domingo, 18 de abril de 2021

1.042. Conservadores de cascarones II

¡Qué barbaridad! Detecto una expectación infrecuente entre mis followers por ver cómo continúo este espinoso tema y hasta dónde me meto en jardines. Tranqui. Más ansioso estoy yo de que me vacunen de una vez y me toca seguir esperando. Vamos a ello. Como les conté, la regulación urbanística del centro de Madrid es resultado de un movimiento ideológico pendular de libro. Los años en que se podía destruir prácticamente cualquier edificio, generaron por reacción una política en la que no se puede tocar nada del caserío de uno de los centros históricos más grandes de Europa. Los primeros autores del catálogo, generaron un grupo de conservacionistas fanáticos que se constituyeron en una especie de secta (mi amiga Eva me autorizó a usar estas palabras: secta y fanáticos, a lo largo de mi clase, si era eso lo que yo pensaba). Por cierto, muchos de ellos han sido compañeros míos y a ellos también les he dicho esto mismo a la cara. Con educación, pero sin cortarme. 

Y tengo que referirme al hombre que encabezó este movimiento, mi admirado Juan López Jaén. Hace mucho que no sé nada de él, era una persona muy mayor cuando le conocí, hace cerca de 40 años, con su barba ya blanca en su despacho de la Gerencia de Urbanismo a la que yo me incorporé en 1982. Calculo que sigue vivo, nadie me ha informado de lo contrario. Juan era realmente un sabio y una gran persona. Aprendí mucho de él en lo profesional y en lo humano. Juan era un gran especialista en conservación de patrimonio y, de acuerdo con la ley estatal, hizo lo que había que hacer: un Catálogo y un Plan Especial que lo incorporase. Les diré que Juan es el responsable de muchos otros planes especiales de protección, como el del Albaicín de Granada, que es una verdadera exquisitez. Los sabios son personas muy necesarias y suelen ser también buena gente. El problema no son los sabios, el problema son sus discípulos o, digámoslo con una palabra más precisa: sus epígonos.

Sin ánimo de ofender a nadie, siempre he considerado que Jesucristo fue una persona excepcional. Y lo mismo podría decir de Siddartha, que luego se convertiría en Buda. El problema no son a menudo los líderes de determinadas tendencias o sectas, el problema son los que convierten sus teorías en dogmas, elaboran una liturgia a su alrededor, se convierten en fanáticos y la imponen por la fuerza. Juan López Jaén hizo un catálogo de protección de la edificación madrileña modélico, impecable. Pero que en ningún momento tuvo otra pretensión que la de ser una norma sectorial; y su autor para nada quiso que se convirtiera en la única regulación urbanística de un área tan grande de la ciudad. Pondría la mano en el fuego por esto que acabo de escribir.

El error surgió durante la redacción del vigente Plan General (1992-1997). En el equipo redactor, se integró una banda de esos epígonos, que venían para ocuparse de la parte de catalogación, pero que convencieron a la dirección de la oficina de que la protección del patrimonio era un tema tan-capital-tan-capital en la problemática del centro que tenían que encargarse ellos solos de su resolución. Y lograron que toda la regulación del centro quedara en sus manos. Yo era en teoría el jefe del Área de Ordenación, pero en mis competencias se generó un agujero central que quedó en manos de la secta. Y yo, que no soy de los que se callan, me pasé los cinco años de trabajo despotricando, peleándome contra ellos y tratando de meter baza, pero no había forma. Por entonces, solía yo llamarles los del otro Plan y, cada vez que aparecían, lo decía: coño, ya vienen por ahí los del otro Plan. 

Podría contar muchísimas anécdotas de broncas alrededor de propuestas concretas de estos señores, pero no voy a satisfacer el ansia de cotilleos al respecto por parte de mis lectores; si alguien quiere más detalles o chascarrillos, que me llame por teléfono y se los cuento con una caña. No estoy escribiendo este post para vengarme de nadie, en aquellos tiempos yo me defendí como pude del atropello y les dije las cosas a la cara, no hay porqué regodearse ahora en contarlo de nuevo, y menos en una tribuna pública. Vayamos, pues, al fondo del asunto. El resultado de que el planeamiento del área central lo elaborase un equipo que no sabía de urbanismo, es una regulación que tiene algunas características normativamente perversas. Por ejemplo: el interés exclusivo de estos señores es la conservación estricta de los cascarones de unos edificios básicamente catalogados por su antigüedad. El mantenimiento del uso original al que estaban destinados, les importa un bledo, ese no es el objetivo de su trabajo.

