Han de saber que tengo varios amigos cercanos afectados por el maldito virus, en diferentes grados de la enfermedad, uno especialmente grave, hasta el punto que, cada vez que me suena el teléfono o me entra un Whatsapp, cojo el móvil con pánico, ante la posibilidad de una noticia fatal. En estas condiciones es difícil mantener el ánimo, pero yo tengo una obligación con mis lectores y he de tratar de abstraerme para seguir cumpliendo con mi tarea de escribir un post cada tres días. Y el caso es que el otro día
tenía algunas cosas más que contarles, pero la figura de Henry D. Thoreau se agigantó
en mi texto hasta el punto de acapararlo y obligarme a cortar por lo sano. Hoy
vamos a ver cómo responden al confinamiento algunos escritores y artistas, con artículos
y mensajes que han publicado por diferentes medios.
Empezamos por mi admirada Olga Tokarczuk. Confinada en su casa de Wroclaw (Polonia), desde cuya ventana se ve una morera blanca, el pasado 8 de abril publicó un artículo en The New Yorker, que, como todo lo que hace esta señora, me parece magnífico, de principio a fin, y les voy a pedir que lo lean. Una advertencia. Al menos en mi ordenador, al abrir el enlace, el articulo sale en inglés, pero en la parte superior derecha aparece una pestañita para traducirlo al español. La traducción es aceptable. La pestañita desaparece al poco de abrir pero, si no les ha dado tiempo a pulsarla, pueden recargar la página y esta vez estar más listos. Si no consiguen esto, pueden intentar verlo en el móvil, algunos modelos traducen automáticamente los textos ingleses al español. Y si no les funciona ninguno de estos trucos, pues ya no sé que decirles, usen el traductor Google párrafo a párrafo, o arréglenselas como puedan. Les aseguro que vale la pena leer a esta señora, en plena madurez creativa, tras conseguir el merecido Nobel de Literatura del año pasado. El link AQUÍ.
Empezamos por mi admirada Olga Tokarczuk. Confinada en su casa de Wroclaw (Polonia), desde cuya ventana se ve una morera blanca, el pasado 8 de abril publicó un artículo en The New Yorker, que, como todo lo que hace esta señora, me parece magnífico, de principio a fin, y les voy a pedir que lo lean. Una advertencia. Al menos en mi ordenador, al abrir el enlace, el articulo sale en inglés, pero en la parte superior derecha aparece una pestañita para traducirlo al español. La traducción es aceptable. La pestañita desaparece al poco de abrir pero, si no les ha dado tiempo a pulsarla, pueden recargar la página y esta vez estar más listos. Si no consiguen esto, pueden intentar verlo en el móvil, algunos modelos traducen automáticamente los textos ingleses al español. Y si no les funciona ninguno de estos trucos, pues ya no sé que decirles, usen el traductor Google párrafo a párrafo, o arréglenselas como puedan. Les aseguro que vale la pena leer a esta señora, en plena madurez creativa, tras conseguir el merecido Nobel de Literatura del año pasado. El link AQUÍ.
La vida sigue en este nuestro encierro y
este blog es uno de los trucos que empleamos ustedes y yo para mantener un hilo
de conexión entre ese reciente pasado en que éramos tan felices en un mundo
fácil, y un futuro que se anuncia lleno de nubarrones. Pero hay otros trucos. Ayer, una amiga y yo nos
tomamos un té en compañía. Quedamos, nos lo preparamos cada uno en su casa y nos hicimos
una videollamada para tomárnoslo juntos. Lo he probado ya con alguna otra y es muy
agradable. Hace unos días, los colegas de Madagascar y otras aventuras, montaron una caña colectiva con tapa, pero cuando me enteré ya se lo habían terminado todo. Quedé con ellos para la siguiente. Ya ven que es posible tomarse un vermú virtual con los amigos. Y últimamente estoy llamando a gente a la que antes no llamaba nunca, porque
me los encontraba a menudo en la oficina, por la calle, en los bares, o
quedábamos a comer. Por ejemplo, uno de mis antiguos jefes en la Oficina del
Plan, que me cuenta que él y su mujer creen haber pasado ya la enfermedad, se sienten
bien, con anticuerpos y dispuestos a incorporarse al nuevo mundo que viene, con ánimos renovados.
