miércoles, 21 de abril de 2021

1.043. Mephisto en patinete y otros dislates

Vaya, voy a empezar por hacerles un poco la pelota, queridos seguidores de mi blog. Sin que sirva de precedente. Realmente estoy abrumado por la avalancha de elogios, alabanzas, loas, parabienes, congratuleisions, aplausos y ditirambos varios que ha suscitado mi reciente pareja de posts acerca de la tenebrosa secta de los Conservadores de Cascarones, un nombre de resonancias malévolas, casi como los Reductores de Cabezas jíbaros. Hombre, el primer texto era cortito y divertido, con las historias de García Lomas y los otros alcaldes nombrados digitalmente por el señor Franco, a quien mi padre solía referirse como Su Excremencia o, en ocasiones, como el Jefe del Estado, a lo que añadía por lo bajo: del estado este de calamidad en que nos ha sumido (por entonces, este tipo de chistes había que administrarlos con prudencia, que se jugaba uno el bigote). Vale, el primero de los dos posts tenía un pase. Pero el segundo lo subí al blog con un sentimiento entre el cargo de conciencia y una especie de misericordia compasiva hacia mis lectores: pobres, menudo ladrillo que les acabo de largar, desde luego qué paciencia tienen conmigo.

Y, para mi sorpresa, resulta que ha gustado un montón, lo cual dice mucho de la capacidad lectora de este pequeño grupo de fieles que continúan leyendo mis paridas después de más de ocho años de darle nafta a la bomba, sin quitar el pie del acelerador. Mi grupo de seguidores es pequeño (somos un blog zombie, recuerden), pero distinguido, selecto y amante de lo profundo. Así que, de verdad: el mayor de mis agradecimientos para ustedes, queridos amigos. La verdad es que yo trato de producir una especie de literatura instantánea (como el Nescafé y otros solubles), de usar y tirar, directa desde el autor al lector y sólo de vez en cuando con un poco de trasfondo. Aparte de divertir y entretener al lector excitando su curiosidad, pocas más pretensiones tengo. De vez en cuando me sale algo más denso y agradezco que mis followers lo valoren. Eso dice mucho de ustedes y de su nivel intelectual.

¡Hala, vale ya de peloteo, cagüen too! Hoy toca volver al nivel temático más habitual. Lo que pasa es que la actualidad va a toda pastilla y cada día se desayuna uno con una novedad insólita relacionada con la campaña electoral, el progreso de la vacunación, la rise and fall de la Superliga de Florentino, el veredicto del caso George Floyd o el anuncio de Biden de que los yanquis se van de Afganistán (dejando por cierto que los talibanes vuelvan a imponer su régimen social basado en la sharia, que jode sobre todo a las mujeres afganas). Pero ustedes no entran aquí para enterarse de la actualidad. Para eso tienen El Páis y los demás diarios. Así que les diré que, a los efectos de este blog, la gran noticia de estos últimos tiempos no es ninguna de esas. Aquí, el notición es la inesperada reconciliación de Marta Botía y Marilia Casares, las componentes del dúo Ella Baila Sola. La ruptura de este grupo hace 20 años, fue casi tan sonada como la de los Beatles. Marta y Marilia tienen ahora 46 años y están igual de guapas que a los 21, cuando debutaron con un éxito estratosférico y merecido.

Más de uno de mis lectores estará pensando que estoy de coña, pero ya les digo que para nada. Aunque soy un amante del blues, el rock y el jazz, tengo mucho respeto por la gente que compone, es decir, que se enfrentan a un folio en blanco y un pentagrama virgen y sacan de ahí una letra y una melodía que constituyen un todo para ser interpretado. Por eso respeto mucho a José Luis Perales, como saben. Marta y Marilia compusieron todas y cada una de las canciones que incluyeron en los tres discos que publicaron entre 1996 y 2000 y que se vendieron por millones, antes de que la relación entre ambas saltara por los aires. Les voy a pedir que escuchen una canción de estas chicas que apareció en su primer disco. Estamos hablando de 1996, es decir, más de 20 años antes de que surgiera el movimiento Me Too. Y Ella Baila Sola cierra su álbum de debut con este tema, que se llama Mujer florero. Impresionante el humor, la coña que se traen acerca del asunto. La coña en la letra y también en la música: es un todo.