Por poner un ejemplo extremo (y burdo): estos señores aceptarían que el Museo del Prado se convirtiera en un hotel de lujo, siempre que el arquitecto fuera súper exquisito con la rehabilitación del edificio de acuerdo con el proyecto original. Es una evidente exageración mía, una caricatura, por Dios no se crean al pie de la letra esto que les acabo de decir. Pero durante los más de veinte años de vigencia de esta regulación, se han perpetrado cosas que van en esa línea, como la reforma del Mercado de San Miguel, al que se le autorizó a cambiar a complejo de ocio y restauración de lujo, a cambio de un proyecto súper pulcro, que recuperaba exactamente el proyecto original y que, por cierto, lleva la firma de un amigo mío. Además, eso de que unos tipos que no saben de urbanismo se pongan a hacer una regulación urbanística es un imposible: ellos solos se liaron en una normativa súper compleja e ininteligible. Hasta tal punto que tuvo que crearse una Comisión de Patrimonio para interpretarla, una comisión que, aún hoy, se sigue reuniendo semanalmente para dictaminar individualmente qué proyectos se autorizan, cuáles no y con qué condiciones.

Era una comisión de notables (yo la llamaba siempre el sanedrín) que, en teoría, representaban a numerosos organismos de las tres administraciones madrileñas, lo que parecería garantizar un equilibrio de fuerzas y opiniones. Nada que ver con la realidad: la secta de los conservadores de cascarones se había infiltrado ya en todas partes, nadie entendía de esto más que ellos y cada organismo estaba representado en la comisión por unos cuantos de estos fanáticos bien adiestrados. Resultado: si usted quería hacerse una pequeña reforma en su edificio del centro de Madrid, la licencia le tardaría, en el mejor de los casos, dos años, como ya se ha dicho. 

Esta fue la situación durante los primeros años tras la aprobación del Plan General. Desde entonces se ha intentado suavizar o racionalizar un poco esa situación con diferentes medidas, pero sin demasiado éxito. No quiero aburrirles con los detalles de esta deriva, bastará decir que las cosas no son ahora muy diferentes. Pero la Comunidad de Madrid ha creado, de acuerdo con sus competencias, una Comisión propia, que se llama la Comisión Local y que se ocupa de las operaciones más destacadas que se proponen en el centro. La otra, que se llama la Comisión Mixta, se ha quedado para examinar los pequeños proyectos, lo que, según la terminología de este blog, llamaríamos la purrela. Con dos comisiones, las cosas no van mejor que con una, de modo que las licencias siguen requiriendo dos años de papeleos.

Pero yo quiero aquí hablar de otras cosas, especialmente de lo que les expliqué a los alumnos suizos de mi amiga Eva Gil que, por cierto, dice que se quedaron encantados. Les recuerdo que yo disponía de 40 minutos totales, de los que reservé los 10 últimos para hablar de todo esto (en inglés), lo que pasa es que las cosas que estoy contando aquí no son adecuadas para una clase a unos chavales foráneos y hube de sintetizar. Así que vamos a lo positivo. La pregunta es: con esa losa del catálogo y las diversas comisiones, ¿se ha podido hacer algo de interés en el centro de Madrid en los últimos años? Claro que sí, siempre mediante diferentes atajos. 

Sin ir más lejos, el Estado y la Comunidad hacen lo que quieren con los edificios oficiales de su propiedad, por el procedimiento del artículo 161. No es coña. Eso sí: no tengo ni puta idea de a qué Ley corresponde dicho artículo. Estos organismos presentan un proyecto. Inevitablemente incumple en numerosos puntos la farragosa normativa de aplicación (es imposible cumplirla). Entonces, se acogen al 161, tiran para adelante con el proyecto tal cual y se comprometen a redactar más adelante una Modificación de Planeamiento para adaptar la norma a las características del proyecto que ya han ejecutado. No les extrañará saber que jamás cumplen ese compromiso.

