Ufff, lo más importante: mi amigo
G., el que está en un peligro mayor entre todos mis conocidos, resiste por el
momento. Como me consta que hay creyentes entre mis seguidores, les ruego
que recen por su recuperación. A los demás les pido que unan sus energías
mentales con la mía para hacer fuerza entre todos. Y a los escépticos, que
hagan como yo rogativas encendidas a San Benitiño de Lerez y a San Benitiño de
Rabiño. No sé cuál de los dos es más efectivo, así que, como suele decirse,
pongamos una vela a Dios y otra al Diablo. Este virus no atiende a
consideraciones éticas, pero sería muy injusto para G. morirse en este momento
y también sería muy injusto para los amigos que le queremos, que nos dejara
tirados con la pena de su ausencia.
Bien, mis dos posts anteriores han gustado mucho y a mí también, sobre todo, en mi caso, por los enlaces a
escritos que me parecen muy interesantes para leer en este momento y a algunos temas
musicales de altura. Así que, si un modelo funciona, por qué no mantenerlo. Mis
seguidores me hablan maravillas del texto de Franco “Bifo” Berardi, magnífico,
desde luego. Y he captado el plus de satisfacción que le supone a la gente el
hecho de que yo transcriba textos traducidos y los incorpore dentro de mi post,
sin obligarles a recurrir a links que a veces no funcionan a gusto de todos los
lectores. Así que hoy voy a transcribirles también un texto que me parece muy
bueno, ya que este es un ingrediente de mis post que tanto les gusta. Ya ven cómo les cuido. Es que yo,
como la Pantoja, me debo a mi’ zeguidore’, ainnss.
En realidad, escribir un post es como hacer un guiso. Se trata de elegir ingredientes de calidad y combinarlos con tino. Si uno usa ingredientes baratos, del feirón, pues tiene grandes posibilidades de que le salga un plato de baja calidad culinaria. Y si escoge ingredientes buenos, pero los combina mal, entonces conseguirá un ejemplo de lo que el diccionario de la RAE define como bodrio. Además, es necesario aliñar el asunto con especias diversas bien elegidas. Por cierto, ya que estamos en el terreno culinario, les diré, en confianza, que el otro día me hice unas alitas de pollo buenísimas, que había comprado junto con las pechugas que suelo hacerme al curry o con salsa de soja Kikkoman. Bien, las tenía ya partidas y en la sartén con aceite abundante, cuando recordé que a las alitas les va muy bien sazonarlas, además de con sal en cantidad, con un poco de romero seco, del que viene en frasquitos de especias tipo La Carmencita y otras. Rebusqué en mi despensa y hallé al fondo un salerito de romero. Miré la etiqueta y rezaba (se lo juro): consumir preferentemente antes de febrero de 2010. Bueno, pensé que el único problema es que hubiera perdido parte de su poder aromatizante, así que doblé la cantidad. Las alitas resultaron exquisitas.
Así que hoy voy a empezar por transcribirles un texto de mi admirado José
Ovejero, de quien hemos hablado varias veces en este blog. Le conocí en 2013, hace una eternidad, cuando aún vivía en Bruselas, ganándose la vida como traductor
simultáneo en el Parlamento Europeo. Estando yo alojado en casa de mi amigo
Antònio Trinidad, acudimos los dos a un taller literario con Ovejero, en la
entreplanta de un bar con buenas pintas de cerveza Leffe Blonde de presión y
unas pocas tapas de disculpa. El taller giraba en torno a un libro de poesía
que Ovejero acababa de publicar, y la tertulia fue reseñada debidamente en el blog. Años más tarde, me encontré de nuevo con él, cuando analizamos en Billar de Letras su libro Mundo extraño,
realmente curioso. Y después he acudido a algunas presentaciones de sus
libros y le he saludado. Hace pocos días, el New York Times decidió empezar a publicar una
serie de textos cortos sobre lo que está pasando, bajo el título genérico de Postales del
coronavirus. Y eligió para inaugurar la serie un relato de José Ovejero. Según lo
prometido, aquí lo tienen.
De pronto, la
epidemia ya no me parecía irreal
Esta mañana he
visto un zorro en el terreno que hay delante de mi casa. Por la tarde, un
rebaño de cabras pasaba a pocos metros de la puerta, conducidas por un macho
cabrío negro que podría haber salido de un tratado de brujería. Si miro por la
ventana rara es la vez que no descubro buitres, petirrojos, arrendajos,
jilgueros.
Desde hace días veo más animales
que personas.
