lunes, 13 de abril de 2020

931. CC12. Sobre la nueva soledad

Esta situación insólita e inédita que vivimos, tiene algunas ventajas. Por ejemplo, ya se ha pasado la Semana Santa sin pena ni gloria, más bien sin ninguna gloria y con bastante pena, y nos hemos ahorrado las imágenes de todos los años de los cofrades frustrados llorando a lágrima tendida porque el mal tiempo ha obligado a suspender la procesión de turno. ¡Ay, mi arma, qué penita más grande que tengo, que no hemos podío sacá’ la virhen! Lo malo es que, al paso que vamos, hasta nos vamos a ahorrar a los premiados del sorteo de Navidad haciendo el mono en medio de las calles, descorchando botellas de champán y proclamando que el Gordo ha estado otra vez mu’ repartío. ¿Se creen que exagero? Pues yo creo que algo similar a la normalidad anterior al coronavirus de los cojones, no lo alcanzaremos como hasta febrero. Y es entonces cuando tengo yo que jubilarme de forma forzosa, así que mi último curso laboral ya me lo han jodido. Y a saber cuándo podré hacer algún viaje de los que tanto me gustaba emprender en mi vida anterior, antes de esta calamidad.

Pero no queda otra que adaptarse a los nuevos tiempos y dejar de lado nostalgias que no sirven más que para amargarse. El hubiera no existe, como dice mi amigo Diego Moreno, de Tijuana, quien, por cierto, me cuenta que está aprovechando el confinamiento para reescribir los cuatro tomos del Cuarteto de Tijuana, la saga del detective privado Tony Distancia, de la que ya les he hablado. Y que ya va por el segundo, titulado Un cuerpo sin zapatos, en el cual ha incluido dos nuevos personajes, que se llaman Tiomilu Calvo Vidal y Emilio García Martín, ambos naturales de La Coruña. La amistad de verdad es lo que tiene. En medio de este nuevo tipo de confinamiento solitario, me mantengo en comunicación con Shannon, aterrorizada en LA, Flavio Coppola no menos atrincherado en NY, Clare Haley en Londres. Con Tantri en Yakarta tengo menos contacto, lo último que supe de ella es que estaba pasando la cuarentena obligatoria por venir de Europa, en una habitación aislada que le había facilitado su hermano y en la que había muy mala cobertura de WiFi y teléfono.

Esa es nuestra paradoja existencial: estamos conectados a todo lo largo y ancho del universo mundo y a la vez aislados entre cuatro paredes. Como les he dicho, yo sólo salgo a comprar una vez por semana, de costumbre los miércoles. Pero anteayer sábado, me encontré desabastecido de cervezas, y eso es serio. Lo cierto es que en mi anterior salida había encontrado agotada la Estrella Galicia y comprado en su lugar seis latas de Alhambra Especial, que está muy buena, pero no es lo mismo.  Así que me vestí de nuevo como un astronauta, bajé al portal y asomé al exterior con cautela. Me acerqué a la calle Atocha a tirar una bolsa con envases al cubo amarillo. Había allí un retén de la Policía Nacional que estaba parando a todos los coches, con la proverbial pregunta de la pasma: A ver, y usted a dónde va, caballero. Todos, policías, conductores y los escasos viandantes, protegidos con la reglamentaria mascarilla.

Crucé de vuelta hacia el Alcampo, para verme, por primera vez en esta historia, obligado a guardar una cola que daba la vuelta por Fúcar, formada por gentes con carrito situadas a dos metros del anterior. Ocupé mi sitio y esperé. En estos lugares la gente también se muestra como es. Por ejemplo, estábamos todos en la acera, guardando la cola, menos una señora, tres puestos delante de mí, que todo el rato se salía al centro de la calle y estiraba el cuello lo que podía hacia afuera, como para intentar ver qué estaba pasando al otro lado de la esquina. Algunos consultaban sus móviles; yo no, porque me lo dejo arriba para no tener que descontaminarlo luego. Cuando doblamos la esquina, la señora atípica estaba la segunda. Entonces, salieron de la tienda, casi seguidos, dos tipos con bolsas muy cargadas. El primero de la cola entró al súper, pero la señora rara optó por no darse por aludida y siguió a la puerta.