Eso tampoco se lo conté a los suizos, pero sí les puse una serie de ejemplos en positivo de cosas que se habían podido hacer en el centro en estos años, con sus imágenes correspondientes, que voy a reproducir aquí. Por ejemplo, en los 90, las tres administraciones formaron un consorcio que ponía un dinero anual para mejorar las calles de algunos barrios del centro. Las obras las hacía la Empresa Municipal de la Vivienda. Empezaron por Malasaña y luego replicaron el modelo en otros barrios. Estas actuaciones consistían en levantar la calle, renovar todas las instalaciones horizontales de agua, electricidad, saneamiento y teléfono y llevar las redes renovadas al pie de cada edificio. Luego se pavimentaba de nuevo la calle, con un diseño más moderno con las aceras al nivel de la calzada. Y cada comunidad de vecinos podía a su vez renovar sus instalaciones verticales a su costa, pero con unos créditos bastante buenos. Este proyecto fue un éxito, muchas comunidades entraron al trapo y la calidad de vida de estos barrios mejoró notablemente. En la primera de estas fotos ven una vista aérea del primer sector de Malasaña que se renovó.




También les mostré algún ejemplo aislado de nuevos edificios cuya construcción ha sido muy beneficiosa para los barrios donde se implantaron, como el Teatro Valle Inclán de Lavapiés, que ven en la foto de arriba. Pero estas cosas (mejora de calles e instalaciones y construcción de un nuevo teatro) se pudieron hacer porque no afectaban a los cascarones protegidos en el catálogo: donde el teatro había una edificación sin valor arquitectónico y exenta de catalogación. Y lo otro eran las calles. Por último, como ejemplo negativo, les puse la actuación de Canalejas. Esta actuación es típica de una forma totalmente perversa de hacer urbanismo: llega un señor con un saco de millones y dice: yo invierto aquí si se me permite cambiar la normativa para hacerla a la medida de mi proyecto. Para que estas cosas salgan adelante se necesita un cómplice que las apoye desde la administración. Y en la administración municipal de entonces había una persona perfecta para eso: la ignorante supina que la señora Botella tuvo a bien poner al frente del urbanismo. Una imagen fastuosa del resultado.



Bonito ¿verdad? Podría hasta defenderse que esto es bueno para la ciudad. Muy discutible: lo es desde luego para un concepto del centro como parque temático de lujo. Pero después de esta imagen les mostré a los suizos la que pueden ver abajo, tomada a la mitad de las obras. Y aquí se descubre perfectamente el truco. Únicamente se ha mantenido la envolvente. Los mostradores de recepción, las puertas de los ascensores, las preciosas escaleras interiores y el resto de elementos de dentro del edificio han desaparecido. Y esto se lo tragó la comisión de sabios, o sanedrín de esclarecidos de la conservación de cascarones. Sin despeinarse. Que en la antigua sede de varios bancos se instale un centro comercial, un hotel de lujo de la cadena Four Seasons y 20 áticos de súper lujo, los más caros del mercado, le da igual a estos fanáticos: la fachada se ha conservado con todos sus elementos decorativos y eso es lo único que les importa a los Conservadores de Cascarones.



El centro, pues, no ha estado parado del todo. El Ayuntamiento, mediante modificaciones del planeamiento a la carta, ha promovido o apoyado algunas actuaciones interesantes: el Caixaforum, el Medialab, la sede del COAM en las antiguas Escuelas Pías, el Mercado de Barceló. Las otras administraciones, a través del 161, han reformado y actualizado el Museo del Prado, el Ateneo, el Museo Sorolla y otros edificios emblemáticos. Los del sanedrín son muy listos y saben que no es prudente enfrentarse a los grandes poderes aplicándoles con demasiada rigidez sus normativas abstrusas y a menudo contradictorias entre ellas e imposibles de cumplir. Ante los grandes inmobiliarios, doblan servilmente la bisagra de la espalda, mientras aplican esa rigidez a los pequeños promotores que quieren introducir en sus edificios alguna mínima mejora de instalaciones o de habitabilidad.