Como parte del esfuerzo por conjurar este terrible presente y unir, en cambio, pasado y
futuro, me corta rápidamente, no quiere hablar más de la situación ni del virus y pasa a
comentarme el acuerdo de aprobación definitiva de la operación Castellana
Norte. Yo ni siquiera sabía que se hubiera aprobado. Parece que la Comunidad de Madrid ha
publicado el acuerdo a finales de marzo, con nada menos que nueve páginas de
condiciones que el Ayuntamiento deberá cumplir antes de seguir adelante. Hay
tantos temas que habrá que retomar… Como la campaña electoral americana. Bernie
Sanders se ha retirado y ha sido muy claro: en semejante situación no tiene el
suficiente ánimo como para seguir peleando. Prefiere apoyar a Biden como está ya haciendo. Y tal vez algún día se vuelva a
hablar de terminar la guerra en Siria, o en Yemen. Y se retomen las tareas de
rescate de los cuerpos de los dos trabajadores del vertedero de Éibar,
enterrados en mierda desde hace una eternidad. Se habla todo el tiempo de volver a la
normalidad, pero precisamente este virus tal vez haya surgido como una consecuencia lógica de esa normalidad
tan anormal.
Como todos los personajes públicos, los
diferentes artistas del rock están grabando canciones y mensajes desde sus
encierros. El otro día vimos a Alicia Keys y a Elvis Costello. Hoy vamos a ver
a otras dos mujeres muy guapas, al menos en mi opinión. Alicia Keys, aunque no se
peine ni se maquille y salga con una camiseta blanca con un agujero de polilla (como me descubrió un
comentarista anónimo), pues sigue siendo una mujer guapísima y súper atractiva. A otras
no les pasa lo mismo, tal vez porque los años no perdonan. Es el caso de la
pequeña Norah Jones, la hija de Ravi Shankar, que tanto me gusta y tantas veces
traigo a este blog. Sigue tocando el piano y cantando maravillosamente, pero,
cómo decirlo con otras palabras, se la ve un poquito fondona. O al menos con
una imagen muy alejada de aquella glamourosa con la que se llevó hasta nueve
Grammys en la edición de 2003 y siguientes. Desde su confinamiento, ha cogido su móvil y,
así, vestida de casa, se ha grabado cantando una canción inédita en la que explica cuánto echa de menos a Krishna, al que ya no puede ver. Ustedes y yo tampoco podemos ver a Krishna, pero sí podemos verla a
ella.
Vaya, Norah Jones tenía hace 15 años una imagen rompedora, con su pelo liso enmarcando sus tranquilas
facciones y sus ojos hermosos y expresivos. Ahora muestra un aspecto más hogareño, como si se acabara de levantar,
se hubiera puesto dos horquillas en su pelo natural rizado y se hubiese sentado
al piano con el primer vestido de andar por casa que ha encontrado. Su imagen es entrañable, hay pocas cosas más cariñosas que una mujer recién levantada
después de haber dormido a pierna suelta (si ha dormido mal y está de mala uva, no; en ese caso es
mejor protegerse, que se te puede llevar por delante). En cualquier caso, la
canción es bonita, en su línea tranquila, con ese punto místico de raíz hindú,
heredado por el lado paterno. Pero sigamos con la reseña de estas actividades
con las que intentamos tender puentes entre el hermoso pasado del que
disfrutábamos y el incierto futuro que nos aguarda.
