Bien, esto de la salida del encierro es un pasito adelante y un pasito atrás, un-dos-tres, como la yenka. Yo he dado un
paso atrás y estoy otra vez confinado. ¿No estamos en la fase cero? Pues para
mí eso supone no salir más que una vez por semana a la compra. Para lo
que hay que ver fuera, en este intermedio entre la nada y el no se sabe, estoy
aquí perfectamente encerrado, a salvo de virus sedicentes. Si leyeron el
artículo de Nature que les traje al post anterior, habrán aprendido una serie
de cosas. Por ejemplo, que hay siete tipos de coronavirus descritos. Cuatro de
ellos saltaron al ser humano hace tiempo y son los causantes de los catarrillos
esos que sufrimos ustedes y yo todos los otoños. Los otros tres son el SARS-CoV,
responsable de la epidemia de 2003, el MERS que surgió en Oriente Medio en 2012
y este de ahora.
Por cierto. Problema de
nomenclatura. ¿Cómo se llama el coronavirus que nos tiene jodidos? ¿Cómo
dicen? ¿Covid-19? MAAAAL. El virus se llama SARS-CoV-2. Lo que se llama
Covid-19 es la enfermedad que causa, que viene de añadirle la d de disease
(enfermedad), y no de diciembre de 2019, como dijo la señora Ayuso, conocida también por sus iniciales IDA, que la definen muy bien, porque está bastante
ida. Su metedura de pata me recuerda una histórica que yo presencié
personalmente en persona, como diría Catarella, entrañable personaje de las
novelas de Andrea Camilleri. Resulta que, con una serie de compañeros fuimos a
arropar a un concejal de distrito (del PSOE), que presentaba en público un PERI que
habíamos preparado para uno de sus barrios (tiempos de Tierno Galván). Como quizá sepan, PERI
significa Plan Especial de Reforma Interior, es una de las figuras más comunes
del urbanismo.
Pues se lo creerán o no, pero
aquel concejal, bastante mayor y prácticamente analfabeto, lanzó su discurso de
manera más o menos aseada, dentro de su tosquedad, hasta que, muy serio,
proclamó que era un honor para el distrito que la Gerencia de Urbanismo se
hubiera dignado redactar ese Plan Especial de Reforma Importante. A mí me dio una
risa explosiva incontrolable, que camuflé de súbito ataque de tos con la ayuda
de uno de los compañeros que habían colaborado en la redacción del Plan, quien avaló mi credibilidad sacudiéndome unos porrazos en la espalda con la mano
abierta que me hicieron bastante daño, pero que nunca he dejado de agradecerle.
Bueno, discúlpenme esta digresión, es que muchas veces uno sabe dónde empieza
pero no a dónde llega.
A lo que íbamos. Los cuatro
coronavirus de los resfriados, se han adaptado a vivir entre los humanos sin
causarles mucho daño y les va muy bien en esa simbiosis con nosotros. En cambio el SARS-CoV y el MERS hicieron lo contrario: se mostraron
letales y fueron aniquilados de la faz de la Tierra. Y yo confío en que el
SARS-CoV-2 sea lo suficientemente listo como para mutar a una versión más
suave, con la que nos tendremos que acostumbrar a vivir. Si no, la guerra será
larga porque está ya muy esparcido. De momento yo confío en que los calores de
la canícula lo calmen un poco, aunque no dudo de que volverá con el
otoño. Así que, mientras un elemento tan peligroso como este ande suelto por ahí, yo, aquí, confinado.
Y sucede que en esta última fase,
esta ciudad tan silenciosa en la que se oía el canto de diversos pájaros, ha
visto perturbada su paz por un sonido horrísono. Una verdadera cacofonía. Tal
vez piensen ustedes que se trata de una cencerrada festiva, pero no. Son una serie de
impresentables que hacen ruido con sus cacerolas. Alguno le añade a la bronca
gritos de ¡Viva España! y raro es que no salga alguno aclamando a
Franco-Franco-Franco. La barahunda ha llegado ya a mi barrio, ciertamente
minoritaria y repelida por los vecinos que aplaudimos cada día a los médicos, uno de ellos ayer incluso blandiendo una bandera republicana. Pero yo, que no
soy de bronca, les recomendaría, queridos lectores, que no se sumen al
alboroto. Que se queden tranquilamente encerrados en sus casas, escuchando música
clásica, o incluso haciendo música. Toda crisis es una oportunidad y este
encierro nos brinda la posibilidad de producir música y difundirla
por las redes.