Desde hace meses, E. y yo
pasamos más de la mitad del tiempo en este pueblo de montaña, que sólo tiene
ocho o diez habitantes, casi todos ancianos, gente de campo que no participó en
el éxodo rural de España y se quedó cultivando la tierra o cuidando el ganado.
Casi todos se alegraban de que llegase una pareja más joven a quedarse en el
pueblo (aquí incluso yo soy “más joven”), nos ofrecían ayuda con esa
hospitalidad propia de los lugares pequeños: si necesitáis algo, lo que sea, yo
vivo en esa casa, lo que haga falta.
Nos pareció que
era una suerte pasar aquí la cuarentena: a un pueblo casi desierto no puede
llegar la epidemia. La carretera que serpentea monte arriba no conduce a ningún
otro sitio, no estamos en un lugar de paso. No salimos en las guías turísticas.
Una furgoneta viene los jueves a traer carnes y quesos, otra trae frutas y
verduras los viernes. Ni siquiera tendríamos que ir al supermercado a
poblaciones más grandes. Y la semana pasada nos quedamos doblemente aislados:
una fuerte nevada hizo nuestro encierro aún más intenso.
Leíamos cada
día el recuento de enfermos y de fallecidos en España y nos parecía irreal,
como si todo eso sucediese en un país lejano. Aquí seguíamos saliendo a pasear
porque ni siquiera en condiciones normales nos encontramos con nadie por los
caminos. El primer cambio llegó cuando el panadero se presentó con mascarilla y
guantes de caucho. Esa imagen nos acercó la enfermedad. Después fueron el
frutero y el carnicero. Días más tarde el alguacil visitó cada casa para
repartir unas toscas mascarillas de tela blanca confeccionadas por las mujeres
de un pueblo vecino porque en las farmacias se habían agotado hacía mucho.
Dos de nuestros
vecinos han sido ingresados en el hospital. Coronavirus. Es una pareja muy
mayor. El hombre parece que está saliendo de lo más grave, de la mujer no han
sabido decirme. En la minúscula plaza del pueblo nos hemos congregado varios al
llegar la furgoneta de la carne. Yo soy el único que lleva mascarilla. Dos
ancianos conversan uno pegado al otro. Se conocen, literalmente, de toda la
vida. Posiblemente ninguno es capaz de imaginar que la cercanía de ese otro con
el que cuidaba cabras ya desde niño pueda suponer un peligro.
E. y yo ya no
salimos a pasear. Nos quedan aún muchos días de encierro en el pueblo. Mientras
escribo, una pareja de buitres planea sobre el robledal cercano. La epidemia ya no me parece irreal. Lo irreal es que haya podido llegar hasta aquí. Ahora
nosotros también ofrecemos ayuda, la que sea, vivimos en esa casa, lo que haga
falta. Y esperamos, un poco asustados, a que pase la epidemia.
José Ovejero, para New York Times, 3 de abril de 2020
Espero
que les haya gustado. El autor narra con maestría cómo se está viviendo la emergencia sanitaria desde la llamada España vacía, esa extensa zona donde antes se quejaban de que estaban olvidados del mundo y ahora no quieren que vaya nadie, no sea que vaya a traerles el virus. Tengo una imagen magnífica que muestra cómo se está viviendo esto en los pueblos de tamaño medio. Es de un pueblo de Cataluña, creo que no muy lejos de Igualada, en la zona que estuvo totalmente clausurada y cercada. El virus ha llegado a todas partes, a las ciudades, a los pueblos como este y también a los de ocho habitantes como el que describe Ovejero.
Otra cosa que he visto que les encanta a mis seguidores, ese esforzado grupo de entre 30 y 40 lectores que arrastro desde hace bastante tiempo, es que les cuente la historia de algún tema mítico del rock, y/o que les traduzca (libremente) la letra. Es un comentario generalizado: –Joder, es que había oído cuarenta veces esta canción y me gustaba, pero no sabía lo que significaba o lo que decía la letra y ahora, como que me emociona más. Hoy les voy a hablar de una canción que me parece maravillosa, no sólo por su letra sino en conjunto. Suzanne Vega es una persona bastante especial dentro del mundo del rock. Es poeta, escribe, vive su vida y pasa de presiones de la industria discográfica. Por eso sólo ha sacado siete álbumes musicales, desde que debutó allá por el año 1985.
