lunes, 13 de marzo de 2017

615. El efecto Pepemel y las escobillas de Philly Joe Jones

Ayer mi Dépor consiguió ganar al todopoderoso Barça y este blog no puede dejar de comentar un evento de semejante impacto mundial, lo más grande desde la victoria de Trump. Hacía tiempo que no se hablaba aquí de furgol ni de mi querido Dépor, porque ya saben que a este foro sólo se suben sentimientos positivos y mi equipo, hasta hace dos días, no transmitía más que tristeza y la morriña de los tiempos en que fuimos grandes. Lo cierto es que llevábamos toda la temporada con un entrenador euskaldún con cierta cara de ajo-puerro, como pueden ver en la imagen y, a pesar de que el equipo jugaba aseadamente, no le ganábamos ni al Tato. Yo tengo una duda al respecto; no sé si es que el tipo era directamente un cenizo, o es que les hablaba a los jugadores en euskera, idioma bastante difícil de procesar para quien no haya nacido en el País Vasco y se lo hayan enseñado en la escuela desde pequeñito.

Esto del euskera es muy curioso. Cuando yo iba al País Vasco con regularidad, hace unos treinta años, allí no hablaba nadie euskera, salvo en algunas aldeas perdidas en la montaña. Después de muchos años de la llamada política de inmersión lingüística, han conseguido recuperarlo. Ahora se escucha bastante en las ciudades. Pero yo lo escucho y no puedo evitar que me suene a macarrónico, muy distinto de la lengua fluida que se manejaba en las aldeas. Además, los que lo dominan, suelen hablar muy alto, como hacen los catalanes en el extranjero. Cuando el idioma trasciende de su función de comunicación y se convierte en seña de identidad de la que ha de hacerse alarde, no basta con hablar bajito.

Encima, el euskera se ha reconstruido de la nada y ha debido incorporar palabras adaptadas del castellano, como teléfonoak y similares que, escuchadas en medio de la parrafada ininteligible, resultan bastante llamativas. Pero eso no es lo peor. Porque el euskera, dentro del sesgo puritano de este tipo de movimientos identitarios, resulta que carece de tacos. Así que los euskaldunes, cuando se cabrean, siguen diciendo cagüendios, aibá la hostia y la puta que los parió. Expresiones todas ellas que, intercalados en el discurso forzado y ortodoxo del euskera batúa, suenan como soplos de naturalidad entre la hojarasca académica. Otra cosa curiosa: en una ocasión, viajando en AVE hacia Hendaya, (viaje que se relató en este blog), a un tipo con aire inequívocamente vasco lo llamaron al móvil. El AVE está lleno de carteles que te advierten de que, si has de hablar por el móvil, por favor te vayas fuera del vagón para no molestar a los demás viajeros.

Al vasco Diarrea este, lo llamaron, como digo, al móvil y estimó oportuno quedarse y mantener una larga conversación en euskera a voz en grito. Y lo gracioso es que, entre parrafada y parrafada euskaldún, suspiraba y decía “y, bueno…”. Así en español. Y tras decir “y, bueno…”, continuaba en vasco. Pues en las ruedas de prensa de Gaizca Garitano, hasta hace poco entrenador del Dépor, se escuchaba el mismo lapsus cuando al tipo le tocaba hablar en euskera, porque un periodista de su tierra le preguntase en ese idioma. El hombre se perfilaba, largaba su frase en euskera y luego utilizaba ese conector informal entre frases, pronunciado en correcto castellano. Yo creo que, si vale decir “y, bueno…” sin que te tachen de españolista, pues ya si eso, los futbolistas euskaldunes podrían empezar sus parlamentos con el consabido “la verda’j que sí”, con el que inician sus frases todos los futbolistas.