El martes día 7 tuvimos por fin la
sesión on line del club de lecturas Billar de Letras que tuvimos que aplazar en
formato presencial por el estado de alarma. Nos reunimos el escritor Andrés
Neuman, desde Granada, el editor Juan Casamayor, y nuestro jefe Ronaldo
Menéndez. Cotándome a mí, cuatro varones. El resto de la tertulia eran
mujeres, como viene siendo habitual. La sesión, que hicimos a través de la
plataforma Zoom, fue interesante, dos horas y media hablando de literatura, en
torno al libro Anatomía Sensible. Es
este un libro atípico, organizado como inventario de textos cortos (tres a
cinco páginas) dedicados a la loa de las diferentes partes del cuerpo humano,
que no hace falta leer en el orden del libro (varias de las asistentes
confesaron haberse abalanzado directamente a los capítulos en que se habla del
pene y la vagina, en ese orden). A mí me impactaron más los dedicados
al tobillo y al cabello, ambos sublimes. Neuman tiene una prosa poética y humorística que es una delicia para el lector. Y ya tenemos programadas las tres
sesiones del siguiente trimestre que haremos on line hasta que nos autoricen a
reunirnos en persona.
Bien, continuemos ahora con los vídeos
que han colgado los artistas del rock desde su confinamiento. Como no podía ser
de otra manera, mi admirada Sheryl Crow ha aportado su granito de arena. Interpreta una
canción antigua, pero que viene a cuento. Y a Sheryl pues se la ve bastante mayor, qué quieren que les diga, aunque a mí me sigue pareciendo muy guapa. Tengan en cuenta que Alicia Keys
tiene 39 años y Norah Jones 41. Sheryl Crow tiene 58 tacos y está espléndida,
incluso aunque se acabe de levantar. Y aprovecho para desmentir un bulo
que algún seguidor me ha hecho llegar: esta señora no se ha sometido a ninguna
operación estética. Pongo la mano en el fuego por ello. Sus cambios de look se deben a que, como deportista que corre
todos los días, patina, sale en bici, esquía y hace otros deportes de riesgo, se ha roto todos los piños de la boca en dos ocasiones,
en sendos accidentes deportivos. Y se los han tenido que poner nuevos enteros. Eso explica sus cambios físicos. Escúchenla, cantando en su casa de Nashville. La canción es muy buena y está muy bien cantada y muy bien acompañada al piano.
Sheryl se ha arreglado
mínimamente, pero la luz lateral no la favorece demasiado, puesto que resalta
las arrugas de su cara, lógicas en alguien de su edad. Y ustedes, queridos
lectores, que son perspicaces y observadores, seguro que se han dado cuenta del
color negro que asoma en las raíces del pelo de Sheryl, alrededor de la raya
central que lo divide. ¡Qué le vamos a hacer! Ahora resulta que nuestra rubia
favorita, proverbial, perfecta, nuestra mujer americana soñada, era una rubia de
garrafón, como las de por aquí. Esto del confinamiento va a traer revelaciones
inesperadas en cuestión de tonalidades capilares, no tanto por las que viran a negro, como por las que viran a
blanco, que es todavía peor. Pero, como ya sé que más de uno (o una) me estará ahora
mismo tachando de machista ajqueroso,
pues vamos a traer a esta página a otro de mis ídolos musicales, en este caso, varón.
El bueno de John Fogerty, el líder
histórico de la Creedence Clearwater Revival, cumple al mes que viene nada menos que 75 años. Madre mía, este señor sí que está
viejo. Ha perdido un poquito de
voz, pero conserva la energía de siempre. Aquí empieza recomendando lavarse las
manos y tener mucho cuidado. Y luego interpreta tres canciones que les recomiendo
escuchar. La tercera con un piano grandioso. Como otros señores que han hecho
dinero con el rock, Fogerty vive con su familia en una mansión de campo, en un bosque a las afueras de Los Ángeles, donde tiene un estudio de grabación completo. Fogerty vivió hasta hace poco en una lujosa mansión en Beverly Hills pero la vendió por un pastal y no se ha ido muy lejos. Escúchenlo, porfa.
