería, la carpintería, que
aquellos más especulativos (exceptuando la especulación financiera, claro),
críticos o artísticos. La derecha prefiere no especular sobre los mundos
posibles, sino que acepta el mundo tal y como se nos presenta, con sus
tragedias y sus injusticias, sobre todo si uno es de aquellos que en la lotería
de la existencia han salido ganando.
A los políticos en otros tiempos se les
presuponía inteligencia y cultura, estas eran cualidades que se valoraban en
ellos, ahora ya no parecen tan necesarias. Se impone el hombre de acción y,
sobre todo, de emoción, del tipo de Jesús Gil o cualquier concejal recalificador
del litoral español. El político tipo Trump, Bolsonaro o Ayuso, que quizás no
sean demasiado cerebrales, pero que apelan a las bajas pasiones y consiguen
soliviantar a las masas y meterles el dedo en el ojo a los listos de la clase.
Ayuso es de esas, Ayuso sería imposible
sin sus asesores, de los que es títere, y lo jodido del asunto es que su
ineptitud no la desacredita, sino que la hace aún más atractiva para una población
condenada a la banalidad. De nada vale reírse de las estupideces de Ayuso,
porque es la que, en su brutez, va a ajustar las cuentas a los listillos de
siempre, los listos que siempre se han pavoneado de su listeza ante la gente
corriente. Iglesias, Gabilondo, Mónica García, los de las buenas notas.
Paralelamente, las carencias de la
educación, el influjo perverso de Mediaset, el pan y circo futbolístico, el
fango de las redes sociales y, en general, la imposición del Espectáculo antes
que de la justicia y la razón, dejan el campo cerebral nacional abonado para
estos fenómenos. Igual esa es la cuestión de fondo, el motivo por el que
personas claramente ineptas para su cargo, pueden arrasar en unas elecciones,
los herederos de aquellos que, con Millán Astray, decían muera
la inteligencia y viva la muerte.
Por lo demás, esto de las campañas electorales me aburre bastante y no me gustan los discursos apocalípticos, de uno ni de otro signo. A ver, yo prefiero que ganen los míos, pero, igual que esa eventualidad no nos traería el comunismo bolivariano que pronostican los agoreros de la derecha, tampoco me creo que una victoria de Ayuso nos vaya a traer aquí el nazismo. Por fortuna, España es un país muy diferente del de antes de la guerra, con una masa grande de población que lo que quiere es vivir tranquila, trabajar en lo suyo, ganarse su dinerillo, criar a sus hijos y pasárselo lo mejor posible. Esa especie de masa inerte contribuyó decisivamente a que la transición de 1975 fuera tranquila. Y esa misma masa yo creo que garantizaría un futuro igualmente tranquilo, en el que nos tocará gestionar los 140.000 millones de euros que nos va a dar Europa y que no son a fondo perdido, a ver qué se creían ustedes, sino que son a devolver (este es uno de los temas reales que están detrás de toda la bronca y la agresividad de la campaña).
Si finalmente Ayuso tiene que gobernar con Vox, no va a ser el apocalipsis (y si lo es, dentro de dos años tenemos otra oportunidad de echarlos). Miren yo he convivido con el Ayuntamiento del PP nada menos que 26 de los 38 años de mi carrera y no ha sido la debacle. Cierto que en los cuatro años de la señora Carmena me lo pasé de puta madre, pero estamos en una democracia y hay que saber perder (esto va más dirigido a las derechas, que suelen tener mucho peor perder). Así que, desde la perspectiva de mis 70 años de quinceañero sin vacunar, entiendo que posiblemente la elección esté más reñida de lo que parece y por eso ambas partes están echando el resto. Es la danza de los gorilas antes de la lucha, cada uno con lo que tiene: Vox no tiene más que balas, bronca y mala educación. Quitando eso, estas elecciones son como cualquiera de las que he vivido. La misma murga de siempre. The same old blues.
Es acojonante que haga ya casi ocho años que se murió JJ Cale, uno de los más grandes. Aquel bluesman afable pero huraño, alérgico a la fama. Era okie, o sea de Oklahoma, y sólo quería vivir con su chica de toda la vida en su casa rural con estudio de grabación, en donde tocaba la guitarra sin púa, a mano suelta, como el que se quita pelusas del ombligo. Se cuenta que una vez le montaron una especie de gira, pero tuvieron que suspenderla, porque el primer día el tipo se puso a tocar sentado de espaldas al público y se pasó así todo el concierto. No era eso lo que esperaban los promotores, ni el público. Él se defendía diciendo que tenía que mantener el contacto visual con los músicos de su banda para coordinarse con ellos y que no entendía por qué se había montado ese revuelo, cuando los directores de orquesta hacen lo mismo. Genio y figura, nos dejó un montón de canciones históricas y su muerte fue reseñada debidamente en este blog, que ya daba por entonces sus primeros pasos.
