Vuelvo a Birmania y al viaje que
me ha llevado por esas tierras durante casi un mes. Como les dije, buena parte
de nuestros recorridos se desarrollaron por el estado de Shan, en la zona
oriental del país. Este estado ocupa cerca de la cuarta parte de la superficie
del país, pero tiene apenas un diez por ciento de su población. El motivo es
que se trata de una zona muy montañosa, como pudimos comprobar. Allí están el
lago Inle y los pequeños pueblos de Kalaw, Pindaya y Hsipaw, estupendos para
hacer excursiones senderistas. Los shan son una etnia con una lengua propia y
una gastronomía diferenciada, muy distinta de la zona de las grandes llanuras
centrales, vertebradas en torno al río Ayeyarwady, el mayor del país.
Esta zona montañosa, en la que
hay algunos volcanes, es una de las grandes áreas arrugadas de la superficie
terrestre, generada en épocas prehistóricas cuando la gran masa del Indostán se
desprendió de los hielos antárticos y se desplazó hacia el norte hasta estrellarse
contra el continente asiático, generando un impacto telúrico brutal, del que
surgieron todas las montañas que separan el sur de China de las regiones
meridionales, cuya máxima expresión es el Himalaya, pero que definen una región
atormentada por su orografía, desde Afganistán hasta el norte de Indochina. En
ese territorio, los shan han debido de ingeniárselas para aterrazar el terreno
y aprovecharlo para cultivar el arroz que constituye su sustento.
Para entrar en esta zona debimos
usar un pequeño avión al aeropuerto de Heho, punto de acceso a la región shan.
Y para salir en dirección a Mandalay, recorrer una carretera infernal, con unos
puertos interminables hechos de zig-zags a 180 grados en los que el sistema de
conducción birmano llega al paroxismo. Los grandes tráileres con remolque han
de abrirse para tomar esas curvas cerradas, como animales antediluvianos.
Cuando estos mastodontes están haciendo su penosa maniobra, todos los coches y
motos aprovechan para adelantarlos por los dos lados en ambos sentidos. En una
de las cuestas principales, incluso hay un turno establecido: durante un rato
se circula sólo en un sentido, y luego en el otro. El clima en esta zona es más
llevadero que en las tierras bajas, hay una mayor altura sobre el nivel del mar
y las noches son fresquitas. Tampoco hay, lógicamente, demasiados mosquitos. Mi
cámara no capta muy bien los paisajes, pero aquí tienen un par de ejemplos. Una zona aterrazada de cultivos y una cuadrilla de mujeres que se dirigen a la recolección del té.
La gente de estas tierras ha
debido ingeniárselas para buscarse la vida en condiciones de bastante atraso,
si bien ahora manejan tractores y maquinaria de todo tipo. Pero han
desarrollado un ingenio especial que se percibe en muchos detalles. Vean por
ejemplo el equipo de alta fidelidad que se había organizado un artesano local
de la madera para amenizar su trabajo.
Las gentes de Myanmar son
alegres, tranquilas y confiadas. Y ese carácter empieza en la infancia. Por ejemplo, en Sri Lanka a la gente no le gustaba que les hicieras demasiadas
cucamonas a los niños, te miraban mal y no te dejaban fotografiarlos. De
Birmania me traigo yo una amplia colección de fotos de niños, algunas de las
cuales les voy a mostrar, porque los niños y sus gestos son un indicativo
preciso de cómo es un país. Empezamos por una preciosa niña de Kalaw en brazos
de su padre.
Esta preciosidad me tiró los brazos al cuello y se vino conmigo un buen rato, tocándome todo el rato el bigote con el dedito índice extendido. A continuación pasamos a otra escena con niños. En uno de nuestros recorridos senderistas llegamos a una escuela. La primera foto corresponde a los momentos iniciales, cuando los pequeños no se han dado cuenta aún de nuestra llegada y se esfuerzan por hacer su trabajo, posiblemente con la punta de la lengua apretada entre los labios para mejorar la concentración. La segunda es cuando ya nos han visto y empiezan a distraerse y a coquetear con nosotros. Después la cosa derivó en un cierto desmadre por lo que optamos por seguir nuestro camino, antes de que la seño nos echara la bronca. Como ven, la escuela tiene el suelo de tierra pero es muy digna y la profesora parecía muy competente.
En esta otra podemos ver a un grupo de mocitas que volvían de la escuela, ya un poco mayores. Yo saludaba a todo el mundo uniendo las palmas de las manos hacia arriba y diciendo: mingalaba, que es el saludo tradicional. Y con la cosa del bigote era suficiente para que mi saludo les diera mucha risa.
Pero ahora pasamos a otra escena. Un grupo de niños están de excursión. Todos están alegres y montan mucho bullicio. Menos tres que están serios y se agarran entre ellos para transmitirse calor, proximidad y seguridad. Les hago una foto y me propongo hacerles reír. No me costó mucho.
Algunas imágenes de niños más, antes de hablar del colorido.
Como ven, Birmania es un país de gente feliz, confiada y hospitalaria. Una población encantadora. Cuesta imaginar que en su frontera oeste haya problemas con los rohingya. Me queda referirme a los colores. Los birmanos aman los colores vivos y cualquier zona del país es una explosión cromática. Creo que lo mejor es que vean una selección de imágenes de escenas cotidianas. Me gustaría escribir muchas más cosas sobre este viaje maravilloso, pero la actualidad manda y me temo que esto se quedará para un día que tenga tiempo y ganas de volver sobre el asunto. Quédense con las fotos.
Esta preciosidad me tiró los brazos al cuello y se vino conmigo un buen rato, tocándome todo el rato el bigote con el dedito índice extendido. A continuación pasamos a otra escena con niños. En uno de nuestros recorridos senderistas llegamos a una escuela. La primera foto corresponde a los momentos iniciales, cuando los pequeños no se han dado cuenta aún de nuestra llegada y se esfuerzan por hacer su trabajo, posiblemente con la punta de la lengua apretada entre los labios para mejorar la concentración. La segunda es cuando ya nos han visto y empiezan a distraerse y a coquetear con nosotros. Después la cosa derivó en un cierto desmadre por lo que optamos por seguir nuestro camino, antes de que la seño nos echara la bronca. Como ven, la escuela tiene el suelo de tierra pero es muy digna y la profesora parecía muy competente.
En esta otra podemos ver a un grupo de mocitas que volvían de la escuela, ya un poco mayores. Yo saludaba a todo el mundo uniendo las palmas de las manos hacia arriba y diciendo: mingalaba, que es el saludo tradicional. Y con la cosa del bigote era suficiente para que mi saludo les diera mucha risa.
Pero ahora pasamos a otra escena. Un grupo de niños están de excursión. Todos están alegres y montan mucho bullicio. Menos tres que están serios y se agarran entre ellos para transmitirse calor, proximidad y seguridad. Les hago una foto y me propongo hacerles reír. No me costó mucho.
Algunas imágenes de niños más, antes de hablar del colorido.
Como ven, Birmania es un país de gente feliz, confiada y hospitalaria. Una población encantadora. Cuesta imaginar que en su frontera oeste haya problemas con los rohingya. Me queda referirme a los colores. Los birmanos aman los colores vivos y cualquier zona del país es una explosión cromática. Creo que lo mejor es que vean una selección de imágenes de escenas cotidianas. Me gustaría escribir muchas más cosas sobre este viaje maravilloso, pero la actualidad manda y me temo que esto se quedará para un día que tenga tiempo y ganas de volver sobre el asunto. Quédense con las fotos.
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