A mí me gustaban mucho estas chicas, tenía sus discos y se los ponía a mis hijos que eran pequeños entonces. Marilia, la morena, que es de Cuenca, era para mí algo así como la mujer perfecta. Ya les iré poniendo otros temas en posts sucesivos, entre canción y canción de Samantha Fish. Ahora han publicitado su reunión, después de estar 20 años prácticamente sin hablarse. La prensa no cuenta nada de Marilia y cuál es su circunstancia. De Marta se dice que vive en Nueva York, con dos hijos, que acaba de romper con su pareja y está deseando volverse a vivir a España, pero no quiere afectar a la vida de sus hijos americanos, que tienen allí sus colegios y su vida. No es difícil imaginar que ha sido ella la que ha tomado la iniciativa de la reconciliación. Y yo aguardo con ansia sus nuevos trabajos, estas chicas son una bomba, el eslabón perdido entre Vainica Doble y Larkin Poe.

Déjenme que meta en este tema una cuña publicitaria (porque yo sigo con mis leit motivs). ¿Cómo piensan que ha sido el proceso de reconciliación? Es fácil de imaginar. Marta, en plena crisis vital, ha buscado a la otra, le ha dicho que es una tontería que sigan distanciadas, tal vez se han citado, seguramente aquí, donde Marta habrá viajado con cualquier excusa, se han dado un abrazo, se han tomado algo juntas, han puesto al día la información sobre sus vidas respectivas. Tal vez hasta hayan hecho luego algún papel formal para sellar su acuerdo, eso no lo sé. Y han consensuado la forma de salir juntas a anunciar públicamente su vuelta, sonrientes, bien pintadas y arregladas. Muy bien, eso parece bastante creíble y lógico. Pero ATENCIÓN, PREGUNTA. ¿Cómo habría hecho eso Marta si fuera como Pablo Iglesias?

Tampoco es difícil de imaginar. Hubiera grabado un vídeo, allí en Nueva York. Se mostraría en ese vídeo despeinada, agotada, desolada, con el ceño fruncido diciendo que estaba en crisis total, que se había equivocado con su vida, que nunca tendría que haber roto Ella Baila Sola, que consecuentemente, había llegado a la conclusión de que tenía que reconstruir el grupo, para lo cual tendía la mano sinceramente a Marilia, porque no podía ser eso de que estuvieran separadas y sin hacer música juntas. Me van siguiendo ¿no? Dramatismo, tremendismo, histrionismo, afán de protagonismo y muchos más ismos. Y qué habría sucedido. Pues que Marilia, al día siguiente, habría salido a la palestra en Madrid mandando a la otra a freír churros, evidenciando que no le había contado nada previamente de sus intenciones, que se había enterado de que Marta quería volver a reunir el grupo literalmente por la radio.

Joder, a ver si se enteran los que me siguen dando el coñazo con Unidas Podemos, que me piden que les vote a ellos y no a Mónica García, como pretendo. Les repito que este no es un blog político. Les reto a que busquen en mis mil y pico posts una sola crítica a las políticas que propone Podemos. Que quede claro que lo que me molesta de este señor es exactamente lo que he dicho de él: que así no se hacen las cosas en el siglo XXI, que ese es un modus operandi medieval, de Juego de Tronos: yo planteo un órdago, lo anuncio a los cuatro vientos y a ver cómo responde la otra parte. No me gusta el modus operandi, no me gusta lo que ese modus operandi desvela del personaje y no me gusta la falta de autocrítica que se deduce del hecho de que lo siga haciendo así, a pesar de que todas las veces le sale como el culo. Nada, que se me cuela otra vez el tema electoral, del que yo no quería hablar, por lo menos hasta que pasen las elecciones. Unas elecciones de las que no se me quita la sensación de que nos va a caer la del pulpo y siento decirlo. Ayuso lo tiene claro, como ven.

El problema de Madrid es que hay mucho facha por metro cuadrado, quizá más que en ninguna otra región. Y a ello hay que añadirle que la gran mayoría de los autónomos son de derechas, no sólo los de los bares, sino los carpinteros, fontaneros, parquetistas y propietarios de pequeños negocios, por no hablar de los taxistas. Gente muy inculta, pero con ciertos posibles, que les permiten tener un adosado en el extrarradio, un todoterreno diesel y poder irse de veraneo a lugares como Marina D’Or. Por supuesto, todos ellos facturan lo que pueden en negro y hacen lo posible por defraudar a Hacienda. Así que no es difícil que se traguen el discurso ese del comunismo, que el PSOE quiere subirles los impuestos y que la Libertad-Libertad-Libertad está en riesgo. Hace muchos años que nuestro añorado Forges diseccionaba este asunto con precisión casi quirúrgica. Véanlo.

