miércoles, 1 de marzo de 2017

612. ¡Yo me quiero ir a Birmania!

Como lo oyen. Llevo tres días viniendo al trabajo y ya me quiero volver. Esto es horroroso. Mientras los vientos no cambien, mantengo mi idea de jubilarme cuando cumpla los 67, o sea, dentro de poco menos de un año. Pero tendré que esmerarme cada día en el empeño de que las jornadas se me vayan haciendo soportables. Si no, el año se me va a hacer larguííííííííísimo. Mientras estaba fuera, me han vuelto a alargar el horario de trabajo, de modo que ahora he de hacer siete horas y media cada día. Contando el tiempo de desplazamiento a nuestro destierro en la Isla de Alcatraz, vienen a ser unas nueve horas perdidas todos los días. Lo de las 7,5 horas fue una medida de Rajoy para presumir de duro frente a Bruselas. Cuando llegó la señora Carmena, volvió a restituirnos las 7 horas. Pero alguien recurrió esta medida, poniendo en duda que el Ayuntamiento pueda contravenir una disposición estatal. Ahora un esclarecido juez madrileño ha decidido suspender cautelarmente la orden de la alcaldesa, mientras se toman su tiempo para estudiar el tema. Con la velocidad de crucero de la justicia española, es previsible que me jubile antes de que sus señorías decidan.

Por lo demás, esa hora extra gratis que hacemos no sirve para nada. El que no hace nada sigue no haciendo nada media hora más. Y los funcionarios cumplidores continúan desempeñando su tarea con la misma pulcritud. A mí no me tendrían que controlar el tiempo de permanencia en el puesto. A mí tendrían que auditarme para comprobar mi rendimiento laboral, comparándolo con los objetivos del puesto que desempeño. Y verificar si esos objetivos justifican el sueldo que se me paga. La realidad está tan lejos de esa situación ideal que, como les digo, yo me quiero ir a Birmania. Y eso que tengo la suerte de tener plaza de garaje en el curre hasta el 1 de junio, fecha en que ya estará restablecido el servicio de la Línea 8 de Metro, actualmente cortada. En este momento desconozco cómo hacen para venir a la Isla de Alcatraz los desgraciados que no fueron favorecidos por el sorteo. Entre unas y otras cosas hay malestar en el ambiente, en un lugar en el que todo el que puede pide el traslado. Yo he intentado por todos los medios trasladarme a Cibeles, pero con mi rango es algo prácticamente imposible. Así que ajo y agua. Hasta el 19 de febrero de 2018.

En fin, no quiero quejarme más, que al blog se viene llorado y yo tengo pendiente contarles más cosas de mi viaje a Birmania, en el que no pude tener la suficiente intimidad para irles informando sobre la marcha. Lo de compartir habitación proviene de un malentendido. El bueno de M.A. avisó de que se apuntaba al viaje con un amigo y los organizadores entendieron que no nos importaba compartir cuarto. En Yangón intentamos cambiarlo, pero nos dijeron que no tenían habitaciones individuales. Después ya me acostumbré al asunto y decidí no pelearlo más, porque realmente mi compañero de cuarto era muy llevadero. RealmenteEn realidad, podría estar un mes entero contándoles cosas de mi viaje, pero procuraré resumir. Como ya he dicho, en Birmania conviven muchas etnias, cada una con su lengua y sus características propias. Estos pueblos llevan siglos en la zona, conviviendo de forma más o menos pacífica. Más bien poco pacífica. Cada uno tenía sus reyes y andaban a la greña, pero había una especie de equilibrio ecológico.

Eso funcionó hasta que llegó el hombre blanco. Los ingleses apoyaron descaradamente a la etnia birmana y le dieron el dominio sobre las demás. Después se convirtieron en potencia administradora hasta la guerra de liberación. Pero los birmanos ya no se apearon de su supremacía. Por ejemplo, otra etnia con presencia propia son los shan. El estado de Shan, donde se encuentran los pueblos de Kalaw, Pindaya y Hsipaw que visitamos, es el más grande de los que integran la estructura federal de Birmania. Tiene una superficie que es la cuarta parte de la total de Myanmar. Sin embargo, los shan son apenas un 10% de la población. En los restaurantes en los que comíamos, solía haber una carta de cocina shan y otra birmana. Aunque las diferencias gastronómicas eran inapreciables. Luego están los rakhine, que ocupan la zona costera central, pueblo al que pertenece nuestro guía Khine. Y una etnia que se distingue poderosamente: los pa-o. Los pa-o destacan por las coloridas toallas que se ponen sus mujeres sobre la cabeza. Aquí unas imágenes.




Todos estos pueblos practican el budismo y por la calle se ven muchos monjes con sus cabezas rapadas y sus túnicas granate. Se trata de unos monjes bastante mundanos, fuman, leen la prensa, van en moto y comen toda clase de alimentos. De hecho suelen estar más bien rollizos. Hay también monjas, que van igualmente rapadas, pero llevan unas túnicas de tonos fresa. En un país tan pobre como este, los jóvenes que quieren encontrar una cierta estabilidad económica y vital sin complicarse mucho la vida, tienen a su alcance dos salidas obvia: el ejército o la iglesia. Como pasaba en España a comienzos del siglo XX. Los chicos que van al seminario, ya tienen que raparse y ponerse la túnica granate. La iglesia es uno de los poderes más sólidos del país y no tuvo demasiados reparos en entenderse con la dictadura militar.


 

Como han visto en fotos anteriores, las chicas suelen darse en los mofletes una capa de amarillo de sándalo. En los mercados se venden trozos de palo de sándalo, que han de mojarse en agua para conseguir la pasta que se dan. Preguntadas al respecto, nos explicaron que esta costumbre tiene una primera utilidad decorativa, puro maquillaje, coquetería. Y una segunda como protector solar. Pero no deja la piel más suave ni la nutre de ninguna forma. Se les pone también a los niños y la usan igualmente los homosexuales, que no están especialmente reprimidos. Unos retratos al respecto. Ya ven que yo me sumé a la moda.





Las gentes de Myanmar son confiadas, alegres, sociables, con rasgos de carácter comunes con los japoneses, aunque mucho menos urbanos y desarrollados. Son trabajadores, en realidad no paran en todo del día, continuamente se afanan en las tareas que les toca desempañar. En los mercados, colocan sus productos perfectamente ordenados y clasificados, dándole una importancia central a los colores. Por ejemplo, alguien que vende gambas las presenta en diferentes cestos en los que reúne por separado las de tonos más amarillos o las más rosadas. Es una sociedad amable, hospitalaria, colorida y llena de gente que se mueve en toda clase de vehículos: motos, ciclomotores, carricoches, bicicletas, carros de bueyes o de caballos, tuk-tuks, furgonetas y cochecitos de todos los modelos, la mayoría con el volante en el lado contrario al que dictaría la lógica.

Ya se ha hablado sobre la forma en que peatones ciclistas y vehículos conviven en las atestadas calles de las ciudades y cómo al tener el volante en el lado derecho, los conductores necesitan un ayudante para poder adelantar. Pero es que los intermitentes también se usan al revés. Tú vas detrás de un camión y, si te da la luz de la izquierda, te está indicando que puedes adelantar. Si te da la derecha te avisa de que no puedes adelantarle. Yo creo que es más lógica la forma nuestra de usar las luces, pero lo cierto es que allí lo hacen al revés. Aquí les dejo por el momento. Que tengan una buena semana. Aprovechen que, como en España no se vive en ninguna parte.

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