Bueno, aquí me tienen, de nuevo
en casa tras mi viaje de 23 días por tierras birmanas con escala final de tres
días en Pekín. Esta escala está directamente relacionada con mi silencio
bloguero de los últimos días, porque, por si ustedes lo ignoraban como yo, les
diré que el maravilloso Gobierno del Pueblo de China tiene literalmente capao el entorno Google, lo que incluye
Blogger, Facebook, Gmail y algunos medios como El País digital. Curiosamente,
se abren sin problemas El Mundo, Marca, La Razón, Expansión y otros. Así que
uno entra en China y se puede despedir de Facebook, del blog, del correo
electrónico y de efectuar búsquedas por temas, salvo que utilice el buscador
chino que se usa a nivel local y cuyo alcance está debidamente delimitado por
la censura que opera en ese país.
Para conseguir eso, han puesto en
marcha lo que llaman El Gran Cortafuegos, efectivo desde 2003, elemento que da
una idea precisa del nivel de calidad democrática y derechos humanos que
impregna la que ya es considerada la primera economía del mundo, en donde la
plaza de Tiananmen se cierra en torno a las cuatro de la tarde cada día y los
viandantes son desviados por una serie de laberintos limitados por vallas de
obra, que te obligan a pasar tus mochilas por sucesivos escáneres de la Policía
del Pueblo. También es revelador que exista un mercado negro de moneda, donde
te ofrecen un cambio más favorable que el oficial, o que se siga regateando de
forma compulsiva en todos los mercados. Por lo demás, tres días en Pekín me han
bastado para comprender por qué los chinos son detestados en Corea, Japón,
Thailandia, Vietnam y Birmania, por citar sólo los países en los que me consta
ese rechazo.
Pero no nos adelantemos, que hay
mucho que contar de Birmania. De momento, conténtense con unas imágenes de
Pekín bajo la nieve, una ciudad indudablemente muy interesante de visitar. La
nieve es un fenómeno no muy frecuente en esta ciudad de 17 millones de
habitantes, que incluye entre sus atractivos la Ciudad Prohibida, el Palacio de
Verano, el Palacio del Paraíso, o la citada plaza de Tiananmen, por no hablar
de la obligatoria visita al tramo más cercano de la Muralla China (antecedente
del muro de Trump), o los maravillosos hu-tongs, callejones tradicionales
plenos de actividad comercial, en los que cada número es en realidad el acceso
a un intrincado laberinto de otros callejones que se entrecruzan sin fin, donde
están las viviendas de los comerciantes.
Para viajar a un país
subdesarrollado y tropical como Myanmar, es preciso asesorarse debidamente en
cuanto a las precauciones médicas a adoptar. Como ya les conté, acudí el 4 de
enero a la llamada Unidad del Viajero, del Hospital Carlos III para una
consulta al respecto. Me tocó una doctora que era partidaria de viajar, y que
me prescribió una vacuna contra el tifus y un recordatorio de la del
tétanos-difteria. Respecto a la malaria, me dijo que la incidencia en las zonas
de Birmania que yo iba a visitar (y que ella conocía perfectamente), era muy
baja, por lo que no estimaba necesario tomar el Malarone, medicamento
preventivo contra el paludismo, a menos que yo insistiera mucho por ser del
tipo preocupón e hipocondríaco. Por el contrario, a mis compañeros de viaje les
tocó un especialista de Ciudad Real, al parecer no muy partidario de viajar a
determinados países, que le aconsejó el Malarone.
Así que todos iban tomándose un
comprimido diario, ingesta que ha de comenzarse unos días antes del viaje y
prolongarse una semana después de volver a casa. Un coñazo. De mis viajes a Sri
Lanka yo conservaba una enseñanza: el mosquito pica solamente al amanecer y al
anochecer. Si uno se da un antimosquitos de manera sistemática en esos dos
momentos del día, es altamente improbable que te piquen. Yo utilicé el Relic
Extreme (también es muy recomendable el Goibi) y ya les digo que no me picó un
solo mosquito en todo el viaje. Mis compañeros en cambio, sufrieron el coñazo
de la pastilla diaria, que además tiene algunos efectos secundarios molestos.
Mi amigo M.A., que es un despistado, se olvidaba casi siempre de tomarse la
píldora (él le llamaba el Maradone).
Para acordarse, se ponía el reloj en la muñeca contraria, pero luego no lo
miraba hasta que estábamos en la calle y empezábamos a andar. Entonces veía el
reloj y decía: –Me cachis, ya se me ha vuelto a olvidar el Maradone.
