martes, 28 de abril de 2020

936. CC17. Un confineo muy productivo

Bien, aquí me tienen disfrutando del cuadragésimo séptimo día de encierro y escuchando las primeras campanas de que muy pronto nos van a dar suelta (así se dice en mi barrio). Hay gente con mucha ansiedad por regresar a la calle y yo comprendo que exista ese sentimiento, aunque no lo comparto. ¿Por qué? Pues por dos motivos. UNO, esa nueva normalidad en la que vamos a desembocar es una porquería, con perdón (por no decir una ful, o una caca de la vaca). ¿De qué me sirve a mí salir a la calle, si no puedo ir a un bar a tomarme un vermú, o al cine a sentarme en la última fila con una amiga a compartir palomitas y otras efusiones? ¿Para qué quiero ir al parque si no le puedo dar un abrazo a un amigo que me encuentre? Lo único que me atrae de esta nueva fase es su carácter de transición a la normalidad de verdad, esa de la que gozábamos antes de esta calamidad. Viene a cuento el chiste de hoy de El Roto, siempre a tener en cuenta. 

Pero he hablado de dos motivos por los que no estoy especialmente ilusionado con nuestra próxima suelta. El segundo es tan contundente como el primero. DOS, lo cierto es que estoy de puta madre aquí encerradito. Después de 47 días de shelter in place, tengo que reconocer que me lo estoy pasando genial con esto que los Stay Homas llaman el confineo. He de recordarles que en aquel lejano día en que cumplí los 65 y me rompí el brazo izquierdo, inauguré un período en el que tenía prohibido salir físicamente de la Comunidad de Madrid y estaba sometido a una rutina en la que iba  todos los días a rehabilitación y no podía acercarme a mi oficina salvo de incógnito. Pues tal como conté en el blog, me sentía fenomenal, salvo por las molestias que tenía en el brazo. Lo de ahora no es comparable, pero les digo algo similar: si no fuera por las malas noticias de los amigos que lo están pasando mal y la amenaza de que le pille el virus a alguien más próximo, yo estaría encantado.

Ya lo ven, me he acomodado a esta situación y estoy feliz como una perdiz. Me sigue fascinando la idea de viajar por el mundo, pero no me voy a hacer mala sangre por no poderlo hacer ahora. Comprendo que hay otros que estarán histéricos, pero yo tengo la suerte de que estoy solo, así que en mi casa todas las decisiones se toman por unanimidad y no hay mayores tensiones. Tengo una casa amplia en la que hasta puedo correr (aunque cada vez me parezco más al oso blanco de la antigua Casa de Fieras del Retiro, que se hacía kilómetros cada día dando vueltas por su exiguo hábitat). Tengo una terraza en la que puedo tomar el sol. Y tengo WiFi, móvil y un ordenador moderadamente lleno de virus (con perdón), pero que va tirando. Así que es posible que cuando nos desconfinen yo siga una temporada bastante encerrado. Recuerden, hay que tener capacidad de adaptación, como decía Charles Darwin. O, como decía mi padre, hay que adaptar el volante a las curvas que vaya presentando el camino.

Pero no olvido el valor de este blog como entretenimiento para algunos de mis seguidores confinados. Así que hoy les voy a obsequiar de nuevo con algo de música. Antes les diré que he creado dos nuevas etiquetas, que he llamado Coronavirus y Cocina, para que ustedes puedan encontrar los sucesivos posts que he dedicado a estos dos nuevos temas. Pero hace días les traje un vídeo de la cantante de Boston Iyeoka Okoawo que gustó mucho al personal. En realidad esta línea de jazz con vocalista femenina tiene mucha gente joven que despunta, especialmente entre esta nueva generación mestiza y heredera de varias culturas a un tiempo, hija de la globalización cultural. Aquí les traigo otra melodía que retrata muy bien esa cultura universal, con la melancolía y el desarraigo que lleva aparejado eso de no ser de ninguna parte. Esta chica, que se hace llamar Ayo, es hija de nigeriano de la etnia yoruba y gitana rumana, nació en Colonia (Alemania) y vive en Paris. Su voz es una maravilla, en la línea melódica de Norah Jones. Escuchen y verán.  


No negaré que también me da miedo salir al exterior. Un ejemplo. Si para correr por El Retiro tengo que cuidarme de cruzarme con otros corredores a dos metros y procurar no acercarme a menos de cinco de un runner que vaya delante, para evitar el rebufo asesino, pues casi que sigo corriendo en casa un tiempo, como el oso de la Casa de Fieras. Y si no puedo ir al cine más que sentándome a dos metros de los otros espectadores, pues prefiero seguir viendo películas en mi casa. Por cierto, la marca Orange, con la que tengo contratado el WiFi, me ha regalado un año de suscripción gratis a Amazon Prime, que tiene muchas películas y series. Ya estoy registrado en Filmin y puede que me apunte a Netflix, puesto que ya he terminado con Los Soprano (otro día hablamos de ello).

Estoy perfectamente adaptado a mi rutina del confineo. Los días laborables me paso la mañana conectado con mi jefa y mi compañera M. trabajando un montón, e incluso a veces tenemos reuniones a tres a través del Windows Team, como por ejemplo, ayer por la tarde, de 17.00 a 18.00, en donde estuvimos discutiendo sobre las líneas del urbanismo-post-covid que les vamos a proponer a nuestros jefes para la vuelta. Esta tarde a las 18.30 tengo nueva sesión de Billar de Letras, en torno al libro Apuntes de un Cocodrilo, de la escritora de Taiwan Qiu Miaojin, que se suicidó a los 26 años, clavándose un cuchillo de cocina en el pecho. Es un libro de culto y una novela clave para la comunidad internacional queer, de la que ya hemos hablado en este blog. En la calle principal del barrio gay de San Francisco hay una baldosa en homenaje suyo, al lado de otras dedicadas a García Lorca, Oscar Wilde y otros, como les conté cuando visité el lugar. Me limitaré a comentar que, leyendo el libro, uno se explica que se suicidara. Abajo, una de las pocas imágenes que se conservan de esta mujer atormentada por una identidad sexual incierta y perturbadora.



La novela, de primeros de los 90 y fuertemente autobiográfica, se edita por primera vez en España gracias a la iniciativa de la editorial Gallo Nero, que dirige mi admirada Donatella Iannuzzi, que estará esta tarde en la tertulia desde su casa. Pero vamos con otra perla musical. Hindi Zahra es una mujer de origen magrebí, que se mueve por los clubes de jazz de Paris, con su grupo de músicos, como ella de ascendencia argelina. Sus influencias tienen también fuertes tintes de los chansonniers franceses, pero con una sensibilidad muy especial, trufada de toques mediterráneos y norteafricanos. Escúchenla.


Hoy estoy un poco melancólico, como pueden deducir de las músicas que les estoy poniendo, y no me pregunten por qué; trato de seguir adelante, pero hay días en que las noticias exteriores no acompañan. Pero les estaba explicando las rutinas por las que este encierro en mi casa se me está haciendo grato. Entiendo que dentro de mi casa no hay virus y, en mis salidas semanales al mercado o al Alcampo, me protejo como un astronauta que tuviera que salir por la luna. Les pongo un ejemplo. Salgo a la calle sin reloj, sin cinturón y sin móvil, para no tener que descontaminarlos luego. Y ya el colmo: he salido las dos últimas veces sin gafas. No veo muy claro, pero ya saben que de cerca no uso gafas, así que no hay riesgo de que me compre un pepino queriendo adquirir un calabacín. Además he descubierto a una oftalmóloga brasileña que te indica una serie de ejercicios visuales para mejorar de forma natural la visión de los miopes o, como en mi caso, los que tienen principio de catarata. Son ejercicios que van muy bien, por supuesto, si se hacen con fe. Si no se los creen, mejor no los hagan.

En Brasil las están pasando canutas, con un presidente que probablemente sea el más burro del mundo. Bueno, no, es más burro Duterte, el de Filipinas, que ha autorizado a disparar a matar a los que incumplan la cuarentena decretada o el toque de queda. A Bolsonaro le crecen los enanos, sólo le falta contagiarse él mismo, como Boris Johnson. Ahora le ha dejado tirado otro de sus apoyos más sólidos, el hasta ahora Ministro de Justicia Sergio Moro, el mediático juez que llevó a la cárcel a Lula y Dilma. El tipo se ha hartado, ha dimitido y explicado en una larga rueda de prensa que el Presidente ha incumplido su promesa de darle carta blanca para investigar todas las redes de corrupción del país, así como las conexiones del crimen organizado.

De todo esto me mantienen puntualmente informado mis dos amigas urbanistas de Curitiba, Liana Valicelli, a la que conocí en Portland y con la que luego visité Vancouver, y Giselle Medeiros, con la que me encontré en Chicago y me mantengo puntualmente en contacto. Ellas eran el punto de apoyo en Brasil para mi frustrado (por el momento) viaje de vuelta al mundo, además de Antònio Carlos Velloso, de Río de Janeiro y Marcelo de Sousa, de Sao Paulo. En Chicago, todos los brasileños estaban convencidos de que Bolsonaro no iba a ganar las inminentes elecciones, y ahí lo tienen, como Trump y otros virus políticos equivalentes. No me resisto a ponerles una foto de Gisele, una mujer estupenda.


Esto es parte de lo que me estoy perdiendo encerrado sin poder viajar, pero ya les he dicho que estoy encantado, aquí refugiado, dedicado intensamente al confineo. Sólo me falta que se concreten esas buenas noticias que espero. Pero sigamos con las figuras vocales femeninas emergentes del nuevo jazz. Melody Gardot es un verdadero portento de la resiliencia. Neoyorkina, 35 años, cuando tenía 19, iba un día por su barrio en bicicleta, cuando la atropelló un coche. Sufrió un traumatismo craneal severo, estuvo un tiempo en coma, pero se recuperó, aunque tuvo que aprender otra vez a hablar, andar y todo lo demás. Aconsejada por sus médicos, aprendió música para favorecer su recuperación y comprobó que le gustaba. De ahí a cantar por los bares de NY, un productor que la escucha y la ficha y todo lo demás. Ahora mismo tiene una carrera ascendente. Del accidente sólo le queda una cojera apenas perceptible. Melody compone sus canciones, es una fan del fado protugués y adora también la música mediterránea. Vean cómo se presentó en el festival de jazz de San Sebastián, allá por 2012. Pónganse la pantalla completa, please.