Qué crack el Forges. Bueno, yo quería recuperar el hilo de Ella Baila Sola. Porque algunos de mis seguidores me dicen que, como no saben inglés, no consiguen seguir lo que canta Samantha Fish y otros artistas de los que suelo traer vídeos al blog y eso hace que los disfruten menos. Espero que con EBS no tengan ese problema. Pero, en realidad, para disfrutar del buen rock no hace falta entender la letra al detalle, sólo tener una idea general de por dónde va el sentido de la canción. Cuando yo era un quinceañero (ahora vuelvo a serlo, según sentencia mi hijo Kike, que es un genio), una de las canciones que más me gustaban era Con su blanca palidez, así se tradujo por aquí A whiter shade of pale del grupo Procol Harum. Era una canción preciosa, ideal para bailar el agarrado. Y no sabíamos qué decía la letra, salvo que empezaba con Esquife-lai-fandango. Un colega mío de aquellos tiempos lo decía así: a mí la canción que más me gusta es la de esquife-lai-fandango. Permítanme que les rememore esta maravilla. Súbanle el volumen al máximo y, si tienen con quien, aprovechen, que esta es la canción perfecta para arrimar cebolleta.

Pura historia del rock. Esta canción se publicó en 1967. Dieciséis añitos tenía aquí el menda lerenda. Por cierto, para quien no lo haya notado, la melodía está inspirada en las armonías de una pieza de Johann Sebastian Bach. ¡Cuántos recuerdos asociados! La de veces que habré bailado yo esto. En 1968 me vine a Madrid. Y empecé a moverme por las discotecas. Yo me trabajaba sobre todo el JJ, que estaba en los sótanos del Palacio de la Prensa, en Callao, y el Stone's, cercano a la Puerta de Alcalá, donde iban todos los americanos de la base de Torrejón y había negros por un tubo. Te pillabas el cubata (por entonces no molaba tanto el gin-tonic) y empezabas a mover el esqueleto como un poseso, al ritmo de toda la lista de rocks del momento. Sólo de vez en cuando se bajaba el ritmo, empezaba a sonar el órgano de Procol Harum y se escuchaba lo de Esquife-lai-fandango. Uno se ponía romántico, miraba a la chica más próxima, que ya iniciaba el movimiento de irse a su butaca a descansar, y la agarraba por la cintura. Venía entonces la conversación proverbial: –Estoy toda sudada. –No me importa. Y la inmersión en el paraiso durante el tiempo que duraba la pieza.

En fin, que este post se me está yendo de las manos, como me pasa tantas veces. Antes de que eso suceda, quiero insistir en otra de las líneas que vengo esbozando últimamente. Como les dije no hace mucho, yo creé un personaje Emilio-bloguero, una especie de alter ego que no era para nada el Emilio real. Que más bien me mostraba como a mí me gustaría ser. Es el mecanismo opuesto al de los heterónimos de autores como Pessoa, que crean personajes con otro nombre que son ellos mismos. Mi creación se llama Emilio, pero es otro. Pero ese personaje bloguero Emilio se está comiendo poco a poco al Emilio real y cada vez me pasan más cosas que pueden considerarse inscritas en el mundo onírico-literario del blog, más que en la vida real de un septuagenario jubilado. Les pongo un ejemplo, en forma de relato

Domingo día 11. Es un día en que el tiempo ha refrescado bruscamente. Yo no me lo esperaba y por eso he salido temprano a correr únicamente abrigado con mi camiseta negra de Samantha Fish; de haber sabido que había cambiado el tiempo, me habría puesto algo más calentito. Tengo que cruzar el Paseo del Prado por delante del Caixaforum. Cruzo la primera mitad y espero en el bulevar central a que se ponga en verde el semáforo del segundo tramo. Tengo frío y eso me hace esperar dando pequeños brincos, algo que no suelo hacer, porque me parece que muchos de los corredores de nueva hornada lo hacen por puro postureo. No veo gran cosa, entre las gafas, el empañamiento (aunque salgo sin mascarilla), la atención que he de prestar al suelo para no tropezarme, los coches que he de vigilar por si no se paran en el paso. Todo eso hace que no vea bien a la gente con la que me voy cruzando.