Vaya, que no sabía cómo cambiar de tema, estarán ustedes pensando. Nada de eso, es un simple inciso rockero. Insisto en un matiz que ya esbocé el otro día. Aquí en Madrid nos creemos el culo del mundo y pensamos que nuestras elecciones autonómicas son el gran tema del día, pero fuera de aquí la repercusión es mínima. Con todos los respetos, a mi me parecieron mucho más trascendentales las pasadas elecciones USA, ya saben que soy un proyanqui de mierda. Era clave para el mundo que no ganara Trump, Dios sabe cómo estaríamos ahora. Después de 100 días de Biden, el mundo empieza a ver otra perspectiva, en la que Estados Unidos puede recuperar un cierto papel de liderazgo, al menos en aspectos sociales y ambientales, no tanto en su política internacional, donde nunca ha sido un gran ejemplo ético.
Ante el avance de China y Rusia, dos países con regímenes no muy democráticos (que se lo pregunten a Navalny, o a los de Hong Kong), que Biden se sume a las líneas más sociales y ecológicas por las que debe transitar este mundo post-covid está muy bien. Biden se ha puesto como primer objetivo vacunar a todo el mundo, porque cuando la gente se está muriendo, no hay prioridad económica que valga. Y lo está haciendo bastante bien en ese tema. Pero en paralelo, ha lanzado un plan de ayudas a la población, por valor de 1,9 billones de dólares que la gente con problemas está recibiendo ya. Y ahora ha lanzado un plan de infraestructuras, para mejorar todas las comunicaciones entre los estados y las redes digitales en todo el país, creando empleo y actividad económica. Algo así como el Plan E de Zapatero, pero a lo grande y respaldado por la banca. Cuenta Paul Krugman que las principales críticas que está recibiendo su política económica provienen de algunos congresistas del propio Partido Demócrata, que los republicanos aún están tratando de averiguar a dónde quieren dirigir su rumbo después de la era Trump.
Y les voy a remitir a un artículo reciente de The Guardian, que suscita una idea muy interesante. La de que es mucho mejor dar una imagen amable y tranquila para hacerse con el poder y eso es lo que ha hecho Biden. Una vez en el poder, es posible iniciar reformas y políticas más radicales. Por cosas como esta me inclino yo por votar a Más Madrid, porque creo que las propuestas radicales expuestas con el ceño fruncido asustan a muchos sectores y con actitudes como esa jamás se consigue llegar al poder. Dice The Guardian que las políticas que está poniendo en marcha Biden son tan innovadoras que recuerdan a las promulgadas por Franklin D. Roosevelt o Lyndon B. Johnson. Y que su forma de llegar al poder y luego ejercerlo es un ejemplo del que deberían tomar nota todos los partidos de izquierda o centro izquierda del mundo. Pueden consultar el artículo AQUÍ.
La verdad es que Biden es un hombre que lleva medio siglo ejerciendo de político y sabe más por viejo que por demonio, como se suele decir. Y está callando las bocas de los que le decían viejo, decrépito, caduco y cosas peores. De momento está superando con creces a Obama, que era más de imagen que de resultados prácticos. A mí me parece que la cabeza la tiene muy bien. Las piernas no tanto, o a lo mejor es que se siente un quinceañero como yo, se confía, le da por subir las escaleras corriendo (yo siempre lo hago también) y por eso se tropieza de vez en cuando. Hasta tres veces en el mismo tramo de escalera. ¿Cómo dicen? ¿Que no han visto la escena de la que les hablo? Ningún problema. Aquí la tienen.
¡Uf! Qué daño en la espinilla. Pero ya ven que el tipo ni se queja ni cojea. Se cuadra arriba y saluda. Como corresponde a un presidente. Voy a ir terminando. Ahora le ha dado a la gente por decir que vienen otra vez los felices años 20, que esto es lo mismo que lo que surgió después de la Primera Guerra Mundial y la pandemia de la mal llamada gripe española. Una explosión de diversión y hedonismo tras las calamidades pasadas. Yo creo que ese no debería ser nuestro modelo. Además ya saben cómo acabó: con el crash del 29 y el surgimiento de los fascismos. Nuestro modelo debería ser el de después de la Segunda Guerra Mundial. Para empezar, comparemos cifras. Primera Guerra Mundial (1914-1918): 20 millones de muertos. Gripe española (1918-1920): 50 millones de muertos. Segunda Guerra Mundial (1939-1945): 60 millones de muertos. Covid-19 (por ahora): 3,5 millones de muertos.
