Les pido disculpas a todos por el
tono con el que acabé mi post anterior. Cuando esa misma noche empecé a recibir llamadas y
mensajes de apoyo, me di cuenta de que había logrado en parte lo que quería,
como muy bien dice África en su certero comentario. De todas formas, no se
confíen. Soy gallego y, como tal, nunca van a estar seguros de si hablo en
serio o en broma, porque yo nunca hablo totalmente en serio ni totalmente en
broma. El domingo no estaba decaído, sino cabreado, que no es lo mismo. Y voy a
tratar de explicarles cómo fue que se generó ese post, cuando menos atípico, llamativo por su escasa longitud y en un tono borde inhabitual.
Bien, les diré (ya se ha comentado otras veces) que este foro tiene un seguimiento de entre 30 y 40
personas fijas, más otros que se suman a veces, cuando alguno de esos 30 a 40 fieles followers le pasa el enlace a un amigo. Es una miseria, pero no quiero, como me aconsejan algunos, vincularlo
a una cuenta de Twitter en la que anunciaría la publicación de cada nuevo post.
Me aseguran que eso me garantizaría unos miles de lectores de cada texto. Algo
que me da miedo y que creo que me impediría escribir con la misma
libertad. Estoy a gusto con cerca de 40 seguidores fijos, que suelen leerme
casi siempre, es un foro escueto, pero escogido y muy exclusivo. Aunque tampoco sería malo aumentar algo esa cifra, así que, si
conocen a alguien que por su sensibilidad o personalidad piensen que puede
divertirse con mi blog, les ruego que le pasen el enlace. No vendría mal
aumentar el aforo de esta tribuna virtual, ahora que el de los foros presenciales se reduce con todo el mundo encerrado en su casa.
Sin embargo, en estas
últimas semanas he detectado en cambio un descenso de seguidores. Llevo un par de posts
(descontando el último), que a mí me parece que quedaron bastante redondos, pero miro el contador de mi página blogger
y apenas rebasan las 20 visitas. Una mierda. Es un movimiento descendente que
tengo que parar de alguna manera. Si no, cerramos el kiosco y nos dedicamos a
otra cosa. No tengo mucho margen para perder público. Les diré que entiendo perfectamente que todo el mundo está nervioso
con esta situación atípica y que muchos hemos reaccionado al encierro cargándonos con
múltiples actividades que nos tienen la agenda prácticamente petada. Pero yo
mando decenas de mensajes por Whatsapp y todo el mundo los lee y me contesta
rápido, o las dos cuñitas azul fosforito me revelan que los han leído.
Debo aclararles que también
comprendo que ustedes entren a uno de mis posts, comprueben que es larguísimo, o
que el tema no les interesa, y decidan no leerlo. Pero eso, el contador ya lo
registra como una visita. Es decir que, si yo estaba recibiendo al menos 40 visitas y de pronto pasan a apenas 20, quiere decir que la mitad de mi
público ni siquiera ha entrado a ver cómo era de largo mi nuevo post. Y ese es un nivel de absentismo que ya no me parece bien. Para eso no me esfuerzo yo en
buscar contenidos y continuar las líneas de reflexión que estructuran este
foro. Porque esto es algo que yo hago en primer lugar para divertirme (y por
eso voy a seguir haciéndolo aunque no me lea ni el Tato), pero en segundo término para que me lean. También tengo claro que ese desinterés
que he advertido, y que antes ya observé en algunos meses de agosto y períodos
navideños, seguramente no se debe a un solo factor y que entre los motivos de este desfallecimiento sin duda hay algunos
achacables a mí, que tengo que intentar corregir. Como la excesiva longitud de algunos de mis sueltos.
Antes del coronavirus-de-los-cojones,
yo tenía una regla. Empezaba a escribir en Word y, en cuanto llenaba dos
páginas, procuraba cortar. Desde que estoy encerrado, he suprimido esa
precaución y eso me estaba llevando a unos textos de unas cuatro páginas y
hasta cinco, como el del día de mi cumpleaños. Si los textos han duplicado su
extensión y la audiencia se ha reducido a la mitad, parece que pudiera haber
una relación entre ambos fenómenos, lo que en matemática avanzada se conoce
como una correspondencia biunívoca. Y no pasa nada por que yo intente otra vez
moderarme un poco y reduzca el tamaño de mis textos, o al menos de algunos. Soy
sensible a la crítica, aunque luego haga lo que me dé la gana. Pero he recibido
algunos mensajes conmovedores, como el de mi joven amiga E. que me dice
claramente que le gustan mis textos largos y llenos de enlaces y vídeos.
Algunos fieles, como el amigo X, Paco Couto, Alfred o el ilustre Ateo Piadoso,
no me han dicho nada al respecto, pero no hace falta que me lo digan porque ya sé
que no les importa que mis textos sean tan largos. Trataré, pues, de contentar
un poco a todos.
Pero hubo más factores que incidieron en mi
texto del domingo, alineándose como los astros en un día infausto.