Pero intuyo que al otro lado del paso, por donde la verja del Botánico, hay dos personas. Una de ellas es un tipo joven, alto, delgado, todo vestido de negro, pelo largo rizado, embozado en una mascarilla negra como de atracador y con un patinete. Está tieso como un poste esperando a cruzar y tiene un aspecto un poco siniestro y amenazante, acentuado por su completa inmovilidad, como una figura de mal augurio, como un cruce entre el motorista del infierno y el ninja de la muerte. Me recorre el cuerpo un escalofrío. Se pone el semáforo verde, echo a correr mirando al suelo al ritmo de Slow Down y, justo cuando me estoy cruzando con el tipo del patinete (que es eléctrico), escucho con toda nitidez que me dice: ¡Vamos Emilio, ahí con dos cojones!

No lo he reconocido, pero imagino que quizá se trata de Alejandro, camarero del Matilda, que suele venir al trabajo en bicicleta desde su casa al otro lado del Retiro y con quien me he cruzado ya otras veces. Así que no me paro, levanto la mano en señal de agradecimiento y saludo y sigo corriendo a toda pastilla para ir entrando en calor. Fin de la anécdota. Ahora viene lo raro. El miércoles 14 bajo a comer al Matilda (últimamente vengo comiendo fuera de casa de dos a tres veces por semana) y le digo a Alejandro: –Vaya, ya he visto que te has modernizado, de la bici al patinete eléctrico, mucho más cómodo. Me mira perplejo, sin entender nada. Le cuento la historia y me asegura que no era él. Que odia los patinetes eléctricos y que no se ha cruzado conmigo desde hace semanas. Entonces, ¿quién coño era el que me saludó?

Segunda posibilidad. Mi amigo Manu, hijo de una íntima amiga, que vive por aquí y podría venir de dar una vuelta matutina por el parque, donde también me lo he cruzado alguna vez. Le mando un Whatsapp. Me confirma que tampoco era él, entre otras cosas porque lleva un par de semanas en México. Y en este punto estoy. No tengo ni puta idea de quién era ese admirador eventual de aire tenebroso. Ahora mismo no creo conocer a nadie que se vista todo de negro y se desplace por la ciudad subido en un patinete eléctrico, en parte comparto la fobia que les tiene el bueno de Alejandro. ¿Tal vez algún seguidor del blog? Si es así, le ruego que se identifique. Por favor. 

Cuando me crucé con él y creí erróneamente que era Alejandro, me tranquilicé y me quité de la cabeza esas otras ideas más siniestras. Pero ahora que sé que no era nadie que conozca, vuelvo a pensar que pudiera ser algún elemento malévolo, un vampiro, no sé, tal vez el mismísimo diablo, que se había bajado de la estatua del Ángel Caído para enfilar la cuesta de Moyano y acercarse al distrito centro a tentar a sus incautos habitantes (como si no tuvieran bastante con tener su barrio regulado por los Conservadores de Cascarones). Mephisto en patinete. ¿Habrá sido todo un sueño?

Si averiguo algo sobre la identidad de ese sujeto, ya lo contaré en el blog. En esta ciudad hay gente muy rara y, si no me creen, échenle un vistazo a este reciente reportaje sobre los adoradores de Satán, que pueden consultar AQUÍ. Pero, a lo que íbamos. Yo empecé inventándome cosas imaginarias para contarlas en esta tribuna. Y ahora esas historias han saltado a la realidad, me salen al camino como esos perretes que vienen a ladrarte, y me suceden cada vez con más frecuencia. El personaje del blog se está comiendo al Emilio real. Lo noté con toda nitidez ¿saben cuándo? Pues cuando me organizaron la fastuosa despedida en el trabajo, con el vídeo que les mostré en el blog, más la dedicatoria de mis amigas en el libro que me regalaron y que no traigo al blog porque forma parte de mi intimidad. Tengo claro que el Emilio real jamás hubiera merecido una despedida como esa. Vale. Les voy a dejar un vídeo más, a modo de despedida.

Mi admirada Sheryl Crow no lo está pasando bien con esto del encierro. Es una mujer muy resiliente, que las ha pasado canutas y ha salido adelante, pero es mayor que Samantha y la edad es decisiva a la hora de afrontar una calamidad universal, como esta que nos ha caído (yo, como soy un quinceañero, lo llevo bastante bien). Sheryl está rescatando algunas de las mejores canciones de su larga carrera, para cantarlas en su casa, en donde convoca a sus músicos habituales, la mayoría de los cuales no se quitan ni la mascarilla. 

