In the rush to return to normal, use this time to consider wich parts of
normal are worth rushing back to.
Dave Hollis
En mi línea de traducción libre, the rush es algo así como el acelerón, el
sprint final, el último arreón. La frase sería entonces: En el último arreón para
volver a la normalidad, aprovechen este tiempo para considerar a qué partes de
la normalidad vale la pena volver. No es mala recomendación. Porque esa
supuesta normalidad previa es precisamente la que ha generado la aparición del
virus, según los estudiosos. Estos virus de origen zoonótico conviven con los
animales salvajes en perfecta simbiosis. Y sólo saltan a los humanos, cuando
sus hábitats naturales se van viendo reducidos por el avance de nuevos campos
de cultivos para alimentar a la desmesurada población humana, por la
deforestación, los incendios y el cambio climático. En el estrés de ese acoso,
el virus empieza a mutar y es cuando salta al humano. Y hasta que se logra la
adaptación mutua, es muy mortífero, pero su virulencia descenderá con el
tiempo, como ha pasado con los demás virus. En realidad, a este minúsculo
elemento no le interesa ser tan letal, porque, al morir el portador, él
también resulta aniquilado. Así que por una lógica evolutiva, acabaremos
conviviendo sin tanto dramatismo.
Ya ven que empiezo a asignarle al
virus ciertas cualidades superiores: interés, inteligencia, capacidad de mutar
para adaptarse. No les extrañe. Como les dije el otro día, el virus ha venido
para quedarse y esa normalidad a la que queremos volver será una normalidad
diferente. El mundo que conocíamos antes de la llegada de este
minúsculo Leviatán, que está acabando con todas nuestras certezas, ya no volverá
a ser igual. Así que tendremos que seleccionar qué es lo que queremos rescatar
del naufragio. Sería bueno que rescatáramos el amor, la amistad, la empatía, la honestidad, la lealtad, la
solidaridad, la cultura de los cuidados. Y que mantuviésemos la lucha por los objetivos de igualdad social y de género y la preocupación por el medio ambiente. Además,
por supuesto, del sentido del humor, la alegría, la jovialidad, la música. Pero
tendremos que adaptarnos. Recuerden: la clave de la supervivencia está en la
capacidad de adaptación, más que en la inteligencia. No lo digo yo; lo dijo
nada menos que Charles Darwin.
Eso es lo que han hecho tres
chavales de Barcelona que están arrasando en las redes con sus pequeños clips
musicales. Se han dado en llamar los Stay Homas, nombre que juega con el lema Stay Home (quédate en tu casa). Y son un
ejemplo de cómo hacer de la necesidad virtud: ¿Que nos tenemos que quedar
encerrados en una casa? Pues aprovechamos para salir a la terraza y hacer una música de puta madre. Me los ha
descubierto mi amiga C. seguidora inesperada de este blog (yo no tenía ni idea
de que lo conociera), que ya me ha facilitado antes otras informaciones valiosas, que
he traido al blog como si las hubiera encontrado yo, como hago siempre. Querida C. gracias por tus aportaciones, eres bienvenida a esta tribuna.
Estos Stay Homas son
multiculturales, lo mismo cantan una bossa nova o una rumba flamenca, que un
reggae o un blues perfecto, sólo con una guitarra y algunas percusiones improvisadas
en su confinamiento. En realidad siguen una línea artística mestiza y cosmopolita que se mantiene
viva en Barcelona (Macaco, Estopa o la misma Rosalía) a pesar de los embates del nacionalismo más paleto que acosa
a esa hermosa ciudad. Y demuestran una formación musical muy sólida. A lo largo
de este post les voy a poner algunos de sus vídeos grabados con un móvil, que
han titulado genéricamente Confination songs y que numeran escrupulosamente,
igual que hago yo con mis posts. Escuchen el Confination Song I.