Pero hemos empezado el post leyendo a Olga Tokarczuk
y yo quiero cerrarlo con otro texto que me parece muy bueno. Franco “Bifo”
Berardi es un reputado filósofo italiano, 70 años, actualmente dando todavía
clases en Bolonia, un tipo que lleva años analizando la realidad con mucha precisión y
hondura, experto articulista y conferenciante de
pelo blanco abundante. Desde que empezó el confinamiento, ha iniciado un diario
que va publicando con la misma tenacidad
que yo mi blog. Sus reflexiones de cada día son buenísimas y les sugiero que
las busquen por la red. Pero especialmente la del 15 de marzo es magnífica y me
he ocupado de transcribirla traducida para ustedes (algunas cosas se han quedado viejas, como la esperanza de terminar el confinamiento el 23 de abril, pero yo he dejado el texto como estaba). Les pido que la lean y
dejamos sitio al final para un breve comentario. Fíjense especialmente en el concepto
off-line, como alternativa al on-line.
15 de marzo
En el silencio de la mañana, las palomas perplejas miran hacia
abajo desde los techos de la iglesia y parecen atónitas. No alcanzan a
explicarse el desierto urbano.
Yo tampoco.
Leo los borradores de Offline de Jess Henderson,
un libro que saldrá en algunos meses (en fin, debería salir, ya se verá). La
palabra «offline» adquiere un relieve filosófico: es un modo de definir la
dimensión física de lo real en oposición, es más, en sustracción, a la
dimensión virtual.
Reflexiono acerca del modo en que está mutando la relación entre
offline y online durante la propagación de la pandemia. E intento imaginar el
después.
En los últimos treinta años, la actividad humana ha cambiado
profundamente su naturaleza relacional, proxémica, cognitiva: un número
creciente de interacciones se ha desplazado de la dimensión física, conjuntiva
–en la que los intercambios lingüísticos son imprecisos y ambiguos (y por lo
tanto infinitamente interpretables), en la que la acción productiva involucra
energías físicas, y los cuerpos se rozan y se tocan en un flujo de
conjunciones– a la dimensión conectiva, en la que las operaciones lingüísticas
son mediadas por máquinas informáticas, y por lo tanto responden a formatos
digitales, la actividad productiva es parcialmente mediada por automatismos, y
las personas interactúan cada vez más densamente sin que sus cuerpos se
encuentren. La existencia cotidiana de las poblaciones ha sido cada vez más
concatenada por dispositivos electrónicos relacionados con enormes masas de
datos. La persuasión ha sido reemplazada por la impregnación, la psicosfera ha
sido inervada por los flujos de la infosfera.
La conexión presupone una exactitud lampiña, sin pelos y sin
polvo, una exactitud que los virus informáticos pueden interrumpir, desviar,
pero que no conoce la ambigüedad de los cuerpos físicos ni goza de la inexactitud
como posibilidad.
Ahora, he aquí que un agente biológico se introduce en el
continuum social haciéndolo implosionar y obligándolo a la inactividad. La
conjunción, cuya esfera se ha reducido en gran medida por las tecnologías
conectivas, es la causa del contagio. Juntarse en el espacio físico se ha
vuelto el peligro absoluto, que debe evitarse a toda costa. La conjunción debe
ser activamente impedida.
No salir de casa, no ir a encontrarse con los amigos, mantener una
distancia de dos metros, no tocar a nadie en la calle…
Se verifica aquí entonces (es nuestra experiencia de estas
semanas) una enorme expansión del tiempo vivido online; no podría ser de otra
manera porque las relaciones afectivas, productivas, educativas deben ser
transferidas a la esfera en la que no nos tocamos y no nos juntamos. Ya no
existe ninguna red social que no sea puramente conectiva.
Pero entonces ¿qué? ¿Qué sucederá después?
¿Y si la sobrecarga de conexión termina por romper el hechizo?