Esta canción que acaba de colgar en Youtube habla de ciudades ahogándose bajo fuentes hirvientes, de perforadores locos de petróleo, de gentes que adoran al becerro de oro, de calor asfixiante, de terror insalvable, de niños perdidos huyendo a la montaña, mientras un sol asesino brilla sobre Babilonia. Una canción apocalíptica muy impactante, que en su día describía un mundo distópico. Un escenario que cada vez se va pareciendo más al real. Sheryl la canta con una rabia explícita, como un alarido contra la situación que estamos viviendo. Les pido que observen un detalle. Sheryl cumplió en febrero 59 años. Fíjense cómo tiene los brazos. Más de una de cuarenta y tantos mataría por tener unos brazos como esos. Hala, cuídense, que el partido no se ha terminado, no vaya a ser que el puto virus nos meta un gol en el descuento.

10 comentarios:

  1. Emilio, además de mi amigo del alma sólo faltaba que recordases el Stone's en tu blog para ser mi ídolo. Resulta que estaba en la calle Villalar, con lo que al mismo tiempo rememoramos a los Comuneros cuya fiesta es un día de estos.
    Allí en el Stone's supongo que es donde se comenzó a fraguar la sordera que sufro y divierte mucho a los de mi casa. Era el sitio donde ponían nuestra música y, gracias a un amplificador Mcintosh que tenían, conseguían el volumen al que había que ponerla.
    Luego con buena música estuvo el 42 de Claudio Coello, que creo recordar que era de un tío de Santoña que había sido lanzador de peso.
    Y tantos otros sitios — la primera vez que fui al Penta me llevaste tú — entre los que sobresale para mí el Sol de la calle Jardines al que le fui fiel, en la medida de mis posibilidades, muchos años.
    Ya me ves, ahora acabado despues de haber sido la "reina de la noche" durante tantos años.
    Otra cosa: no te tienes que justificar por votar a Mónica García que me parece una elección excelente. Creo que va a votar por ella mi hija la médica.

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    1. El "42" de Claudio Coello tiene su historia...

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    2. ¿Oscura? No la conozco. Cuente usted.
      Del Stone's sí. Terminó con la muerte de uno en la puerta pero poco más recuerdo.

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    3. Respondo conjuntamente. Paco, fueron unos años dorados inolvidables. Pero todo tiene su momento en la vida y la nostalgia no sirve para nada, aunque está bien mantener frescos los recuerdos. Yo conservo todavía la fascinación por la gran ciudad, a la que vine con 17 años. Me produjo un efecto que todavía no se me ha pasado y tengo previsto escribir algo al respecto, a propósito de un cuento cojonudo de Carlos Castán.
      Tras esa primera etapa del JJ y el Stone's, fui recalando más en Malasaña: el Penta, La Vía Láctea, La Sastrería. Y luego ya la época maravillosa del Agapo, que era el último en cerrar por lo que todos los recalcitrantes acabábamos la noche allí.
      Y no te des por acabado como reina de la noche que, cuando se normalice todo esto, tengo planeado tentarte una noche a ir al Gruta 77, en Carabanchel, un lugar también cojonudo que resiste a la pandemia.
      El Coronel creo que se refiere a la amplia historia que tenemos él y yo como usuarios del 42 de Claudio Coello, antes de que lo cerraran a principios de los 80.
      ¡Larga vida al rock and roll!

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    1. Pues lo cierto es que sigo sin saber quién fue el tipo que me saludó y sobre cuya figura he urdido todo el relato. Espero que se manifieste algún día.

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  3. El de negro en patinete no era tampoco yo, para ir descartando.

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    1. Humor coruñés cien por cien. Gracias por la aclaración.

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  4. Muy buenos los tres cortes musicales. El primero, sorprendente, no creía que estas dos hicieran canciones tan sugerentes, eran el grupo que le gustaba a mis hermanas mayores y nunca me interesé por ellas. La segunda, también muy buena, la había escuchado alguna vez en programas de musica revival, en los 60 yo estaba casi naciendo. Y la tercera, pues extraordinaria, le digo lo mismo: yo identificaba a Sheryl Crow con un tipo de música más facilona. Descoloca usted mis principios rockeros, pero se lo agradezco.

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    1. Eso le pasa por tener principios. Yo soy más bien de la teoría de Groucho (Marx, no el Coronel).

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