Otra cosa que he visto que les encanta a mis seguidores, ese esforzado grupo de entre 30 y 40 lectores que arrastro desde hace bastante tiempo, es que les cuente la historia de algún tema mítico del rock, y/o que les traduzca (libremente) la letra. Es un comentario generalizado: –Joder, es que había oído cuarenta veces esta canción y me gustaba, pero no sabía lo que significaba o lo que decía la letra y ahora, como que me emociona más. Hoy les voy a hablar de una canción que me parece maravillosa, no sólo por su letra sino en conjunto. Suzanne Vega es una persona bastante especial dentro del mundo del rock. Es poeta, escribe, vive su vida y pasa de presiones de la industria discográfica. Por eso sólo ha sacado siete álbumes musicales, desde que debutó allá por el año 1985.
Lo que
sí le gusta es hacer giras y, como otros muchos artistas del rock, tenía
conciertos contratados a partir de finales de mayo, que se han ido a la mierda
por el coronavirus (de los cojones). Suzanne Vega tiene ahora exactamente 60
años y exhibe un aspecto magnífico, como pueden ver en la imagen de la
izquierda. Nacida en Santa Mónica (donde yo me alojé tres días hace ya un
montón de tiempo, en mi anterior vida libre y viajera), su madre se la llevó a
Nueva York cuando tenía dos años. Desde entonces vive allí. Suzanne es el
prototipo de la neoyorkina elegante y sofisticada, a pesar de haberse criado en
el Spanish Harlem, un lugar peligroso en aquellos años. El hombre con el que se
casó su madre y del que ella tomó el apellido era portorriqueño y por eso se
instalaron allí. Al igual que Alicia Keys, que se crió en la Hell’s
Kitchen, Suzanne hubo de sobrevivir en un ambiente difícil para una mujer tan
guapa. Es decir, que hubo de lidiar con una adolescencia en la que tenía que cuidarse de ligones, moscones,
violadores, atracadores, etc. Es lo que tiene ser una flor de estercolero.
Suzanne
mantiene su carrera viva, hace giras y participa en festivales de jazz en
Europa y conciertos multitudinarios en su tierra. Y todavía dice sorprenderse
de que todo el mundo le pida siempre que cante una de sus viejas canciones: Luka. Se trata de un tema de su segundo álbum,
que no fue en su día un éxito mayor que otros suyos, pero que con el tiempo se
ha convertido en todo un símbolo. En los conciertos, la gente se la pide y,
cuando ella al fin les complace, puede comprobar que todo el mundo se la sabe y
la corean con ella. ¿A qué se debe este fervor? Pues sin duda a la letra, que
voy a proceder a ponerles abajo, con una de mis traducciones libres que tanto
aprecian. Luka trata del espinoso y difícil tema del maltrato infantil dentro
de la familia. Tal vez en el cine recuerden una película española: El Bola
(Achero Mañas, 2000). Creo que es la película más impresionante que he visto
sobre este tema. Pero hace falta mucha sensibilidad para esbozar este asunto
con dos trazos, en unas cuantas estrofas, como hace Suzanne Vega. Vamos con esa
letra.
Luka Luka
My name
is Luka Me
llamo Luka
I live
on the second floor Vivo
en el segundo piso
I live
upstairs from you Justo
encima de ti
Yes I
think you’ve seen me before Sí,
creo que me has visto antes
If you
hear something late at night Si
escuchas algo, muy tarde por la noche
Some
kind of trouble, some kind of fight Algún
tipo de follón, algún tipo de pelea
Just
don’t ask me what it was Sencillamente,
no me preguntes qué era
Just
don’t ask me what it was Sencillamente,
no me preguntes qué era
Just
don’t ask me what it was Sencillamente,
no me preguntes qué era
I think
it’s because I’m clumsy Creo
que es porque soy torpe
I try
not to talk too loud Intento no hablar
demasiado alto
Maybe
it’s because I’m crazy Quizá
es porque estoy loco
I try
not to act too proud Trato
de no ser demasiado arrogante
They
only hit until you cry Sólo
te pegan hasta que lloras
After
that you don’t ask why Después
de eso, ya no preguntas por qué
You don’t
argue anymore Y
ya no discutes más
You don’t
argue anymore Y
ya no discutes más
You don’t
argue anymore Y
ya no discutes más
Yes, I think I’m okay Sí, creo que estoy bien
I
walked into the door again Me
he dado con la puerta otra vez
If you
ask that’s what I’ll say Si
me preguntas, eso es lo que diré
And it’s
not your businees anyway Y de todas formas no es asunto tuyo
I guess
I’d like to be alone Supongo
que me gustaría estar solo
With
nothing broken, nothing thrown Sin
nada roto, nada tirado
Just
don’t ask me how I am Así
que no me preguntes cómo estoy
Just
don’t ask me how I am Así
que no me preguntes cómo estoy
Just don’t ask me how I am Así que no me
preguntes cómo estoy
La
canción repite luego algunas de las estrofas. Ahora les pongo el vídeo, para
que vean la interpretación que hizo Suzanne con su grupo, en un programa de televisión, allá
por el año 1987. Es una auténtica maravilla. Suzanne tenía entonces 27 años. Por cierto que muchas veces se le
ha preguntado a la autora si la historia era real, si tuvo alguna vez un niño
vecino llamado Luka al que maltrataban en casa. Su respuesta ha sido siempre
elegante. Tuvo un vecino de encima que se llamaba Luka, pero era un niño feliz,
al que nadie maltrató jamás. Ella simplemente utilizó su nombre, para poner
cara a un problema que le preocupaba muchísimo entonces y le sigue preocupando, el del maltrato infantil. Ahora, ustedes pueden creerse esta historia, o no. Y no sabemos si ese niño feliz del que habla se hizo luego arquitecto, o médico, o si por el contrario acabó en una esquina, consumido por el crack. Escuchen la canción y rematamos.