Quien más, quien menos, hace lo
que puede en este encierro. Yo por las tardes suelo hacer algunas videollamadas
y así he descubierto que hay muchos otros y otras que lo llevan bien. Por lo
menos dos colegas se han puesto a hacer la tesis, para lo que nunca tenían
tiempo. Algunos escritores están también aprovechando para desarrollar esa
novela que nunca empezaban. Otros, sin embargo, se bloquean y no consiguen concentrarse. Mi amigo Ronaldo
Menéndez dice que añora mucho el aire libre, que esto del encierro le está
produciendo una especie de estreñimiento creativo. A otros sin embargo, el
confinamiento nos acentúa la graforrea o graforragia y tenemos que cortarnos
para no escribir más. Pero lo mío no es nada al lado de lo que hace un tal
Íñigo Domínguez en El País. Todo un descubrimiento. Desde el 18 de marzo, sin
fallar un solo día, está sacando unos textos buenísimos, bajo el epígrafe Diario viral. Cualquiera de sus artículos que busquen es
una pequeña obra de arte, con humor, humanidad y altura literaria.
Por ejemplo, el pasado día 20 de
abril, publicó un suelto titulado El
extraño caso del señor resucitado, que paso a resumirles. El artículo habla
del tema este de los aplausos todos los días a las ocho de la tarde. Y cuenta
el caso de un vecino de una casa de enfrente a la suya, del que se supo que
estaba ingresado con el coronavirus (de los cojones) y lo había pasado mal. Y
resulta que un día, el tipo vuelve del hospital, le acaban de dar el alta y se incorpora a los aplausos como
uno más. Y todo el mundo le ovaciona. Y el tipo está eufórico y, no sólo es el
que más aplaude, sino que a continuación pone la megafonía a todo trapo y
empieza con el Resistiré. Y sigue
poniendo canciones muy emotivas, como el Héroes
de David Bowie, o el Volver de
Gardel. Todo el vecindario le acompaña muy emocionado.
La gente se retira ya de los
balcones, pero el señor recuperado sigue con la música a todo volumen. Y cuenta
el articulista como el eufórico caballero se pasa a Rocío Jurado, Como una ola, y
de ahí salta al reggaetón y otras ordinarieces y a la gente ya le va haciendo menos gracia la cosa. Se empiezan a escuchar algunos
silbidos en la calle y hasta un vecino airado que amenaza con llamar a la
policía. Pero el tipo ya se ha venido muy arriba y responde a los silbidos con el Es-can-da-lo de Raphael. Siguen unas reflexiones
sobre hasta dónde hay que tolerar la euforia sonora de un tipo que celebra que
no se ha muerto y otras interesantes digresiones. Pero se ha hecho de noche y
el escándalo no remite, por lo que finalmente alguien llama a la policía. Se
presenta un coche patrulla, se bajan dos agentes y miran desde abajo a la ventana del
escandaloso.
Pero justo en ese momento, el
tipo pone Pongamos que hablo de Madrid, de Sabina, y los dos policías se
sienten empáticos y un poco sobrecogidos escuchando eso de que la muerte pasa en ambulancias
blancas y que me entierren allí donde nací. Nadie silba ya y los policías deciden respetar al vecino ruidoso hasta que
acaba la canción. Sólo en ese momento, le hacen una simple seña, abriendo los brazos, para que se haga cargo. Entonces, el señor resucitado apaga por fin la música. El coche se retira con un guiño de luces rojas y
azules, pero en silencio, y todo el mundo se va a dormir. Creo que hasta el
propio Julio Cortázar habría alabado este relato de Íñigo Dominguez. Y, como les digo, este señor publica cada día un artículo nuevo, todos bastante buenos. Se ve que el confinamiento le ha exacerbado la
creatividad. Como a los Stay Homas. Antes hemos visto que dominan el registro
brasileiro. Escuchémoslos aquí en una rumbita. Este es el Confination song III.