Lo malo es que este tipo de regulación está impidiendo que el centro albergue propuestas más positivas, elaboradas sobre la base de criterios urbanísticos y no sólo de conservación del caserío antiguo. En los últimos años de Gallardón, contábamos con una unidad específica, llamada la Oficina de Centro, que preparó algunos proyectos sobre el centro histórico, basados en criterios más amplios. Pero llegó la susodicha ignorante supina y disolvió esa unidad. Es algo imperdonable. A mí me cesaron de esa misma tacada pero, pasado el tiempo, hasta puedo entender que, si no había dinero para hacer obras monumentales como Madrid Río durante los siguientes años, se disolviera una unidad cuyo objetivo era precisamente hacer ese tipo de obras, como era el caso de la Dirección General de Proyectos Singulares, a la que yo pertenecía. Pero que disolvieran la Oficina de Centro es un indicativo de la estulticia paleta de esta señora. Abajo tienen un par de planos (uno general y un detalle de un eje transversal que unía diversos parques) del trabajo que llegó a elaborar esta oficina. Un trabajo que, desde entonces, está guardado en un cajón.




He de decirles que yo terminé mi charla a los alumnos hablándoles del edificio que constituye el objeto de su curso de este año. ¿Saben de qué edificio se trata? Pues precisamente del enorme inmueble de oficinas de la plaza Jacinto Benavente cuya foto les mostré en el post anterior, el que alberga entre otros el Centro Gallego de Madrid. ¿Qué piensan los Conservadores de Cascarones de este inmenso edificio? Lo tengo claro: para ellos no existe. Es que ni lo ven, y así se lo conté a los chicos, que se reían incrédulos. Estoy seguro de que los de la secta, cuando van paseando por la calle, tienen un mecanismo de atención selectiva que les impide ver este edificio (como el de Antón Martín). Es el mecanismo por el que ojeamos un periódico y nuestra atención se centra en las noticias, desechando totalmente la publicidad, que ni siquiera vemos. ¿Y por qué ha puesto Eva precisamente ese edificio como objeto de un curso de un año entero? Pues esto es ciertamente muy interesante y se lo voy a contar.

La primera vez que visité Nueva York, en 1982, cuando ni siquiera sabía que a finales de ese año me iba a contratar el Ayuntamiento de Madrid dando un vuelco decisivo a mi vida, una de las cosas que más me llamó la atención fue el furor demoledor y constructor que vivía la ciudad. En ese momento se estaban demoliendo varios grandes rascacielos y empezando a construirse otros igual de grandes (en Nueva York todo es más grande). Es un hecho cierto que demoler un edificio y construir otro en su lugar (del mismo volumen edificado) es más barato que hacer una obra de reforma del inmueble anterior. Es más barato en términos económicos. Lo que pasa es que, para empezar, mucha gente no quiere que se demuelan edificios que han formado parte de su paisaje urbano habitual durante décadas. Después de la Segunda Guerra Mundial, muchas ciudades se plantearon cómo reconstruir sus barrios bombardeados y la mayoría se decidió por reproducir exactamente los edificios anteriores. Únicamente Rotterdam y alguna otra optaron por cambiar completamente su concepción urbanística, para erigir una ciudad nueva, totalmente modernizada.

En el Reino Unido hay actualmente un debate importante respecto a qué hacer con los edificios de los Grandes Almacenes, que parecen tener sus días contados, tras la pandemia y el cambio en las pautas compradoras de los ciudadanos, más inclinadas a la compra por Internet. Si quieren leer algo más detallado sobre este fenómeno (que antes o después llegará a nuestro país), les aconsejo leer un reciente artículo de The Guardian, que pueden encontrar AQUÍEn el debate han terciado también los organismos encargados de la conservación del patrimonio edificado británico. ¿Han de catalogarse estos edificios para evitar su destrucción? ¿Y qué pasa con los que son muy feos? ¿Han de excluirse del indulto por feos? Les pongo abajo un ejemplo de esto último. El edificio John Lewis de Aberdeen, muestra paradigmática del llamado brutalismo arquitectónico. ¿Qué hacer con él?



Al lado de esto, el edificio de la plaza de Jacinto Benavente parece una de las siete maravillas. Pero, en este debate se ha introducido hace ya unos años la componente de sostenibilidad ambiental. Demoler un edificio y construir en su lugar otro nuevo es algo que empieza a no estar de moda, a pesar de que sea más barato que cualquier actuación de rehabilitación del original. Porque las demoliciones van generando más y más escombros y residuos, que difícilmente se pueden reciclar o revertir. Con los medios y las tecnologías que existen hoy en día es posible renovar todas las instalaciones de un edificio, hacerlo energéticamente eficiente y encima modernizar sus fachadas y su imagen. Algo que es menos pernicioso y contaminante para el planeta. Ese es el lema: demoler no, reciclar sí.

