Bien, aquí me tienen disfrutando del cuadragésimo
séptimo día de encierro y escuchando las primeras campanas de que muy pronto nos
van a dar suelta (así se dice en mi
barrio). Hay gente con mucha ansiedad por regresar a la calle y yo comprendo
que exista ese sentimiento, aunque no lo comparto. ¿Por qué? Pues por dos
motivos. UNO, esa nueva normalidad en la que vamos a desembocar es una
porquería, con perdón (por no decir una ful, o una caca de la vaca). ¿De qué me
sirve a mí salir a la calle, si no puedo ir a un bar a tomarme un vermú, o al
cine a sentarme en la última fila con una amiga a compartir palomitas y otras
efusiones? ¿Para qué quiero ir al parque si no le puedo dar un abrazo a un
amigo que me encuentre? Lo único que me atrae de esta nueva fase es su carácter
de transición a la normalidad de verdad, esa de la que gozábamos antes de esta
calamidad. Viene a cuento el chiste de hoy de El Roto, siempre a tener en
cuenta.
Pero he hablado de dos motivos
por los que no estoy especialmente ilusionado con nuestra próxima suelta. El
segundo es tan contundente como el primero. DOS, lo cierto es que estoy de puta
madre aquí encerradito. Después de 47 días de shelter in place, tengo que reconocer que me lo estoy pasando genial con esto que los Stay Homas llaman el confineo. He de recordarles que en aquel lejano día en que cumplí
los 65 y me rompí el brazo izquierdo, inauguré un período en el que tenía
prohibido salir físicamente de la Comunidad de Madrid y estaba sometido a una
rutina en la que iba todos los días a
rehabilitación y no podía acercarme a mi oficina salvo de incógnito. Pues tal
como conté en el blog, me sentía fenomenal, salvo por las molestias que tenía
en el brazo. Lo de ahora no es comparable, pero les digo algo similar: si no fuera
por las malas noticias de los amigos que lo están pasando mal y la amenaza de que
le pille el virus a alguien más próximo, yo estaría encantado.
Ya lo ven, me he acomodado a esta
situación y estoy feliz como una perdiz. Me sigue fascinando la idea de viajar
por el mundo, pero no me voy a hacer mala sangre por no poderlo hacer ahora. Comprendo
que hay otros que estarán histéricos, pero yo tengo la suerte de que estoy
solo, así que en mi casa todas las decisiones se toman por unanimidad y no hay
mayores tensiones. Tengo una casa amplia en la que hasta puedo correr (aunque
cada vez me parezco más al oso blanco de la antigua Casa de Fieras del Retiro,
que se hacía kilómetros cada día dando vueltas por su exiguo hábitat). Tengo
una terraza en la que puedo tomar el sol. Y tengo WiFi, móvil y un ordenador moderadamente
lleno de virus (con perdón), pero que va tirando. Así que es posible que cuando
nos desconfinen yo siga una temporada bastante encerrado. Recuerden, hay que tener capacidad de adaptación, como decía Charles Darwin. O, como decía mi padre, hay que adaptar el volante a las curvas que vaya presentando el camino.
Pero no olvido el valor de este
blog como entretenimiento para algunos de mis seguidores confinados. Así que
hoy les voy a obsequiar de nuevo con algo de música. Antes les diré que he creado dos
nuevas etiquetas, que he llamado Coronavirus y Cocina, para que ustedes puedan
encontrar los sucesivos posts que he dedicado a estos dos nuevos temas. Pero
hace días les traje un vídeo de la cantante de Boston Iyeoka Okoawo que gustó
mucho al personal. En realidad esta línea de jazz con vocalista femenina tiene
mucha gente joven que despunta, especialmente entre esta nueva generación
mestiza y heredera de varias culturas a un tiempo, hija de la globalización
cultural. Aquí les traigo otra melodía que retrata muy bien esa cultura
universal, con la melancolía y el desarraigo que lleva aparejado eso de no ser
de ninguna parte. Esta chica, que se hace llamar Ayo, es hija de nigeriano de
la etnia yoruba y gitana rumana, nació en Colonia (Alemania) y vive en Paris.
Su voz es una maravilla, en la línea melódica de Norah Jones. Escuchen y verán.