Los reyes de esta tendencia son
sin duda los Stay Homas, con los que no hace mucho les amenicé un post entero. He oído que el de la cara redondita, el que parece
dirigir el cotarro con esa percusión casera hecha con un cubo de fregona
invertido aporreado con una escobilla de wáter sin cabeza, es un
músico experimentado, miembro de un grupo que andaba tocando por Barcelona y
que, al verse encerrado con dos amigos también bastante buenos músicos, decidieron
hacer de la necesidad virtud. Se habían quedado sin trabajo pero, para cuando
salgan del confinamiento, les van a llover los contratos. Como ya vieron, muchos artistas
patrios de renombre se han querido sumar a través de sus móviles a los números musicales que organizan estos tres chavales. Y, entre los últimos, el tal Pablo Alborán. Este es un tipo del que sé que
existe, pero no tengo ni idea de qué música hace, está fuera de mi ángulo de
visión. Tampoco sabía que fuera capaz de darle una pincelada
Otis Redding al do-wap que se marcan los chavales. Este es mi primer ejemplo
de música del confinamiento.
Ahora les voy a hablar de Mungo
Jerry. En 1970, este grupo británico publicó su tema de debut In the Summertime, que fue un auténtico
bombazo. Fue el número 1 indiscutible del año, todo el mundo escuchaba aquella pegadiza tonada que celebraba en su letra la llegada del verano, una época del año en la que puedes
ir a la playa, tumbarte a la bartola, beber sin freno y ligar todo el día.
Tal vez la recuerden, el acompañamiento hacía todo el rato ouh-ch-ch-ch, ouh-ch-ch-ch,
el cantante tenía unas patillas negras espesas, que le llegaban casi hasta la nuez y le acompañaban unos
cuantos desaliñados que hacían sonar botellas de agua y simulaban ruidos de
pedos. Aquel cantante era el autor de la canción, de la que se vendieron 70
millones de singles, una barbaridad para la época. De hecho el tipo sigue
viviendo de los royalties de esa melodía y con eso le da para sus gastos y para
seguir tocándose las pelotas a dos manos y dar esporádicos conciertos de rock, las dos actividades que adora.
Tengo en mi memoria una imagen
que vi en la televisión de mi casa de La Coruña, en compañía de mi madre, yo ya estaba estudiando en Madrid pero seguramente estaba de vacaciones de Navidad. Ya he contado esta historia en el
blog, pero no he conseguido encontrar las imágenes; creo que en aquellos
tiempos no se grababan y guardaban copias de todo lo que se emitía, estamos hablando de la
televisión en blanco y negro. La cosa es que, como cada fin de año, la Reina Isabel
presidía la Gala anual del rock en el Royal Albert Hall, en la
que solían participar los intérpretes de los mayores éxitos de la temporada. Y a Mungo Jerry,
le tocó, naturalmente, cerrar la gala. Salieron con su aire de homeless, sus camisetas sin mangas llenas de agujeros y
sus pantalones raidos, a cantar su gran éxito.
Y, hacia el final, aquello fue la apoteosis, con todo el público puesto en pie gritando y dando palmas, hasta el punto de que el tipo se vino arriba, empezó a dar
palmas sobre su cabeza para animar al personal y, en esa tesitura, se acercó
bastante al palco que ocupaba la reina. Y todos pudimos ver en los noticiarios en blanco y negro la imagen de aquel tipo brazos en alto con su sonrisa de oreja a oreja,
mostrando al mundo sus sobacos tan frondosos y negros como sus patillas y, a
dos metros, la reina dando palmitas y mirando de reojo a la cámara con una incómoda
sonrisa de conejo, como expresando entre dientes: ¡Qué tufo, por Dios, que me
quiten de delante a este energúmeno! Bueno, no tengo imágenes y tal vez ustedes no se lo crean, pero
yo lo vi con mis propios ojos en la vieja Telefunken de mi casa de La Coruña, sentado a
la mesa de comedor al lado de mi madre.