Realmente me irrita bastante esta fase del desconfinamiento. Salí a caminar los cuatro
primeros días, como les conté, pero luego me empecé a sentir muy ridículo paseando como un zombie en
medio de una procesión de zombis que no van a ninguna parte. Como ha dicho un
articulista, nos parecemos a esas masas de ociosos que deambulan por algunas
ciudades del tercer mundo, sin dinero para entrar en ningún bar o local.
Nosotros tenemos la tarjeta Visa, pero no nos sirve para nada. Y además he
podido observar cómo la gente se va relajando en sus hábitos, van en grupos
charlando y bromeando, sin mascarillas y con una conducta que me parece muy temeraria.
De pronto, una idea se formó en
mi mente: si yo no disfruto saliendo a la calle en estas condiciones, por qué
tengo que salir. Les traslado la pregunta: ¿por qué tenemos que salir a caminar
como autómatas? Las razones que nos dan son tres. UNO, para hacer
ejercicio. DOS, para tomar el sol y el aire. Y TRES, para quitarnos la neura del encierro. Pero da la casualidad de que
yo hago ejercicio a
fondo en mi casa un día de cada tres, tengo una terraza en la que puedo tomar el sol y tampoco tengo ninguna neura por estar
encerrado. Me encuentro de puta madre en mi casa sin salir más que cuando es
necesario. Por ejemplo hoy volveré al mercado y ya le he mandado a Luis el
Charcutero mi pedido por Whatsapp. Con esto quiero decirles que es cierto que intenté
dar un poco de lástima, como dice África, pero a la vez había una base cierta
de cabreo profundo en mi alma y por un doble motivo.
Además, yo también tengo la
agenda petada. Porque teletrabajo todas las mañanas y tengo que hacerme la
comida, recoger la cocina y apenas puedo echarme una cabezadita algún día, porque he de asistir a calls, webinars y encuentros que suelen ser a partir de las 16.00, más atender muchas llamadas con dudas o petición de aclaraciones
sobre Reinventing Cities que me entran a todas horas. También tengo que dedicar un tiempo a la lectura (el libro para la próxima sesión de Billar
de Letras es fabuloso). Más seguir mis series de TV (ya he terminado Los Soprano y estoy viendo La Maravillosa señora Maisel,
recomendación de mi amiga Cr. que a mi vez les traslado a ustedes). ¿Cómo
estás, Cr? Discúlpame que el nombre C. ya se lo tengo asignado a una reciente seguidora misteriosa.
Bien, además de todo eso, tengo que pasar la aspiradora, recoger la casa, poner
lavadoras. Y cuidar mi jardín, que es algo que lleva su tiempo.
El sábado pasado, pensaba dedicar parte
de la tarde a escribir mi post para el día siguiente, del que tenía el título y
unos videos musicales relacionados con el hecho de pasear por una ciudad desierta. Pero
resulta que, el día anterior, el naranjo que tengo en la terraza apareció
infestado de unos bichos horrorosos. Eran una especie de tartaletas de fresa de
unos 3 milímetros de diámetro llenas de apéndices temblones blancos como adorno
de merengue, que se movían imperceptiblemente en grupos juguetones, exudando
una especie de pus espesa que caía al suelo en goterones asquerosos. Y esa invasión se había producido en apenas un día, porque estoy todo el rato observando mis maravillosas plantas y el día anterior no estaban. Llamé a
mis amigos floristos que me dejaron enseguida un insecticida en el descansillo.
Se lo eché el viernes al anochecer, pero el sábado seguían todas allí, aunque
ya no se movían tanto. Total que me puse unos guantes, cogí el cubo de la
basura y fui desprendiendo una a una aquellas cosas horribles, a medias entre
medusas en miniatura y coronavirus gigantes. Dicen mis amigos que son orugas y que son muy típicas de la época, pero yo no he visto nunca orugas con forma de tartaleta de fresa con merengue.
Acabé agotado y ya no tuve ganas
de escribir. Y esa noche dormí fatal, algo que me pasa a veces últimamente. Así que el domingo amanecí de mala leche, dispuesto a afrontar una jornada en la que tenía sólo dos ocupaciones obligadas: escribir un post y salir a caminar a mi hora. Y les juro que me puse a escribir
con la intención de hacerlo como siempre. Pero, a medida que iba escribiendo,
la pregunta que tenía en mi cabeza (¿por qué tengo que salir si no me gusta y
me cabrea ver la ciudad llena de imbéciles poniendo en riesgo su vida y quizá
también la mía?), se empezó a superponer con otra (¿por qué tengo que perder
media mañana escribiendo un post, total para que luego lo lean cuatro
gatos y a disgusto?). En suma: ¿por qué tenía que joderme la jornada dominical
de descanso para hacer dos cosas que no me apetecían? El resultado fue el texto
de marras, en el que me fui cabreando según avanzaba y, hacia el final, decidí no añadír vídeo alguno, concluir con una faena de aliño, y hasta eliminar un párrafo
muy divertido del principio en el que explicaba cómo ha cambiado mi estilo de
andar a lo largo de los años.