No negaré que también me da miedo
salir al exterior. Un ejemplo. Si para correr por El Retiro tengo que cuidarme
de cruzarme con otros corredores a dos metros y procurar no acercarme a menos
de cinco de un runner que vaya delante, para evitar el rebufo asesino, pues
casi que sigo corriendo en casa un tiempo, como el oso de la Casa de Fieras. Y
si no puedo ir al cine más que sentándome a dos metros de los otros
espectadores, pues prefiero seguir viendo películas en mi casa. Por cierto, la
marca Orange, con la que tengo contratado el WiFi, me ha regalado un año de
suscripción gratis a Amazon Prime, que tiene muchas películas y series. Ya
estoy registrado en Filmin y puede que me apunte a Netflix, puesto que ya he
terminado con Los Soprano (otro día hablamos de ello).
Estoy perfectamente adaptado a mi
rutina del confineo. Los días laborables me paso la mañana conectado con mi
jefa y mi compañera M. trabajando un montón, e incluso a veces tenemos
reuniones a tres a través del Windows Team, como por ejemplo, ayer por la
tarde, de 17.00 a 18.00, en donde estuvimos discutiendo sobre las líneas del
urbanismo-post-covid que les vamos a proponer a nuestros jefes para la vuelta.
Esta tarde a las 18.30 tengo nueva sesión de Billar de Letras, en torno al libro
Apuntes de un Cocodrilo, de la escritora de Taiwan Qiu Miaojin, que se suicidó a
los 26 años, clavándose un cuchillo de cocina en el pecho. Es un libro de culto y una novela clave para la comunidad internacional queer, de la
que ya hemos hablado en este blog. En la calle principal del barrio gay de San
Francisco hay una baldosa en homenaje suyo, al lado de otras dedicadas a García
Lorca, Oscar Wilde y otros, como les conté cuando visité el lugar. Me limitaré a comentar que, leyendo el libro, uno se explica que se suicidara. Abajo, una de las pocas imágenes que se conservan de esta mujer atormentada por una identidad sexual incierta y perturbadora.
La novela, de primeros de los 90
y fuertemente autobiográfica, se edita por primera vez en España gracias a la
iniciativa de la editorial Gallo Nero, que dirige mi admirada Donatella Iannuzzi,
que estará esta tarde en la tertulia desde su casa. Pero vamos con otra perla
musical. Hindi Zahra es una mujer de origen magrebí, que se mueve por los clubes de jazz de
Paris, con su grupo de músicos, como ella de ascendencia argelina. Sus influencias tienen también fuertes tintes de los chansonniers franceses, pero con una sensibilidad muy especial,
trufada de toques mediterráneos y norteafricanos. Escúchenla.
Hoy estoy un poco melancólico,
como pueden deducir de las músicas que les estoy poniendo, y no me pregunten por
qué; trato de seguir adelante, pero hay días en que las noticias exteriores no
acompañan. Pero les estaba explicando las rutinas por las que este encierro en
mi casa se me está haciendo grato. Entiendo que dentro de mi casa no hay virus
y, en mis salidas semanales al mercado o al Alcampo, me protejo como un astronauta
que tuviera que salir por la luna. Les pongo un ejemplo. Salgo a la calle sin
reloj, sin cinturón y sin móvil, para no tener que descontaminarlos luego. Y ya
el colmo: he salido las dos últimas veces sin gafas. No veo muy claro, pero ya
saben que de cerca no uso gafas, así que no hay riesgo de que me compre un
pepino queriendo adquirir un calabacín. Además he descubierto a una oftalmóloga
brasileña que te indica una serie de ejercicios visuales para mejorar de forma
natural la visión de los miopes o, como en mi caso, los que tienen principio de
catarata. Son ejercicios que van muy bien, por supuesto, si se hacen con fe. Si
no se los creen, mejor no los hagan.
En Brasil las están pasando
canutas, con un presidente que probablemente sea el más burro del mundo. Bueno,
no, es más burro Duterte, el de Filipinas, que ha autorizado a disparar a matar
a los que incumplan la cuarentena decretada o el toque de queda. A Bolsonaro le
crecen los enanos, sólo le falta contagiarse él mismo, como Boris Johnson.