Esta mañana he dedicado la mayor parte del tiempo al trabajo, luego me he puesto a escribir y ahora voy a concentrarme en la preparación del Billar de Letras de esta tarde (ya tengo la comida hecha). Es necesario un cierto nivel de intimidad, de tranquilidad, de recogimiento, para participar en un club literario y no limitarse a ser un mero oyente. El libro de Qiu Miaojin es complejo, con muchos registros y una densidad sentimental difícil de soportar. Espero con ansiedad lo que nos cuente Donatella sobre la autora y el motivo de publicar esto en España. Les diré que, siguiendo con este nivel de actividad vertiginosa, mañana voy a asistir a un webinar titulado La Transformación de las Ciudades en el Día Después, en el que se hablará de esto del urbanismo-post-covid. Ya ven que no me faltan entretenimientos para este confineo sin freno.

En realidad, y volviendo al principio, creo que cuando nos den suelta yo voy a seguir bastante encerrado. Imagino que el Ayuntamiento me dirá que siga teletrabajando, aunque vaya a la oficina algunos días. Y no voy a salir demasiado, aunque sí me daré algún paseo, bien protegido con mi mascarilla, mi gorra y mis guantes. Pero no voy a volverme loco. Hay que andar con sumo cuidado para no inducir un rebrote, aunque dicen los médicos que cada vez tienen más armas contra el virus y que ahora están salvando a pacientes que al principio no hubieran salido adelante. Pero nada será normal hasta que tengamos una vacuna. Y por cierto, un científico dice hoy en el New York Times que podemos tener una para septiembre. Sería la vacuna más rápida de conseguir de la Historia. Es bastante increíble, pero AQUÍ pueden ver que no les engaño. No sé si van a poder abrir el link, que andan en el NYT con esa mierda de las suscripciones, pero tal vez puedan ver al menos que se trata de un grupo de investigadores de la Universidad de Oxford, que parece que lideran la carrera por encontrar la ansiada vacuna.  

Esto del confineo es muy entretenido, como ven. Al menos para mí. Pero hay gente que lo lleva fatal. Y también algunos animales. Estos días se ha convertido en viral (con perdón) la imagen de un enorme perro bulldog de Atlanta, que se llama Big Poppa, al que, según su dueña, lo que más le gusta es salir al espacio central de su edificio a jugar con los niños. Confinado él y confinados los niños en sus casas, al pobre sólo le queda mirar desde la terraza. Pero le ha entrado una pena que yo creo que expresa mejor que cualquier otra imagen esta murria de llevar casi 50 días encerrados. Además, él no puede asistir a webinars, ni teletrabajar, ni correr en círculos por el cuarto de estar. Por eso está tan triste. Pero vean qué expresividad gestual. Este perro es más humano que Abascal y otros especímenes.




Bien, es hora de cerrar. Hemos escuchado a tres figuras emergentes del jazz vocal femenino. Las tres (como Iyeoka Okoawo) tienen todavía una larga carrera hasta alcanzar una posición como la que ostenta la auténtica diosa del jazz vocal femenino, la extraordinaria Diana Krall, esta chica de Vancouver que durante años fue la soltera de oro, la mujer soñada por todos los fans, aparentemente dedicada a su carrera como pianista y cantante, con su gesto serio y reconcentrado, sin mostrar el más mínimo interés por los hombres y otras menudencias. Hasta que llegó el bueno de Elvis Costello. ¡Amigo! Eso son palabras mayores. Contra todo pronóstico, Costello la conquistó, se casaron y ahora están confinados en su casa de veraneo de Vancouver, junto con los gemelos que tuvieron en diciembre de 2006 y que, con trece años, deben de estar tan desesperados por salir como Big Poppa. Aunque no sé cómo es de riguroso el confineo en Vancouver. Les dejo aquí, como colofón, la interpretación que esta gran dama hizo en París en 2008 del clásico Cry me a River. No desesperen, volveremos a la normalidad. No ahora, pero pronto. Cuídense mucho. ¡Ah! Y pónganse la pantalla grande, merece la pena. 


sábado, 25 de abril de 2020

935. CC16. Historias del confinamiento.

In the rush to return to normal, use this time to consider wich parts of normal are worth rushing back to.
Dave Hollis

En mi línea de traducción libre, the rush es algo así como el acelerón, el sprint final, el último arreón. La frase sería entonces: En el último arreón para volver a la normalidad, aprovechen este tiempo para considerar a qué partes de la normalidad vale la pena volver. No es mala recomendación. Porque esa supuesta normalidad previa es precisamente la que ha generado la aparición del virus, según los estudiosos. Estos virus de origen zoonótico conviven con los animales salvajes en perfecta simbiosis. Y sólo saltan a los humanos, cuando sus hábitats naturales se van viendo reducidos por el avance de nuevos campos de cultivos para alimentar a la desmesurada población humana, por la deforestación, los incendios y el cambio climático. En el estrés de ese acoso, el virus empieza a mutar y es cuando salta al humano. Y hasta que se logra la adaptación mutua, es muy mortífero, pero su virulencia descenderá con el tiempo, como ha pasado con los demás virus. En realidad, a este minúsculo elemento no le interesa ser tan letal, porque, al morir el portador, él también resulta aniquilado. Así que por una lógica evolutiva, acabaremos conviviendo sin tanto dramatismo.

Ya ven que empiezo a asignarle al virus ciertas cualidades superiores: interés, inteligencia, capacidad de mutar para adaptarse. No les extrañe. Como les dije el otro día, el virus ha venido para quedarse y esa normalidad a la que queremos volver será una normalidad diferente. El mundo que conocíamos antes de la llegada de este minúsculo Leviatán, que está acabando con todas nuestras certezas, ya no volverá a ser igual. Así que tendremos que seleccionar qué es lo que queremos rescatar del naufragio. Sería bueno que rescatáramos el amor, la amistad, la empatía, la honestidad, la lealtad, la solidaridad, la cultura de los cuidados. Y que mantuviésemos la lucha por los objetivos de igualdad social y de género y la preocupación por el medio ambiente. Además, por supuesto, del sentido del humor, la alegría, la jovialidad, la música. Pero tendremos que adaptarnos. Recuerden: la clave de la supervivencia está en la capacidad de adaptación, más que en la inteligencia. No lo digo yo; lo dijo nada menos que Charles Darwin.

Eso es lo que han hecho tres chavales de Barcelona que están arrasando en las redes con sus pequeños clips musicales. Se han dado en llamar los Stay Homas, nombre que juega con el lema Stay Home (quédate en tu casa). Y son un ejemplo de cómo hacer de la necesidad virtud: ¿Que nos tenemos que quedar encerrados en una casa? Pues aprovechamos para salir a la terraza y hacer una música de puta madre. Me los ha descubierto mi amiga C. seguidora inesperada de este blog (yo no tenía ni idea de que lo conociera), que ya me ha facilitado antes otras informaciones valiosas, que he traido al blog como si las hubiera encontrado yo, como hago siempre. Querida C. gracias por tus aportaciones, eres bienvenida a esta tribuna.

Estos Stay Homas son multiculturales, lo mismo cantan una bossa nova o una rumba flamenca, que un reggae o un blues perfecto, sólo con una guitarra y algunas percusiones improvisadas en su confinamiento. En realidad siguen una línea artística mestiza y cosmopolita que se mantiene viva en Barcelona (Macaco, Estopa o la misma Rosalía) a pesar de los embates del nacionalismo más paleto que acosa a esa hermosa ciudad. Y demuestran una formación musical muy sólida. A lo largo de este post les voy a poner algunos de sus vídeos grabados con un móvil, que han titulado genéricamente Confination songs y que numeran escrupulosamente, igual que hago yo con mis posts. Escuchen el Confination Song I.


Quien más, quien menos, hace lo que puede en este encierro. Yo por las tardes suelo hacer algunas videollamadas y así he descubierto que hay muchos otros y otras que lo llevan bien. Por lo menos dos colegas se han puesto a hacer la tesis, para lo que nunca tenían tiempo. Algunos escritores están también aprovechando para desarrollar esa novela que nunca empezaban. Otros, sin embargo, se bloquean y no consiguen concentrarse. Mi amigo Ronaldo Menéndez dice que añora mucho el aire libre, que esto del encierro le está produciendo una especie de estreñimiento creativo. A otros sin embargo, el confinamiento nos acentúa la graforrea o graforragia y tenemos que cortarnos para no escribir más. Pero lo mío no es nada al lado de lo que hace un tal Íñigo Domínguez en El País. Todo un descubrimiento. Desde el 18 de marzo, sin fallar un solo día, está sacando unos textos buenísimos, bajo el epígrafe Diario viral. Cualquiera de sus artículos que busquen es una pequeña obra de arte, con humor, humanidad y altura literaria.

Por ejemplo, el pasado día 20 de abril, publicó un suelto titulado El extraño caso del señor resucitado, que paso a resumirles. El artículo habla del tema este de los aplausos todos los días a las ocho de la tarde. Y cuenta el caso de un vecino de una casa de enfrente a la suya, del que se supo que estaba ingresado con el coronavirus (de los cojones) y lo había pasado mal. Y resulta que un día, el tipo vuelve del hospital, le acaban de dar el alta y se incorpora a los aplausos como uno más. Y todo el mundo le ovaciona. Y el tipo está eufórico y, no sólo es el que más aplaude, sino que a continuación pone la megafonía a todo trapo y empieza con el Resistiré. Y sigue poniendo canciones muy emotivas, como el Héroes de David Bowie, o el Volver de Gardel. Todo el vecindario le acompaña muy emocionado.