La chica que venía detrás de mí se puso nerviosa y empezó a gritarle: –¡Señora, por qué no entra, si ya puede! La otra se hacía la sorda. Me volví y le dije a la chica que no se alterara, que la señora era una tocapelotas y que ya llevaba toda la fila dando por culo, pero que no merecía la pena enfadarse. Que en estas situaciones la gente se retrata como es. Que había que tener paciencia, que ya entraríamos. Me dio las gracias por el consejo e intuí su sonrisa debajo de la mascarilla. Había comprendido lo que le quería decir: que ella también se estaba retratando con semejantes gritos. Luego, ambos acabamos rápido nuestras compras a la par y le cedí caballerosamente el puesto en la caja, lo que me agradeció con otra sonrisa embozada. La tocapelotas seguía por allí dudando muchísimo qué comprar, mirando precios, desechando cosas que ya había cogido. Yo me hice con dos packs de Estrella Galicia y aproveché ya para llevarme pan y naranjas. Historias de esta soledad sobrevenida. John Lennon cantó al aislamiento hace muchos años, en un tema en el que su voz corta el aire como un cuchillo de sonido. Escuchémoslo antes de seguir.



John Lennon se quejaba en esta canción del ninguneo y el aislamiento con que lo castigaban los gobiernos del mundo por sus campañas pacifistas que iban cayendo, una tras otra, en saco roto. Y se desahogaba a gusto, en esta tema estructurado como la letanía de un rosario. Era 1970, hace 50 años, pero parece que algunas de las estrofas se hubieran escrito hoy. Aquí la letra en una traducción libre de las mías.

                          La gente dice lo que hemos hecho
                            ¿Es que no saben que tenemos tanto miedo?
                            Aislamiento
                            Tenemos miedo de estar solos
                            Todo el mundo tiene que tener un hogar
                            Aislamiento
                            Sólo un chaval y una niña pequeña
                            Tratando de cambiar el mundo entero
                            Aislamiento
                            El mundo es sólo un pequeño pueblo
                            En el que todos tratan de humillarnos
                            Aislamiento
                                                        No espero que lo entiendas
                                                        Después de crear tanto dolor
                                                        Pero, como siempre, la culpa no es tuya
                                                        Sólo eres un humano
                                                        Una víctima más de esta locura
                            Le tenemos miedo a todos
  Miedo al mismo sol
  Aislamiento
  Pero el sol nunca desaparecerá
  Aunque el mundo puede no durar muchos años
  Aislamiento

Este aislamiento colectivo forzoso que sufrimos, es algo no vivido por la Humanidad desde las pestes medievales. Se nos obliga a aislarnos para nuestra protección, se nos aisla del prójimo, porque el prójimo es ahora el portador potencial de nuestro mayor enemigo. Pero sí ha habido muchos casos individuales de aislamiento voluntario del mundo: los que se dieron en llamar anacoretas. Manuel Vicent analiza dos de ellos en el artículo cuyo link les voy a poner abajo, en donde habla de dos películas: Simón del desierto, de Buñuel y El anacoreta, protagonizada por Fernando Fernán Gómez. Dice Vicent que en cada uno de nuestros cubículos aislados del mal, hay ahora un Simón el Estilita, y un Fernando, el atribulado héroe de El anacoreta. Por si no lo han leído, pueden hacerlo AQUÍ.