Hay muchísimo trabajo que hacer en los edificios deteriorados o anticuados que existen en nuestras ciudades, para dotarlos de mejores condiciones de eficiencia energética y sostenibilidad ambiental. Ustedes conocen la típica situación en que un edificio con calefacción central obliga a muchos de sus ocupantes a abrir las ventanas en pleno invierno para no asfixiarse. Eso es un desperdicio que no se puede permitir el mundo. Por eso hay ahora una línea de proyectos que actúan sobre edificios existentes, renuevan sus instalaciones, optimizan su comportamiento medioambiental (a veces logrando que se conviertan en passive houses o cero emisiones), mejorando además su estética, con unas fachadas menos rancias o feas que las anteriores. A ese empeño, por ejemplo, han dedicado toda su carrera una pareja de arquitectos franceses, Lacaton & Vassal, cuya foto ven abajo.



Anne Lacaton y Jean Philippe Vassal son pareja profesional y pareja también en la vida real y pueden ver que ya no cumplen los sesenta. Pues, por su cuenta y riesgo, llevan toda su carrera haciendo proyectos en esta línea. Unos proyectos discretos, lejos de la arquitectura espectáculo de otros, pero conceptualmente muy buenos. Y este año, el Jurado de los premios Pritzker ha decidido darles este prestigioso galardón (el Nobel de la arquitectura) como premio al conjunto de su carrera. Pero ¡OJO! Mi amiga Eva Gil puso el edificio de Jacinto Benavente como tema de su curso ANTES de que se conociera el veredicto de los Pritzker. Ya les he dicho que es una mujer y una profesional fuera de serie. Que me considere su amigo (así fue como me presentó a sus alumnos) es ciertamente un honor.

Como sólo conté con diez minutos para desarrollar todo esto, no tuve tiempo de contar una anécdota que yo creo que es perfecta para poner la guinda de este asunto. Ya se contó en el blog, pero es normal que no la recuerden. En el verano de 2014 hice un viaje profesional a Friburgo. Cuando digo profesional quiero decir que había quedado con gente del Ayuntamiento de esa ciudad del sur de Alemania, para que me contaran sus proyectos, especialmente novedosos en el campo de la movilidad. No que el viaje me lo pagara el Ayuntamiento. Eran los terribles años del Trienio Negro de Mrs. Bottle y la ignorante supina de la que les he hablado ya más arriba (tercera vez que la insulto en este post) no contemplaba este tipo de viajes. Me lo tuve que pagar de mi bolsillo.

Cuando ya habíamos visto una serie de actuaciones muy interesantes, nos llevaron a ver la joya de la corona. El Ayuntamiento tenía un patrimonio de edificios de vivienda social en alquiler (como esos que Mrs. Bottle se dedicó a vender a fondos buitre) en mal estado por el simple paso del tiempo. Y habían decidido acometer un programa de obras de reforma mejorando sus instalaciones, su eficiencia energética y sus fachadas, para acomodarlos a modelos más sostenibles (les va sonando ¿no?). Y ya había uno de estos edificios terminado y con la gente viviendo allí de nuevo. El primer éxito del programa. Llegamos al pie del inmueble y ciertamente era precioso. Pero ya saben que yo soy veterano y a veces hago las preguntas menos políticamente correctas.

Así que, levantando un dedito, hice la siguiente afirmación/pregunta: –Y todo esto se ha hecho de forma participada, con el acuerdo de todos los inquilinos, supongo. Respuesta: –Sí, sí, desde luego, se negoció con ellos y aceptaron. –Y qué se hizo con ellos durante la ejecución de las obras. –Nada, se les realojó provisionalmente en otro edificio municipal y sin ningún problema. –Y luego han vuelto a su antigua casa. (Joder, Emilio, qué pesado eres, es que lo tienes que preguntar todo hasta los detalles más insignificantes). –Mmmmmmm… Por el sonido que hacía mi interlocutor supe que algo iba mal, que había metido el dedo en la llaga. Después de muchos movimientos de cabeza y gestos extraños, me confesó que únicamente había regresado un 30% de los vecinos originales. –¿Y qué pasó con los demás? Pues que eran sobre todo gente muy mayor, para los que el primer traslado ya había sido un horror y dijeron que ya no querían hacer otro traslado, que lo único que deseaban es que los dejaran en paz.