La gente se retira ya de los balcones, pero el señor recuperado sigue con la música a todo volumen. Y cuenta el articulista como el eufórico caballero se pasa a Rocío Jurado, Como una ola, y de ahí salta al reggaetón y otras ordinarieces y a la gente ya le va haciendo menos gracia la cosa. Se empiezan a escuchar algunos silbidos en la calle y hasta un vecino airado que amenaza con llamar a la policía. Pero el tipo ya se ha venido muy arriba y responde a los silbidos con el Es-can-da-lo de Raphael. Siguen unas reflexiones sobre hasta dónde hay que tolerar la euforia sonora de un tipo que celebra que no se ha muerto y otras interesantes digresiones. Pero se ha hecho de noche y el escándalo no remite, por lo que finalmente alguien llama a la policía. Se presenta un coche patrulla, se bajan dos agentes y miran desde abajo a la ventana del escandaloso. 

Pero justo en ese momento, el tipo pone Pongamos que hablo de Madrid, de Sabina, y los dos policías se sienten empáticos y un poco sobrecogidos escuchando eso de que la muerte pasa en ambulancias blancas y que me entierren allí donde nací. Nadie silba ya y los policías deciden respetar al vecino ruidoso hasta que acaba la canción. Sólo en ese momento, le hacen una simple seña, abriendo los brazos, para que se haga cargo. Entonces, el señor resucitado apaga por fin la música. El coche se retira con un guiño de luces rojas y azules, pero en silencio, y todo el mundo se va a dormir. Creo que hasta el propio Julio Cortázar habría alabado este relato de Íñigo Dominguez. Y, como les digo, este señor publica cada día un artículo nuevo, todos bastante buenos. Se ve que el confinamiento le ha exacerbado la creatividad. Como a los Stay Homas. Antes hemos visto que dominan el registro brasileiro. Escuchémoslos aquí en una rumbita. Este es el Confination song III.


Bueno, ese es el camino: coronavirus leré-leré, ariquitau-tau-tau. Porque podemos empezar a pensar en el rush final para entretenernos, pero lo cierto es que esto va para largo. Acaban de prorrogar el estado de alarma hasta el 11 de mayo. Y lo que te rondaré, morena, frase que solía usar mi padre en ocasiones como esta. Dice un amigo que él ya no soportaría otra prórroga más, que, si se llega al 11 de mayo y seguimos igual, que por favor recurran al lanzamiento de penaltis. Yo, sin embargo, empiezo a mentalizarme de que esta va a ser mi vida de ahora en adelante. Que, cuando empiece el desconfinamiento, a mí el Ayuntamiento me va a sugerir amablemente que continúe desempeñando mis funciones mediante el teletrabajo. Y experimento sensaciones nuevas. Por ejemplo, los primeros fines de semana tenía la impresión de que los días eran todos iguales, laborables y festivos. Hoy sábado, por primera vez he tenido la sensación de descanso del fin de semana. Tal vez porque esta semana que termina (la sexta ya de encierro) hemos trabajado mucho.

Otra cosa que me preocupa, y discúlpenme ustedes, es el asunto de los pedos. Quiero decir que, estando solo, a uno le vienen ganas de tirarse un cuesco y se lo tira. No hay nadie alrededor a quien pueda ofender el mal olor o el ruido. Pero, ¿cuando salgamos de nuevo a hacer vida social, sabremos cómo contenernos? He entrado en Internet, en busca de un tutorial de este importante y maloliente asunto, y no he encontrado nada. Bueno, algo sí. En concreto, la visión humorística de los de El Mundo Today, los campeones del humor patrio, que tratan del tema en el artículo al que les voy a poner el link, lo que viene a demostrar que no soy yo el único al que le preocupa el asunto. Pinchen AQUÍ para comprobarlo.

Cuando comencé este blog, hace más de siete años, el tema de los pedos tuvo bastante peso y hasta cuenta con una etiqueta propia, eso sí, compartida con los culos y otras excentricidades de las que casi nadie escribe. Lo que pasa es que, con el transcurso del tiempo, el tema dejó de tener recorrido. Aunque todavía vuelve de vez en cuando. Pero es momento ya de que escuchemos otro tema de Stay Homas. Sabemos que le dan a la bossa y a la rumba. Pero esto que les traigo ahora ya es algo como de otro nivel. A comienzos de 2019 les expliqué lo que era el do-wap, en el Post #800, con varios ejemplos musicales. No sé si lo recuerdan, pero aquí tienen a los Stay Homas haciendo un do-wap de libro. A estas alturas (Confination song VI), los tipos se habían hecho ya súper populares, de forma que todos los músicos jóvenes de Barna querían entrar a participar en sus vídeos a través del Whatsapp. Aquí es una desconocida para mí, Judit Nedderman, quien se suma al tema, por cierto, con un lema muy oportuno: We got to be patient, lets enjoy this confination. Tenemos que ser pacientes, disfrutemos del encierro.


He de decirles que, con las debidas cautelas, por regla general mis pedos no huelen, lo que me preocupa es el ruido. ¿Cómo? ¿Que si es que he perdido el olfato? No, no. Agradezco que se preocupen por mi salud, pero yo no he perdido el olfato ni el gusto. Este parece ser uno de los síntomas más claros y sorprendentes de la Covid-19. Y si antes le hemos reconocido al virus atributos superiores como intereses, intenciones o inteligencia, esto de que nos deje sin olfato sólo podemos explicarlo como un rasgo de humor del animalito, o lo que sea. Además, el olfato no se pierde gradualmente, sino de golpe, en un segundo. Estás oliendo todas las cosas a tu alrededor y, súbitamente, entras en anosmia (que así lo llaman los médicos, siempre listos a ponerle nombres raros a todas las circunstancias).

Mi amigo Paco Couto, otro seguidor impenitente del blog, a quien aprovecho para saludar también, es quien mejor me ha explicado esto de la anosmia, a partir de su propia experiencia, que les transcribo a continuación. Esta situación del confinamiento propicia la aparición de historias como la del señor resucitado, que son pura literatura. Paco ha pasado la Covid-19 en su casa, sin necesitar hospitalización por fortuna, y en confinamiento doble, en una habitación él solo, aislado de su familia que a su vez estaba también aislada del mundo exterior, ocupando el resto de la casa. Según me explicó, tenía un baño para él solo, como debe hacerse, pero que no estaba dentro de su cuarto, sino al lado, saliendo al pasillo. Así que, cada vez que quería utilizar el baño, daba unas voces (¡Que voy a mear!), esperaba un poco y salía. Y, después de usar el baño, pasaba una esponjita empapada en lejía por todos los pomos y objetos que había tocado. Y, de pronto, un día se puso la esponja delante de la nariz y no olía nada. Entonces comprendió por qué ese día le había sabido tan mal la comida, como a queroseno o desinfectante. 

Y, unos días más tarde, también de manera súbita, averiguó que había recuperado el olfato cuando, siguiendo los protocolos, le dieron unos toques en la puerta para advertirle de que la comida estaba lista. Esperó los segundos de rigor, abrió la puerta y se encontró frente a un plato de espaguetis que olían a gloria. Tal vez sea, me dice, una de las comidas que más ha saboreado en su vida. La primera vez que hablé con Paco por teléfono y me contó que se había contagiado, le pregunté cuántos días llevaba encerrado. Me contestó que trece o catorce. –Ah –le dije–, entonces ya has librado. Porque todo el mundo coincide en que el bajón radical, el momento en que se te inflaman los pulmones, viene sucediendo en torno a los ocho o nueve días de los primeros síntomas. Pero veamos ya otro tema de Stay Homas. A la altura del Confination XXII, los tipos exteriorizan el hartazgo que todos experimentamos. Pero ya son tan famosos que hasta personajes de prestigio en el mundillo musical, como Silvia Pérez Cruz, se apuntan a sus performances. Escúchenlos.  


Historias del confinamiento. Para el final les he reservado el plato fuerte. El relato de lo sufrido por mi querido amigo X, también seguidor antiguo de este foro, compañero de fatigas municipales durante más de 35 años, a quien incluso he dedicado al menos dos posts en exclusiva. A mi amigo X posiblemente le contagiaron sus nietos, de los que se hizo cargo cuando cerraron los colegios por sorpresa. Y estuvo una semana aislado en su casa como Paco Couto. Hablamos por teléfono algún día y le encontré animado como siempre, a pesar de tener 39 de fiebre. Pero no tenía más síntomas. Hasta el fatídico día ocho o nueve. Ese día empeoró, se empezó a ahogar, le llevaron a urgencias y se quedó ingresado en el hospital. Mi amiga L. que es jefa de servicio en ese hospital, me contó que entró en urgencias con neumonía bilateral y en un estado bastante serio. Le pusieron oxígeno y probaron con él un cóctel en vena a base de cloroquina, azitromicina y paracetamol. Y fue mano de santo. Empezó a responder muy pronto.

Eso no quita para que pasara tres días bastante mal. Yo lo llamé, extrañado de no tener noticias suyas y me dijo que estaba ingresado. Conociendo su sentido del humor, imaginé que estaba de broma, que se refería a que su mujer lo tenía confinado en una habitación, hasta que me aclaró que estaba en un hospital. Era uno de esos tres días en que estuvo grave, aunque no se llegaron a plantear el meterlo en UCI, al ver que respondía al tratamiento. Estaba en medio de un calvario, pero contestaba al teléfono y mostraba el ánimo alto, como siempre. Mi amigo X es un ejemplo de resiliencia y coraje, un modelo para todos. Con su secular modestia él se define simplemente como correoso, pero creo que es un adjetivo que se queda corto. X estuvo ingresado doce días, los once primeros con oxígeno. El último día de su calvario, le retiraron el oxígeno y, al ver que seguía bien, le anunciaron que se iba a casa. Miró el calendario y descubrió que era Domingo de Resurrección, el día más apropiado para finalizar un calvario.