También hay que ser riguroso en
cuanto a no tomar agua del grifo, ensaladas, fruta que no haya que pelar y
hielos en los refrescos. Con esas elementales precauciones se evitan las
cagaleras, aunque he de decirles que cuatro de los ocho del grupo sufrieron esa
dolencia, que se trataron por consejo mío con Vitanatur, con efectos bastante
rápidos. En Birmania, como en todo el sudeste asiático, la comida es bastante
monótona: pollo y pollo. También se puede variar a cerda o vaca, pero con la
misma preparación: con arroz salteado, con noodles o con fideos de arroz, aquí
llamados vermicelli. Cualquiera de las tres formas puede tomarse en sopa, o
seca; más o menos picante, y eso es todo. Los pescados no son muy frecuentes y
cuando encuentras algún restaurante con pescado, frecuentemente lo estropean
pasándolo demasiado tiempo por la plancha.
Esto es en cuanto a los
restaurantes y chiringuitos normales, por los que nos movíamos nosotros. En
Birmania, como en cualquier otro país subdesarrollado, hay hoteles de superlujo
que son verdaderas fortalezas aisladas del pueblo llano y en donde te ofrecen
un estatus gastronómico que no tiene nada que ver con lo que se come en la
calle. Vean AQUÍ
un artículo destinado a esos paladares exquisitos. El efecto de esta gilipollez
sobre un país tan pobre y subdesarrollado como Birmania es lo que les conté de
los hoteles de lujo en el lago Inle, con sus embarcaderos privados y el hecho
de que algunos pescadores hayan dejado su oficio para esperar cada día el paso
de las canoas con motor fuera borda, para fingir que pescan, hacer un poco el
payaso (incluso enseñando un pez de plástico) y poner la gorra para ganar
seguramente mucho más de lo que sacan sus colegas menos venales.
Huyendo de esos medios
prostituidos por el turismo más tóxico, tomamos un microbús desde Nyaung Shwe
hasta el pequeño pueblo de Kalaw, donde dormimos dos noches, tras lo que nos
fuimos a Pindaya, lugar aun más pequeño, a orillas de un lago muy bonito. En
ambos lugares, existe una infraestructura hotelera mínima, porque por allí no
llegan más que los mochileros y algunos senderistas veteranos como nosotros. En
nuestras excursiones en esos dos lugares, contamos con diferentes guías de
montaña, ambos masticando todo el rato hojas de betel, el auténtico vicio
nacional. Las hojas de betel se compran en los mercados, en donde las
vendedoras las disponen de la bonita manera que se ve en la foto.
Cada usuario toma una de esas
hojas en su mano izquierda, como si se fuera a preparar un canuto, y la carga
con raíz de betel molida y tabaco, además de algún saborizante a su gusto.
Luego la cierra por encima haciendo un paquetito cuadrado que se lleva a la
boca. Algunos se traen ya los paquetitos preparados de casa y los llevan
envueltos en un periódico. Eso se masca durante todo el día y se convierte en
una pasta marrón-morada ciertamente asquerosa. El betel tiene un efecto similar
al de la hoja de coca, es decir, permite aguantar todo el día en trabajos o
actividades que requieren un cierto esfuerzo y a la vez te ayudan a olvidarte
de tus penurias o a que te den igual. El usuario, descansa de mascar de vez en
cuando, dejando la bola en un carrillo. Hasta que me explicaron esa práctica,
yo estaba sorprendido de la cantidad de gente con flemones que había en Yangón.
Además, los mascadores de betel
(toda la población masculina) suelen largar al suelo unos salivazos morados
repugnantes (los conductores abren su puerta para escupir a la calzada). Pero
lo peor de todo es que los dientes se ponen negros y se acaban cayendo, con lo
que entre la gente mayor abundan los desdentados y cuñaaaaos. Dejando aparte cuestiones estéticas, les hago una pregunta.
¿Es lícito defender una práctica con unos efectos tan malos para la dentadura y
la salud en general, en aras de la conservación de las tradiciones y la pureza
de las costumbres ancestrales? También la ablación de clítoris es una costumbre
ancestral. Y el toro de Tordesillas. Y las mujeres jirafa de esta zona, que se
ponen anillos de acero en el cuello. Yo tengo la respuesta a esta pregunta muy
clara. Por lo que oigo, no todo el mundo la tiene. Pero ya saben que soy un
moderno, urbanita y desarraigado. Un descastado. Y tan contento. Sean felices,
pero no dejen de pensar y plantearse dilemas.
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