Pero yo quiero remontarme más atrás, al ilustre Henry D. Thoreau, escritor, activista y filósofo de gran trascendencia en la literatura y el pensamiento norteamericano y universal. Nacido en Concord, Massachusetts, en 1817, fue durante toda su vida en esta pequeña ciudad rural de unos 2.200 habitantes, una figura rara, un desclasado, radical político, solitario y no muy empático con sus vecinos. Estudió en Harvard, cuando aún no era la prestigiosa universidad en la que se convertiría años más tarde, pero decidió regresar a su pueblo y emplearse como maestro de escuela, entre otras ocupaciones más o menos eventuales. Antes de establecerse de vuelta, hizo un viaje fluvial con su hermano mayor John en el que remontaron varios ríos de esta zona de Maine y New Hampshire. Años después, su hermano se cortó un día afeitándose con su navaja barbera, contrajo el tétanos y murió con 27 años, algo que afectó mucho a Henry (ya ven qué cosas pasaban entre los humanos hace dos días, para que se sigan quejando algunos del encierro).

Henry tenía tomadas notas de ese viaje y se le ocurrió escribir un libro al respecto. Pero, según dijo, en el pueblo había demasiado ruido y distracciones, así que decidió autorrecluirse en una cabaña que se construyó él mismo en unos terrenos propiedad de un amigo, una especie de cobertizo de pastores a 2,5 kilómetros del pueblo. Se trasladó allí a primeros de julio de 1845 y no terminó su encierro hasta septiembre de 1847. En esos más de dos años se dedicó a la lectura ordenada de los clásicos, desde los griegos, a la meditación y a la observación de la naturaleza, con la que llegó a estar muy integrado. Practicaba yoga, del que era un gran admirador y además de todo eso escribía su novela en homenaje a su hermano y llevaba un diario con sus reflexiones y reseñas naturalistas de lo que observaba. Cierto es que su confinamiento no era absoluto, de vez en cuando iba al pueblo a reponer provisiones y tampoco rechazaba que le fueran a ver algunos de sus más íntimos, a pasar unas horas con él, o incluso quedarse a cenar.

Dejó su reclusión cuando entendió que ya había hecho lo que quería, cuando tenía claro su pensamiento y su reflexión política estaba madura. Se buscó diferentes empleos para subsistir, aunque también repasaba y perfeccionaba el manuscrito de su primer libro. Preguntado una vez, más adelante, sobre a qué se había dedicado en su vida, dijo textualmente: He sido maestro de escuela, tutor privado, agrimensor y topógrafo, jardinero, granjero, pintor de brocha gorda, carpintero, albañil, obrero a jornal, fabricante de lápices, escritor y, algunas veces, poeta. A esto habría que añadir el filósofo, el naturalista y el activista político. Cuando consideró que su libro estaba listo, empezó a buscar alguien que se lo quisiera editar. Lo intentó en Boston y en New York, pero sin éxito. Su texto era atípico, puesto que mezclaba la narración de viaje, la reflexión moral, la investigación naturalista y la autobiografía. Vamos, algo así como lo que yo hago en este blog (y tanta gente ahora). Ni siquiera hubieran desentonado allí algunas recetas de cocina para misántropos.

Al no encontrar editor, decidió hacerse él mismo una impresión de 1.000 ejemplares. Y empezó a venderlos por los pueblos. Corría el año 1849. Resultado: logró vender cerca de 300 ejemplares. El libro se llamaba Una semana por los ríos Concord y Merrimack. No tuvo más remedio que apilar los restantes en su biblioteca. Con su humor característico, anotó en su diario: Qué bien, ahora tengo una biblioteca de 900 volúmenes, 700 de los cuales los he escrito yo mismo. Empezó entonces a pensar en convertir su diario del confinamiento y sus reflexiones en un segundo libro, que tuvo listo unos años después y que se llamó Walden (ya les va sonando, imagino). El nombre venía del toponímico Walden Pond, donde había estado su cabaña. Esta vez, el libro no sólo encontró editor (era ya una obra de un género definido: ensayo), sino que fue un bombazo: todo el mundo lo puso por las nubes, Thoreau se hizo famoso, dio innumerables conferencias por toda la región y pudo disfrutar de esa fama desde la publicación del libro en 1854 hasta su muerte por tuberculosis en 1862, a los 44 años.