Se dice que después de la doble calamidad superada en los 20, la Humanidad entró en un período de desenfreno que descarriló. Pero es que el verdadero progreso de la Humanidad en todos los sentidos vino después de 1945, a caballo del New Deal de Roosevelt, que mezcló medidas de izquierdas y de derechas, consiguiendo un mundo basado en el capitalismo, pero con reglas de juego que garantizaban una competencia justa. Ahí salieron las pequeñas y medianas empresas, se creó una clase media, la gente empezó a tener electrodomésticos que ni soñaban sus padres, se generalizó el transporte interurbano, el comercio y apareció la aviación. Y llegaron las nuevas generaciones, como la mía, de las que brotó el rock y toda la cultura de prosperidad y paz que hemos tenido la suerte de vivir algunos. Eso es lo que tenemos que imitar.
Ahora viene otra revolución tecnológica, que nos llevará a la generalización del teletrabajo (algo que la pandemia ha adelantado en siete años por lo menos), que hará aparecer nuevas carreras y nuevas profesiones, que impulsará la investigación en todos los campos, que cambiará los paradigmas sociales y las conductas, desde la forma de consumir o relacionarse en la calle hasta las relaciones sexuales. Desde la medicina hasta la arquitectura y la forma de gestionar el propio hogar. Y que tiene que poner el énfasis, no me canso de repetirlo, en los aspectos medioambientales y sociales. Hemos de cuidar el planeta, porque los recursos materiales no son infinitos. Y tenemos que reducir la polarización social, el hecho de que cada vez sea mayor la brecha que está surgiendo en el centro de la clase media. Tenemos que ir todos juntos, que no se quede nadie descolgado y eso le interesa también al capital y a las multinacionales, porque los pobres no consumen y no pueden comprar sus productos.
Al lado de esto, qué importancia tiene el discurso de Vox. Cero. Es mierda. Es la caverna, es la edad de la piedra. Sólo puede seducir a gente sin visión global del mundo, sin cultura y con miedo. Aquí en Madrid nos parecen un peligro cósmico. Pero son insignificantes al lado del mundo que viene de camino y que está ahí a la vuelta de la esquina. Una transformación que cambiará la literatura, el arte, la música, el cine y todos los aspectos de la cultura. Esto va a ser una verdadera revolución, como la que cristalizó en el surgimiento del rock. El mundo era antes en blanco y negro y pasó a ser en color. Sólo tienen que ver las imágenes de los años 50 en las ciudades americanas, en Londres o en París. Unos años después (1968) se podían escuchar canciones como esta que les dejo de propina. ¡Viva la Revolución!
Y esa regulación maravillosa del capitalismo, que fue alabada entre otros por Karl Popper como organización social infinitamente mejor que el comunismo que regía al otro lado del telón de acero, duró hasta que fue minuciosa y alevosamente desmontada por la dupla Reagan-Thatcher con sus políticas de desregulación (hasta la palabra suena mal) que están en el origen del despelote generalizado, las burbujas especulativas y las crisis económicas subsiguientes, que todos hemos sufrido.
ResponderEliminarSí señor, gracias por su aportación, se suele pensar que esa fue la secuencia de los hechos. Lo que pasa es que el mundo del capitalismo ha de estar siempre evolucionando para poder sobrevivir. Pero es cierto que en esa época había al frente de las grandes administraciones personas incapaces de oponerse a ese afán desregulador (Reagan) o directamente empeñadas en inducirlo (Thatcher).
EliminarUn apunte sobre Biden. Durante toda la campaña electoral se extendió la idea de que era un presidente de transición, que sólo quería estar 4 años en el cargo porque era muy mayor y quería dejarle el camino abierto a Kamala Harris. Sin embargo, ahora, cuando le preguntan al respecto, dice con total seguridad que dentro de cuatro años se presentará otra vez. Debe de ser que se siente fuerte, a pesar de los tropezones. Falta mucho para entonces y depende de cómo le vaya de presidente, pero si sigue como hasta ahora y con energía física, podría ganar facilmente.
ResponderEliminarGraciaas por el apunte, no había caído en ello. Yo creo que es parte del escenario general: Biden se ha presentado bajo el disfraz de un amable abuelo medio despistado, ha ganado la presidencia así (o más bien la ha perdido Trump con sus incontinencias que han hecho salir a votar a millones de gentes habitualmente abstencionistas) y, una vez en el cargo, se está revelando como un tipo muy activo, con un vigor inesperado y poniendo en marcha reformas radicales. Una especie de contrafigura de Obama, que parecía que se iba a comer el mundo y luego no hacía nada, salvo hablar muy bien, poner medallas a los mejores tipos de los USA y parecer siempre que estaba en el lado correcto, pero sin hacer nada realmente práctico para cambiar la sociedad en el sentido de sus discursos.
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