Quiero decir: tarde o temprano la epidemia desaparecerá (siempre
que esto suceda, en Italia tal vez el 25 de abril): ¿no tenderemos quizás a
identificar psicológicamente la vida online con la enfermedad? ¿No estallará
tal vez un movimiento espontáneo de acariciamiento que induzca a una parte
consistente de la población joven a apagar las pantallas conectivas
transformadas en recuerdo de un período desgraciado y solitario?
No me tomo demasiado en serio, pero lo pienso.
Maravilloso, ¿no creen? Bueno,
para lo que este señor llama conjunción,
no he encontrado mejor traducción. Se refiere al contacto directo, en persona,
como contraposición a la conexión,
que se hace a través de una máquina. Cuando esta terrible emergencia sanitaria
termine, tal vez sea el momento de reivindicar el offline, la vuelta a las relaciones personales, a los abrazos, al
contacto físico no virtual, al amor sin intermediarios, a la incertidumbre de
lo real, a la naturaleza, tal como la entendía Henry D. Thoreau. Y también a la
dumb city, la ciudad tonta, como alternativa a la smart city. Un lugar donde
podamos preguntar a un viandante por dónde se llega a la calle Peligros, sin
mirarlo en la puta máquina. ¿Realmente creen que sirve de algo quedar con una
chica en una plaza y, mientras llega, intercambiar con ella tropecientos
mensajes del siguiente tenor: ya estoy cruzando Tirso de Molina, llego en unos
cuatro minutos, es que me he retrasado con nosequé? ¿No viviríamos mejor sin que
la marquesina del bus nos informe de que el 27 va a llegar en 4 minutos? ¿No
sería mejor dedicar esos lapsus a hablar con el de al lado, a observar cómo reviven
los arboles en primavera, a aspirar el aroma de las flores? En vez de consultar la pantalla del móvil, para enterarte de algo irrelevante y prescindible.
Volvamos un poco a lo analógico.
Recuperemos la capacidad de memorizar los números de teléfono de nuestros
amigos, volvamos a hacer raíces cuadradas sin calculadora. Dejemos las máquinas
para el trabajo, donde son tan útiles y estructuremos el resto de nuestro tiempo en
torno al disfrute del mundo en todas sus facetas no virtuales. Ese es mi
mensaje de hoy, en un post que dedico a mi amigo en situación más difícil,
enviándole toda mi fuerza mental y anímica, además de las rogativas correspondientes, a los San Benitiños de Lerez y de Rabiño. Cualquiera de nosotros puede estar
igual que él dentro de unos días. Boris Johnson, al salir del hospital y todavía asustado, dijo haber tenido la sensación de que el asunto podía haber caído de un lado o de otro.
Hagamos votos colectivamente, queridos followers, por que mi amigo caiga también de este lado finalmente. Y cuídense, por Dios.
Me encanta el bostezo que se pega el perro de Fogerty, cuando este empieza a tocar, antes de largarse de su lado: es superexpresivo, como diciendo: otra vez el pelma este con la murga guitarrera.
ResponderEliminarBien observado, la verdad es que apenas había reparado en el perro. Fogerty es como una fuerza de la naturaleza y acapara el plano.
EliminarEmilio, hoy estoy de bajón, no me animan ni tus singulares historias blogueras. ¡Maldito coronavirus! Nos ha arrancado a uno de los grandes, a Luis Sepúlveda. Cuarenta y cinco días ha soportado en la UCI, total para nada. Como escribió Miguel Hernández en un soneto tan triste como yo hoy: ¡Cuánto penar para morirse uno!
ResponderEliminarQuerida, ciertamente es una pena, "El viejo que leía novelas de amor" es un libro cojonudo, una maravilla de principio a fin. Y el de la gaviota a la que un gato enseña a volar, también una delicia. Este virus es así, en vez de llevarse a Trump o a otros como él, se ceba en gente como Sepúlveda, que de ninguna forma se lo merecía. Descanse en paz. Y tú anímate, que saldremos de esta.
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