Bueno, ese es el camino:
coronavirus leré-leré, ariquitau-tau-tau. Porque podemos empezar a pensar en el
rush final para entretenernos, pero lo cierto es que esto va para largo. Acaban de prorrogar el
estado de alarma hasta el 11 de mayo. Y lo que te rondaré, morena, frase que
solía usar mi padre en ocasiones como esta. Dice un amigo que él ya no
soportaría otra prórroga más, que, si se llega al 11 de mayo y seguimos igual,
que por favor recurran al lanzamiento de penaltis. Yo, sin embargo, empiezo a
mentalizarme de que esta va a ser mi vida de ahora en adelante. Que, cuando
empiece el desconfinamiento, a mí el Ayuntamiento me va a sugerir amablemente
que continúe desempeñando mis funciones mediante el teletrabajo. Y experimento
sensaciones nuevas. Por ejemplo, los primeros fines de semana tenía la
impresión de que los días eran todos iguales, laborables y festivos. Hoy
sábado, por primera vez he tenido la sensación de descanso del fin de semana. Tal
vez porque esta semana que termina (la sexta ya de encierro) hemos trabajado mucho.
Otra cosa que me preocupa, y
discúlpenme ustedes, es el asunto de los pedos. Quiero decir que, estando solo,
a uno le vienen ganas de tirarse un cuesco y se lo tira. No hay nadie alrededor
a quien pueda ofender el mal olor o el ruido. Pero, ¿cuando salgamos de nuevo a
hacer vida social, sabremos cómo contenernos? He entrado en Internet, en busca
de un tutorial de este importante y maloliente asunto, y no he encontrado nada.
Bueno, algo sí. En concreto, la visión humorística de los de El Mundo Today,
los campeones del humor patrio, que tratan del tema en el artículo al que les
voy a poner el link, lo que viene a demostrar que no soy yo el único al que le
preocupa el asunto. Pinchen AQUÍ para
comprobarlo.
Cuando comencé este blog, hace
más de siete años, el tema de los pedos tuvo bastante peso y hasta cuenta con
una etiqueta propia, eso sí, compartida con los culos y otras excentricidades
de las que casi nadie escribe. Lo que pasa es que, con el transcurso del tiempo,
el tema dejó de tener recorrido. Aunque todavía vuelve de vez en cuando. Pero
es momento ya de que escuchemos otro tema de Stay Homas. Sabemos que le dan a
la bossa y a la rumba. Pero esto que les traigo ahora ya es algo como de otro
nivel. A comienzos de 2019 les expliqué lo que era el do-wap, en el Post #800,
con varios ejemplos musicales. No sé si lo recuerdan, pero aquí tienen a los
Stay Homas haciendo un do-wap de libro. A estas alturas (Confination song
VI), los tipos se habían hecho ya súper populares, de forma que todos los músicos
jóvenes de Barna querían entrar a participar en sus vídeos a través del
Whatsapp. Aquí es una desconocida para mí, Judit Nedderman, quien se suma al
tema, por cierto, con un lema muy oportuno: We got to be patient, lets enjoy
this confination. Tenemos que ser pacientes, disfrutemos del encierro.
He de decirles que, con las debidas
cautelas, por regla general mis pedos no huelen, lo que me preocupa es el
ruido. ¿Cómo? ¿Que si es que he perdido el olfato? No, no. Agradezco que se
preocupen por mi salud, pero yo no he perdido el olfato ni el gusto. Este
parece ser uno de los síntomas más claros y sorprendentes de la Covid-19. Y si antes le hemos reconocido al virus atributos superiores como
intereses, intenciones o inteligencia, esto de que nos deje sin olfato sólo
podemos explicarlo como un rasgo de humor del animalito, o lo que sea. Además,
el olfato no se pierde gradualmente, sino de golpe, en un segundo. Estás
oliendo todas las cosas a tu alrededor y, súbitamente, entras en anosmia (que
así lo llaman los médicos, siempre listos a ponerle nombres raros a todas las
circunstancias).