El Mungo Jerry este (lo llamaremos así por abreviar, en realidad ni siquiera sé cómo se llama) tenía entonces 24 años. Y, como ya conté una vez en el blog, se mantiene en buena forma, sólo que ahora tiene ya 74. Estaba preparando una fiesta fastuosa para conmemorar el 50 aniversario de In the Summertime, cuando llegó el virus y tuvo que encerrarse en su casa-estudio en el Este de Londres. Y, como los Stay Homas, decidió hacer de la necesidad virtud. Escuchen este extraordinario Coronavirus blues. La letra es sencilla: estamos en 2020, yo tendría que estar celebrando los 50 años de In the summertime, pero estoy aquí encerrado como todos y I got the blues (expresión clásica del rock que significa tanto estoy tocando un blues, como estoy jodido). Y para que no queden dudas, aclara: I got the coronavirus blues. Luego hace una lista de todas las cosas que no puede hacer, etc. Y acaba deseando buena salud a todos sus oyentes y a sus familias y amigos, deseo que cierra con un Dios les bendiga. Disfrútenlo.
El Mungo Jerry este (lo llamaremos así por abreviar, en realidad ni siquiera sé cómo se llama) tenía entonces 24 años. Y, como ya conté una vez en el blog, se mantiene en buena forma, sólo que ahora tiene ya 74. Estaba preparando una fiesta fastuosa para conmemorar el 50 aniversario de In the Summertime, cuando llegó el virus y tuvo que encerrarse en su casa-estudio en el Este de Londres. Y, como los Stay Homas, decidió hacer de la necesidad virtud. Escuchen este extraordinario Coronavirus blues. La letra es sencilla: estamos en 2020, yo tendría que estar celebrando los 50 años de In the summertime, pero estoy aquí encerrado como todos y I got the blues (expresión clásica del rock que significa tanto estoy tocando un blues, como estoy jodido). Y para que no queden dudas, aclara: I got the coronavirus blues. Luego hace una lista de todas las cosas que no puede hacer, etc. Y acaba deseando buena salud a todos sus oyentes y a sus familias y amigos, deseo que cierra con un Dios les bendiga. Disfrútenlo.
El vídeo ha tenido cierta
repercusión entre los nostálgicos ingleses de todas las edades, que le han
mandado cientos de felicitaciones y le han pedido que haga otro, recordando su
canción dorada. Se lo voy a poner también, porque es corto, la mitad es
hablado, contando cómo fue que compuso la canción y logró publicarla. Explica también que se ha roto el dedo meñique que lleva
vendado. Y, cuando se pone a cantar la canción de marras, se equivoca de traste
y tiene que parar muerto de risa y empezar otra vez. Al final hasta toca un fragmento de otro tema de aquellos años, que debió de tener cierto éxito también, haciéndose los coros a sí mismo de forma bastante cómica. Todo un personaje, este
Mungo Jerry, genio y figura (no hay más que ver el lugar en el que está
encerrado, una mezcla de desván, estudio de grabación y almacén de resíduos industriales), un tipo vividor, disfrutón,
simpático, no muy amante de la higiene ortodoxa, pero siempre cariñoso. Y con 74 tacos. Es mi
ídolo.
Pero no hace falta recurrir a la
gente famosa para encontrar a personajes confinados que entretienen su encierro
con la música. Y aquí entra mi buen amigo Billy, colega de la Escuela de Arquitectura, del Ayuntamiento, de
Billar de Letras y de otros foros diversos, además de ser un
guitarrista prodigioso, como van a comprobar. Billy es un tipo estupendo, a quien
tengo mucho cariño. Me ha mandado algunos de los videoselfies que graba para
amenizar su encierro y le he pedido permiso para publicar uno en mi blog.
Asómbrense con él.
Acojonante ¿verdad? Lo que pasa
es que he de decirles que, para disfrutar de la música en una situación de
encierro, no hace falta tocar la guitarra ni la mitad de bien que
Billy, ni siquiera tener un mínimo de voz. Basta con calzarse una gorra de los
bomberos de Nueva York y un pañuelo amarillo y ponerle pasión. Bueno, al menos eso es lo
que yo creo. Ahora bien, si estoy equivocado… If this is wrong… Ustedes mismos.