Tal cual se lo cuento. Es decir, esta línea de no demoler y adaptar los edificios a los nuevos requerimientos ambientales y energéticos está muy bien. Es cojonuda. Pero hay que tener cuidado y hacerle un seguimiento riguroso. Porque una actuación en la que un 70% de los afectados se niega a volver y dice que virgencita-virgencita, no es una operación como para enseñársela a un visitante. Más bien es un caso de gentrificación flagrante, promovida por una administración pública. Muy bien, esperando haber estado a la altura de sus expectativas, les deseo que continúen pasando un domingo espléndido. A ver si puedo ya seguir hablando de Samantha Fish ¡coñe! Bueno, eso, que ustedes sigan bien.

8 comentarios:

  1. Muy interesante esta serie de dos textos. Ahora me explico yo muchas cosas. Visto desde el otro lado, el de los pequeños promotores de reformas de todo tipo, le diré que al propietario que se le cataloga un edificio de su propiedad, lo vive como si fuera una desgracia enorme, como si le naciera un hijo tonto. Porque esa catalogación no implica ningún tipo de ayuda o compensación por parte de la administración y sí muchos y graves inconvenientes. Lo peor no son los dos años perdidos en trámites. Lo peor es la inseguridad. Porque, si se supiera a ciencia cierta que, después de pasados esos dos años, te dan la licencia pedida, no sería problema: simplemente habría que tenerlo en cuenta a la hora de los créditos y los avales. Pero a lo largo de esos dos años se sufre una incertidumbre que quema mucho al personal.
    Lo dicho: muchas gracias.

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    1. Gracias a usted por su comentario. Su matización es precisa: a lo largo de los dos años de papeleos, la mayor tortura es precisamente la conciencia de que el tema se puede ir al carajo en cualquier momento, sin que haya muchas posibilidades de defenderse de ello, salvo recurrir a los tribunales, un camino aun más largo y tan incierto o más que el otro.
      Alguien tendría que tomar cartas en este asunto pero, con la situación política local, fragmentada y crispada, es difícil que nadie se meta en ese jardín.

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  2. Me encantó. Samantha podrá esperar, digo yo. A ella también le gustará este artículo.

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    1. Gracias hombre. Samantha es muy lista, pero no creo entendiera un tema tan complejo y especializado.

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  3. Sí, Emilio, has superado mis expectativas. Has estado muy requetebién. Y un artículo sin la habitual "Somanta" es un relax para tus devotos seguidores, al menos para ésta que tanto te quiere.

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    1. Ya sabes que yo también te quiero, aunque te metas con "Somanta". Además tú has conocido a muchos de los personajes que se citan en estos dos textos.
      Un abrazo, querida.

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  4. Amigo: Todo ese proceso lo pude vivir yo, en calidad de espectador espantado e impotente pues, por aquel entonces, yo tenía a mi cargo el (llamémoslo así) control urbanismo de zonas externas a la "almendra central" de Madrid. Sufrí con ello con la impotencia de quien observa un reportaje de guerra, en el que se aprecia toda clase de crueldades, pero en el que no le es dado intervenir y creo entender lo que esa etapa pudo ser para quien, pudiendo hacerlo, no lo consigue por mor de la "obediencia debida". Eso de hacer de una ciudad un simple decorado teatral debería catalogarse como crimen de lesa humanidad.

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    1. Querido amigo, gracias también a ti por tu aportación. Te puedo asegurar que hice todo lo posible por luchar contra esta auténtica secta, incluyendo dos ocasiones en las que amenacé con dimitir si se seguía adelante con ciertas propuestas concretas (las dos veces me salió bien la jugada). Pero en conjunto se puede decir que ellos ganaron la guerra y el resultado es esta regulación absurda que tanto hace sufrir a los pequeños emprendedores en un mercado, el del centro, con enormes posibilidades.
      Un fuerte abrazo para ti también.

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