Mi amigo Paco Couto, otro
seguidor impenitente del blog, a quien aprovecho para saludar también, es quien mejor me ha explicado esto de la anosmia, a partir de su propia experiencia, que les transcribo a continuación. Esta situación del confinamiento
propicia la aparición de historias como la del señor resucitado, que son pura
literatura. Paco ha pasado la Covid-19 en su casa, sin necesitar
hospitalización por fortuna, y en confinamiento doble, en una habitación él
solo, aislado de su familia que a su vez estaba también aislada del mundo
exterior, ocupando el resto de la casa. Según me explicó, tenía un baño para
él solo, como debe hacerse, pero que no estaba dentro de su cuarto, sino al
lado, saliendo al pasillo. Así que, cada vez que quería utilizar el baño, daba
unas voces (¡Que voy a mear!), esperaba un poco y salía. Y, después de usar el
baño, pasaba una esponjita empapada en lejía por todos los pomos y objetos que
había tocado. Y, de pronto, un día se puso la esponja delante de la nariz y no
olía nada. Entonces comprendió por qué ese día le había sabido tan mal la
comida, como a queroseno o desinfectante.
Y, unos días más tarde, también de manera súbita, averiguó que había recuperado el olfato cuando,
siguiendo los protocolos, le dieron unos toques en la puerta para advertirle de
que la comida estaba lista. Esperó los segundos de rigor, abrió la puerta y se
encontró frente a un plato de espaguetis que olían a gloria. Tal vez sea, me
dice, una de las comidas que más ha saboreado en su vida. La primera vez que
hablé con Paco por teléfono y me contó que se había contagiado, le pregunté
cuántos días llevaba encerrado. Me contestó que trece o catorce. –Ah –le dije–, entonces ya has librado. Porque todo el mundo coincide en que el bajón radical, el
momento en que se te inflaman los pulmones, viene sucediendo en torno a los
ocho o nueve días de los primeros síntomas. Pero veamos ya otro tema de Stay
Homas. A la altura del Confination XXII, los tipos exteriorizan el hartazgo que
todos experimentamos. Pero ya son tan famosos que hasta personajes de prestigio en
el mundillo musical, como Silvia Pérez Cruz, se apuntan a sus performances.
Escúchenlos.
Historias del confinamiento. Para
el final les he reservado el plato fuerte. El relato de lo sufrido por mi querido amigo X,
también seguidor antiguo de este foro, compañero de fatigas municipales durante
más de 35 años, a quien incluso he dedicado al menos dos posts en exclusiva. A
mi amigo X posiblemente le contagiaron sus nietos, de los que se hizo cargo
cuando cerraron los colegios por sorpresa. Y estuvo una semana aislado en su
casa como Paco Couto. Hablamos por teléfono algún día y le encontré animado
como siempre, a pesar de tener 39 de fiebre. Pero no tenía más síntomas. Hasta
el fatídico día ocho o nueve. Ese día empeoró, se empezó a ahogar, le llevaron a urgencias
y se quedó ingresado en el hospital. Mi amiga L. que es jefa de servicio en ese
hospital, me contó que entró en urgencias con neumonía bilateral y en un estado
bastante serio. Le pusieron oxígeno y probaron con él un cóctel en vena a base
de cloroquina, azitromicina y paracetamol. Y fue mano de santo. Empezó a responder muy pronto.
Eso no quita para que pasara tres
días bastante mal. Yo lo llamé, extrañado de no tener noticias suyas y me dijo
que estaba ingresado. Conociendo su sentido del humor, imaginé que estaba de
broma, que se refería a que su mujer lo tenía confinado en una habitación,
hasta que me aclaró que estaba en un hospital. Era uno de esos tres días en que
estuvo grave, aunque no se llegaron a plantear el meterlo en UCI, al ver que
respondía al tratamiento. Estaba en medio de un calvario, pero contestaba al
teléfono y mostraba el ánimo alto, como siempre. Mi amigo X es un ejemplo de
resiliencia y coraje, un modelo para todos. Con su secular modestia él se
define simplemente como correoso,
pero creo que es un adjetivo que se queda corto. X estuvo ingresado doce días,
los once primeros con oxígeno. El último día de su calvario, le retiraron el
oxígeno y, al ver que seguía bien, le anunciaron que se iba a casa. Miró el
calendario y descubrió que era Domingo de Resurrección, el día más apropiado
para finalizar un calvario.