¿Cómo dicen? ¿Qué no tenían ni idea
de que supiera tocar la guitarra? No se preocupen. Yo tampoco lo sabía. Lo que
pasa es que, si después de mucho esfuerzo fui capaz de hacer un castillo de
naipes de ocho pisos, por qué no tratar de tocar una canción para dedicársela a
todos ustedes. En fin. Para endulzarles la despedida, voy a rematar con un
verdadero descubrimiento. Colt Clark es un músico que se ganaba la vida tocando
por los garitos de playa de toda Florida. Como se ha quedado sin trabajo, no ha tenido más remedio que ponerse a hacer música en casa con sus tres hijos, de diez, ocho y seis años. La
pequeña Bellamy no toca, sólo baila y pone la alegría en los vídeos. Se han bautizado como Colt Clark and the Quarantine Kids y han
grabado decenas de las canciones más conocidas, convirtiéndose en un
fenómeno mediático en USA, similar al de los Stay Homas aquí. Les dejo de propina su magnífica
versión del Great Balls of Fire de
Jerry Lee Lewis. Cuídense.
Ole Emilio, tocando con alma si señor¡¡¡Buena interpretación, llena de credibilidad¡¡
ResponderEliminarMuchas gracias, quien quiera que seas. Lo de la credibilidad está muy bien, a falta de mayor potencia vocal o maestría guitarrera. Hago lo que puedo con mis limitaciones.
EliminarMe ha encantado este Post de "Las Músicas del Confinamiento", sin duda alguna la que más "If this is wrong", que maravilla !!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias Emilio por amenizarnos tantísimo la vida !
Mrs Maisel.
Querida señora Maisel, es un placer recibir aquí tus comentarios. Gracias por tus elogios y por todo lo demás.
EliminarEmilio, con lo bien que cantas tú y cómo toca la guitarra tu amigo, no sé a que esperáis para formar un combo. Podríais incorporar al del cubo de la fregona y la escobilla del water sin cabeza como percusionista y hasta a la niña de Florida como go-go girl. Al del Coronavirus blues ya le veo yo menos encaje, pero podríais ficharlo de telonero para vuestros conciertos. Pensároslo.
ResponderEliminarMuy buena la coña, amigo, ideas imaginativas. Un abrazo.
EliminarSin desmerecer de su extraordinario "If this is wrong", que ha dejado a todos sin palabras, yo quiero felicitarle por la selección de los demás artistas. Lo de los Stay Homas es el mejor regalo de esta situación lamentable que vivimos, y encima, con la camiseta del Español de Barcelona, que es casi una seña de identidad de mucha gente en Cataluña, los no infectados por el nacional-pujolismo.
ResponderEliminarSu amigo Billy es un auténtico virguero de la guitarra. Y el más alucinante: el tal Mungo Jerry. Si tiene 74 años, como usted dice, entonces es creible que ese pelo tan negro sea una peluca de las que venden los chinos. Y qué decir de la especie de charamita que tiene al lado de la armónica, por la que le caen chorros de saliva directos a la camisa hawayana.
Enhorabuena por la recopilación y por el esfuerzo interpretativo, es un post de verdadero mérito.
Pues gracias también a usted, en nombre de todos. No me había fijado en lo de la camiseta del Español. El aparatejo que Mungo Jerry tiene al lado de la armónica es lo que se llama un mirlitón. Yo lo usaba en mis años de colegio mayor, cuando me tocaba actuar en la fiesta de fin de curso. También los manejaban con frecuencia Sabina, Krahe y Pérez en los años de La Mandrágora. Lo del goteo de saliva si que lo había visto, pero no quise darle más caña a este sujeto, al que pinto como un poco guarrete, de forma supongo que injusta.
EliminarMuy emocionante el "If this is wrong" querido hermano. Solamente nos falta localizar la cassette de "Marsella '74 Suite" y lanzarnos usted y yo a la calle porque esto va camino de ponerse muy jodido.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte y no deje la guitarra, es una buena compañera.
Sí-hombre, sí-hombre. Y nos llamaríamos WCR (Water de Caballeros Revival). La guitarra la había abandonado hace unos 40 años, mis hijos no me habían visto tocar nunca. Pero estas cosas nunca se olvidan del todo, como nadar o andar en bici. Y una curiosidad: nunca en mi vida había tocado con púa. Esto del encierro al son del Coronavirus Blues está haciéndome rescatar muchas actividades perdidas al fondo de mi memoria.
EliminarUn abrazo, amigo y cuídese.