En fin,
¡Lo que están aprendiendo ustedes de rock y de literatura y de todo con este blog! En esta
situación de atasco social, a la que de momento no se le ve un salida próxima, tenemos que hacer por
entretenernos los unos a los otros. No vale sólo con salir a aplaudir a las 8
de la tarde. Con ese sano propósito, yo he jugado hoy sobre seguro, les he
preparado un menú a la medida: de primero, un texto transcrito y de segundo un tema de rock explicado,
con traducción de la letra incluida. Y de postre les contaré que el viernes
se pusieron en contacto con nosotros desde la Concejalía de Urbanismo de París,
para que les contásemos cómo se había hecho en Madrid para adaptar hoteles para
albergar a enfermos del Covid-19 no necesitados de cuidados intensivos. Mi jefa
me pidió que me encargara de ello y el encargo estaba cumplido a mediodía. Digo
yo que no lo estaremos haciendo todo tan mal como dicen algunos, si los de
París intentan copiarnos.
Por si
tienen curiosidad, les contaré que aquí se ha firmado un protocolo con algunas
cadenas de hoteles. Ese protocolo especifica que el hotel ha de suministrar un
recepcionista y un miembro de la contrata de mantenimiento por cada turno de 8
horas. Se les dotará de mascarillas, guantes y pantallas plásticas para el
mostrador de recepción. El catering se traerá desde el hospital y se entregará a la puerta de
las habitaciones por enfermeras, en recipientes desechables de un solo uso. El
hospital aporta su lavandería, su servicio de limpieza y se encarga también de llevar el registro de admisión. Las habitaciones tendrán teléfono, preferiblemente no tendrán
moqueta, deberán contar con un taburete o similar junto a la puerta, para dejar la bandeja de la comida, y un contenedor para la basura cada dos habitaciones.
A ser posible debe haber dos ascensores, uno para médicos y otro para pacientes. Caso de haber uno solo, el hotel aportará personal de limpieza para
la desinfección del ascensor después de cada uso.
Eso dice
en esencia el protocolo que yo he podido ver y que les hemos mandado a los de
París. Con esto les dejo. Pasen un buen domingo en su confinamiento y mantengan
el ánimo, que ya va faltando menos. Y cuídense, desde luego.
Hombre, ya tenía olvidado este temazo de la Sra. Vega. Excelente bajo todos los puntos de vista. Aprovecho para sugerirle otro del maestro Lightfoot.
ResponderEliminarUn abrazo brother.
https://youtu.be/v5tr_L31StI
Gracias, ya lo he escuchado. Es muy bueno y también lo tenía medio olvidado. Grandes temas.
EliminarUn abrazo y cuídese.
Impresionante Suzanne Vega y esa canción desoladora. La calle vacía impacta, pero el minino que interpela al fotógrafo con esa mirada entre curiosa y despectiva que adoptan los gatos, pone un punto de vida en este "maldito baile de muertos" que ha caído sobre la inocencia del mundo. Lo que me faltaba es que el virus se cebe también en un pueblo de ocho habitantes. Si lo piensas, es la tasa más alta del planeta, un 20% de contagiados. ¿Iremos a colapsar como especie? Si es así, por favor, sé un músico del Titanic, no dejes de tocar.
ResponderEliminarQuerida, en seis renglones y medio dices cosas más profundas que yo en un post entero. Deberías dedicarte a escribir en serio. Abrazos y a cuidarse.
EliminarOvejero me encantó
ResponderEliminarEs de lo mejor que hay ahora: sencillo, sin demasiadas pretensiones y con una calidad literaria innata. Es un texto de encargo: se lo piden y responde en poco tiempo con esto.
EliminarAbrazos y cuidaros.