Se levantó de la cama y comprobó
que se tenía en pie y podía andar. Se levantó y anduvo, como Lázaro, por seguir
con las referencias bíblicas. Llamó a su hijo para que viniera a recogerlo con
el coche, se vistió y pidió unas bolsas para meter en ellas sus escasas
pertenencias. Le dieron unas de El Corte Inglés y también un sobre grande del
hospital con sus pruebas y radiografías. Entonces fue a que le extendieran el
parte de alta. Pero, al ser domingo, no estaba el mismo médico que lo había
atendido en su calvario, sino una doctora suplente. Le preguntó su nombre y
averiguó que se trataba de la doctora Cristo. Todo esto ya no puede atribuirse
a una casualidad. Si yo escribiera un relato imaginario sobre esto, todo el mundo lo consideraría increible. Pero es que la realidad supera siempre a la ficción y ya saben que
algunos piensan que todo es obra de El Guionista.
Cuando su hijo le avisó de que ya
estaba fuera, cogió sus pertrechos y se dispuso a marcharse. Entonces todos los sanitarios que lo habían atendido, le hicieron pasillo y le aplaudieron como a una estrella del fútbol que acabase de ganar el Balón de Oro. Y nuestro héroe, conteniendo la emoción, salió al exterior y se dispuso a afrontar el futuro con entereza, como
siempre hace. Llevaba doce días sin ver el cielo y tuvo que atravesar una
pequeña explanada que hay delante de la clínica, bajo un sol de justicia. Su
hijo le hizo una foto para la posteridad, que pueden ver abajo y, como no podía
ni abrazarle, le dijo: Papá, eres igual que Bárcenas saliendo de la cárcel. En
fin, vean la foto, que ya vamos a cerrar el post. Bárcenas saliendo de la cárcel en el
Domingo de Resurrección.
Es una imagen emotiva,
maravillosa, emblemática. La pequeñez del hombre corriente ante la magnitud de
esta pandemia que nos ha hecho sentir tan vulnerables. Y a la vez la grandeza
del tipo que resiste todas las adversidades, entero, animoso, resistente,
correoso. Un auténtico héroe. Mi amigo X, que no ha dejado de seguir este blog a lo largo de todo
su calvario, llegó a su casa, se pesó y la báscula le dio la medida de lo
que acababa de pasar. El fiel de la balanza marcaba diez kilos menos que cuando
cayó enfermo. Así que ésta es mi moraleja. Resistan, sean valientes y mantengan el buen
ánimo, como el señor resucitado de la primera historia, como Paco Couto y como mi entrañable amigo X. Y también como los Stay Homas, con los que
vamos a cerrar ya, ahora con un tema en el que el invitado a participar es el gran
Macaco, su principal referente musical. Mensajes positivos a ritmo de reggae. Mi despedida de hoy: no bajen la
guardia.
Ya se que es moda, pero eso de taparse la cabeza con la capucha, como velo de beata, ño veo horroroso, horroroso, como el modelito de Julieta Serrano en Mujeres al borde de un ataque de nervios. Los Homas necesitan ayuda, que algún estilista los asesore. Jajaja
ResponderEliminarNo seas malo, Mari, que son cojonudos, frescos y buenos músicos. Y están encerrados. Tiran de lo que tuvieran en el armario. Cuando se acabe esto, si les da por hacer carrera como músicos, ya se comprarán otra ropa.
EliminarMi querido amigo, respecto al "último acelerón" que usted propone tengo que referirme obligatoriamente a una de las leyes de Murphy, la denominada "LEY DE LOS SISTEMAS" que dice lo siguiente:" Cuando un sistema ha sido totalmente definido, y todas sus posibles derivaciones exploradas, algún investigador aficionado, independiente o inexperto, descubrirá algo que, o elimina la utilidad del sistema, o la expande mas allá de la comprensión humana".
ResponderEliminarY añado una ley tan cierta como empírica: "Las probabilidades de que alguien se tire un pedo es directamente proporcional al número de personas con las que se encuentra reunido".
En fin brother, hágaselo ver.
Un fuerte abrazo.
Grandes aportaciones las suyas, y originales como siempre. Está claro que, de todos los que conozco, usted es el más cronco...
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