El caso es que los cuatro últimos partidos que dirigió este señor fueron sonoras derrotas, la última, dolorosa, frente al Club Deportivo Leganés, un recién llegado a Primera División, que nos ganó 4-0. Entonces, tomó cartas en el asunto la diretiva, que optó por cesar al euskaldún y nombrar en su lugar a Pepe Mel. Justo es reconocer que, si el anterior recordaba a un ajo-puerro, el nuevo tiene cara de rabanito (juzguen por ustedes mismos) así que todo queda en el sector de las verduras y hortalizas. Y ha sido llegar este señor y empezar a ganar partidos. Por La Coruña corre ahora el rumor de que a Garitano le hicieron la cama los jugadores, porque no lo querían. No digo que sea imposible, pero ya saben que el fútbol es un estado de ánimo y yo me inclino por creer que el Dépor estaba deprimido y el bueno de Pepe Mel es un psicólogo experto en resucitar equipos en declive.

Pero aquí estábamos hablando de furgol y del efecto Pepemel. El señor Pepe Mel, que da nombre al fenómeno físico antes nombrado, no es un cualquiera en esta España de nuestras desventuras. Además de entrenador de fútbol, es escritor y ha publicado nada menos que tres novelas, bastante valoradas por la crítica. Yo tengo la imagen de verlo sentado solo, en una cafetería de Sevilla, cuando era el entrenador del Betis, leyendo tranquilamente un libro junto a una taza de café. Y la gente pasaba por allí y le dejaba tranquilo, era alguien integrado en la vida cotidiana de una ciudad del tamaño de Sevilla. Pepe Mel tiene además las virtudes de los directores de orquesta. Sabe que a los violinistas no se les puede poner a tocar el clarinete. Que, además de los solistas, hay otros músicos secundarios o subordinados a los primeros, que han de interpretar su parte con precisión, sin innecesarios virtuosismos, para que el conjunto de la orquesta suene como una sola voz.

En ese sentido, es admirable la recuperación que Mel ha logrado con Alex Bergantiños, el jugador de la cantera local al que Garitano había marginado hasta el punto de que hasta ahora había jugado cero minutos en Liga. Pepe Mel ya lo sacó en el segundo tiempo del partido con el Atlético, para que el estadio lo recibiera con una ovación unánime. Pero contra el Barça salió de titular y marcó el gol de la victoria. Bergantiños es un producto genuino de la marca Galicia Calidade. Rubio como un caudillo celta, uno tiene la impresión de que el peluquero le recorta grelos en vez de pelos en la cabeza. De que le crecen percebes en las axilas y mejillones en sus partes nobles, que ha demostrado tener de buen tamaño. No es un virtuoso con el balón, pero pelea como un jabato, es un tipo recio, de una sola pieza, al que algunos comparan por su brega con el alemán Schweinsteiger, cuyo apellido ya les he explicado cien veces cómo se pronuncia, hasta el punto de ser conocido como Alex Bergansteiger. Con Pepe Mel puede ser muy  útil para el equipo, algo que el vasco Diarrea no supo captar.

Quien sabía mucho de estas cosas era el gran John Coltrane, el hombre que puso en negro sobre blanco los fundamentos de la revolución del jazz que inició Charlie Parker. El jazz tiene bastantes similitudes con el fútbol, aunque no lo parezca. Les voy a dejar de regalo la versión de Coltrane del viejo estándar Old Fashioned. En términos futbolísticos, Coltrane inicia la elaboración de la jugada en el terreno propio, con su inigualable saxo tenor. Una vez cumplidos sus compases reglamentarios, pasa en horizontal sobre John Surtees para que siga cocinando la jugada con el trombón de varas. A su debido tiempo, Surtees mete un pase en profundidad para el piano de Earl Grant, que corre la banda hasta el corner y da el pase de la muerte para que el gran Lee Morgan remate la jugada con su trompeta inconfundible.

Nada de esto se podría llevar a la práctica sin la presencia de los secundarios del grupo de Coltrane, los Bergansteiger de turno, la mejor base rítmica de todos los tiempos, que componían Paul Chambers al bajo y Philly Joe Jones a las escobillas. Todos estos señores han  muerto, lo mismo que el gran Juan Claudio Cifuentes, Cifu, que nos enseñó a escuchar estas maravillas desde el desaparecido programa de radio Jazz porque sí. Tal vez algunos de ustedes, queridos lectores, no habían nacido todavía cuando el Cifu nos ilustraba con su saber infinito. Qué le vamos a hacer; uno ya es bastante viejo y sus referencias son inevitablemente old fashioned. Disfruten con la música. Nada mejor para celebrar la victoria del Dépor.



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