Thoreau está considerado como uno de los precursores de la literatura yanqui, además del padre de toda una línea ideológica determinada, en la que se basan el ecologismo, el antirracismo, el rechazo a la acumulación indefinida de riqueza, la búsqueda de la verdad dentro de uno mismo y en el contacto con la naturaleza. Por ejemplo, fue él quien acuñó el término desobediencia civil, cuya influencia reconocerían más tarde personajes como Tolstoi, Gandhi y Martin Luther King. Imagino que también los impulsores del 15-M, Occupy Wall Street y similares. Hay que decir que Thoreau no era un pacifista. Apoyó expresamente la insurrección armada del activista pro abolición de la esclavitud John Brown y pronunció un encendido e indignado panegírico en su entierro, después que fuera condenado y ahorcado. Sin duda hubiera tomado partido en la Guerra Civil que ya brotaba cuando lo tumbó la tuberculosis. Decía que primero cada uno tiene que hacer su revolución individual (lo que él hizo en su encierro en la cabaña), para luego buscar a los demás que hayan culminado el mismo proceso.

El lugar donde estuvo situada la cabaña del autor de Walden, es ahora un lugar de culto, en las afueras de Concord, una ciudad de unos 17.000 habitantes. Miles de seguidores de las ideas de Thoreau visitan cada año el lugar, donde el perímetro de la construcción está señalado con unos elementos verticales de granito hundidos en la tierra. Al lado, un monumento a este peculiar personaje. Se trata de un simple montón de piedras. Es un monumento dinámico, mucha gente le aporta su propia piedrita y otros se llevan una de recuerdo, consiguiendo un túmulo que continuamente evoluciona, algo que hubiera hecho las delicias del homenajeado. En un costado, un panel de madera recuerda una de las más famosas frases de Walden, que resume la filosofía de Thoreau: Fui a los bosques porque quería vivir solo, deliberadamente, para afrontar los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que tenía que enseñar y no descubrir, a la hora de la muerte, que no había vivido.



En 1948, el escritor de ciencia ficción Burrhus Frederic Skinner, publicó su obra más famosa, que tituló Walden 2, donde dibuja un mundo utópico basado en las ideas de Thoreau y tal vez no muy alejado del escenario que nos viene ahora, después del virus. Walden 2 es una novela de culto, que no desmerece de 1984, Un mundo feliz y otras cumbres de la literatura distópica. En fin, que ya ven lo que se puede sacar de una reclusión bien gestionada. La soledad puede ser muy fructífera, si bien induce a una cierta melancolía. Para ambientarles y terminar el post con música, les traigo algo de jazz con voz solista femenina. Iyeoka Okoawo es una activista, educadora, poeta y cantante de origen nigeriano, nacida en Boston, no muy lejos del pueblo natal de Thoreau. Una de las figuras emergentes del nuevo jazz, en la senda musical abierta por Amy Winehouse, cuyas armonías, orquestación y tristeza básica recuerda a menudo. Aquí tienen una de sus canciones más celebradas. Cuídense.


4 comentarios:

  1. Tío, la música es clavada a Amy Winehouse, uno cierra los ojos y cree estar escuchándola. La influencia de Amy en el jazz vocal ha sido muy grande.

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    1. Sí, tiene armonías muy similares pero, si abre usted los ojos, verá que su imagen no tiene nada que ver con la de Amy. Esta es una mujer entera, luchadora y sin dobleces, que controla su vida.

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  2. Muy interesante la figura de Henry Thoreau. Y Ikeoka, o como se llame, pues es buenísima.

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    1. Thoreau es una referencia, o debería serlo, para mucha gente. En estos tiempos del "conavirus" sus lecciones serían de utilidad. Iyeoka es una figura emergente, pero no especialmente interesada en triunfar en el show-bizness. Ella tiene otra complejidad y otros intereses. Lo que pasa es que este tema le ha salido redondo y está encantada de que se esté difundiendo.

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