Se levantó de la cama y comprobó que se tenía en pie y podía andar. Se levantó y anduvo, como Lázaro, por seguir con las referencias bíblicas. Llamó a su hijo para que viniera a recogerlo con el coche, se vistió y pidió unas bolsas para meter en ellas sus escasas pertenencias. Le dieron unas de El Corte Inglés y también un sobre grande del hospital con sus pruebas y radiografías. Entonces fue a que le extendieran el parte de alta. Pero, al ser domingo, no estaba el mismo médico que lo había atendido en su calvario, sino una doctora suplente. Le preguntó su nombre y averiguó que se trataba de la doctora Cristo. Todo esto ya no puede atribuirse a una casualidad. Si yo escribiera un relato imaginario sobre esto, todo el mundo lo consideraría increible. Pero es que la realidad supera siempre a la ficción y ya saben que algunos piensan que todo es obra de El Guionista.

Cuando su hijo le avisó de que ya estaba fuera, cogió sus pertrechos y se dispuso a marcharse. Entonces todos los sanitarios que lo habían atendido, le hicieron pasillo y le aplaudieron como a una estrella del fútbol que acabase de ganar el Balón de Oro. Y nuestro héroe, conteniendo la emoción, salió al exterior y se dispuso a afrontar el futuro con entereza, como siempre hace. Llevaba doce días sin ver el cielo y tuvo que atravesar una pequeña explanada que hay delante de la clínica, bajo un sol de justicia. Su hijo le hizo una foto para la posteridad, que pueden ver abajo y, como no podía ni abrazarle, le dijo: Papá, eres igual que Bárcenas saliendo de la cárcel. En fin, vean la foto, que ya vamos a cerrar el post. Bárcenas saliendo de la cárcel en el Domingo de Resurrección. 


Es una imagen emotiva, maravillosa, emblemática. La pequeñez del hombre corriente ante la magnitud de esta pandemia que nos ha hecho sentir tan vulnerables. Y a la vez la grandeza del tipo que resiste todas las adversidades, entero, animoso, resistente, correoso. Un auténtico héroe. Mi amigo X, que no ha dejado de seguir este blog a lo largo de todo su calvario, llegó a su casa, se pesó y la báscula le dio la medida de lo que acababa de pasar. El fiel de la balanza marcaba diez kilos menos que cuando cayó enfermo. Así que ésta es mi moraleja. Resistan, sean valientes y mantengan el buen ánimo, como el señor resucitado de la primera historia, como Paco Couto y como mi entrañable amigo X. Y también como los Stay Homas, con los que vamos a cerrar ya, ahora con un tema en el que el invitado a participar es el gran Macaco, su principal referente musical. Mensajes positivos a ritmo de reggae. Mi despedida de hoy: no bajen la guardia.


miércoles, 22 de abril de 2020

934. CC15. Kia Kaha!!

Ayer fue el día 40 de la cuarentena, debería de decir eso de valga la redundancia, pero no lo digo, hala, no me da la gana. No, no, que no lo he dicho. Hay que joderse: día 40 de la cuarentena, post #934, Cuaderno de la Cuarentena nº 15. Intentos vanos de pautar el paso del tiempo, de numerar el vacío, de reglamentar este lapsus en la Historia, de domesticar la nada, de poner una especie de orden, o un calendario, o al menos un ritmo a esta paralización de nuestras vidas, antesala de un futuro del que sólo sabemos que será muy diferente a lo que hemos vivido hasta ahora. Como los presos que van grabando cruces en la pared, una cruz cada día, para intentar darle un sentido al tiempo infinito de su reclusión. Encerrados en nuestras casas, estamos viviendo algo en cierta forma similar a esas largas penas de prisión, aunque yo ya les he dicho que no lo llevo mal y que no pienso quejarme, porque tenemos de todo y es hasta antiestético que nos quejemos.

Esta circunstancia que ha interrumpido dramáticamente el devenir de nuestro mundo, es de una escala tan descomunal, que pienso que todavía no somos conscientes de la magnitud que tiene. Me viene a la memoria una escena del trailer de la película Contagio, que les traje hace unos posts al blog. Por cierto, no he visto esa película y tampoco me parece que sea ahora el momento más oportuno para verla. Hablo de la escena en que el personaje que interpreta Matt Damon llega al hospital para que le informen de cómo está su mujer (Gwyneth Paltrow). Un enfermero con gesto grave le dice que su mujer ha muerto. Respuesta de Damon: –Vale, ¿puedo hablar con ella? Y el enfermero replica: –Perdone, me parece que no me ha entendido bien, su mujer ha muerto. Tremenda escena. Pues pienso que, globalmente, todos nosotros estamos suspendidos en ese segundo en que Damon pide poder hablar con su mujer. Nos lo dicen en las noticias, vemos los signos por todas partes, pero aun seguimos esperanzados en que, cuando el encierro se acabe, saldremos al exterior y el mundo de antes estará allí, esperando pacientemente nuestro regreso.

Pero el mundo de antes ya no existe. Tal vez un día se vuelva a recuperar algo similar (nunca igual), pero piensen en que ni los bares, ni las cafeterías, ni los cines, ni los teatros, ni las salas de concierto, ni los estadios de futbol van a poder abrirse en mucho tiempo, ni las manifestaciones en la calle van a poder celebrarse, ni vamos a poder viajar por el mundo, ni siquiera vamos a poder encontrarnos a un amigo por la calle y darle un abrazo en condiciones. Vamos a tener que ser todos noruegos durante una temporada. Hay quien dice que todo esto es una corrección porque la Humanidad estaba desbocada con esa locura del crecimiento económico continuo e infinito y que íbamos derechitos a cargarnos el planeta. Una de las voces que más se desgañitaba desde hace tiempo, para despertar nuestras conciencias frente al cambio climático y otros desastres potenciales era Neil Young, el viejo oso canadiense.

En el mes de diciembre, Young, con sus 74 años recién cumplidos, reunió en su casa a su mítico grupo Crazy Horse (podrán ver qué viejos están todos), para grabar un tema estremecedor. El coro va susurrando: have to shut the whole system down, have to shut the whole system down (hay que apagar el sistema entero), mientras Young desgrana a grito pelado todo lo que está sucediendo, como un predicador loco que alertara sobre el fin del mundo. Y luego el estribillo: shut it down, shut it down (apágalo). Grabaron este tema antes de que el virus hiciera su aparición. Pero ahora su discográfica ha aprovechado nuestra reclusión para editar un vídeo en el que intercala las imágenes del grupo con otras de distintos lugares del mundo, antes y después de la crisis. El resultado es sobrecogedor. Véanlo.


No hay mejor imagen para esta terrible circunstancia que estamos viviendo. ¿Y qué vendrá después? Pues después, nada va a ser igual, eso lo tenemos garantizado. Lo que pasa es que no sabemos cómo va a ser ese mundo que nos aguarda al otro lado de la puerta de nuestras casas. Yo ya les digo que, sea como sea, vamos a tener que pelear duro y tener los ojos muy abiertos para intentar adaptarnos a los cambios. En estos días hasta nos habíamos acomodado un poco a esta reclusión provisional, que ya teníamos controlada e incluso habíamos caído en una especie de autocomplacencia en la melancolía, asediados por las malas noticias, los amigos pasándolo mal en los hospitales o en sus casas, los padres y madres muertos en las residencias. Pero, cuando salgamos, esto va a ser la guerra, no vamos a tener ni siquiera la oportunidad de abandonarnos a la melancolía, a la nostalgia. Por eso el título de este post. Kia Kaha! es el grito con el que los maoríes se aprestan al combate, que viene a significar: ¡Sé fuerte! ¡Aguanta! ¡Resiste! ¡Sé resiliente! En Nueva Zelanda es casi un lema nacional.

Así que ya se pueden ir preparando anímicamente. Pero, mientras eso llega, seguimos instalados en este lapsus entre el pasado añorado y el futuro incierto. Y, como les digo, yo no me lo estoy pasando mal. Tengo una casa amplia, soleada y con terraza. Y la soledad es un plus, más que un handicap, no sé, piensen por ejemplo en Alaska y Mario Vaquerizo teniendo que aguantarse mutuamente durante 40 días. A mí las mañanas de diario se me pasan en un suspiro, entre el teletrabajo y la elaboración de la comida. Después, comer, una pequeña siesta, y un buen rato para enredar con el ordenador, escribir el post del día siguiente, hacer videollamadas a diferentes amigos y amigas, que ya se ha convertido en un verdadero vicio. Ayer quedamos a las 19.00 tres amigas y yo, el grupo habitual de las cañas de los viernes. Y fue una delicia vernos las caras, contarnos las últimas novedades de nuestra vida enclaustrada y recomendarnos libros y series. También he tenido largas conversaciones con amigos y amigas más eventuales, a los que he llegado a conocer mejor, a saber más de sus vidas y sus circunstancias personales. Saldremos de esta con nuestra amistad reforzada.

Pero se me ocurrió llamar al post anterior Menú a la medida y más de un seguidor me ha regañado, porque con semejante título se esperaban alguna de mis recetas de estos últimos tiempos. Así que voy a compensarles hoy. El último día que fui al mercado me compré una rosa de brócoli, con la que se prepara un plato de pasta delicioso, de la cocina siciliana: los Fusilli Tricolore al Brócoli. Suponiendo que les guste el brócoli, que es una verdura que no a todo el mundo convence. Por ejemplo, a Mafalda no le gustaba nada. Al niño de la foto de abajo tampoco parece gustarle demasiado. A mí me encanta (cocinado como les voy a explicar).


La receta de los fusilli es sencilla. El brócoli hay que partirlo en pequeñas flores con sus tronchos, desechando el tronco más gordo, que se tira. Se pone a hervir agua abundante con sal y se cuece primero el brócoli, que suele necesitar más tiempo de cocción que los fusilli. Por ejemplo, entre 5 y 8 minutos. Entonces se echan los fusilli en la misma olla y se cuece conjuntamente el tiempo que diga en el paquete, para que estén al dente. Pasado ese tiempo se escurren en la pila. En una sartén se ponen dos ajos muy picaditos en un poco de aceite a fuego bajo. Cuando se están empezando a dorar, se echa el contenido de una lata de anchoas. No una de las buenas, por supuesto, elijan una de las baratas. Con el mismo fuego bajo, se le dan vueltas con una cuchara de madera hasta que las anchoas se medio deshacen. Por cierto, el aceite que viene en la lata se tira, aunque no pasa nada porque caiga un poco en la sartén. 