Les cuento todo esto para que
entiendan que, en el hecho de perpetrar semejante texto desaborido, no hubo
premeditación, fue algo sobrevenido que me arrolló, igual que el virus ha arrollado a nuestra sociedad entera. Ahora bien,
¿hubo alevosía? Pues he de confesar que sí. Miré el texto y me pareció que
estaba bien así. Se trataba de darle un toque de atención a mi audiencia. Y de
hacer un cambio de ritmo, a modo de contrapunto musical. Y también de hacer una especie de alto en el camino para recuperar la esencia de mis primeros textos, cortos, desnudos y sin adorno alguno. En un foro como este
hay que innovar contínuamente, yo no me puedo acomodar en un contexto de buenismo,
optimismo forzado y recolección de músicas agradables, recetas de cocina y mensajes
unidireccionales. Si me quedo en ese registro único, es seguro que mis seguidores empezarán a disminuir, algo que ya estaba empezando a suceder. Además, yo no soy una máquina, que escribe posts como churros cada
tres días. Soy humano y tengo mis momentos bajos como cualquiera. Expresar todo eso
fue mi intención final. No pretendía dar pena, como dice África. Al menos no de
manera consciente. Tal vez Freud pensara otra cosa.
Esa fue la realidad de cómo pasó
todo. No perdí tiempo en salir a caminar ni tampoco en escribir un post de los habituales
(que se llevan su trabajo, créanme). Terminé, lo publiqué y me dediqué el resto
del domingo a rascarme las pelotas a dos manos, a tomar el sol, vigilando de
reojo si aparecían más bichos horribles en mi jardín, a leer y a continuar con
la señora Maisel que es una delicia. Por cierto, les diré que esta serie es
exclusiva de Amazon Prime y que yo tengo una suscripción gratuita por un año
con la que me ha obsequiado la compañía Orange, con la que tengo contratado el WiFi. Yo
siempre había tenido Movistar hasta que mi hijo Kike se mudó a vivir conmigo y
me dijo que me estaban estafando. Él mismo me gestionó el cambio. Me instalaron
la tarifa Dúo. Unos años después, me informaron que premiaban mi fidelidad pasándome a la tarifa
Trío, sin coste adicional. Íbamos mejorando. Y, ahora, en esa lógica de enriquecer la oferta sexual, me han
promocionado a la tarifa Love, que ya es la pera, y que incluye un año gratis de Amazon Prime. Si
alguno de ustedes, queridos lectores, tiene Amazon Prime, gratis o de pago, no deje de ver esa serie tan estimulante.
Así que, resumiendo: nada de lo
que se publica en este blog es del todo cierto ni del todo falso. Aquí se habla de lo que a mí me pasa por la cabeza, fruto de una observación atenta del mundo que me circunda. Se procura contar todo eso con naturalidad y soltura de pluma, aunque detrás haya un trabajo y la búsqueda de una especie de excelencia. Es el resultado de una pretensión literaria, materializada a través de un atajo, con el que yo me salto todo el proceloso mundo de la industria editorial. Y un recurso que se ha mostrado inmune a pestes y confinamientos. Pero esto no será literatura si al otro lado no hay nadie que lo lea. Esta semana
estoy teniendo también mucho trabajo, del otro, del on line, y voy a coger el puente de San Isidro con
verdaderas ganas. El sábado les obsequiaré otra vez con algunas de mis historietas habituales. Algo se me ocurrirá. Tómense este post y el anterior
como una especie de descanso, para ustedes y para mí. Un adagio entre dos allegros. En el anterior
ya tengo un montón de visitas como pretendía. A ver si lo mantenemos. Que
ustedes lo pasen bien. Y cuídense, por Dios.
Dos cosas. Una: por esa misma lógica, la siguiente oferta que le harán los de Orange será la tarifa Satisfyer Pro, con derecho a azafatas de carne y hueso.
ResponderEliminarLa otra. No sé si voy a aguantar hasta el sábado para conocer su texto sobre cómo ha evolucionado su forma de caminar a lo largo de su vida.
Muy gracioso lo primero. Respecto a lo segundo, se va a quedar con las ganas de momento. Cuando venga a cuenta ya lo rescataré.
EliminarMe conforta comprobar que todos estamos pasando por momentos parecidos, pero por fortuna no estamos todos cabreados a la vez. Yo a veces tardo en leerte y otras me pongo y me leo dos o tres de una tacada. No nos abandones. Y sigue haciendo lo que te pida el cuerpo o la mente. A estas alturas con el día a día es como estamos mejor.
ResponderEliminarQuerida Pamela, eres bienvenida en este foro, como sabes. Me encantará que nos sigas prodigando tus comentarios. Eso de leer mis posts por grupos lo hace mucha gente y me parece bien. A otros, en cambio, uno solo de mis posts le resulta largo.
EliminarBesos y ánimo.