Ahora le ha dejado tirado otro de sus apoyos más sólidos, el hasta ahora
Ministro de Justicia Sergio Moro, el mediático juez que llevó a la cárcel a
Lula y Dilma. El tipo se ha hartado, ha dimitido y explicado en una larga rueda
de prensa que el Presidente ha incumplido su promesa de darle carta blanca para
investigar todas las redes de corrupción del país, así como las conexiones del
crimen organizado.
De todo esto me mantienen
puntualmente informado mis dos amigas urbanistas de Curitiba, Liana Valicelli,
a la que conocí en Portland y con la que luego visité Vancouver, y Giselle
Medeiros, con la que me encontré en Chicago y me mantengo puntualmente en
contacto. Ellas eran el punto de apoyo en Brasil para mi frustrado (por el
momento) viaje de vuelta al mundo, además de Antònio Carlos Velloso, de Río de
Janeiro y Marcelo de Sousa, de Sao Paulo. En Chicago, todos
los brasileños estaban convencidos de que Bolsonaro no iba a ganar las
inminentes elecciones, y ahí lo tienen, como Trump y otros virus políticos
equivalentes. No me resisto a ponerles una foto de Gisele, una mujer estupenda.
Esto es parte de lo que me estoy
perdiendo encerrado sin poder viajar, pero ya les he dicho que estoy encantado,
aquí refugiado, dedicado intensamente al confineo. Sólo me falta que se concreten esas buenas
noticias que espero. Pero sigamos con las figuras vocales
femeninas emergentes del nuevo jazz. Melody Gardot es un verdadero portento de la
resiliencia. Neoyorkina, 35 años, cuando tenía 19, iba un día por su barrio en
bicicleta, cuando la atropelló un coche. Sufrió un traumatismo craneal severo, estuvo un tiempo en coma, pero se recuperó, aunque tuvo que aprender otra vez a hablar, andar y todo lo demás.
Aconsejada por sus médicos, aprendió música para favorecer su recuperación y
comprobó que le gustaba. De ahí a cantar por los bares de NY, un productor que
la escucha y la ficha y todo lo demás. Ahora mismo tiene una carrera
ascendente. Del accidente sólo le queda una cojera apenas perceptible. Melody compone sus canciones, es una fan del fado protugués y adora también la música mediterránea. Vean
cómo se presentó en el festival de jazz de San Sebastián, allá por 2012. Pónganse la pantalla completa, please.
Esta mañana he dedicado la mayor
parte del tiempo al trabajo, luego me he puesto a escribir y ahora voy a
concentrarme en la preparación del Billar de Letras de esta tarde (ya tengo la
comida hecha). Es necesario un cierto nivel de intimidad, de tranquilidad, de
recogimiento, para participar en un club literario y no limitarse a ser un mero
oyente. El libro de Qiu Miaojin es complejo, con muchos registros y una
densidad sentimental difícil de soportar. Espero con ansiedad lo que nos cuente
Donatella sobre la autora y el motivo de publicar esto en España. Les diré que, siguiendo con este nivel de actividad vertiginosa, mañana voy a asistir a un webinar titulado La Transformación de las Ciudades en
el Día Después, en el que se hablará de esto del urbanismo-post-covid. Ya ven que no me faltan entretenimientos para este confineo sin freno.
En realidad, y volviendo al
principio, creo que cuando nos den suelta yo voy a seguir bastante encerrado.
Imagino que el Ayuntamiento me dirá que siga teletrabajando, aunque vaya a la
oficina algunos días. Y no voy a salir demasiado, aunque sí me daré algún
paseo, bien protegido con mi mascarilla, mi gorra y mis guantes. Pero no voy a
volverme loco. Hay que andar con sumo cuidado para no inducir un rebrote,
aunque dicen los médicos que cada vez tienen más armas contra el virus y que
ahora están salvando a pacientes que al principio no hubieran salido adelante. Pero
nada será normal hasta que tengamos una vacuna. Y por cierto, un científico
dice hoy en el New York Times que podemos tener una para septiembre.