Entonces, en la misma olla de cocción, con un primer chorrito de aceite para que no se peguen, se echa la pasta y el brócoli escurridos y por encima el contenido de la sartén. Y se le dan vueltas y vueltas con la cuchara de madera, hasta que se remezcla todo bien. Tanto las flores del brócoli, como las anchoas y los ajos están medio deshechos y se meten por entre las estrías de los fusilli. Y los tronchos de brócoli se quedan entre la pasta y te los encuentras después al comer. El resultado está para chuparse los dedos. Para servirlo, se le echa queso rallado. Por cierto, yo no compro paquetes de queso rallado, sino que tengo un bloque de parmesano que rallo cada vez con la Rap Box. ¿Ah, que no saben lo que es la Rap Box? Es que ustedes no saben nada. Bueno, aquí tiene el plato listo para comer y la Rap Box al lado.  


En fin. Una muestra más de que no somos conscientes de lo que nos ha caído encima, son los lamentos por las fiestas anuladas. Que si las Fallas, que si las procesiones de la Semana Santa. Ahora han suspendido también los Sanfermines. Pobre de mí, pobre de mí, se han acabao las fiestas de San Fermín, cuando ni se habían inaugurado. Yo estuve en unos Sanfermines de joven y puedo dar fe de que es un desparrame absoluto, donde la gente bebe hasta reventar, no para en todo el día, sigue la juerga hasta la madrugada, cae derrotado en cualquier banco del parque y enseguida le despiertan las comparsas con sus tambores y sus charamitas. Mucha gente de Pamplona aprovechaba esa semana para largarse, alquilar su piso y con el pastal que les daban pagarse unas vacaciones en cualquier lugar paradisíaco. Otra cosa que ya no se podrá hacer.

Yo, en cambio, echo de menos otra fiesta que no se ha podido celebrar y de la que no dice nada la prensa. Hablo del Four-Twenty. ¡Ah! Que tampoco saben lo que es el Four-Twenty. Desde luego es que ustedes no saben nada. Ni habían oído hablar de la Rap Box ni del Four-Twenty. Menos mal que siguen este blog para estar al día. El Four-Twenty es desde hace años la fiesta anual de los fumadores de marihuana, que se celebra en todo el mundo precisamente el four twenty, es decir, el 20 de abril, que fue anteayer. Ese día, la gente sale a la calle y organizan grandes fumadas colectivas de esta sustancia mucho menos peligrosa y adictiva que el alcohol. Hasta hace poco, estas concentraciones eran reivindicativas, bajo el lema ¡Legalize! Pero hete aquí que la marihuana ya es una sustancia legal en un montón de países. 

Por ejemplo, en España el cultivo y el uso en privado es legal, te pueden multar por fumar en la calle. La marihuana es totalmente legal en Portugal, Uruguay, Chile, Costa Rica, la República Checa, Holanda (si bien su venta se restringe a los coffee shops) y otra serie de países. En cuanto a su uso exclusivamente medicinal (está comprobado su efecto beneficioso, por ejemplo, para paliar los efectos de la quimioterapia), está autorizado en Gran Bretaña, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Israel, México y muchos otros lugares. ¿Y qué pasa en Estados Unidos? Pues que el uso recreativo es legal nada menos que en 18 de sus estados, destacando California y Colorado. En estos lugares, el Four-Twenty ha dejado de ser una manifestación reivindicativa para convertirse en una fiesta gozosa, una especie de botellón gigantesco en torno al humo medicinal de la maría. Vean por ejemplo un par de imágenes de la fiesta del año pasado en Denver (Colorado), donde la legalización se consiguió en 2014.



El Four-Twenty se podrá celebrar otra vez algún día. Pero este año ha habido que suspenderla. Lo que pasa es que los partidarios pueden hacer su celebración privada dentro del confinamiento, como me sé yo de más de uno. No es como los Sanfermines, en los que es clave el mogollón y la masa enaltecida por la juerga común. Pero todo esto volverá, como les digo y ya empiezan a verse indicios de que al fondo del túnel hay una luz de esperanza. Hombre, hay que pensar que el virus ha venido para quedarse. Que no va a ser fácil de erradicar completamente, pero que tal vez pierda virulencia al expandirse tanto como se ha expandido y, sobre todo, que cada vez vamos a tener más armas para combatirlo. Dicen los médicos que ahora mismo están consiguiendo salvar vidas que hace quince días se hubieran perdido, porque hacen progresos en sus tratamientos por días.

El virus ha venido para quedarse, como el de la gripe o el del herpes, pero avanzaremos en los tratamientos como se hizo con el del VIH o el del ébola. La vacuna es algo más lejano, pero, si te minimizan los efectos con tratamientos, ya no es lo mismo. A mí no me importaría albergar al jodido virus de por vida, si ello no implica que me produzca neumonías bilaterales. La lucha va a ser dura y larga, pero yo creo que hay demasiadas estructuras construidas como para que se vaya todo a la mierda. Hay poderosos intereses económicos que van a trabajar sin descanso para que no se les acabe el momio. Y han ganado tanto dinero en las últimas décadas que no les va a importar perder una parte sustancial para poder seguir viviendo en condiciones saludables. No sé si, como Humanidad, aprovecharemos esta llamada de atención para ser más empáticos, más solidarios, como esperan algunos. Eso lo veo más negro.

Pero estoy convencido de que llegaremos a ver una imagen como la que les pongo abajo. El 6 de marzo de este año, fue dada de alta Semida Masika, la última enferma de ébola de la República Democratica del Congo. El acontecimiento tuvo lugar en el hospital de Beni, ciudad norteña de la región del Kivu, donde el ébola brotó en agosto de 2018, contagió a unas 3.400 personas y mató a 2.200 de ellas antes de poder ser controlado. Toda la ciudad montó fiestas con tambores y danzas tribales, para celebrar la curación de Semida, recibida como un héroe a la puerta del hospital por el delegado local de la OMS, emotiva foto que ven abajo.


Aquí hemos empezado ya a tener algunos signos para la esperanza. Las cifras de contagiados y muertos se moderan aunque siguen insoportablemente altas. Mi amigo G. parece estar estable con leves signos de mejoría, por eso no voy a hablar más de él en el blog, salvo noticias sustanciales, espero que positivas, para no turbar el silencio y la tranquilidad que necesita para reforzar esa línea de mejora. Otros amigos que han pasado el trago, están ya de alta, o de cuarentena post en sus casas. Las UCI se van normalizando y en Madrid se anuncia ya el cierre de la morgue del Palacio del Hielo y del Pabellón 7 del IFEMA, habilitado como hospital auxiliar. El otro día dieron de alta aquí también a la última paciente curada y con ese motivo editaron un vídeo muy emotivo, que ya les he mandado por Whatsapp a la mayoría de ustedes, queridos lectores. A mí me emociona mucho verlo y más en pantalla grande. Yo he estado muchas veces en ese espacio, en ferias y congresos, he usado esa cafetería y ese self-service. Y tanto la música como las imágenes o la cámara lenta están muy bien elegidas. Les dejo con ello. Ánimo, que ya queda menos. ¡Kía Kaha! Y cuídense mucho.


domingo, 19 de abril de 2020

933. CC14. Un menú a la medida

Ufff, lo más importante: mi amigo G., el que está en un peligro mayor entre todos mis conocidos, resiste por el momento. Como me consta que hay creyentes entre mis seguidores, les ruego que recen por su recuperación. A los demás les pido que unan sus energías mentales con la mía para hacer fuerza entre todos. Y a los escépticos, que hagan como yo rogativas encendidas a San Benitiño de Lerez y a San Benitiño de Rabiño. No sé cuál de los dos es más efectivo, así que, como suele decirse, pongamos una vela a Dios y otra al Diablo. Este virus no atiende a consideraciones éticas, pero sería muy injusto para G. morirse en este momento y también sería muy injusto para los amigos que le queremos, que nos dejara tirados con la pena de su ausencia.

Bien, mis dos posts anteriores han gustado mucho y a mí también, sobre todo, en mi caso, por los enlaces a escritos que me parecen muy interesantes para leer en este momento y a algunos temas musicales de altura. Así que, si un modelo funciona, por qué no mantenerlo. Mis seguidores me hablan maravillas del texto de Franco “Bifo” Berardi, magnífico, desde luego. Y he captado el plus de satisfacción que le supone a la gente el hecho de que yo transcriba textos traducidos y los incorpore dentro de mi post, sin obligarles a recurrir a links que a veces no funcionan a gusto de todos los lectores. Así que hoy voy a transcribirles también un texto que me parece muy bueno, ya que este es un ingrediente de mis post que tanto les gusta. Ya ven cómo les cuido. Es que yo, como la Pantoja, me debo a mi’ zeguidore’, ainnss.

En realidad, escribir un post es como hacer un guiso. Se trata de elegir ingredientes de calidad y combinarlos con tino. Si uno usa ingredientes baratos, del feirón, pues tiene grandes posibilidades de que le salga un plato de baja calidad culinaria. Y si escoge ingredientes buenos, pero los combina mal, entonces conseguirá un ejemplo de lo que el diccionario de la RAE define como bodrio. Además, es necesario aliñar el asunto con especias diversas bien elegidas. Por cierto, ya que estamos en el terreno culinario, les diré, en confianza, que el otro día me hice unas alitas de pollo buenísimas, que había comprado junto con las pechugas que suelo hacerme al curry o con salsa de soja Kikkoman. Bien, las tenía ya partidas y en la sartén con aceite abundante, cuando recordé que a las alitas les va muy bien sazonarlas, además de con sal en cantidad, con un poco de romero seco, del que viene en frasquitos de especias tipo La Carmencita y otras. Rebusqué en mi despensa y hallé al fondo un salerito de romero. Miré la etiqueta y rezaba (se lo juro): consumir preferentemente antes de febrero de 2010. Bueno, pensé que el único problema es que hubiera perdido parte de su poder aromatizante, así que doblé la cantidad. Las alitas resultaron exquisitas.  