Sería la vacuna más rápida de conseguir de la Historia. Es bastante increíble,
pero AQUÍ
pueden ver que no les engaño. No sé si van a poder abrir el link, que andan en
el NYT con esa mierda de las suscripciones, pero tal vez puedan ver al menos
que se trata de un grupo de investigadores de la Universidad de Oxford, que
parece que lideran la carrera por encontrar la ansiada vacuna.
Esto del confineo es muy
entretenido, como ven. Al menos para mí. Pero hay gente que lo lleva fatal. Y
también algunos animales. Estos días se ha convertido en viral (con perdón) la
imagen de un enorme perro bulldog de Atlanta, que se llama Big Poppa, al que, según su dueña, lo que más
le gusta es salir al espacio central de su edificio a jugar con los niños.
Confinado él y confinados los niños en sus casas, al pobre sólo le queda mirar
desde la terraza. Pero le ha entrado una pena que yo creo que expresa mejor que cualquier otra imagen esta
murria de llevar casi 50 días encerrados. Además, él no puede asistir a
webinars, ni teletrabajar, ni correr en círculos por el cuarto de estar. Por
eso está tan triste. Pero vean qué expresividad gestual. Este perro es más humano
que Abascal y otros especímenes.
Bien, es hora de cerrar. Hemos
escuchado a tres figuras emergentes del jazz vocal femenino. Las tres (como
Iyeoka Okoawo) tienen todavía una larga carrera hasta alcanzar una posición como
la que ostenta la auténtica diosa del jazz vocal femenino, la extraordinaria
Diana Krall, esta chica de Vancouver que durante años fue la soltera de oro, la
mujer soñada por todos los fans, aparentemente dedicada a su carrera como pianista
y cantante, con su gesto serio y reconcentrado, sin mostrar el más mínimo interés por los hombres y otras
menudencias. Hasta que llegó el bueno de Elvis Costello. ¡Amigo! Eso son
palabras mayores. Contra todo pronóstico, Costello la conquistó, se casaron y
ahora están confinados en su casa de veraneo de Vancouver, junto con los
gemelos que tuvieron en diciembre de 2006 y que, con trece años, deben de estar
tan desesperados por salir como Big Poppa. Aunque no sé cómo es de riguroso el
confineo en Vancouver. Les dejo aquí, como colofón, la interpretación que
esta gran dama hizo en París en 2008 del clásico Cry me a River. No desesperen, volveremos a la normalidad. No
ahora, pero pronto. Cuídense mucho. ¡Ah! Y pónganse la pantalla grande, merece
la pena.
Comparto muchas de sus reflexiones especialmente la del miedo que da salir al exterior, a esa realidad modificada y extraña. Maravillosa la imagen del perro, todo un personaje. Y en cuanto a las músicas, las dos primeras no las conocía y están bien, pero no me han impresionado, y a Diana Krall la conozco hace mucho y no me sorprende su calidad. Pero la que me parece extraordinaria es esa Melody Gardot. Su interpretación es sublime. He buscado cosas sobre ella en Internet, pero no viene mucho. ¿Sabe usted algo más? ¿Por qué se viste de esa manera tan rara, con un turbante moruno y casi enlutada? ¿Tal vez alguna secuela del terrible accidente? En cualquier caso, gracias por descubrírmela. Cuídese.
ResponderEliminarBuenas tardes, agradezco sus comentarios y le cuento. No sé mucho de Melody Gardot, para mí ha sido también una sorpresa, pero parece que no tiene mayores secuelas físicas de su accidente. Su atuendo se debe exclusivamente a la coquetería. Le encanta el fado y todo lo relacionado con la cultura portuguesa. Por eso se tapa bajo un pañuelo o mantón portugués como los que llevan las abuelas de nuestro querido país vecino. Luego lo tira al suelo y descubre un vestido que posiblemente sea de marca. El turbante es un homenaje a Greta Garbo, que es otra de sus referencias. Esta mujer tiene un componente de diva, que se puede permitir y que se merece, después de su historia. Y busca en todo momento la exquisitez (como este blog, y discúlpeme mi propia coquetería; si me sigue, ya sabrá que soy un presumido)
EliminarBig Poppa es precioso
ResponderEliminarEs un encanto de perrito, tan expresivo, él.
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