Así que hoy voy a empezar por transcribirles un texto de mi admirado José Ovejero, de quien hemos hablado varias veces en este blog. Le conocí en 2013, hace una eternidad, cuando aún vivía en Bruselas, ganándose la vida como traductor simultáneo en el Parlamento Europeo. Estando yo alojado en casa de mi amigo Antònio Trinidad, acudimos los dos a un taller literario con Ovejero, en la entreplanta de un bar con buenas pintas de cerveza Leffe Blonde de presión y unas pocas tapas de disculpa. El taller giraba en torno a un libro de poesía que Ovejero acababa de publicar, y la tertulia fue reseñada debidamente en el blog. Años más tarde, me encontré de nuevo con él, cuando analizamos en Billar de Letras su libro Mundo extraño, realmente curioso. Y después he acudido a algunas presentaciones de sus libros y le he saludado. Hace pocos días, el New York Times decidió empezar a publicar una serie de textos cortos sobre lo que está pasando, bajo el título genérico de Postales del coronavirus. Y eligió para inaugurar la serie un relato de José Ovejero. Según lo prometido, aquí lo tienen.

                        De pronto, la epidemia ya no me parecía irreal

Esta mañana he visto un zorro en el terreno que hay delante de mi casa. Por la tarde, un rebaño de cabras pasaba a pocos metros de la puerta, conducidas por un macho cabrío negro que podría haber salido de un tratado de brujería. Si miro por la ventana rara es la vez que no descubro buitres, petirrojos, arrendajos, jilgueros.

Desde hace días veo más animales que personas.

Desde hace meses, E. y yo pasamos más de la mitad del tiempo en este pueblo de montaña, que sólo tiene ocho o diez habitantes, casi todos ancianos, gente de campo que no participó en el éxodo rural de España y se quedó cultivando la tierra o cuidando el ganado. Casi todos se alegraban de que llegase una pareja más joven a quedarse en el pueblo (aquí incluso yo soy “más joven”), nos ofrecían ayuda con esa hospitalidad propia de los lugares pequeños: si necesitáis algo, lo que sea, yo vivo en esa casa, lo que haga falta.

Nos pareció que era una suerte pasar aquí la cuarentena: a un pueblo casi desierto no puede llegar la epidemia. La carretera que serpentea monte arriba no conduce a ningún otro sitio, no estamos en un lugar de paso. No salimos en las guías turísticas. Una furgoneta viene los jueves a traer carnes y quesos, otra trae frutas y verduras los viernes. Ni siquiera tendríamos que ir al supermercado a poblaciones más grandes. Y la semana pasada nos quedamos doblemente aislados: una fuerte nevada hizo nuestro encierro aún más intenso.

Leíamos cada día el recuento de enfermos y de fallecidos en España y nos parecía irreal, como si todo eso sucediese en un país lejano. Aquí seguíamos saliendo a pasear porque ni siquiera en condiciones normales nos encontramos con nadie por los caminos. El primer cambio llegó cuando el panadero se presentó con mascarilla y guantes de caucho. Esa imagen nos acercó la enfermedad. Después fueron el frutero y el carnicero. Días más tarde el alguacil visitó cada casa para repartir unas toscas mascarillas de tela blanca confeccionadas por las mujeres de un pueblo vecino porque en las farmacias se habían agotado hacía mucho.

Dos de nuestros vecinos han sido ingresados en el hospital. Coronavirus. Es una pareja muy mayor. El hombre parece que está saliendo de lo más grave, de la mujer no han sabido decirme. En la minúscula plaza del pueblo nos hemos congregado varios al llegar la furgoneta de la carne. Yo soy el único que lleva mascarilla. Dos ancianos conversan uno pegado al otro. Se conocen, literalmente, de toda la vida. Posiblemente ninguno es capaz de imaginar que la cercanía de ese otro con el que cuidaba cabras ya desde niño pueda suponer un peligro.

E. y yo ya no salimos a pasear. Nos quedan aún muchos días de encierro en el pueblo. Mientras escribo, una pareja de buitres planea sobre el robledal cercano. La epidemia ya no me parece irreal. Lo irreal es que haya podido llegar hasta aquí. Ahora nosotros también ofrecemos ayuda, la que sea, vivimos en esa casa, lo que haga falta. Y esperamos, un poco asustados, a que pase la epidemia.

José Ovejero, para New York Times, 3 de abril de 2020

Espero que les haya gustado. El autor narra con maestría cómo se está viviendo la emergencia sanitaria desde la llamada España vacía, esa extensa zona donde antes se quejaban de que estaban olvidados del mundo y ahora no quieren que vaya nadie, no sea que vaya a traerles el virus. Tengo una imagen magnífica que muestra cómo se está viviendo esto en los pueblos de tamaño medio. Es de un pueblo de Cataluña, creo que no muy lejos de Igualada, en la zona que estuvo totalmente clausurada y cercada. El virus ha llegado a todas partes, a las ciudades, a los pueblos como este y también a los de ocho habitantes como el que describe Ovejero.




Otra cosa que he visto que les encanta a mis seguidores, ese esforzado grupo de entre 30 y 40 lectores que arrastro desde hace bastante tiempo, es que les cuente la historia de algún tema mítico del rock, y/o que les traduzca (libremente) la letra. Es un comentario generalizado: –Joder, es que había oído cuarenta veces esta canción y me gustaba, pero no sabía lo que significaba o lo que decía la letra y ahora, como que me emociona más. Hoy les voy a hablar de una canción que me parece maravillosa, no sólo por su letra sino en conjunto. Suzanne Vega es una persona bastante especial dentro del mundo del rock. Es poeta, escribe, vive su vida y pasa de presiones de la industria discográfica. Por eso sólo ha sacado siete álbumes musicales, desde que debutó allá por el año 1985.

Lo que sí le gusta es hacer giras y, como otros muchos artistas del rock, tenía conciertos contratados a partir de finales de mayo, que se han ido a la mierda por el coronavirus (de los cojones). Suzanne Vega tiene ahora exactamente 60 años y exhibe un aspecto magnífico, como pueden ver en la imagen de la izquierda. Nacida en Santa Mónica (donde yo me alojé tres días hace ya un montón de tiempo, en mi anterior vida libre y viajera), su madre se la llevó a Nueva York cuando tenía dos años. Desde entonces vive allí. Suzanne es el prototipo de la neoyorkina elegante y sofisticada, a pesar de haberse criado en el Spanish Harlem, un lugar peligroso en aquellos años. El hombre con el que se casó su madre y del que ella tomó el apellido era portorriqueño y por eso se instalaron allí. Al igual que Alicia Keys, que se crió en la Hell’s Kitchen, Suzanne hubo de sobrevivir en un ambiente difícil para una mujer tan guapa. Es decir, que hubo de lidiar con una adolescencia en la que tenía que cuidarse de ligones, moscones, violadores, atracadores, etc. Es lo que tiene ser una flor de estercolero.

Suzanne mantiene su carrera viva, hace giras y participa en festivales de jazz en Europa y conciertos multitudinarios en su tierra. Y todavía dice sorprenderse de que todo el mundo le pida siempre que cante una de sus viejas canciones: Luka. Se trata de un tema de su segundo álbum, que no fue en su día un éxito mayor que otros suyos, pero que con el tiempo se ha convertido en todo un símbolo. En los conciertos, la gente se la pide y, cuando ella al fin les complace, puede comprobar que todo el mundo se la sabe y la corean con ella. ¿A qué se debe este fervor? Pues sin duda a la letra, que voy a proceder a ponerles abajo, con una de mis traducciones libres que tanto aprecian. Luka trata del espinoso y difícil tema del maltrato infantil dentro de la familia. Tal vez en el cine recuerden una película española: El Bola (Achero Mañas, 2000). Creo que es la película más impresionante que he visto sobre este tema. Pero hace falta mucha sensibilidad para esbozar este asunto con dos trazos, en unas cuantas estrofas, como hace Suzanne Vega. Vamos con esa letra.

Luka                                                     Luka

My name is Luka                                         Me llamo Luka
I live on the second floor                             Vivo en el segundo piso
I live upstairs from you                                Justo encima de ti
Yes I think you’ve seen me before              Sí, creo que me has visto antes
If you hear something late at night              Si escuchas algo, muy tarde por la noche
Some kind of trouble, some kind of fight     Algún tipo de follón, algún tipo de pelea
Just don’t ask me what it was                     Sencillamente, no me preguntes qué era
Just don’t ask me what it was                     Sencillamente, no me preguntes qué era
Just don’t ask me what it was                     Sencillamente, no me preguntes qué era

I think it’s because I’m clumsy                    Creo que es porque soy torpe
I try not to talk too loud                               Intento no hablar demasiado alto
Maybe it’s because I’m crazy                      Quizá es porque estoy loco
I try not to act too proud                              Trato de no ser demasiado arrogante
They only hit until you cry                            Sólo te pegan hasta que lloras
After that you don’t ask why                        Después de eso, ya no preguntas por qué
You don’t argue anymore                             Y ya no discutes más
You don’t argue anymore                             Y ya no discutes más
You don’t argue anymore                             Y ya no discutes más

Yes, I think I’m okay                                     Sí, creo que estoy bien
I walked into the door again                         Me he dado con la puerta otra vez
If you ask that’s what I’ll say                        Si me preguntas, eso es lo que diré
And it’s not your businees anyway               Y de todas formas no es asunto tuyo
I guess I’d like to be alone                            Supongo que me gustaría estar solo
With nothing broken, nothing thrown            Sin nada roto, nada tirado
Just don’t ask me how I am                          Así que no me preguntes cómo estoy
Just don’t ask me how I am                          Así que no me preguntes cómo estoy
Just don’t ask me how I am                          Así que no me preguntes cómo estoy

La canción repite luego algunas de las estrofas. Ahora les pongo el vídeo, para que vean la interpretación que hizo Suzanne con su grupo, en un programa de televisión, allá por el año 1987. Es una auténtica maravilla. Suzanne tenía entonces 27 años. Por cierto que muchas veces se le ha preguntado a la autora si la historia era real, si tuvo alguna vez un niño vecino llamado Luka al que maltrataban en casa. Su respuesta ha sido siempre elegante. Tuvo un vecino de encima que se llamaba Luka, pero era un niño feliz, al que nadie maltrató jamás. Ella simplemente utilizó su nombre, para poner cara a un problema que le preocupaba muchísimo entonces y le sigue preocupando, el del maltrato infantil. Ahora, ustedes pueden creerse esta historia, o no. Y no sabemos si ese niño feliz del que habla se hizo luego arquitecto, o médico, o si por el contrario acabó en una esquina, consumido por el crack. Escuchen la canción y rematamos.


En fin, ¡Lo que están aprendiendo ustedes de rock y de literatura y de todo con este blog! En esta situación de atasco social, a la que de momento no se le ve un salida próxima, tenemos que hacer por entretenernos los unos a los otros. No vale sólo con salir a aplaudir a las 8 de la tarde. Con ese sano propósito, yo he jugado hoy sobre seguro, les he preparado un menú a la medida: de primero, un texto transcrito y de segundo un tema de rock explicado, con traducción de la letra incluida. Y de postre les contaré que el viernes se pusieron en contacto con nosotros desde la Concejalía de Urbanismo de París, para que les contásemos cómo se había hecho en Madrid para adaptar hoteles para albergar a enfermos del Covid-19 no necesitados de cuidados intensivos. Mi jefa me pidió que me encargara de ello y el encargo estaba cumplido a mediodía. Digo yo que no lo estaremos haciendo todo tan mal como dicen algunos, si los de París intentan copiarnos.

Por si tienen curiosidad, les contaré que aquí se ha firmado un protocolo con algunas cadenas de hoteles. Ese protocolo especifica que el hotel ha de suministrar un recepcionista y un miembro de la contrata de mantenimiento por cada turno de 8 horas. Se les dotará de mascarillas, guantes y pantallas plásticas para el mostrador de recepción. El catering se traerá desde el hospital y se entregará a la puerta de las habitaciones por enfermeras, en recipientes desechables de un solo uso. El hospital aporta su lavandería, su servicio de limpieza y se encarga también de llevar el registro de admisión. Las habitaciones tendrán teléfono, preferiblemente no tendrán moqueta, deberán contar con un taburete o similar junto a la puerta, para dejar la bandeja de la comida, y un contenedor para la basura cada dos habitaciones. A ser posible debe haber dos ascensores, uno para médicos y otro para pacientes. Caso de haber uno solo, el hotel aportará personal de limpieza para la desinfección del ascensor después de cada uso. 
  
Eso dice en esencia el protocolo que yo he podido ver y que les hemos mandado a los de París. Con esto les dejo. Pasen un buen domingo en su confinamiento y mantengan el ánimo, que ya va faltando menos. Y cuídense, desde luego.

jueves, 16 de abril de 2020

932. CC13. Más sobre la nueva soledad

Han de saber que tengo varios amigos cercanos afectados por el maldito virus, en diferentes grados de la enfermedad, uno especialmente grave, hasta el punto que, cada vez que me suena el teléfono o me entra un Whatsapp, cojo el móvil con pánico, ante la posibilidad de una noticia fatal. En estas condiciones es difícil mantener el ánimo, pero yo tengo una obligación con mis lectores y he de tratar de abstraerme para seguir cumpliendo con mi tarea de escribir un post cada tres días. Y el caso es que el otro día tenía algunas cosas más que contarles, pero la figura de Henry D. Thoreau se agigantó en mi texto hasta el punto de acapararlo y obligarme a cortar por lo sano. Hoy vamos a ver cómo responden al confinamiento algunos escritores y artistas, con artículos y mensajes que han publicado por diferentes medios.

Empezamos por mi admirada Olga Tokarczuk. Confinada en su casa de Wroclaw (Polonia), desde cuya ventana se ve una morera blanca, el pasado 8 de abril publicó un artículo en The New Yorker, que, como todo lo que hace esta señora, me parece magnífico, de principio a fin, y les voy a pedir que lo lean. Una advertencia. Al menos en mi ordenador, al abrir el enlace, el articulo sale en inglés, pero en la parte superior derecha aparece una pestañita para traducirlo al español. La traducción es aceptable. La pestañita desaparece al poco de abrir pero, si no les ha dado tiempo a pulsarla, pueden recargar la página y esta vez estar más listos. Si no consiguen esto, pueden intentar verlo en el móvil, algunos modelos traducen automáticamente los textos ingleses al español. Y si no les funciona ninguno de estos trucos, pues ya no sé que decirles, usen el traductor Google párrafo a párrafo, o arréglenselas como puedan. Les aseguro que vale la pena leer a esta señora, en plena madurez creativa, tras conseguir el merecido Nobel de Literatura del año pasado. El link AQUÍ.

La vida sigue en este nuestro encierro y este blog es uno de los trucos que empleamos ustedes y yo para mantener un hilo de conexión entre ese reciente pasado en que éramos tan felices en un mundo fácil, y un futuro que se anuncia lleno de nubarrones. Pero hay otros trucos. Ayer, una amiga y yo nos tomamos un té en compañía. Quedamos, nos lo preparamos cada uno en su casa y nos hicimos una videollamada para tomárnoslo juntos. Lo he probado ya con alguna otra y es muy agradable. Hace unos días, los colegas de Madagascar y otras aventuras, montaron una caña colectiva con tapa, pero cuando me enteré ya se lo habían terminado todo. Quedé con ellos para la siguiente. Ya ven que es posible tomarse un vermú virtual con los amigos. Y últimamente estoy llamando a gente a la que antes no llamaba nunca, porque me los encontraba a menudo en la oficina, por la calle, en los bares, o quedábamos a comer. Por ejemplo, uno de mis antiguos jefes en la Oficina del Plan, que me cuenta que él y su mujer creen haber pasado ya la enfermedad, se sienten bien, con anticuerpos y dispuestos a incorporarse al nuevo mundo que viene, con ánimos renovados.

Como parte del esfuerzo por conjurar este terrible presente y unir, en cambio, pasado y futuro, me corta rápidamente, no quiere hablar más de la situación ni del virus y pasa a comentarme el acuerdo de aprobación definitiva de la operación Castellana Norte. Yo ni siquiera sabía que se hubiera aprobado. Parece que la Comunidad de Madrid ha publicado el acuerdo a finales de marzo, con nada menos que nueve páginas de condiciones que el Ayuntamiento deberá cumplir antes de seguir adelante. Hay tantos temas que habrá que retomar… Como la campaña electoral americana. Bernie Sanders se ha retirado y ha sido muy claro: en semejante situación no tiene el suficiente ánimo como para seguir peleando. Prefiere apoyar a Biden como está ya haciendo. Y tal vez algún día se vuelva a hablar de terminar la guerra en Siria, o en Yemen. Y se retomen las tareas de rescate de los cuerpos de los dos trabajadores del vertedero de Éibar, enterrados en mierda desde hace una eternidad. Se habla todo el tiempo de volver a la normalidad, pero precisamente este virus tal vez haya surgido como una consecuencia lógica de esa normalidad tan anormal. 

Como todos los personajes públicos, los diferentes artistas del rock están grabando canciones y mensajes desde sus encierros. El otro día vimos a Alicia Keys y a Elvis Costello. Hoy vamos a ver a otras dos mujeres muy guapas, al menos en mi opinión. Alicia Keys, aunque no se peine ni se maquille y salga con una camiseta blanca con un agujero de polilla (como me descubrió un comentarista anónimo), pues sigue siendo una mujer guapísima y súper atractiva. A otras no les pasa lo mismo, tal vez porque los años no perdonan. Es el caso de la pequeña Norah Jones, la hija de Ravi Shankar, que tanto me gusta y tantas veces traigo a este blog. Sigue tocando el piano y cantando maravillosamente, pero, cómo decirlo con otras palabras, se la ve un poquito fondona. O al menos con una imagen muy alejada de aquella glamourosa con la que se llevó hasta nueve Grammys en la edición de 2003 y siguientes. Desde su confinamiento, ha cogido su móvil y, así, vestida de casa, se ha grabado cantando una canción inédita en la que explica cuánto echa de menos a Krishna, al que ya no puede ver. Ustedes y yo tampoco podemos ver a Krishna, pero sí podemos verla a ella.


Vaya, Norah Jones tenía hace 15 años una imagen rompedora, con su pelo liso enmarcando sus tranquilas facciones y sus ojos hermosos y expresivos. Ahora muestra un aspecto más hogareño, como si se acabara de levantar, se hubiera puesto dos horquillas en su pelo natural rizado y se hubiese sentado al piano con el primer vestido de andar por casa que ha encontrado. Su imagen es entrañable, hay pocas cosas más cariñosas que una mujer recién levantada después de haber dormido a pierna suelta (si ha dormido mal y está de mala uva, no; en ese caso es mejor protegerse, que se te puede llevar por delante). En cualquier caso, la canción es bonita, en su línea tranquila, con ese punto místico de raíz hindú, heredado por el lado paterno. Pero sigamos con la reseña de estas actividades con las que intentamos tender puentes entre el hermoso pasado del que disfrutábamos y el incierto futuro que nos aguarda.

El martes día 7 tuvimos por fin la sesión on line del club de lecturas Billar de Letras que tuvimos que aplazar en formato presencial por el estado de alarma. Nos reunimos el escritor Andrés Neuman, desde Granada, el editor Juan Casamayor, y nuestro jefe Ronaldo Menéndez. Cotándome a mí, cuatro varones. El resto de la tertulia eran mujeres, como viene siendo habitual. La sesión, que hicimos a través de la plataforma Zoom, fue interesante, dos horas y media hablando de literatura, en torno al libro Anatomía Sensible. Es este un libro atípico, organizado como inventario de textos cortos (tres a cinco páginas) dedicados a la loa de las diferentes partes del cuerpo humano, que no hace falta leer en el orden del libro (varias de las asistentes confesaron haberse abalanzado directamente a los capítulos en que se habla del pene y la vagina, en ese orden). A mí me impactaron más los dedicados al tobillo y al cabello, ambos sublimes. Neuman tiene una prosa poética y humorística que es una delicia para el lector. Y ya tenemos programadas las tres sesiones del siguiente trimestre que haremos on line hasta que nos autoricen a reunirnos en persona.

Bien, continuemos ahora con los vídeos que han colgado los artistas del rock desde su confinamiento. Como no podía ser de otra manera, mi admirada Sheryl Crow ha aportado su granito de arena. Interpreta una canción antigua, pero que viene a cuento. Y a Sheryl pues se la ve bastante mayor, qué quieren que les diga, aunque a mí me sigue pareciendo muy guapa. Tengan en cuenta que Alicia Keys tiene 39 años y Norah Jones 41. Sheryl Crow tiene 58 tacos y está espléndida, incluso aunque se acabe de levantar. Y aprovecho para desmentir un bulo que algún seguidor me ha hecho llegar: esta señora no se ha sometido a ninguna operación estética. Pongo la mano en el fuego por ello. Sus cambios de look se deben a que, como deportista que corre todos los días, patina, sale en bici, esquía y hace otros deportes de riesgo, se ha roto todos los piños de la boca en dos ocasiones, en sendos accidentes deportivos. Y se los han tenido que poner nuevos enteros. Eso explica sus cambios físicos. Escúchenla, cantando en su casa de Nashville. La canción es muy buena y está muy bien cantada y muy bien acompañada al piano.


Sheryl se ha arreglado mínimamente, pero la luz lateral no la favorece demasiado, puesto que resalta las arrugas de su cara, lógicas en alguien de su edad. Y ustedes, queridos lectores, que son perspicaces y observadores, seguro que se han dado cuenta del color negro que asoma en las raíces del pelo de Sheryl, alrededor de la raya central que lo divide. ¡Qué le vamos a hacer! Ahora resulta que nuestra rubia favorita, proverbial, perfecta, nuestra mujer americana soñada, era una rubia de garrafón, como las de por aquí. Esto del confinamiento va a traer revelaciones inesperadas en cuestión de tonalidades capilares, no tanto por las que viran a negro, como por las que viran a blanco, que es todavía peor. Pero, como ya sé que más de uno (o una) me estará ahora mismo tachando de machista ajqueroso, pues vamos a traer a esta página a otro de mis ídolos musicales, en este caso, varón.

El bueno de John Fogerty, el líder histórico de la Creedence Clearwater Revival, cumple al mes que viene nada menos que 75 años. Madre mía, este señor sí que está viejo. Ha perdido un poquito de voz, pero conserva la energía de siempre. Aquí empieza recomendando lavarse las manos y tener mucho cuidado. Y luego interpreta tres canciones que les recomiendo escuchar. La tercera con un piano grandioso. Como otros señores que han hecho dinero con el rock, Fogerty vive con su familia en una mansión de campo, en un bosque a las afueras de Los Ángeles, donde tiene un estudio de grabación completo. Fogerty vivió hasta hace poco en una lujosa mansión en Beverly Hills pero la vendió por un pastal y no se ha ido muy lejos. Escúchenlo, porfa.


Pero hemos empezado el post leyendo a Olga Tokarczuk y yo quiero cerrarlo con otro texto que me parece muy bueno. Franco “Bifo” Berardi es un reputado filósofo italiano, 70 años, actualmente dando todavía clases en Bolonia, un tipo que lleva años analizando la realidad con mucha precisión y hondura, experto articulista y conferenciante de pelo blanco abundante. Desde que empezó el confinamiento, ha iniciado un diario que va publicando con la misma tenacidad que yo mi blog. Sus reflexiones de cada día son buenísimas y les sugiero que las busquen por la red. Pero especialmente la del 15 de marzo es magnífica y me he ocupado de transcribirla traducida para ustedes (algunas cosas se han quedado viejas, como la esperanza de terminar el confinamiento el 23 de abril, pero yo he dejado el texto como estaba). Les pido que la lean y dejamos sitio al final para un breve comentario. Fíjense especialmente en el concepto off-line, como alternativa al on-line.

15 de marzo

En el silencio de la mañana, las palomas perplejas miran hacia abajo desde los techos de la iglesia y parecen atónitas. No alcanzan a explicarse el desierto urbano.

Yo tampoco.

Leo los borradores de Offline de Jess Henderson, un libro que saldrá en algunos meses (en fin, debería salir, ya se verá). La palabra «offline» adquiere un relieve filosófico: es un modo de definir la dimensión física de lo real en oposición, es más, en sustracción, a la dimensión virtual.

Reflexiono acerca del modo en que está mutando la relación entre offline y online durante la propagación de la pandemia. E intento imaginar el después.

En los últimos treinta años, la actividad humana ha cambiado profundamente su naturaleza relacional, proxémica, cognitiva: un número creciente de interacciones se ha desplazado de la dimensión física, conjuntiva –en la que los intercambios lingüísticos son imprecisos y ambiguos (y por lo tanto infinitamente interpretables), en la que la acción productiva involucra energías físicas, y los cuerpos se rozan y se tocan en un flujo de conjunciones– a la dimensión conectiva, en la que las operaciones lingüísticas son mediadas por máquinas informáticas, y por lo tanto responden a formatos digitales, la actividad productiva es parcialmente mediada por automatismos, y las personas interactúan cada vez más densamente sin que sus cuerpos se encuentren. La existencia cotidiana de las poblaciones ha sido cada vez más concatenada por dispositivos electrónicos relacionados con enormes masas de datos. La persuasión ha sido reemplazada por la impregnación, la psicosfera ha sido inervada por los flujos de la infosfera.

La conexión presupone una exactitud lampiña, sin pelos y sin polvo, una exactitud que los virus informáticos pueden interrumpir, desviar, pero que no conoce la ambigüedad de los cuerpos físicos ni goza de la inexactitud como posibilidad.

Ahora, he aquí que un agente biológico se introduce en el continuum social haciéndolo implosionar y obligándolo a la inactividad. La conjunción, cuya esfera se ha reducido en gran medida por las tecnologías conectivas, es la causa del contagio. Juntarse en el espacio físico se ha vuelto el peligro absoluto, que debe evitarse a toda costa. La conjunción debe ser activamente impedida.

No salir de casa, no ir a encontrarse con los amigos, mantener una distancia de dos metros, no tocar a nadie en la calle…

Se verifica aquí entonces (es nuestra experiencia de estas semanas) una enorme expansión del tiempo vivido online; no podría ser de otra manera porque las relaciones afectivas, productivas, educativas deben ser transferidas a la esfera en la que no nos tocamos y no nos juntamos. Ya no existe ninguna red social que no sea puramente conectiva.

Pero entonces ¿qué? ¿Qué sucederá después?

¿Y si la sobrecarga de conexión termina por romper el hechizo?

Quiero decir: tarde o temprano la epidemia desaparecerá (siempre que esto suceda, en Italia tal vez el 25 de abril): ¿no tenderemos quizás a identificar psicológicamente la vida online con la enfermedad? ¿No estallará tal vez un movimiento espontáneo de acariciamiento que induzca a una parte consistente de la población joven a apagar las pantallas conectivas transformadas en recuerdo de un período desgraciado y solitario?

No me tomo demasiado en serio, pero lo pienso.

Maravilloso, ¿no creen? Bueno, para lo que este señor llama conjunción, no he encontrado mejor traducción. Se refiere al contacto directo, en persona, como contraposición a la conexión, que se hace a través de una máquina. Cuando esta terrible emergencia sanitaria termine, tal vez sea el momento de reivindicar el offline, la vuelta a las relaciones personales, a los abrazos, al contacto físico no virtual, al amor sin intermediarios, a la incertidumbre de lo real, a la naturaleza, tal como la entendía Henry D. Thoreau. Y también a la dumb city, la ciudad tonta, como alternativa a la smart city. Un lugar donde podamos preguntar a un viandante por dónde se llega a la calle Peligros, sin mirarlo en la puta máquina. ¿Realmente creen que sirve de algo quedar con una chica en una plaza y, mientras llega, intercambiar con ella tropecientos mensajes del siguiente tenor: ya estoy cruzando Tirso de Molina, llego en unos cuatro minutos, es que me he retrasado con nosequé? ¿No viviríamos mejor sin que la marquesina del bus nos informe de que el 27 va a llegar en 4 minutos? ¿No sería mejor dedicar esos lapsus a hablar con el de al lado, a observar cómo reviven los arboles en primavera, a aspirar el aroma de las flores? En vez de consultar la pantalla del móvil, para enterarte de algo irrelevante y prescindible.

Volvamos un poco a lo analógico. Recuperemos la capacidad de memorizar los números de teléfono de nuestros amigos, volvamos a hacer raíces cuadradas sin calculadora. Dejemos las máquinas para el trabajo, donde son tan útiles y estructuremos el resto de nuestro tiempo en torno al disfrute del mundo en todas sus facetas no virtuales. Ese es mi mensaje de hoy, en un post que dedico a mi amigo en situación más difícil, enviándole toda mi fuerza mental y anímica, además de las rogativas correspondientes, a los San Benitiños de Lerez y de Rabiño. Cualquiera de nosotros puede estar igual que él dentro de unos días. Boris Johnson, al salir del hospital y todavía asustado, dijo haber tenido la sensación de que el asunto podía haber caído de un lado o de otro. Hagamos votos colectivamente, queridos followers, por que mi amigo caiga también de este lado finalmente. Y cuídense, por Dios.